Corría el año 1983. Con la resaca del Mundial y con el susto aún en el cuerpo tras aquel “Quieto todo el mundo”, en la voz aguardentosa de Tejero y el sonido sordo de su TCol disparando al techo. Una bala que marcaba el techo del congreso y de la Historia de España para siempre. Parecía que, poco a poco y si nos dejaban, podíamos ir dejando atrás el color sepia del pasado, aunque en las esquinas siguiera incluso acercándose al gris marengo. Pero mientras, en un plano paralelo, como el de Strangers Things, todo iba muuuucho más deprisa. Como si hubiera habido una descarga eléctrica. Un cortocircuito con el que, a medida que se subía el voltaje, nacían nuevas y extrañas especies de artistas, cantantes, cineastas, galeristas o socialités que, con conexiones cerebrales alternativas, hacían uso de su libertad. Y no siempre para darse al destape… Que sí. O que también.
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Seres fuera de la norma. De la norma de Madrid, pero también de Buenos Aires, Milán, Berlín, París o Nueva York, lo que pasaba es que en un Madrid tan de chaqueta de pana marrón caldero, el pelaje multicolor de las raras se notaba mucho más. Un Fabio McNamara cruzando la Castellana, por ejemplo, merecía un reportaje de Félix Rodríguez de la Fuente en El Hombre y La Tierra. ¿El águila aquella con el venado en las garras? Peccata minuta en comparación. Y a decir verdad, tampoco habría sido tan extraño verlo emerger entre el humo de los puros de La Clave de Balbín, con sus piezas mínimas de corsetería y sus pelucas maxi.
Porque en la tele, las raras, como en la invasión de los ultracuerpos, crecían como las malas hierbas. Ahora bien, ¿fuera de un plató, de una disco, de una galería de arte, de una habitación de hotel (de 5 estrellas), de un speak easy… Es decir, fuera de un microcosmos acotado? Le habrían tirado piedras. Que también se las habrían tirado en Londres o en Nueva York, cierto, pero no en una arteria del tipo de la Castellana esquina Ayala. Pero ¿y qué pasó en ese 1983 para que hubiera un antes y un después, que es obviamente así como comenzábamos esta crónica? Pues bien, un hecho que quizás pasó inadvertido para el 99,999 periodo de la población pero que, sin embargo, certificó la llegada de la modernidad de España y que dio carta de naturaleza y pasaporte a todos especímenes apátridas sin bandera . Y ese hito, aún olvidado, fue la llegada de Andy Warhol a Madrid. Olvidado, pero hasta hoy.
El documental Warhol-Vijande: Más que Pistolas, Cuchillos y Cruces, dirigido por Sebastián Galán, nació para eso. Para hacer justicia. A un momento que da sentido al que vivimos hoy y a su artífice, Fernando Vijande, un dandy de las artes, de clavel en la solapa y maneras aristocráticas, cuya desaparición y muerte supuso también la desaparición de la Movida. Porque si los periodistas nos preguntamos siempre qué pasó para que la movida se desvaneciera como el humo de un cigarro en un huracán, la respuesta era ésta. La que nos da la protagonista indiscutible de ese tiempo, suma sacerdotisa de la modernidad fuera del tiempo y espacio, una adelantada a todo, Alaska. Y ésa es su sentencia: “Todo terminó con la muerte de Fernando”.
Ocurrió en 1986 y no sólo truncó el proyecto de llevar a los artistas españoles como Las Costus a Nueva York sino que paralizó todo lo que eso podía significar para España y la idea que había en el mundo del país de la pandereta, el crucifijo, la peineta y la pistola. También la proyección internacional de un fenómeno más profundo que, gracias a él —y los medios, no nos quitemos importancia— había trascendido nuestras fronteras aunque hoy sea sinónimo de “parranda en la calle” porque se quedó en la superficie. Fernando Vijande fue uno de los padres de la transición cultural, de la movida, de la memoria intelectual de España y sin embargo, su figura no ha sido reivindicada. Era el momento de hacerlo.
Esa es la gran espina que tiene su hijo Rodrigo Navía-Osorio Vijande, presidente de la Fundación Suñol Soler y marqués de Santa Cruz del Marcenado con quien hablamos para este reportaje. Esa que que había que sacarse con la piel ya anestesiada por el tiempo y las pinzas de la perspectiva, o lo que es lo mismo, con la sabiduría que de la experiencia por haber vivido. No con nostalgia, sí con rigor. “Mi padre era nieto de un indiano, hablaba cinco idiomas y tenía mucho mundo. Pero sobre todo... era un visionario". De hecho, Warhol pudo ser la gota que colmó el vaso del Pop Art, pero Vijande fue el arquitecto de ese recipiente capaz de ver el arte en los lugares menos obvios (para el momento) y darse cuenta de su capacidad transformadora. No en vano, en 1980 fue el responsable de la exposición New Images from Spain en el Museo Guggenheim, el primer gran escaparate de la modernidad española en la Gran Manzana.
Porque Warhol y Vijande podrían parecer el día y la noche —y, a lo mejor, lo eran—, pero Vijande vio en él el puente perfecto para hacer cruzar su visión experimental y efervescente de lo que estaba ocurriendo en España al otro lado del planeta donde Warhol era el catalizador de lo último de lo último. Capaz de escandalizar y fascinar a la sociedad bienpensante norteamericana a golpe de retrato de plátano o de pene. Que hablando de penes, Vijande, un año antes, ya se había traído a Mapplethorpe a su galería/garaje en Núñez de Balboa, heredera de su otro proyecto revolucionario a pachas con Gloria Kirby, la Vandrés, por donde pasaron jóvenes talentos desconocidos como Antoni Muntadas, Guillermo Pérez Villalta, Darío Villalba, Zush, Luis Gordillo o Allan Kaprow y Charlotte Moorma y que hoy, al menos veinte, han sido premios nacionales de artes plásticas.
