© AdobeStock Depresión en niños y adolescentes. Claves de detección y síntomas.

Salud

Estas son las claves y los síntomas para detectar si tu hijo tiene depresión

Los padres podemos llegar a no darnos cuenta, pero hay síntomas claros de que algo no va bien, como la pérdida de higiene o el aislamiento social.

Hace apenas un par de semanas salían a la luz cifras escalofriantes: el suicidio se ha convertido ya en la primera causa de muerte en los jóvenes y adolescentes de nuestro país , concretamente, en el grupo de población que va desde los 15 a los 29 años. Una causa que ya se sitúa por delante de los accidentes de tráfico y enfermedades como el cáncer . Y otras dos cifras preocupantes: casi 46.000 adolescentes se suicidan cada año en el mundo y uno de cada siete tiene un problema mental diagnosticado. UNICEF acaba de publicar su último informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021, donde recoge este tipo de datos, y el panorama actual es desalentador.

La pandemia no ha hecho más que aumentarlos, duplicando las cifras de depresión en niños y adolescentes comparadas con la época anterior. ¿Lo peor? Que es un problema que también afecta al resto de la población y que, por lo general, suele ser silencioso. Los hospitales aseguran estar desbordados para atender los casos de salud mental en menores y los padres no saben ni cómo detectarla ni cómo hacerle frente. Por ello, hemos querido hablar con Amalia Gordóvil, profesora colaboradora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), para que nos explique cuáles son esos síntomas con los que podemos prevenir la depresión (sí, se puede) y cuáles son los errores que podemos cometer ante ella.

Señales que dan la voz de alarma

Como nos explica Amalia Gordóvil, “la depresión se puede prevenir y también tratar”, pero, para ello, hay que percatarse de algunas señales que pueden dar a los padres lo que ella llama “la voz de alarma”. Son, sobre todo, cambios en el estado de ánimo de un joven o adolescente, más allá de los que son habituales en esta etapa. Por ejemplo, nos explica la experta:

  • Que un adolescente se aísle no solo de sus padres, sino también de sus amigos.
  • Que pierda el interés por actividades que antes le gustaban y practicaba con ganas e interés.
  • Que se muestre más irritable de lo normal en entornos que antes disfrutaba.
  • Que pierda su higiene personal habitual y su rutina de autocuidado.
  • Puede producirse también una bajada de desempeño académico, no necesariamente tiene que abandonar las clases.
  • Y que llegue a desarrollar lo que conocemos como “conductas de riesgo”, que pueden ser tanto sexuales, como delictivas o el abuso de algunas sustancias.

La depresión, no podemos olvidarnos, es un trastorno mental que afecta al estado anímico de la persona que lo padece. Por eso, sentimientos como la tristeza, la irritabilidad o la frustración “suelen interferir en el día a día de la persona y durante bastante tiempo, lo que dificulta su vida personal, social, escolar y laboral”.

Cuándo no es demasiado tarde para darse cuenta

Muchos expertos aseguran, como nos dice la psicóloga y profesora, que “la depresión puede diagnosticarse ya desde la infancia”, pero la realidad es que hay una etapa especialmente vulnerable: la adolescencia. “Se trata de un periodo en el que el desarrollo personal sano pasa por una crisis de identidad en el que se buscan modelos de referencia más allá de los que ya se tienen por parte de la familia”, nos dice. Sin embargo, esto no quiere decir que se pueda trabajar ya desde la infancia en reducir estos riesgos. Pero, ¿en qué consiste este trabajo?

Fundamentalmente, nos dice la experta, “en conseguir crear un clima de confianza y comunicación en casa sobre las emociones que se sienten, en el que se puedan expresar todos los miedos y en el que se ofrezcan modelos saludables de cómo afrontar las dificultades que nos vamos encontrando”. Para ello, advierte Amalia Gordóvil, “los padres deben cuidar su propia salud mental para convertirse en esos modelos saludables”. Ya se sabe, en la infancia, hay que predicar con el ejemplo . Muchos estudios señalan como factores de riesgo a los propios padres, “como que algún miembro de la familia consuma sustancias, tengan depresión o dificultades para relacionarse entre ellos, sufrir maltrato o vivir situaciones de estrés agudo o sostenido; el acoso o los abusos son un ejemplo de ello”.

Los errores más comunes que cometen los padres

Como hemos visto, advertirlo a tiempo es clave, porque hay muchos casos de depresión que no son detectados y, por lo tanto, no se tratan. La consecuencia más grave de esto, como refiere nuestra experta, “es que la persona no reciba las herramientas necesarias para gestionar todas esas emociones que aparecen y, por lo tanto, llegan los pensamientos de suicidio que hemos visto en aumento al inicio”. Pero también hay otras secuelas:

  • Padecer depresión en la vida adulta.
  • Una baja autoestima que puede conducir al desarrollo de relaciones tóxicas y dependientes.
  • Sentimientos profundos de incapacidad.
  • Desarrollo de otras patologías mentales.

Para evitar estas terribles consecuencias, ya hemos visto que la comunicación y la confianza son vitales, convirtiéndose los padres en ejemplos ante las situaciones estresantes, siempre de forma saludable. Por último, tres son los errores que Amalia Gordóvil nos señala como principales y muy claros:

  1. Por ejemplo, si tus hijos te ven que, ante un mal día en el trabajo, te quejas y te sirves una copa en casa para olvidarlo. En este caso, “les transmites que la regulación emocional pasa por el uso de sustancias”.
  2. Invalidamos las emociones de los hijos con mensajes como “esto que te pasa no es nada” o “yo a tu edad no tenía esas tonterías en la cabeza”. Con esto solo transmitimos que sentir algunas emociones, no solo no son correctas, sino que no se les da el acompañamiento oportuno. Si te lo cuentan, es porque necesitan un guía.
  3. Otros dos mensajes importantes que podemos expresarles con palabras o con actos: “no eres capaz” o “no eres suficiente”. Un hecho derivado de la sobreprotección que tenemos los padres actuales y desde la exigencia que proyectamos en ellos.
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