Este miércoles se cumple un año de la DANA de Valencia. El 29 de octubre de 2024, la peor gota fría del siglo acabó con la vida de 229 personas, 9 de ellas, menores de edad. Las lluvias torrenciales y el desbordamiento de los barrancos del Poyo, de la Saleta y Picasent arrasaron, además, varias localidades al sur de la ciudad de Valencia y, con ellas, miles de infraestructuras, incluidas viviendas y centros educativos. Pero no fue lo único. Las aguas impactaron también de lleno en la salud mental de niños y adolescentes. El informe Con barro en la mochila, que acaba de publicar Save the Children, elaborado en colaboración con la Universitat de València, aloja datos abrumadores acerca de las implicaciones psicológicas en menores.
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“Tenemos a niños y niñas muy pequeñitos con regresiones, es decir, que se pueden hacer pipí en la cama con seis años o que se han olvidado de leer con 11 años”, nos dice Rodrigo Hernández, director del centro de Save de Children de Valencia y coordinador de la respuesta de emergencias de la entidad en España.
Las regresiones son un mecanismo de defensa que tiene el psiquismo del niño para regresar a un momento en el que se sentía más seguro, tal y como nos indica Jorge Rososzka, psicólogo del Colegio Oficial de la Psicología de Valencia (COPV). Los casos de regresión tienen que con eso, con que “yo me sentía más seguro antes, cuando era más pequeño, estaba más cuidado, más protegido y no tan vulnerable, y sí se observa mucho”.
Tenemos a niños y niñas muy pequeñitos con regresiones, es decir, que se pueden hacer pipí en la cama con seis años o que se han olvidado de leer con 11 años.
“Y esto se agrava cada vez que hay lluvias: tenemos a niños y niñas con conductas disruptivas, con mutismo, con miedo a la lluvia, con pesadillas, con miedo a los sonidos fuertes, especialmente cuando hay un pitido, como la alarma que sonó aquel día o como la alarma resonó hace pocos días en Valencia”, añade Rodrigo Hernández. “Por lo tanto, la afectación en salud mental de los niños y niñas es una de las grandes preocupaciones”.
En concreto, el 30,6% de los niños menores de 11 años ha desarrollado miedo a la lluvia y a las tormentas, según el citado informe. Fobia que también está presente en mayores de esa edad (en un 11,7%). “Hace poquito volvió a llover en la Comunidad Valenciana, volvieron a sonar las alarmas y una mamá de uno de nuestros centros de protección a la infancia contaba cómo su hijo se había metido debajo de la cama directamente, al tiempo que le preguntaba a su madre ‘mamá, ¿esta vez sí perdemos la casa?, ¿va a ser otra vez todo lo mismo?’. Esto para un niño de ocho o de nueve años es una realidad, es lo que ha vivido, es lo que está en su cabeza cuando llueve y, por lo tanto, la reacción es automática”, comenta el coordinador de la respuesta de emergencias de Save the Children en España.
El miedo a la lluvia no es la única consecuencia. A todos los que enumera Rodrigo Hernández, hay que sumar otras muchas que aparecen reflejadas en el informe: muchos niños y adolescentes tienen ahora somatizaciones, problemas de alimentación, ansiedad y ataques de pánico… “Producto de la inmadurez de su aparato psíquico, lo que los niños necesitan fundamentalmente es seguridad, certezas, y este escenario de la catástrofe climática lo que ha generado es una fuerte sensación de incertidumbre, que se ha visto sustancialmente amplificada en los niños”, comenta Rososzka, que ha llevado a cabo, junto al COPV, intervenciones a menores y centros educativos de la localidad de Alacuás, una de las afectadas por la DANA. “He observado dificultades también en conciliar el sueño y mantener un adecuado descanso, en inquietud, nerviosismo, absentismo escolar, problemas de conducta…”.
Los centros educativos, clave en la recuperación de los niños
“Otro elemento son, por ejemplo, los colegios”, subraya Rodrigo Hernández. “Los colegios, lo sabemos por experiencia de 100 años de emergencias, no son solo el lugar en el que los niños aprenden matemáticas, que también, sino que son el lugar en el que los niños pueden recuperar parte de la infancia que el agua se llevó. Es el sitio en el que poder jugar con otros niños, donde pueden intercambiar sus impresiones, con su propio vocabulario, con los demás niños y niñas, amigos y amigas. Es el sitio donde los adultos podemos controlar qué afectaciones de salud mental tienen sus niños, qué afectación económica tienen las familias, cómo están…”, explica. “Y aquí, en Valencia, durante meses, muchos colegios estuvieron cerrados. Por lo tanto, reforzar las capacidades para curar también las heridas del sistema educativo”.
