mujer preocupada con el móvil en la mano, sentada en el sofá© Getty Images

Cuando todo te enfada y no sabes por qué: consejos de una coach para controlar esta situación

Cualquier pequeño detalle nos causa malestar y la paradoja es que a veces no sabemos ni el motivo. Sonia Díaz Rois, experta en gestión de la ira, nos ayuda a comprender y a manejar este problema


16 de junio de 2025 - 7:00 CEST

Todos hemos tenido días en los que todo nos molesta, cualquier pequeño detalle nos causa malestar y la mínima chispa parece suficiente para encender la llama que nos lleva a enfadarnos. Y la paradoja es que a veces ni siquiera sabemos por qué nos sentimos así, solo notamos que estamos irascibles y nada nos sienta bien. ¿Es el estrés? ¿El cansancio acumulado? ¿Algo que no hemos procesado?

Para ti que te gusta

Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!

Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.

Este contenido es solo para suscriptores.

Suscríbete ahora para seguir leyendo.

TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE CADA MES POR ESTAR REGISTRADO.

Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.

¿Por qué en ocasiones estamos tan irritables que todo nos molesta, pero no sabemos ni siquiera los motivos? “A veces acumulamos tanto que ya no sabemos ni de dónde nos viene el malestar. Vamos en automático, apagando fuegos, sin pararnos a mirar cómo estamos de verdad. Y cuando el cuerpo y la mente están saturados, cualquier cosa puede hacernos saltar”, nos cuenta Sonia Díaz Rois, mentora, coach experta en gestión de la ira y autora de ‘Y si me enfado, ¿qué?’, quien nos hace mención a algunas de esas situaciones que pueden activar ese resorte: desde un comentario sin mala intención que interpretamos como una ofensa directa, hasta que el semáforo se ponga en rojo justo cuando vamos con prisa… o que el café queme más de lo que esperábamos.

Pararnos a observar el enfado con más detalle nos permite ver cuándo aparece, con quién, si estamos repitiendo patrones… y qué llevamos ya cargado en la mochila emocional

Sonia Díaz Rois, coach

Saber por qué nos enfadamos no siempre es fácil

“La cuestión es que no es tanto lo que pasa fuera, sino todo lo que se nos ha ido acumulando por dentro”, nos comenta, a la vez que remarca la idea de que saber por qué nos enfadamos no siempre es fácil. “El enfado se forma a partir de vivencias y experiencias muy particulares, así que es complicado meterlos a todos en el mismo saco”, indica.

En opinión de la experta, más allá de situaciones excepcionales —como una enfermedad o algo que realmente nos pone en jaque—, la mayoría podríamos identificar algunos detonantes que se repiten bastante: expectativas no cumplidas, sensación de injusticia, límites cruzados, sobrecarga interna, inseguridad, patrones aprendidos…

“Pero a partir de ahí, cada quien tiene lo suyo: qué tipo de expectativas le frustran, qué considera justo, qué límites no está dispuesto a dejar pasar y qué patrones ha ido repitiendo casi sin darse cuenta”, nos comenta.

Y en su opinión, aquí está la clave: lo que a una persona le pone de los nervios, a otra puede ni inmutarle. “Por eso es tan importante observar con curiosidad —y sin juicio— qué es eso que nos irrita. Porque ahí es donde está la información que sí nos sirve para entendernos mejor y empezar a cambiar algo”, nos explica.

Factores que influyen en la sensación de irritabilidad

Otra de las cuestiones que nos planteamos es qué factores influyen en esta sensación de malestar e irritabilidad casi permanente. Hay que tener en cuenta que el enfado no aparece porque sí. “Hay algo que no encaja, una necesidad que no está siendo atendida o una situación que nos está sobrepasando. La buena noticia —y lo que más nos ayuda a comprender— es que casi nunca hay enfados sin contexto”, nos dice.

Y es importante no quedarse buscando “enfados universales”, porque son los que menos. Lo habitual no es que nos enfade que llueva, sino todo lo que llevamos dentro cuando empieza a llover.

“Pararnos a observar el enfado con más detalle nos permite ver cuándo aparece, con quién, si estamos repitiendo patrones… y qué llevamos ya cargado en la mochila emocional. También influye —y mucho— cómo está el cuerpo: si estamos más cansados, más tensos o arrastrando preocupaciones sin resolver”, indica Sonia Díaz Rois, que apunta que cuando nos hemos levantado con el pie torcido y estamos predispuestos a tener “un mal día”, es más fácil que cualquier cosa nos saque de quicio.

A nadie le gusta estar de mal humor todo el día. Nadie se despierta pensando: ‘Hoy voy a fastidiarme el día y a estar todo el rato de morros’.

