© SIPAUSA/ @LouisVuitton BEATRICE BORROMEO

Descubrimos la Isola Bella, la isla del Lago Maggiore, en Italia, que pertenece a Beatrice Borromeo y su familia

Los dominios de la Dama del Unicornio o cuando mi familia da nombre a unas Islas

Ghesquiere convirtió los jardines del palacio en el escenario de la colección crucero de Louis Vuitton

Criaturas acuáticas. De escamas brillantes y colores abisales. De texturas gomosas, pero también cristalinas, rígidas, y también etéreas. Abriéndose paso entre rododendros, cipreses y macizos de azaleas y con la sombra de un unicornio en mármol y bronce dorado cerniéndose sobre sus pasos. Mientras, los pavos reales albinos despliegan sus colas como grandes manteles de encaje blanco. Y el rumor del agua del gran ninfeo de piedra tras el que se esconden los Alpes se confunde con el batir de las olas en el porticello, el bastión de proa de este galeón rocoso. Es la Isola Bella. Nicolas Ghesquière utilizaba un anfiteatro en piedra y flores de los trópico para la puesta en escena de la colección crucero 2024 de Louis Vuitton, un derroche de perlas, lentejuelas, gasas, lazos y también neopreno con el que convertía a sus modelos en sofisticados tritones irisados y exquisitas sirenas contemporáneas, con aletas brillantes y espumas de seda. Pero si bien el francés recreaba con telas, cristales y volúmenes los seres que habitan las profundidades del Lago Maggiore, para la tierra firme no necesitaba nada. Todo estaba ahí. Desde el siglo XVII. Un lugar tan arrebatadoramente irreal como fantasioso. Tan profusamente barroco y extravagante como deliciosamente kitsch. La máxima expresión del amor por el lujo y la exageración. La belleza en estado… desbordante.

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Porque sobre la Isola Bella, la mediana de las islas que conforman el archipiélago Borromeo, es un lugar único, un paraíso cercano que bien podría esconderse en un recóndito rincón de otro planeta: un roquedal que se alza más de treinta hacia el cielo sobre las aguas glaciares de un lago alpino para convertirse, luego, ante nuestros ojos, en un delirante buque de guerra vestido de fiesta. O, visto de otro modo, en un baile de máscaras de carnaval disfrazado de Edén bíblico, suspendido en el tiempo desde hace cuatro siglos. En definitiva, el más bello ejemplo de jardín barroco aún existente en el mundo, un divertimento que, en 1632, Carlo III Borromeo, gobernador del Lago Maggiore y de sus tierras limítrofes, construyó para su amada Donna Isabella D’Adda en una demostración de riqueza, poder y también de amor que el arquitecto milanés Angelo Crivelli se encargó de transformar en pirámide de Babilonia con sus jardines colgantes. Necesitó de 40 años de trabajo ininterrumpido y toneladas de tierra fértil, mármol de Carrara y granito alpino para completar el sueño.

¿Y el resultado? Una hipérbole de verdes y volutas, pero elegante y controlada, en donde se juega con la sorpresa, la teatralidad, el color, el perfume… Como si al subir por la gran escalinata que da entrada al jardín y, después, al palacio -vestido de seda y entelado por Guido Reni, Tiziano, Mantegna o Rafael-, se abrieran las puertas al mundo de las hadas y los dioses lacustres. O te encontraras, así, de repente, sobre el palcoscenico della Scala, entre estatuas esculpidas por Vismara, antigüedades romanas, obeliscos, caracolas y angelitos cuerpitos rechonchos y rizos de tormenta que te saludan al pasar. Y todo, todo eso, bajo el símbolo de la familia, embravecido sobre tu cabeza con su perfil dibujado con el Mont Blanc de fondo: el unicornio, emblema de los Borromeo. La familia había edificado sobre el agua un paraje diseñado únicamente para el deleite, las fiestas, los matrimonios y los descansos. Para la eternidad. Y aquí estuvo después Montesquieu para constatar que era “el lugar más bello del mundo”. Y Napoleón y Josefina, tras su campaña por Italia convertidos en Reyes del Bel Paese, para, desde su terraza de mármol blanco y entre naranjos, azaleas y cedros del Himalaya, admirar la majestad de su reino.

