Irene López, psicóloga: "Que el niño tenga un amigo imaginario no implica que haya problemas; al contrario, refleja una buena maduración cognitiva y emocional"


En la primera etapa de la infancia es muy común que los niños creen un amigo imaginario con el que comparten vivencias y situaciones y que 'integran ' en su día a día. ¿Qué nos dice ese personaje de cómo está el menor? ¿Qué implicaciones tiene y cuándo puede ser una señal de alarma?


© Anda Conmigo
2 de diciembre de 2025 - 12:42 CET

Cuando los padres descubren que su hijo está hablando con un amigo imaginario las reacciones son muy diversas, pero es frecuente que surja la duda sobre cómo actuar y sobre el papel que juega esa ser inventado en la vida del pequeño.

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Al contrario de lo que pueda parecer en un principio, cuando el niño es capaz de crear un personaje así muestra un buen grado de desarrollo y ensaya herramientas de afrontamiento ante la realidad.

Irene López es psicóloga y responsable clínica terapéutica de los centros anda CONMiGO. Hemos charlado con ella para que nos aclare la importancia y la labor del amigo imaginario en la infancia.

Los amigos imaginarios pueden convertirse en una señal de alerta cuando dejan de cumplir una función simbólica y comienzan a interferir en el bienestar o en el funcionamiento diario del niño

Irene López, psicóloga

¿Por qué aparecen los amigos imaginarios y a qué edad son más frecuentes?

Los amigos imaginarios suelen aparecer como parte del desarrollo evolutivo natural, especialmente durante los años en los que el niño consolida sus capacidades simbólicas. Son más frecuentes entre los 3 y los 7 años, etapa en la que la imaginación, la creatividad y la representación mental alcanzan un gran protagonismo en su forma de comprender el mundo. En este periodo, el niño utiliza la fantasía para dar sentido a experiencias nuevas, procesar emociones complejas y practicar roles sociales que todavía no domina en la realidad.

Desde un punto de vista clínico, estos personajes cumplen una función adaptativa: permiten al niño elaborar situaciones internas, ensayar estrategias de afrontamiento y desarrollar habilidades de regulación emocional. Su aparición no indica ningún problema; por el contrario, refleja un buen nivel de maduración cognitiva y emocional, propio de esta etapa del desarrollo.

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¿Qué papel juega el amigo imaginario en el desarrollo del niño?

Los amigos imaginarios desempeñan un papel relevante tanto en el desarrollo emocional como en el desarrollo cognitivo del niño. Desde el punto de vista emocional, funcionan como un espacio seguro donde el niño puede explorar lo que siente, organizar experiencias internas y canalizar tensiones que aún no sabe expresar de forma directa. A través de ese personaje simbólico, el niño ensaya estrategias de afrontamiento, representa situaciones que le preocupan y adquiere un mayor dominio sobre sus emociones, lo que favorece la autorregulación y la construcción de seguridad interna.

En el plano cognitivo, estos compañeros ficticios permiten al niño practicar habilidades fundamentales como la toma de perspectiva, la planificación, la resolución de problemas y la flexibilidad mental. Al inventar historias, asignar roles y simular escenarios, está entrenando procesos complejos que forman parte de las funciones ejecutivas y del pensamiento abstracto. En conjunto, los amigos imaginarios actúan como un recurso evolutivo adaptativo que impulsa la creatividad, el razonamiento social y el aprendizaje autónomo.

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¿Cuándo el hecho de tener un amigo imaginario en la infancia puede ser una señal de alerta?

Aunque los amigos imaginarios suelen ser una manifestación evolutiva totalmente normal, pueden convertirse en una señal de alerta cuando dejan de cumplir una función simbólica y comienzan a interferir en el bienestar o en el funcionamiento diario del niño. Conviene prestar atención si el niño depende de forma excesiva del personaje para afrontar actividades cotidianas, si evita relacionarse con otros niños alegando su presencia o si muestra dificultades para distinguir fantasía y realidad a edades en las que esta diferenciación debería estar consolidada (a partir de los 6-7 años).