Sonia Díaz Rois, coach

¿Por qué nos cuesta identificar las causas de ese malestar?

Cuando le planteamos esta pregunta a la experta lo tiene claro: Porque no nos paramos. No nos escuchamos. “Vivimos con la atención puesta hacia fuera y con el piloto automático activado. Y así, no solo cuesta reconocer lo que sentimos, sino también entender de dónde viene. Ese malestar no aparece de golpe: se forma poco a poco, con lo que pensamos, con lo que interpretamos y con lo que acumulamos sin darnos cuenta”, indica.

Para ella, algo que puede ayudarnos a prevenir ese malestar es aprender a reconocer las emociones básicas. Esas que sentimos todos, y que nos aportan muchísima información. Pero como vamos con prisa —y muchas veces sin saber cómo gestionarlas— no nos detenemos a escucharlas ni a comprenderlas.

El cuerpo y la mente nos envían señales: sobre lo que nos asusta, lo que nos enfada, lo que nos entristece o nos desagrada. Pero si no lo gestionamos en el momento, si lo dejamos pasar, si no nos chequeamos… esa emoción pendiente puede quedarse con nosotros”, cuenta la experta, que añade que se va mezclando con pensamientos que la distorsionan y la vuelven cada vez menos clara. Y lo que era una emoción puntual se convierte en una carga emocional que se cuela en nuestro día a día sin que lo notemos. 

“Es lo que yo llamo ‘la música de ascensor’. Ese runrún mental que está sonando de fondo casi todo el día. A veces ni lo oímos con claridad, pero está: narrando lo que pasa, sacando conclusiones, emitiendo juicios. Y si ese narrador interno lo cuenta todo desde el filtro del agobio, la exigencia o la desconfianza… el cuerpo se tensa, la mente se bloquea y la irritabilidad se dispara. Porque sin darnos cuenta, acabamos atrapados en pensamientos que no resuelven nada, pero que nos hacen sentir peor”, argumenta.

Es como tener un traductor simultáneo que interpreta todo lo que pasa desde una versión más negativa o desesperanzadora. Y desde ahí, es muy difícil salir del bucle.

pareja enfadada y triste, sentada en la cama© Getty Images

Un problema que nos puede hacer sufrir

Todo esto no es un problema menor, pues la persona irritable sufre mucho, aunque, como dice la experta desde fuera no siempre se note.

“A nadie le gusta estar de mal humor todo el día. Nadie se despierta pensando: ‘Hoy voy a fastidiarme el día y a estar todo el rato de morros’. Es algo que ocurre sin querer, porque muchas veces no sabemos hacerlo de otra manera. Porque el cuerpo está saturado, la mente va a mil y la emoción se acumula sin encontrar una vía de escape”, nos cuenta.

No podemos perder de vista, además, que cuando una persona se siente irritable de forma sostenida, también aparece la culpa. Culpa por cómo contesta, por cómo se siente, por no poder evitarlo. Y eso, en lugar de aliviar, suma más malestar.

La irritabilidad constante es agotadora. Para quien la acompaña, sí, pero sobre todo para quien la vive desde dentro. Porque no es solo enfado: muchas veces es tristeza, frustración, cansancio emocional… y esa sensación de estar fallándose porque no encuentra otra forma de expresarse”, explica.

Por eso, la experta considera que es tan importante dejar de etiquetar como “gruñón” o “borde” a quien está así. Y empezar a preguntarnos —con curiosidad y sin juicio— qué está necesitando esa persona. Porque lo más probable es que lo que necesite, antes que nada, sea sentirse escuchada y comprendida.

La irritabilidad constante es agotadora. Para quien la acompaña, sí, pero sobre todo para quien la vive desde dentro

Sonia Díaz Rois, coach

Personas a las que les molesta mas todo

Hay personas con más tendencia a sentir que todo les moleste que otras, algo que suele tener mucho que ver con la rigidez, la necesidad de control, el perfeccionismo y las expectativas (especialmente cuando son altas e inflexibles).

Hay personas que viven con el listón tan alto —para ellas y para los demás— que cualquier cosa que no encaja con lo que esperaban les irrita. Otras llevan tanta carga encima que a la mínima que algo se sale del guion ya es motivo suficiente para saltar. Y también están quienes han aprendido que el enfado es la única forma de expresar que algo no va bien”, nos comenta.

Parte de una idea clara: los enfados no existen como tal, existen personas que se enfadan. Y cada una lo hace con sus motivos, su historia y su contexto. Por eso, en su opinión, más que decir “se enfada por todo”, sería más útil preguntarse qué está pasando en ese momento, qué necesidad no está siendo atendida o qué se ha activado en esa persona, de manera concreta y específica.

