Estamos viviendo la que podríamos calificar como la era de la impaciencia. Es un hecho que cada vez toleramos menos la espera. Nos ha tocado vivir unos tiempos en los que la inmediatez manda. Gran parte de la culpa es de la tecnología, que nos lo pone todo a un clic. Pero hay un precio que pagamos por este ritmo: cada vez tenemos menos paciencia. ¿No te pasa que te frustras cada vez que una búsqueda en tu móvil tarda en cargar? ¿O que te desesperas si alguien no responde tu mensaje en un plazo corto de tiempo? ¿O si tardan mucho en tomarte nota en el restaurante? Parece que se cumple más que nunca lo de 'quien espera desespera'.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Le hemos preguntado a Marta Martín Mazaira, psicóloga responsable de área clínica en Alan España, por qué piensa que somos cada vez más impacientes y, sobre todo, cómo podemos cultivar esta virtud cada vez más denostada.
¿Tiene, desde su experiencia en consulta, la percepción de que cada vez tenemos menos paciencia en situaciones cotidianas?
Desde mi experiencia clínica, puedo confirmar que existe una tendencia clara hacia la disminución de la tolerancia en situaciones que requieren espera. En los últimos años he observado un aumento en las verbalizaciones del estilo: "Me desespero si la página web tarda más de tres segundos en cargar" o “me desquicio si no me responden cuando les pido algo”.
Esta realidad no es solo una percepción subjetiva. Los datos de salud mental reflejan un aumento del 40% en trastornos de ansiedad en la última década, gran parte de los cuales se asocian directamente con esta creciente incapacidad para gestionar la espera y tolerar la incertidumbre.
Lo que más me llama la atención es cómo esta impaciencia se ha normalizado socialmente. Hemos pasado de considerar la paciencia como una virtud a verla casi como una pérdida de tiempo o una muestra de pasividad. Esta transformación cultural tiene implicaciones profundas para nuestro bienestar psicológico.
En los últimos años he observado un aumento en las verbalizaciones del estilo: "Me desespero si la página web tarda más de tres segundos en cargar" o “me desquicio si no me responden cuando les pido algo”
¿Qué factores piensa que pueden estar influyendo en esta tendencia?
Desde una perspectiva neuropsicológica y social, identifico varios factores convergentes:
- Aceleración tecnológica: Hemos creado un entorno donde la velocidad es la norma. Los algoritmos nos ofrecen respuestas en milisegundos, las entregas llegan en 24 horas, y cualquier contenido está disponible al instante. Nuestro cerebro se ha adaptado a estos tiempos, creando nuevas expectativas de inmediatez.
- Sobrecarga cognitiva: El cerebro humano procesa actualmente cinco veces más información que hace 30 años. Esta saturación reduce nuestra capacidad de procesamiento pausado y reflexivo, empujándonos hacia respuestas más automáticas e impulsivas.
- Cultura de la productividad extrema: Vivimos en una sociedad que asocia valor con velocidad y eficiencia. "Tiempo es dinero" se ha convertido en un mantra que infiltra incluso nuestros momentos de ocio. He acompañado a personas que sienten culpa por "perder tiempo" esperando el autobús.
- Desconexión con ritmos naturales: Trabajamos con luz artificial, comemos fuera de temporada y mantenemos horarios que ignoran nuestros ciclos circadianos. Esta desincronización genera una sensación interna de urgencia constante.
¿Qué papel juegan los móviles, las redes sociales y el acceso instantáneo en la pérdida de paciencia?
Los dispositivos móviles han reconfigurado literalmente nuestro sistema nervioso. Sabemos que la exposición constante a estímulos intermitentes (notificaciones, likes, mensajes) genera lo que llamamos "cerebro pop-corn": un estado de hiperactivación donde esperamos constantemente el siguiente estímulo.
El mecanismo de recompensa variable es clave para entender este fenómeno. Las redes sociales utilizan el mismo principio que las máquinas tragaperras: no sabemos cuándo llegará la siguiente recompensa (like, comentario, mensaje), lo que mantiene nuestro cerebro en estado de alerta constante. Una paciente me describía perfectamente este estado: "Es como si mi cerebro estuviera esperando siempre algo, pero no sé qué".
El problema no es la tecnología en sí, sino cómo la estamos usando. Paradójicamente, las herramientas creadas para unirnos se han transformado en elementos que dispersan nuestra capacidad de atención y erosionan nuestra paciencia.
Sabemos que la exposición constante a estímulos intermitentes (notificaciones, likes, mensajes) genera lo que llamamos "cerebro pop-corn":
¿Estamos entrenando al cerebro para obtener gratificación inmediata?
Sí, cada vez que obtenemos una respuesta inmediata a un estímulo, reforzamos las conexiones neuronales asociadas a la gratificación instantánea.
