Cada vez estamos más concienciados de la importancia de cuidarnos. Es fundamental si queremos no solo vivir más, sino vivir, sobre todo, mejor. Pero a veces nos sentimos abrumados: suplementos, dietas, alimentos aliados y desaconsejados, rutinas de bienestar... Por eso, Ana Galeote quiere ponérnoslo algo más sencillo y nos invita a volver a lo esencial. Fisioterapeuta y antropóloga, viajó hasta Okinawa, la isla de los centenarios, para descubrir qué hace que allí tantas personas vivan más de 90 y 100 años con independencia y calidad de vida. No encontró pócimas secretas ni técnicas milenarias, sino algo mucho más poderoso: hábitos sencillos, movimiento cotidiano y vínculos que sostienen.
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Su libro Cuerpo solo hay uno es un recorrido por nuestro organismo para comprender cómo funciona y cómo podemos cuidarlo de verdad. Y lo hace proponiendo diez hábitos que no prometen milagros, pero sí años de vida y, sobre todo, vida a tus años.
Todo comienza en Okinawa, ¿qué la llevó a viajar a ese rincón del planeta en busca de respuestas sobre la longevidad?
Mi experiencia como fisioterapeuta me ha confirmado de que tenemos un modelo de salud muy centrado en el tratamiento, donde casi no se tiene en cuenta el estilo de vida del paciente. Cuando descubrí que en Okinawa hay una de las mayores concentraciones de personas centenarias del mundo, quise comprobar con mis propios ojos qué estaban haciendo: cómo se mueven, cómo comen, cómo se relacionan, cómo envejecen. Necesitaba salir de la consulta y contrastar la teoría con personas que llegan a los 90 y 100 años manteniendo independencia y calidad de vida.
¿Qué esperaba encontrar en Okinawa y qué fue lo que más le sorprendió de la experiencia?
Esperaba encontrar “trucos” de longevidad y me encontré estilo de vida. Me impactó ver hasta qué punto allí el movimiento está integrado en la vida cotidiana: se sientan y se levantan del suelo, caminan, cuidan el huerto, limpian la casa. No van al gimnasio sino que se mueven para vivir. También me sorprendió la fuerza de la comunidad: nadie envejece solo, hay un sentimiento de pertenencia muy profundo. Y quizá lo más revelador fue comprobar que lo que allí es norma: comer sencillo, moverse cada día y mantener vínculos, algo que en nuestro país casi se ha convertido casi en un acto de rebeldía.
¿Piensa que, por fin, hemos empezado a darle al autocuidado la importancia que merece?
Creo que hemos empezado a hablar mucho de autocuidado, pero todavía lo practicamos poco y, a menudo, de forma superficial. Cuidarse no es una mascarilla facial el domingo, es revisar si duermes, si te mueves, si comes alimentos reales, si tienes a quién llamar cuando estás mal y cuentas con una red de apoyo que te cuida y en la que te sientes querido.
Según los datos de la última Encuesta Europea de salud, el 54% de las personas mayores de 15 años tienen al menos una patología crónica, y hemos incorporado el sedentarismo como la norma. Hablar de autocuidado sin cuestionar este modelo es quedarse a medias. Estamos dando pasos, pero todavía hace falta mucha más educación y también más valentía colectiva para ir contra corriente.
Quizá lo más revelador en Okinawa fue comprobar que lo que allí es norma: comer sencillo, moverse cada día y mantener vínculos, algo que en nuestro país casi se ha convertido casi en un acto de rebeldía
El título del libro es bastante claro: Cuerpo solo hay uno. ¿Por qué no siempre escuchamos sus señales?
Porque nos han educado para silenciar el cuerpo: si nos duele algo nos tomamos un analgésico, si estamos cansados, un café; si algo molesta, lo ignoramos y seguimos como si nada. El ritmo de vida actual premia la productividad por encima de la salud: antes de parar, exprimimos hasta el último hilo de energía.
