Día Mundial de la Salud Mental

Dra. Ana Isabel Sanz, la mejor psiquiatra de Europa: "Muchas depresiones infantiles pasan todavía hoy desapercibidas”


La psiquiatra explica cómo diferenciar la tristeza, normal en niños y adolescentes, de la depresión y qué hacer si sospechas que tu hijo la padece


Dra. Ana Isabel Sanz, psiquiatra especializada en infancia y adolescencia© Dra. Ana Isabel Sanz
10 de octubre de 2025 - 7:00 CEST

No hay que alarmarse si un niño está triste (es normal que a veces lo esté). Sí habrá que preocuparse cuando esa tristeza permanezca más de una o dos semanas y, con ella, el aislamiento, llanto, enlentecimiento, alteración del sueño y del apetito… que puedan derivar de ese estado emocional, tal y como señala, con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, este viernes 10 de octubre, la Dra. Ana Isabel Sanz, psiquiatra y psicoterapeuta especializada en trastornos afectivos, ansiedad, infancia y adolescencia (www.psicologa-psiquiatra-ipsias.com).

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Eso sí, la Dra. Sanz, que ha sido galardonada en la categoría de mejor psiquiatra en los Premios Europeos de Medicina 2024, hace hincapié en que no conviene patologizar la tristeza. También hay que prestar atención, según indica, en evitar que el niño o el adolescente la perciba como inadecuada, puesto que eso podría hacer que procurase ocultarla. Dado que “muchas depresiones infantiles pasan todavía hoy desapercibidas” y que cada vez hay más menores con problemas de salud mental, ¿cómo diferenciar la tristeza de la depresión infantil y adolescente? La psiquiatra especializada en infancia y adolescencia lo explica.

La depresión constituye uno de los problemas de salud mental más frecuentes entre los que afectan a los menores.

Dra. Ana Isabel Sanz, psiquiatra especializada en infancia y adolescencia

La tristeza es una emoción necesaria, pero ¿qué ocurre cuando está demasiado presente en el día a día del niño?

Cuando el menor deja de poder desarrollar con normalidad los distintos aspectos de su vida y si, como decía, se prolonga durante al menos 1-2 semanas, en ese caso ya no hablamos de tristeza, sino de depresión. Deja de jugar, se aisla, suele dormir mal, ve alterado su apetito, no se concentra y, por lo tanto, rinde poco en la escuela y no es raro que en determinados momentos se irrite y pueda comportarse mal.

¿Los niños pequeños pueden sufrir depresión?

Por supuesto, y además la depresión constituye uno de los problemas de salud mental más frecuentes entre los que afectan a los menores. Aunque todavía hacen falta más estudios sobre la frecuencia de la depresión en la infancia y en la adolescencia, ya existen algunas cifras que permiten hacernos idea de la relevancia de este problema emocional entre los más pequeños y en los adolescentes

Las tasas de prevalencia más aceptadas son alrededor del 4% de la población entre los 3 y los 18 años. Dado lo diverso de un período de edad tan amplio, se han hecho valoraciones en diferentes tramos, determinándose que la frecuencia de la depresión es del 1-2% en la infancia, ascendiendo al 3-8% en la adolescencia. Como se puede concluir, en absoluto es una cuestión menor, aunque la realidad indica que muchas depresiones infantiles pasan todavía hoy desapercibidas.

¿Cómo se manifiesta la depresión infantil y cómo diferenciarla de una época “triste”?

La tristeza “normal” se diferencia de la depresión por la duración, la severidad de los síntomas y el impacto sobre la vida cotidiana del niño.

La depresión tiene como síntoma principal la alteración del estado de ánimo, que puede ser tanto triste como irritable o incluso agresivo. Son frecuentes las desgana, la falta de energía y de interés por las aficiones habituales, que tampoco se disfrutan. 

El menor con depresión habla menos y verbaliza ideas pesimistas, juicios negativos sobre sí mismo, ideas de sentirse culpable y de que no existe solución para sus problemas en el futuro. A veces esa percepción desesperanzada se acompaña de deseos de morirse e incluso de planes para hacerlo. Junto a esas ideas suelen alterarse los ritmos de sueño y los de alimentación.

En el caso del adolescente, ¿cómo se manifiesta y cómo se diferencia de la tristeza?

En el adolescente aparecen también todos los síntomas ya referidos. Como rasgos diferenciales, podrían considerarse la existencia con más frecuencia de la irritabilidad, las posibles autoagresiones y los comportamientos de riesgo como el consumo de alcohol y otras drogas, la promiscuidad sexual y, por supuesto, una mayor frecuencia de ideas suicidas y de planes e intentos consumados de quitarse la vida.

© Getty Images

¿Qué factores influyen en que un niño o un adolescente desarrolle depresión?

La depresión nunca es el resultado de un único factor, sino de una compleja mezcla de factores cuyo riesgo es mayor cuanto más número de ellos confluyen. Es importante considerar los rasgos de personalidad previos del menor, en concreto, la introversión, la timidez excesiva, la percepción negativa de sí mismo, la ansiedad y la actitud de hipervigilancia, entre otros. La existencia de trastornos mentales previos -problemas de aprendizaje, trastornos de impulsividad e hiperactividad, trastornos de ansiedad- constituyen otro elemento que influye.

