Tú que llegas con el frío y las noches largas, que llenas de luces las calles, de lumbre las almas, que te acompañan la nostalgia y la alegría a partes iguales. Tú que nos invades de golpe, aunque seas esperada, y nos sorprendes ciegos de rutina con los ojos aún cargados de verano. Y nos planteas la vida, acaso su sentido.
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“Te quiero cuando vistes mi mesa y mi casa de bolas doradas, me cubres con tu manto de nieve y hueles a pino y madera. Te odio cuando evocas a aquellos que se fueron”
Tú, siempre tú, que nos haces echar de menos y llegar a perdonar. Musa de la infancia, sosiego en la madurez. Tú que arribas a la playa a pesar de pandemias, guerras y condiciones humanas. Alcanzas al solitario, al afligido, al feliz y al exaltado con tu abanico de mensajes y emociones.
Tú que traes la familia de una mano y la soledad de otra. Que impregnas de música las casas, las plazas y los supermercados y de oración los templos. Que te metes por nuestros poros, y te mezclas con la sangre que corre por las venas mientras gritamos al feliz unísono tu nombre y admiramos cuando entras por nuestra puerta tan bonita con tu vestido de recuerdos.
Bendito el instante en que envuelves nuestra existencia en papel de regalo y nos haces por un momento tender la mano durante tu caminar ante la injusticia y la miseria del otro.
Te quiero cuando vistes mi mesa y mi casa de bolas doradas, me cubres con tu manto de nieve y hueles a pino y madera. Y te odio cuando evocas a aquellos que no están y se fueron. Qué difícil te presentas a veces aunque anhele seguir por oriente tu estrella, y no desear que pases de largo mi puerta.
“Tú que te vas con el año, para volver el siguiente, que el espíritu del que haces gala nos impregne a pesar de lo amargo que resulta el camino en ocasiones; y que sigamos brindando por el ‘eso que me llevo’”
Que este año tu nombre en latín, Nativitatis, abrace su significado profundo de nacimiento y que seamos capaces nosotros, los de a pie, de emociones cubiertas de carne y hueso, de alumbrar nuevos comienzos. Intenciones de oro, incienso y mirra. Porque llevas a tu vera la inocencia de antaño, los niños que fuimos, mientras repetimos la palabra ilusión como mantra que abandera tu reino.
Tú que te vas con el año, para volver el siguiente, que el espíritu del que haces gala nos impregne a pesar de lo amargo que resulta el camino en ocasiones; que brindemos por el “eso que me llevo” y bebamos tu antídoto de aquello que llaman amor aunque a veces duela.
Tú ahora, tú siempre. Tú: Navidad.