Por todo ello, Hernández hace hincapié en la necesidad de poner a la infancia en el centro de la respuesta y lamenta que se habla mucho de la situación en las carreteras, de los edificios… y muy poco de la infancia. “Y la infancia lo ha pasado muy mal: ha perdido todos sus espacios de socialización, ha perdido sus colegios, ha estado separada de sus amigos… Y llovía sobre mojado en este sentido, porque es una generación de niños que ya habían vivido el COVID, que ahora viven la DANA y que tienen una sensación de pesimismo, y eso se traduce en una agresividad o en un desencanto muy grande”. Por eso, insiste en que “tenemos que recuperar la infancia, tenemos que recuperar a la adolescencia, tenemos que hacer que recuperen su infancia y su juventud. Es nuestra obligación como sociedad”.
¿Cómo ayudar a los niños afectados emocionalmente o con problemas de salud mental por la Dana?
El experto de Save the Children recuerda que cada niño es un mundo y que, por tanto, es imprescindible hacer un abordaje individualizado y acompañar a cada niño y a cada niña. “Tenemos que estar pendientes de lo que les pasa porque hay manifestaciones que se pueden producir a las pocas horas de la emergencia o, a veces, se pueden producir varios meses después”, puntualiza.
“Por eso es importante el seguimiento y la formación de los docentes o los adultos significativos que estén en la vida de los niños, para que puedan observar y detectar indicadores de riesgo y poder actuar en consecuencia”, añade Rososzka. La cuestión es cómo reconocer esos indicadores si se manifiestan meses después. El psicólogo nos explica que las alteraciones en las conductas alimentarias —si dejar de comer o come en demasía—, alteraciones del sueño —tener insomnio o necesidad de dormir todo el tiempo—, irritabilidad, inestabilidad emocional, problemas de interacción social, temor a la oscuridad, a los ruidos fuertes, al agua, a la lluvia… son indicadores. “En algunos casos se pueden presentar conductas autolesivas también”, advierte. “Esos son indicadores de que hay algo que no se está elaborando adecuadamente y que requieren el apoyo y la supervisión de un profesional”.
Lo que los niños necesitan fundamentalmente es seguridad, certezas, y este escenario de la catástrofe climática lo que ha generado es una fuerte sensación de incertidumbre.
Rodrigo Hernández y Jorge Rososzka coinciden en la necesidad de seguir prestando la atención a la salud mental que niños y adolescentes precisan. “La emergencia está acabando, ya estamos en fase de reconstrucción, pero el hecho de que las calles estén limpias no significa que el barrio no permanezca en muchas vidas de niños y niñas”, señala el primero.
El psicólogo comenta que la envergadura de lo que ha pasado ha sido de tal magnitud que consideraría aventurado creer que todos los niños que requieren ayuda la hayan recibido, entre otros motivos, “porque los servicios de salud, que ya estaban colapsados antes de la DANA, lógicamente esto se ha manifestado en forma exponencial”.
“Por lo tanto, hay que continuar con este refuerzo de las capacidades, hay que continuar prestando atención a la salud mental de los niños y niñas”, insiste Hernández. “Es fundamental”. Y añade un dato muy importante a tener en cuenta: cada niño de la Comunidad Valenciana va a vivir al menos un fenómeno extremo climático al año. “Evidentemente, no serán siempre danas, eso es el extremo dentro del extremo, pero sí olas de calor, incendios, lluvias torrenciales… Cada niño, cada anciano, lo va a vivir al menos una vez al año y esto va a revivir el trauma que sufrieron durante la DANA. Por tanto, reforzar todas las capacidades de salud mental es crucial”.
Por eso es necesario estar preparado ante una eventual catástrofe climática y reforzar las capacidades de salud mental y las capacidades en protección y en educación, agilizar los trámites, dotar a las familias de recursos económicos y tener viviendas o alojamientos específicos en caso de que esto vuelva a pasar “es imprescindible porque si no, no hemos aprendido nada”.