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Dicen que a Carolina de Mónaco se le cortó la respiración la primera vez que sus bailarinas bicolor de Chanel tocaron la Isla. Quizás Beatrice Borromeo Marzotto, entonces, aún, prometida de su hijo menor, Pierre, no había sido especialmente concisa cuando recordaba poéticamente su niñez. “Heno, leche fresca, la guerra entre las balas de algodón... Así fue mi infancia”. Sin embargo, éste era el lugar donde la pequeña Bibi caminaba sobre el heno y… sí, distaba mucho de ser una granja como parecían evocar sus palabras. Quizás por eso, la primogénita de Rainiero y Grace no era del todo consciente de quién era la contessina Borromeo Arese Taverna, esa la muchacha que afortunadamente, taly como había dicho en petit comité, no era “una mujercita que solo anhela arreglarse y aprovechar la posición del marido”... Con rasgos de doncella de Botticelli, voz ronca, de ideas izquierdosas y revolucionarias, Beatrice descendía de una familia cuyo blasón lo ocupa el virginal caballo mitológico de cuerno rizado. Evidentemente, esbozar entonces y ahora una metáfora con Beatrice como la Dama del famoso tapiz del Museo de Cluny es más un pleonasmo que otra cosa…

Sus ancestros se remontan a seiscientos años atrás y ya, en ese punto de la Historia, escribían edictos que iban a Misa, nunca mejor dicho, porque es de una obviedad supina aclarar de quién es familiar San Carlo Borromeo… Condes, marqueses, reinas, cardenales y Papas aparecen en las ramas frondosas del árbol genealógico de Beatrice Borromeo, tan colosal como el alcanfor que plantó su bisabuelo a finales del XIX, que, aquejado de gigantismo, cubre con su sombra la balaustrada del palacio donde se refugiaron las modelos del desfile de Vuitton cuando empezó a diluviar… Aunque las señoras no estuvieran en casa… ¿Cómo? Sí, porque la isla -como todo lo que hay en ella- aún les pertenece. No es un legado perdido del pasado. Isola Madre, Isola Bella e Isola dei Pescatori forma el archipiélago que no solo lleva su nombre desde la Alta Edad Media sino que, generación tras generación, sigue estando en sus manos, las de una familia, cuyas hazañas, proezas y alianzas -con los Sforza y los Visconti- salpican los libros de texto y manuales de Historia de Italia al igual que, sus villas y palacios, los confines de Milán, Stressa, y los lagos Maggiore, Como y Garda. Y así, por los siglos de los siglos, hasta llegar a Carlo Ferdinando Borromeo Arese, conde de Arona y padre de Beatrice, que sigue siendo el dueño de esta maravilla de la naturaleza y de la intervención del hombre sobre el paisaje. Así lo dice la UNESCO, vaya.

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Cuentan que Beatrice Borromeo ama la Nutella y que esa misma afición, la de untarse un buen pegote de crema de avellanas y cacao sobre un biscotto, también la han heredado sus rubísimos hijos que parecen recién salidos de un cuadro de Fra Filippo Lippi. Y tiene gracia porque si bien ella desayunaba viendo deslizarse el agua entre los dibujos de conchas que Carlo Simonetta había diseñado para el hipogeo del palacio, Stefano y Francesco hacen lo propio ante los frescos recién descubiertos de la Casa Grimaldi en Montecarlo, tal y como contó en exclusiva HOLA hace unos semanas. Como ella, los niños no engordan ni un gramo. Pese al aporte calórico, tienen ese aire melancólico y frágil de su madre y las Vírgenes Suicidas de Coppola. Espigada, trigueña… tan sugerentemente atractiva que, hoy para la alta sociedad internacional, es como Lupita Nyongo —en ébano— para el cine: una creadora de tendencia. Tan magnífica con un vestido retro, una capa de armiño y una trenza a lo Irina Timoschenko como con una camiseta de promoción y un vaquero lavado sin planchar. Lo de Nyongo es tribal. Lo de Borromeo casi también. En su pasaporte se resume la Historia de Italia, la reciente y la anterior a que el mismo país existiera. En las líneas de puntos se concentran algunos de los apellidos más importantes y trascendentales de la historia del país y, por ende, de Europa. ¿Resumimos sin perdernos? Intentémoslo al menos.

En el siglo XIII I Borromei eran ricos comerciantes y banqueros en Florencia. De ellos, desciende el padre de Beatrice, Carlo, tercer hijo de Vitaliano Borromeo, segundo príncipe de Angera, y de Ita Taverna, hija de los condes de Landriano y dama de la Reina Margarita de Italia. Sí, la de la pizza Margheritta . O lo que es lo mismo, que por un lado desciende de San Carlos Borromeo, cardenal y arzobispo de Milán en el siglo XVI, santo chic cuanto menos siendo hijo Margarita de Medici y por otro, del senador Rinaldo Taverna, conde de Landriano y de Lavinia Boncompagni Ludovisi, hija del Príncipe Piombino. Exacto, los Ludovisi, los del mítico jardín romano de la embajada de Estados Unidos en la Ciudad Eterna, la del Palio papal de la Roma del Renacimiento y luego, de Bernini.