El problema es que el cuerpo siempre pasa factura, solo que lo hace tarde: primero son pequeñas molestias, luego diagnósticos y, al final, pérdida de autonomía. No escuchamos sus señales porque exige cambios incómodos, y nos resulta más fácil normalizar el malestar que cuestionar nuestro estilo de vida. Además, no todos podemos permitirnos cambiar, y esa es la realidad.
Y apunta también que hoy, cuidar nuestra salud se ha convertido en una misión casi imposible, ¿por qué motivos?
Porque vivimos en un entorno profundamente que va en contra de nuestras necesidades biológicas: comida ultraprocesada barata y disponible 24/7, trabajos sedentarios, ciudades que no invitan a caminar, hiperconectividad y estrés crónico. Nuestra biología está diseñada para un mundo donde había escasez de comida y abundancia de movimiento, y lo que tenemos es justo lo contrario. Lo llamamos vida moderna, pero en términos biológicos es un desajuste evolutivo. Cuidarse hoy implica apartarte de la norma: cocinar cuando es más fácil pedir, caminar cuando todo está pensado para ir en coche, apagar pantallas cuando todo nos empuja a seguir conectados. No es imposible, pero sí exige una pequeña rebeldía diaria.
Habla de 10 hábitos sencillos para ganar años de vida. ¿Cuál es, en su opinión, el más difícil de incorporar en nuestra rutina diaria?
El más difícil, honestamente, es el de salir de la zona de confort de forma deliberada. Caminar más, hacer movilidad, respirar mejor… son prácticas que, una vez integradas, resultan agradables. Pero entrenar la tenacidad, hacer lo que sabes que te viene bien, incluso cuando no te apetece, es muy difícil de llevar a cabo. Sin embargo, ese hábito es el que sostiene a los demás: levantarte del sofá, ponerte las zapatillas, ir al gimnasio, decir “no” a lo que te resta salud… No es el más vistoso, pero es el más transformador.
Si alguien solo pudiera empezar con un cambio, ¿qué hábito recomendaría adoptar primero?
Empezaría por sumar pasos. Es simple, barato y al alcance de todo el mundo. Sabemos que pasar de 2.000 a 2.500 pasos al día ya reduce un 8% el riesgo de mortalidad por todas las causas, y que alrededor de los 8.800 pasos se observa una disminución cercana al 60 %. No hace falta obsesionarse con los 10.000, hace falta moverse más que ayer. Caminar mejora la salud cardiovascular, la metabólica, el estado de ánimo y la función cognitiva. Antes que una rutina perfecta, prefiero a alguien que empieza saliendo a caminar cada día.
Cuidarse hoy implica apartarte de la norma: cocinar cuando es más fácil pedir, caminar cuando todo está pensado para ir en coche, apagar pantallas cuando todo nos empuja a seguir conectados
Cambiar de hábitos, eso sí, no es sencillo, ¿no cree?
No, y quien diga lo contrario no está siendo honesto. Cambiar de hábitos significa ir contra automatismos construidos durante años y contra un entorno que nos empuja al sedentarismo y al ultraprocesado. Por eso en el libro hablo de la ciencia de los hábitos y del modelo B=MAP: comportamiento = motivación + habilidad + activador. No basta con querer, hay que hacerlo fácil y tener recordatorios claros. Un ejemplo: si quieres hacer movilidad por la mañana, deja la esterilla preparada la noche anterior y vincúlala a algo que ya haces, como tomarte un café en el desayuno. La clave no es la fuerza de voluntad heroica, es diseñar el entorno para que te lo ponga un poco más fácil.
En el libro afirma que “no existe el ser humano sano y sedentario”. ¿Cómo podemos reconciliarnos con el movimiento en una sociedad tan sedentaria?
Aceptando algo fundamental: movernos no es opcional, es biología básica. Igual que necesitamos dormir o respirar, nuestros músculos y nuestro cerebro necesitan movimiento para funcionar bien. La reconciliación empieza cuando dejamos de ver el ejercicio como un castigo para adelgazar y lo entendemos como un derecho del cuerpo. A partir de ahí, propongo una vía fundamental que además es uno de los diez hábitos del libro: diviértete en movimiento.