El proceso neurológico es el siguiente:
- Anticipación: Vemos una notificación o queremos algo.
- Acción inmediata: Clickeamos, compramos, respondemos.
- Recompensa instantánea: Obtenemos la información, el producto, la respuesta. Liberación de dopamina.
- Refuerzo neuronal: El cerebro registra este patrón como exitoso y en las próximas situaciones nuestro cerebro liberará dopamina en la anticipación para motivar la acción inmediata y recompensa.
Repetido miles de veces, este ciclo crea lo que llamo "autopistas neuronales de la inmediatez": rutas cerebrales tan reforzadas que se activan automáticamente ante cualquier deseo o necesidad.
La buena noticia es que la neuroplasticidad funciona en ambas direcciones: podemos reentrenar estos circuitos, pero requiere intención y práctica sistemática.
Una persona con alta impaciencia puede experimentar el mismo nivel de estrés esperando el autobús que otra persona tendría ante una entrevista de trabajo
¿Qué consecuencias tiene vivir con poca paciencia en términos de salud mental?
Las consecuencias las podemos encontrar en todas las áreas de nuestra vida:
1. A nivel neurobiológico:
- Hiperactivación del sistema nervioso simpático: Vivir en constante urgencia mantiene el cuerpo en estado de alerta, elevando cortisol y adrenalina de forma crónica.
- Agotamiento del córtex prefrontal: La zona cerebral responsable del autocontrol se fatiga, reduciendo nuestra capacidad de tomar decisiones reflexivas.
2. Esfera emocional:
- Irritabilidad crónica: "Todo me molesta, hasta el ruido que hace mi pareja al masticar".
- Ansiedad anticipatoria: Preocupación excesiva por situaciones futuras que podrían requerir espera.
- Síntomas somáticos: Tensión muscular, dolores de cabeza, problemas digestivos relacionados con el estrés constante.
3. Impacto en relaciones interpersonales:
- Conflictos familiares por expectativas irreales de respuesta inmediata.
- Deterioro de la intimidad emocional (las conversaciones profundas requieren de tiempo y paciencia).
- Aislamiento social por evitar situaciones que generen espera o lentitud
4. Consecuencias en el rendimiento:
- Toma de decisiones impulsiva: Elegir opciones rápidas pero no óptimas.
- Abandono prematuro de proyectos: Dejar tareas complejas que requieren perseverancia.
- Reducción de la creatividad: Los procesos creativos necesitan tiempo que la impaciencia no permite
Un paciente lo expresaba muy claramente: "Siento que vivo corriendo hacia ningún sitio, siempre estresada pero sin conseguir realmente lo que quiero".
¿Puede la impaciencia estar relacionada con ansiedad, estrés o baja tolerancia a la frustración?
Por supuesto. En mi experiencia clínica, he observado que la impaciencia funciona como un síntoma transversal que conecta estos tres elementos de forma muy estrecha, creando una “triada de urgencia emocional".
La impaciencia como manifestación de ansiedad: Cuando el sistema nervioso está en estado de alerta constante, interpreta cualquier demora como una amenaza potencial. He escuchado a pacientes verbalizar: "Cuando el ascensor tarda, siento que me voy a quedar atrapada". El cerebro ansioso traduce "esperar" como "estar en peligro".
La impaciencia como amplificador del estrés: Cada situación de espera se convierte en un estresor adicional. Una persona con alta impaciencia puede experimentar el mismo nivel de estrés esperando el autobús que otra persona tendría ante una entrevista de trabajo.
La baja tolerancia a la frustración como base: hay personas que perciben las esperas como una invalidación personal: "No respetan mi tiempo", una pérdida de control: "Debería poder hacer que esto vaya más rápido" o una amenaza a su eficacia: "Esto va a arruinar toda mi planificación"
El círculo vicioso aparece porque la impaciencia genera más ansiedad, que a su vez reduce la tolerancia a la frustración, que alimenta más impaciencia. Es un bucle que se autorrefuerza y que requiere intervención consciente para romperlo.
La clave está en entender que trabajando uno de estos elementos (paciencia, ansiedad o tolerancia a la frustración), mejoramos automáticamente los otros dos.
"¿Cuándo fue la última vez que pudiste esperar algo sin hacer nada más, sin sentir incomodidad?" Si la respuesta es "no me acuerdo" o "nunca", es momento de trabajar la paciencia activamente.
¿Qué señales nos pueden estar indicando que deberíamos trabajar nuestra paciencia?
Podemos identificar varias señales que indican que la impaciencia se ha convertido en un problema:
1. Señales físicas inmediatas:
- Activación corporal desproporcionada: Taquicardia, sudoración o tensión muscular ante esperas cotidianas (semáforos, colas, carga de páginas web).