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Eso, por un lado. Por el de mamá, no podía haber confluido más perfectamente un linaje azul con una realeza industrial. Porque en el flanco materno tenemos otra leyenda: la casa textil Marzotto, dueños de Hugo Boss y fabricante para Gianfranco Ferre, Marlboro Classics y Missoni. También, antes de la venta a la jequesa de Qatar, del rojo Valentino y todo lo demás. Efectivamente, Il Grande Matteo Marzotto es su tío. Porque mamá es Paola. Paola Marzotto, hija de la Condesa Marta Marzotto. Aristocracia del miracolo italiano del siglo XIX y XX.

Dos número atrás, con motivo de la inauguración de una exposición fotográfica de la aristócrata italiana en la Escuela de Ingenieros de Minas de la Universidad Politécnica de Madrid, Mi Giverny, ésta confesaba a nuestra compañera Silvia Castillo su admiración por Carlos III y llamaba especialmente la atención su defensa de la Reina Camilla: “Habrá cometido errores, pero yo sé lo que es estar en la parte de la amante y lo incómodo que puede llegar a ser”. Y no era baladí. El conde Carlo Borromeo estaba casado con la modelo alemana Marion Zota cuando ambos comenzaron su historia de amor. De aquel matrimonio, nacería la hermana mayor de Beatrice, Isabella. Después, vendría Lavinia… Pero papá se enamoraría, como decimos, de Paola y fruto de esa relación, nacería Carlo. Pero… el aristócrata decidiría regresar con su esposa Zota, y en 1983 vendría al mundo Matilda.

©Ricardo Labougle/ Manuela Cacciaguerra

No cabe duda de que el corazón es salvaje y tiene razones que la razón no entiende y que es un instrumento de múltiples cuerdas… El caso es que el destino aún tendría guardado nuevos giros de guión para este triángulo amoroso y, cuando la hija pequeña del matrimonio tenía un poco más de un año, Carlo y Paola se volvieron a dar una segunda oportunidad y aquí, sí, nace Beatrice, la pequeña del clan. Un clan, pese a todas estas idas y venidas, increíblemente unido. Es normal verlos juntos en eventos familiares, compartir amigos, grandes fiestas… Todos tienen una muy fluida relación con Paola, aunque no así tanto con Zota. “Mi madre siempre nos consideró a los cinco hijos como suyos. Zota no. Es alemana. No es muy expansiva”, ha dicho Beatrice. Sea como fuere, los cinco hermanos no solo poseen una misma sangre, sino que comparten también un estilo sofisticado, una discreción casi misteriosa, una inteligencia cum laude en universidades que no se caracterizan por regalar títulos -atención malpensados- y unas relaciones sociales rubricadas con sus matrimonios que les aseguran un lugar en la cumbre del poder y las finanzas del mundo. De los Agnelli a los Fustenberg, de los Peretti a los Habsburgo y, por supuesto, los Grimaldi.

Isabella Borromeo, la hermana mayor, tuvo, durante años, a Spiros Niarchos -descendiente del famoso armador griego- suspirando por su amor, pero finalmente se casó con el magnate del petróleo italiano Ugo Brachetti Peretti, con el que tiene tres hijos. La primogénita se llama Angera, como uno de los principados de los Borromeo, un enclave conocido como Rocca Borromea di Angera donde la familia tiene un fabuloso castillo medieval en el que Isabella ofreció la primera recepción de su boda y desde el que se ve, a la perfección, el dibujo de su archipiélago privado en el agua del lago. Por supuesto, Isabella es bellísima y ha sido imagen de Emporio Armani o Pomellato, para las que ahora trabaja en el corazón de su engranaje empresarial.

Una familia de origen royal

Lavinia es diplomada en Ciencias Políticas por la Universidad de Milán, ha colaborado como estilista con la firma Trussardi y en el año 2004 contrajo matrimonio con el heredero de la familia Agnelli, y actual presidente del Grupo Fiat, John Elkann, hijo de Margheritta Agnelli (ergo, nieto dell’Avvocato y de la Princesa napolitana Marella Caracciolo) y del periodista francés Allain Elkann, en una ceremonia que se celebró en Isola Madre. La isla, la mayor de las tres, desde el siglo XVIII, es el jardín botánico del archipiélago y en el XIX, el abuelo de Beatrice, la convirtió en un extraño jardín exótico con ejemplares de Australia, la Isla de Pascua o Madagascar.