"Además, el enfado, muchas veces, viene con buenas intenciones. Puede que lo que haya detrás sea una necesidad de justicia, de cuidado o de sentirse tenido en cuenta. La clave está en distinguir si ese enfado está al servicio de algo importante o si se ha convertido en una respuesta automática que arrasa con todo”, nos comenta.

“Y algo que considero fundamental: no catalogues un enfado como una tontería solo porque a ti no te molestaría. Cada quien tiene sus motivos. Y lo que a uno le importa, merece al menos ser escuchado”, nos dice.

6 estrategias para salir del bucle del enfado

Cuando estamos en ese punto, ¿qué estrategias nos pueden ayudar a salir de ese bucle? Le preguntamos a la experta, que nos indica que dependerá del tipo de enfado y de lo que se haya ido acumulando. Pero, en su opinión, hay algo que siempre nos puede aportar algo de claridad:

  • Reconoce tu enfado. Pero de verdad. No vale pensar 'es que la gente me pone de los nervios', tirar balones fuera y delegar la responsabilidad en el exterior. Así no avanzamos. Porque lo único que podemos esperar es que los demás cambien, y eso no depende de uno. El enfado es tuyo. La emoción es tuya. Y como todas las emociones, trae información valiosa: sobre lo que pasa fuera, sí, pero también sobre lo que te pasa a ti por dentro.
  • Dale espacio sin juzgarlo. No se trata de pelearte con lo que sientes, sino de escucharlo con curiosidad. Las emociones son neutras. Lo que las vuelve incómodas es la historia que nos contamos mientras las sentimos. A veces el enfado viene con tristeza, miedo o decepción. Por eso, antes de intentar silenciarlo, merece la pena escucharlo con curiosidad y sin juicio.
  • Escucha al cuerpo. El enfado no solo se piensa. Se siente. Y si vas con el cuerpo en modo “apagar fuegos” todo el día, es más fácil que saltes por cualquier cosa. Cuando estamos en tensión, el cerebro interpreta que hay peligro, se activa la amígdala… y la respuesta es automática. No da tiempo a filtrar. Por eso es importante incluir pausas. Respirar. Parar.
  • Revisa lo que se repite. A veces no es solo lo que ha pasado hoy. Es todo lo que se ha ido acumulando. Esos pequeños 'da igual' que, al final, no daban igual. Si debajo del enfado hay cansancio, inseguridad o frustración y no lo miras… volverá. En otro momento, con otra persona, con más fuerza.
  • Cázate cuando estás exagerando. El enfado suele ir de la mano de pensamientos como 'nunca nadie…' o 'siempre todos…'. Y desde ahí es difícil resolver nada. Si te pillas en esas frases, para. Concreta. Cuanto más claro y específico sea tu enfado, más fácil será gestionarlo bien.
  • No siempre necesitas hablar. A veces necesitas entenderte. Antes de entrar en una conversación difícil, tómate un momento para ti. Pregúntate: '¿Qué me pasa de verdad?', '¿Qué necesito ahora?'. Si te entiendes tú primero, será mucho más fácil decir lo que sientes con claridad. Sin hacer daño. Sin tragártelo. Porque una cosa es reaccionar y otra muy distinta, responder desde un lugar más consciente.

Si ese malestar se alarga demasiado, si te sientes irritable casi todo el tiempo, si empiezas a desconectarte de las personas que te rodean, si te cuesta pensar con claridad o simplemente notas que no estás bien… entonces sí, es momento de levantar la mano

Sonia Díaz Rois, coach

Cuándo deberíamos preocuparnos si todo nos molesta

Para finalizar, le planteamos a la experta si existe un momento en el que debemos preocuparnos si sentimos que todo nos molesta, si estamos especialmente irritables. “En realidad, no hace falta esperar a que la cosa se ponga muy fea para hacer algo. Cualquier momento es bueno para empezar a revisar cómo estamos, cómo nos sentimos y qué necesitamos”, comenta.

 La autorregulación emocional no solo sirve para salir del bucle cuando estamos desbordados. También nos ayuda a prevenir: a no llegar al límite, a identificar antes los avisos del cuerpo y a gestionar antes de acumular.

 “Ahora bien, si ese malestar se alarga demasiado, si te sientes irritable casi todo el tiempo, si empiezas a desconectarte de las personas que te rodean, si te cuesta pensar con claridad o simplemente notas que no estás bien… entonces sí, es momento de levantar la mano”, apunta, añadiendo que, eso sí, no hace falta llegar al límite para pedir ayuda. “A veces, basta con notar que ya no estás bien y darte permiso para empezar a hacer algo diferente y que te aporte mayor bienestar”, concluye.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.