Para reconciliarnos con el movimiento, tenemos que cambiar el enfoque. La adherencia no nace del sacrificio infinito, sino del placer. Cuando dejamos de ver el ejercicio como un castigo y lo vinculamos a algo que disfrutamos, bailar, nadar, hacer senderismo, jugar con nuestros hijos o practicar un deporte que nos entusiasme, el movimiento deja de ser una carga y se convierte en una fuente de bienestar.
¿Qué mitos sobre la salud y el bienestar le gustaría desmontar especialmente?
Al menos tres:
- “Si estás delgado, estás sano”. Falso. Hay personas delgadas con síndrome metabólico y personas con más peso metabólicamente sanas. Lo importante no es solo el número de la báscula, sino la salud metabólica, la fuerza, el músculo y la capacidad cardiorrespiratoria.
- “Levantar peso es para jóvenes o para gente superficial”. También falso. Sabemos que la debilidad muscular aumenta de forma muy clara el riesgo de mortalidad, y que entrenar fuerza en personas mayores, incluso nonagenarias, mejora la autonomía y reduce caídas.
- “Con caminar un poco ya vale”. Caminar es maravilloso, pero no sustituye al entrenamiento de fuerza ni al trabajo cardiorrespiratorio más exigente. Si queremos vivir más y mejor, necesitamos combinar los tres: pasos, fuerza y capacidad aeróbica.
Si quieres hacer movilidad por la mañana, deja la esterilla preparada la noche anterior y vincúlala a algo que ya haces, como tomarte un café en el desayuno
¿Cómo considera que podemos mantener la motivación para cuidar nuestra salud sin caer en la obsesión?
Poniendo el foco en lo que ganamos hoy, no solo en prevenir enfermedades futuras. Cuidarse no debería girar en torno al miedo, sino a la calidad de vida: dormir mejor, tener menos dolor, sentirse fuerte, pensar con claridad, disfrutar de jugar con tus hijos o nietos. Y, al mismo tiempo, marcando límites: la salud es un pilar, no una religión. Cuando el cuidado se convierte en culpa constante, dejamos de hablar de salud.
Hay quien dice que no tiene tiempo para cuidarse, ¿qué les diría?
Les diría algo que puede sonar incómodo, pero es profundamente real: si no tienes tiempo hoy para tu salud, tendrás que dedicárselo más tarde a la enfermedad. Vivimos en un país donde cada año se diagnostican decenas de miles de nuevos casos de síndrome metabólico, una condición que multiplica el riesgo de infarto, ictus, cáncer y demencia. Evidentemente no todo depende de nosotros, hay condicionantes sociales y laborales muy fuertes. Pero dentro de ese marco, casi siempre hay pequeños márgenes: diez minutos para caminar, preparar una comida un poco más sencilla y real, subir escaleras, hacer tres ejercicios de fuerza en casa. No se trata de tener tiempo libre infinito, sino de priorizar.
La longevidad se ha convertido casi en una obsesión, pero se trata no solo de vivir más, sino de vivir mejor, ¿no cree?
Totalmente. De poco sirve sumar años si los últimos diez los pasas sin poder vestirte solo o subir un tramo de escaleras. Por eso insisto tanto en conceptos como el VO₂ máx o la fuerza de agarre: no son tecnicismos, son marcadores muy potentes de cuántos años vas a vivir… y de cómo los vas a vivir. Mantenerse por encima del “precipicio de la dependencia”, ese punto en el que ya no tienes capacidad física para las tareas básicas, requiere entrenar de forma intencionada. La verdadera longevidad no es solo alcanzar los 90, es llegar con autonomía, dignidad y ganas de seguir disfrutando la vida.
¿Qué le gustaría que los lectores se lleven consigo después de leer su obra?
Una idea muy clara: siempre hay algo que puedes empezar a mejorar hoy, por pequeño que sea. Más pasos, un poco de fuerza, cinco minutos de movilidad, una respiración más consciente, una tribu que te acompañe. Cuerpo solo hay uno, pero las oportunidades de cuidarlo se repiten cada día. Me gustaría que el lector cerrase el libro con una mezcla de información rigurosa, sentido crítico hacia la “normalidad” actual… y mucha motivación para llevar una vida activa.
