Tal día como hoy, hace 30 años, nos dejó Lola Flores, pero su recuerdo sigue vivo en la memoria colectiva de todo un país. Su arte, su carácter y su inconfundible voz permanecen en el corazón de quienes la admiraron y la siguen admirando. Lola, la eterna "Faraona", no solo marcó una época, sino que se convirtió en un símbolo. Su legado continúa a través de sus hijos, sus nietos y la inmensa huella que dejó en la historia de la música y la cultura española.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
En 1994, meses antes de su fallecimiento, Lola Flores concedió a ¡HOLA! una emotiva entrevista. En aquella ocasión, la acompañamos en su visita a la Virgen del Rocío, un lugar que consideraba sagrado y al que acudía con frecuencia. Aquel día, Lola acudió vestida con sus mejores galas, luciendo un traje de grandes flores multicolores, repleto de alegría y color, como su propia esencia.
"Tengo mucho que agradecer porque sé que conmigo ha hecho un milagro. Ella me ha puesto buena", nos confesó entonces. Durante los meses previos, la artista había sufrido una fuerte hinchazón en el rostro a causa de la cortisona. Fue un periodo duro, plagado de noches sin dormir, picores constantes, calambres dolorosos y una extrema debilidad física. A pesar de todo, Lola nunca perdió la fe ni la esperanza.
Gracias a un tratamiento hormonal administrado a tiempo por su médico, unido a los rezos de sus fans, familiares y amigos, logró recuperar fuerzas. “Todos pensaban que me iba a morir, pero yo sabía que no”, afirmaba con esa determinación que siempre la caracterizó.
Aquel momento, que apenas duró una veintena de días, se convirtió en una prueba de fuego para ella y para los suyos. Su energía incombustible pareció desvanecerse, y su vitalidad, aquella que encendía cada escenario, se apagó momentáneamente. Sin embargo, "la Faraona" volvió a sonreír, a caminar con soltura y a celebrar la vida como solo ella sabía hacerlo.
“Yo sé que no soy ninguna niña, que ya soy una persona mayor, pero tengo dentro la vitalidad de una mujer joven”, confesaba entre risas. Había vuelto a ser ella misma, con esa fuerza interior que la impulsaba a comerse el mundo una vez más.
Lo que nadie sabía entonces es que aquella visita a la ermita de Almonte sería la última. Un encuentro íntimo y profundamente simbólico: no para pedir, como tantas veces, sino para dar gracias. Sus lágrimas no fueron de tristeza, sino de emoción, de alivio y de devoción.
Durante la entrevista, Lola compartió también el sufrimiento emocional que le causaba ver a sus seres queridos tan afectados. Su marido, Antonio González ‘El Pescaílla’, se desvivía por ella, y su hermana Carmen lloraba a escondidas para no preocuparla. “El miedo y la tristeza de los míos al verme así, fue lo que más me dolió”, admitía.
Este testimonio, recogido por nuestra revista, es uno de los últimos grandes recuerdos de Lola. Fue una despedida no anunciada, pero cargada de sentido, amor y gratitud. Un homenaje en vida a una mujer que jamás dejó de luchar contra el cáncer de mama que le acompañó durante 20 años.
Lola Flores falleció el 16 de mayo de 1995, prácticamente un año después de aquel emotivo encuentro. Se fue por la puerta grande, con el mismo amor que la rodeó en vida y con el mismo agradecimiento por todo lo vivido. Su despedida fue, como su vida, un acto de generosidad, entrega y arte. Fuimos testigos de un día histórico tras el que dejaría un legado de música y amor que llevarían sus hijos y nietos y que se sostendría a lo largo de los años.