- Alteraciones del sueño: Dificultad para conciliar el sueño por rumiaciones sobre situaciones que "tardaron demasiado".
- Síntomas psicosomáticos: Dolores de cabeza, problemas digestivos o tensión mandibular relacionados con situaciones de espera
2. Indicadores emocionales:
- Irritabilidad desproporcionada: Reacciones de enfado intensas ante demoras menores.
- Ansiedad anticipatoria: Preocuparse excesivamente por situaciones futuras que podrían implicar espera.
- Sensación de pérdida de control: Sentir que "no puedes más" cuando las cosas no van al ritmo esperado
3. Señales conductuales:
- Evitación de situaciones: Dejar de ir a sitios donde sabes que tendrás que esperar.
- Comportamientos compulsivos: Revisar constantemente el móvil, cambiar de cola repetidamente o abandonar tareas antes de completarlas.
- Multitarea obsesiva: Incapacidad para hacer una sola cosa a la vez, siempre necesitando estimulación múltiple
4. Impacto en relaciones:
- Conflictos frecuentes: Discusiones con familiares o compañeros por temas relacionados con tiempos y esperas.
- Expectativas irreales: Exigir respuestas inmediatas de otros en situaciones donde no es razonable.
- Deterioro de la intimidad: Incapacidad para mantener conversaciones pausadas o momentos de silencio compartido
Hay una señal clave que siempre pregunto: "¿Cuándo fue la última vez que pudiste esperar algo sin hacer nada más, sin sentir incomodidad?" Si la respuesta es "no me acuerdo" o "nunca", es momento de trabajar la paciencia activamente.
¿Se puede entrenar la paciencia? ¿Qué estrategias psicológicas ayudan a cultivarla?
Sí, la paciencia se puede entrenar. Recuerdo que mi padre me decía de pequeña: "Cultiva la paciencia". En aquel momento no entendía completamente el significado y me exasperaba, pero con los años y la experiencia clínica he comprendido que efectivamente la paciencia es algo que se cultiva, como una planta que requiere cuidado, agua y tiempo para crecer. No es algo que simplemente tengamos o no tengamos; es una habilidad que se desarrolla con práctica sistemática.
FASE 1: CONCIENCIA Y RECONOCIMIENTO
- Autorregistro: Durante una semana, anotar cada momento de impaciencia (situación, intensidad del 1-10, respuesta física y emocional).
- Identificación de desencadenantes: Reconocer patrones específicos que activan la impaciencia. “Esperar por el ascensor” “Esperar a que atención al cliente me responda”
FASE 2: REESTRUCTURACIÓN COGNITIVA
- Cuestionamiento de pensamientos automáticos: En lugar de "Esto es inaguantable", preguntarse "¿Realmente es tan grave? ¿Qué es lo peor que puede pasar?"
- Reencuadre temporal: Practicar la perspectiva: "¿Importará esto dentro de una semana/mes/año?"
FASE 3: TÉCNICAS DE REGULACIÓN EMOCIONAL
- Respiración 4-7-8: Inhalar 4 segundos, mantener 7, exhalar 8. Activa el sistema nervioso parasimpático.
- Relajación muscular progresiva: Especialmente efectiva para personas que somatizan la impaciencia
FASE 4: ENTRENAMIENTO GRADUAL
- Exposición controlada: Buscar deliberadamente situaciones de espera corta y aumentar gradualmente.
- Práctica de la "espera activa": Usar momentos de espera para actividades constructivas (observación, respiración, planificación).
- Desafíos de paciencia: Ejercicios específicos como comer muy lentamente, caminar más despacio, o escuchar música completa sin cambiar
HERRAMIENTAS PRÁCTICAS ESPECÍFICAS:
Reduce la sobreestimulación tecnológica:
- Activar modo "No molestar" durante períodos específicos.
- Crear "zonas libres de dispositivos" en casa.
- Practicar el "tiempo de respuesta consciente": esperar 10 minutos antes de responder mensajes no urgentes
Para situaciones cotidianas:
- Técnica del "observador curioso": En lugar de frustrarse, convertirse en antropólogo de la situación: observar a las personas, los sonidos, los detalles del entorno.
- Mantras: Frases personales como "Este momento también pasará" o "La prisa no mejora el resultado".
- Gratitud por la pausa: Reinterpretar las esperas como regalos de tiempo inesperado
Para relaciones interpersonales:
- Escucha completa: Practicar escuchar sin interrumpir ni planificar la respuesta.
- Pausas conscientes: Contar hasta tres antes de responder en conversaciones tensas.
- Comunicación de necesidades: "Necesito un momento para procesar esto antes de responder".