Cuatro años después del nacimiento de Lavinia, nació Carlo Borromeo, el único de los hermanos con los que Beatrice comparte padre y madre y, también, el varón de la saga. Éste estudió diseño industrial en San Francisco, pasó unos años trabajando en Nueva York y, finalmente, se instaló en Milán. Su matrimonio en 2012 con la diseñadora Marta Ferri, hija del prestigioso fotógrafo Fabrizio Ferri, ha sido el único de los cinco que no ha tenido lugar en ninguna de las Isole Borromee. Se celebraría en otra, no menos imponente ni maravillosa ni plagada de aristocracia (de la moda -Armani- y el cine -Depardieu-) pero mediterránea: Pantelleria. A la fiesta no faltaron sus grandes amigos: Andrea y Pierre Casiraghi y los hermanos Elkann, hoy, todos familia. De hecho, Carlo comparte con Pierre -y con Lapo- su pasión por la velocidad. Han llegado a ser incluso compañeros de escudería.

Tras la llegada al mundo de Carlo, llegaría Matilde, que estudió veterinaria en Milán y entroncaría, antes que Beatrice, con una familia de origen tan secular y royal como la suya. En 2011 se casó con el príncipe Antonius Von Fürstenberg, hijo del príncipe heredero Heinrich von Fürstenberg y de la princesa Milana Windisch Graetz, hermana de Hugo Windisch Graetz, marido a su vez de la archiduquesa Sofía de Habsburgo, radicadas ambas en Roma, es fácil verlas visitando anticuarios en Via di Badulari. La boda, como ocurriría después con la de Beatrice, tuvo la Isola Bella como escenario y a ella acudió toda la “pandilla”, herederas de pedigree y glamour incontestable: Marguerita Missoni, Bianca Bradolini, Eugenie Niarchos, Tatiana Santo Domingo e incluso, la española Tatiana Falcó, que, en ese momento, era novia de Tomasso Mussini.

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Beatrice Borromeo parecía resistirse a cumplir con su destino. El que parecían haberle marcado todos sus hermanos mayores. Durante años había reivindicado su formación (se licenció en Derecho y Periodismo en la Bocconi de Milán y remató con un máster en Columbia), se movía por Milán en una vespa de los 70s y trabajaba a jornada completa como redactora de información política en el diario digital Il Fatto Quotidiano, con una marcada línea editorial progresista. Sin embargo, esta apuesta por despegarse del cliché parecía complicársele –¡y de qué manera!– al enamorarse en 2008 de su compañero de facultad Pierre Casiraghi, hijo de Carolina de Mónaco y Stefano Casiraghi, o lo que es lo mismo se veía abocada a lo que estaba escrito en las estrellas: nobleza y negocios millonarios volvían a unirse de nuevo bajo una genética envidiable.

No obstante, la joven italiana ha demostrado que puede vivir con soltura en diferentes mundos sin despeinarse. Tres meses antes de protagonizar una boda real, se estrenaba en televisión su documental Lady Ndrangheta. En él contaba el importante papel de las mujeres de la mafia calabresa en el complejo entramado de drogas, asesinatos y vendettas familiares porque tras su cámara y su grabadora pasaron durante meses algunas de las matriarcas más importantes… Y no fueron pocos las que ya la consideraron la nueva Roberto Saviano, el amenazado autor de Gomorra, aunque ella, para pagarse sus estudios, había desfilado para Chanel, Roberto Cavalli, Paul Smith, Valentino o Roccobarocco… Hoy es mamá. Pero sus encuentros y conversaciones con su cuñada, Carlota Casiraghi, licenciada en literatura francesa por la Sorbona, versan sobre algo más que la comida de los niños. Aburrimiento, 0. ¿O sus bailes en el Anema e Core de Guido Lembo, en Capri, donde ‘lo dieron todo’ hace unos veranos, les dice lo contrario?

¿Se acuerdan lo que ocurría en la Magnolia de PJ Anderson cuando confluían en su historia variables inconexas tan azarosas como fortuitas e incompatabiles con la vida con efectos mariposa y teorías del caos en un mismo instante? Que llovían ranas. En el caso de la familia de Beatrice, todo es posible. Y las ranas, sí, viven a sus anchas en los estanques de las islas que llevan su apellido. Entre nenúfares rosas y jaulas doradas con exóticos pájaros del sudeste asiático.

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