También es relevante observar si el contenido del amigo imaginario es angustiante, amenazante o perturbador, o si su aparición coincide con cambios emocionales significativos como regresiones, aislamiento, irritabilidad marcada o un descenso en el ánimo. Cuando estos signos están presentes, lo recomendable es solicitar una valoración profesional, no para generar alarma, sino para comprender qué función está cumpliendo esa fantasía y cómo acompañar al niño de manera ajustada y segura.

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¿Cómo pueden los padres acompañar la imaginación del niño sin invalidarla de algún modo?

Los padres pueden acompañar estas experiencias desde una combinación de escucha activa, validación emocional y límites equilibrados. La clave es mostrar interés por lo que el niño cuenta, permitiendo que exprese su mundo imaginado sin ridiculizarlo ni minimizarlo, pero también sin reforzar la fantasía como si tuviera una existencia real fuera del juego. Esto ayuda a que el niño se sienta comprendido, al tiempo que mantiene una referencia firme sobre la diferencia entre imaginación y realidad.

Para no invalidar su imaginación, es útil hacer preguntas abiertas, sostener el relato sin dirigirlo y permitir que el niño marque el ritmo del juego simbólico. A la vez, la familia debe mantener ciertas normas y rutinas claras, explicando que los límites del día a día no cambian por la presencia del amigo imaginario. Este equilibrio entre respeto y contención favorece que la fantasía cumpla su función emocional sin interferir en la vida cotidiana, y permite al niño desarrollar creatividad, seguridad interna y regulación emocional.

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¿De qué manera deberían reaccionar los padres cuando descubren que su hijo está hablando en ese momento con el amigo imaginario?

Cuando un padre descubre que su hijo está hablando con un amigo imaginario, lo más adecuado es reaccionar con naturalidad, curiosidad y respeto, evitando tanto ignorarlo por completo como sobredimensionar. La idea no es reforzar la fantasía como si el personaje fuera real, pero tampoco cortarla bruscamente, ya que forma parte del desarrollo simbólico.

Es recomendable hacer preguntas abiertas y suaves (“¿qué estáis jugando?”, “¿cómo te ayuda?”, “¿qué te gusta de él?”) que permitan al niño expresarse sin sentirse juzgado. Esto ofrece información valiosa sobre sus emociones y necesidades. Al mismo tiempo, los padres deben evitar interrogatorios detallados o insistentes, ya que pueden hacer más rígido el juego o convertirlo en algo que el niño sienta que debe justificar.

Lo importante es acompañar desde la escucha y la observación, manteniendo las rutinas y límites habituales, y permitiendo que el amigo imaginario cumpla su función simbólica sin interferir en la vida cotidiana. De esta forma, el niño siente que su mundo interno es respetado, pero siempre dentro de un marco seguro y regulado

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¿En qué momento el hecho de que el niño tenga un amigo imaginario puede advertir de problemas psicológicos o de relación?

El hecho de que un niño tenga un amigo imaginario no implica automáticamente soledad ni problemas emocionales; en la mayoría de los casos es una manifestación saludable del juego simbólico. Sin embargo, puede ser un indicador de malestar cuando esta figura aparece como único refugio emocional o cuando sustituye sistemáticamente las relaciones reales con otros niños.

Conviene prestar atención si el niño recurre al amigo imaginario de forma constante para evitar situaciones sociales, sí expresa que “solo puede jugar” o “solo se siente bien” con ese personaje, o si muestra resistencia a interactuar con iguales porque prefiere permanecer en su mundo imaginado. También es relevante observar si, en paralelo, el niño presenta comportamientos asociados a soledad emocional, como aislamiento, baja autoestima, miedo intenso a la interacción social o tristeza persistente.

No se trata de que el amigo imaginario sea la causa del problema, sino de que puede convertirse en un indicador indirecto de que el niño necesita apoyo para gestionar emociones, relaciones o situaciones que le resultan difíciles. En esos casos, una valoración profesional puede ayudar a comprender el origen del malestar y ofrecer estrategias para acompañarlo de forma segura y respetuosa.

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