El inicio del consumo de drogas como alcohol y cannabis son un aspecto al que hay que mirar con mucha atención, al igual que al abuso de los dispositivos tecnológicos.

Los cambios hormonales de la adolescencia aportan otro factor de complejidad que puede dar entrada a la depresión. Los conflictos escolares como el acoso escolar, la pérdida de algún amigo, las dificultades de entendimiento con los docentes… constituyen otro puntal al que prestar atención. 

Y, por supuesto, y quizá con el mayor peso, influyen la inestabilidad familiar, las separaciones, las incongruencias en las pautas educativas, la existencia de violencia en el hogar y la falta de comunicación con los padres. La existencia de factores genéticos también es una cuestión que debe ser considerada, pero no como algo determinante, sino como una posible influencia más.

¿Qué hacer para ayudar a un niño o a un adolescente cuyo estado emocional más habitual es la tristeza?

Hablar claramente con el menor o el adolescente es la herramienta más poderosa de ayuda. No se trata de echarle un sermón ni una charla desde la posición del experto. Por el contrario, conviene buscar una situación relajada, en la que estemos compartiendo alguna actividad que permita conversar. 

Una vez que abrimos la conversación poniendo de manifiesto que percibimos su tristeza y la consideramos una reacción normal en las personas, tratemos de que él o ella tome la palabra para explicar con confianza cómo se siente y con qué lo relaciona. No interrumpamos los silencios inmediatamente, solo si la conversación se estanca, en cuyo caso intervendremos brevemente para retomar el curso de lo que se está hablando. 

Si percibimos algún bloqueo por vergüenza o porque el tema es demasiado doloroso, tratemos de echar un cable restando carga negativa a esos posibles tabúes que frenan al menor al sincerarse. Pongamos algún ejemplo en el que nos hayamos sentido avergonzados por algo similar y cómo nos ayudó vencer el pudor.

Las familias deberían ser una diana fundamental para contrarrestar la nociva influencia de la sociedad en la que vivimos.

Dra. Ana Isabel Sanz, psiquiatra especializada en infancia y adolescencia

Cuando exista un clima de confianza y comprensión y el menor haya sacado fuera todo lo que desea plantear, el adulto puede establecer un diálogo con preguntas abiertas que le ayuden a plantearse alternativas a ese estado anímico de pesimismo. Solo si el menor no encuentra la forma de empezar podemos sugerir algunas alternativas, por ejemplo: "¿Has notado que tu malestar cambie en algún momento, por ejemplo, cuando escuchas música, cuando corres…?". Y sin tomar la voz cantante le devolveremos la iniciativa para evocar o pensar en momentos que han aliviado su pena.

Este tipo de intercambios son útiles no solo en momentos agudos, sino como una práctica habitual para conocer mejor el mundo interior, las emociones, los intereses de un niño o un adolescente. No se trata de intervenciones aisladas, sino un canal de comunicación que debe cultivarse con la práctica cotidiana.

© Getty Images

Y, cuando ya hablamos de psicopatología, de depresión, ¿qué ayuda precisan?

Una vez hablado el problema con el menor y llegado con él a la conclusión de que algo importante está pasando que él no puede modificar por mucho que lo intente, conviene contactar con un especialista que haga una evaluación más detallada de la situación y valore la gravedad y qué intervención se requiere (ninguna, psicoterapia o incluso intervención química).

¿Por qué cada vez hay más problemas de salud mental en menores de edad?

Según informes técnicos, es un hecho el aumento de los problemas de salud mental en los menores de edad, y España ocupa uno de los puestos destacados en esta preocupante realidad. Como señalé en mi libro El malestar emocional infanto-juvenil tras la pandemia (VisiónNet, 2024), la experiencia vivida durante el año 2020 con el encerramiento y el temor a los efectos del virus causante de este desastre social y sanitario han dejado huellas en la salud de la infancia y en la adolescencia que estamos viviendo aún hoy, tres años después de darse por terminada la emergencia mundial. Trastornos de ansiedad, depresión, trastornos de alimentación, trastornos obsesivos, autolesiones y suicidio se han disparado por lo que implicó el temor a un agente mortal y por los efectos del aislamiento.

El impacto del abuso de las pantallas, la adicción a las mismas y la distribución de contenidos insanos a través de las redes sociales constituyen otro factor evidente en el empeoramiento de la situación emocional de nuestros menores. La violencia en los colegios y el acoso a través de los dispositivos tecnológicos son otro frente que aporta un importante daño a los menores, tanto a los acosados como a los acosadores.

Las familias deberían ser una diana fundamental para contrarrestar la nociva influencia de la sociedad en la que vivimos. Padres y madres están preocupados, pero no siempre entienden hasta qué punto son decisivos para contrarrestar los venenos sociales. ¿Cuántas horas dedican a escuchar a sus hijos, a mostrarles otra forma de divertirse, a compartir tiempo “no digital” con ellos? No podemos taparnos los ojos ante la realidad, pero sí aprender a manejarla y afrontarla de una forma diferente, crítica, rebelde y transformadora.

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