El caso es que la galería Fernando Vijande sería la primera en acoger una exposición de Warhol retrospectiva. En Madrid y en Europa. Y la cosa no quedó ahí, sino que Warhol, que anduvo vestido de negro por Madrid varios días (9 para ser exactos), también participó —por decir que estuvo presente de alguna manera—, en diversas fiestas y cenas con la jet set madrileña. Las mansiones de los March y los Hachuel en Puerta de Hierro así como el Hotel Villamagna en la Castellana le sirvieron de coto privado de caza para sus polaroids.
Alaska estuvo allí. A ella la retrató también entonces Christopher Makos, el mítico fotógrafo/notario de la Factory que acompañó a Warhol en aquel viaje mesiánico al igual que, un año antes, lo había hecho Mapplethorpe apretando el obturador de su reflex. Y esa instantánea es arte y testimonio. De hecho, se expone hoy en el Reina Sofía. La de “Absolutamente” formaba parte de aquel coro griego de superstars con los que al Papa del Pop se quedó atónito porque era de lo más variopinto, random y florido: de Ana García Obregón a Pitita Ridruejo pasando por Isabel Preysler, Mila Ximenez, Almodóvar, Agatha Ruiz de la Prada, Jacobo Martínez de Irujo y María Eugenia Fernández de Castro o Fabio McNamara.
Y con el documental de Galán ahora ha regresado a Pittsburg. Y a Nueva York. A la sede de la Factory, de la revista Interview y ha entrevistado a Bob Colacello, la mano derecha de aquel genio que, en vez de patearse los pasillos de El Prado se quedó en la tienda de souvenirs y comprarse una postal de Zurbarán, que prefirió ver Chinchón y Toledo desde la ventanilla del coche y que de una sesión de flamenco, lo que más le interesó fue ponerse ciego de las pastas de té de Mallorca. Un hombre para el que el éxtasis duraba dos minutos, los mismos que la fama. Para la prensa de entonces, aquel tipo de pelo bicolor y rosácea era “un extraterrestre”. Para Alaska fue, en cambio, “como si Dios nos hubiera venido a ver”.
O sea, como una epifanía feliz
Alaska: Pues yo, como era muy huraña y además estaba en mi momento casi posadolescente, estaba enfadada como una mona porque todo el mundo decía que le interesaba Warhol cuando yo sabía que no les interesaba nada (risas).
Porque era tuyo. Solo tuyo. (risas)
A: Claro. Me pertenecía (risas)
Pero estabas allí. Y estabas y habló contigo. Y te dijo que eras una superstar… como a Fabio…
A: Pero en ese momento no lo piensas porque si lo haces, no podrías ni cantar. "Warhol me está haciendo fotos, Warhol me está viendo. Estoy delante de una de las personas más importantes para mí de la vida…” porque para mi Warhol no es un pintor, es una filosofía. Es una filosofía total. Es premoderno, o sea, lo inventó todo. Ese mundo digital que vivimos ahora de los selfies, de los influencers, de todo, eso es puro warholiano.
La fama de un minuto.
A: Exactamente. Yo lamento mucho que él no haya podido vivir esto porque estaría fascinado haciendo Instagram y TikTok y todo lo que fuera lo último.
Pero fíjate que en todas las fotos Warhol parece un hombre super retraído, que está ausente, que siendo el protagonista, parece que la fiesta no va con él. Todo lo contrario a Vijande que es el epítome del anfitrión a la vieja usanza.
A: Dos universos completamente distintos, sí. Pero bueno, Warhol hizo lo que todas la raras para sobrevivir. Warhol sobrevivió inventándose un personaje, un personaje que ya sabías que no te iba a hablar, con lo cual, tampoco hacías por hablarle. Se sabía que Warhol no hablaba con la gente. Luego era un tío encantador. Pero él creaba esta distancia también porque él era muy mirón, él era un voyeur. Si tú quieres mirar y todo el rato la gente te está hablando o está interactuando contigo, tú ya no puedes mirar. Él se creó esta distancia, creó ese personaje, para cambiar el foco.
Las fotos de aquel viaje son tan random… Isabel Preysler, Pitita, tú… por citar tres ejemplos de melenas totalmente diferentes.
A: (risas) Pero eso era Madrid. Nosotros conocíamos a todos. Yo tuve la suerte, desde el principio, de ir a los premios Naranja y Limón, de ir a Caliente y Frío. Yo conocía a Pitita y a Concha Velasco-Piquer. Las modernas conocíamos a mucha gente fuera de lo que se supone que debíamos conocer.
Ese universo debió de ser una fascinación para Warhol.
A: Una locura. Lo que le gustaba a él. Ver a la moderna de turno con la marquesa de turno.
Y 40 años de aquello, te encuentras con Bob Colacello… y le entrevistas para el documental
A: Y no sé ni cómo me he atrevido. Yo, si yo llego a pensar, no lo hago. Así que, antes de pensarlo, me tiré a la piscina. Y ya lo sabes tú, cuando haces una entrevista, al final, redactas ¿32 líneas? Pero para ti se quedan la dos horas que has estado hablando con persona y todo lo que te ha contado. Hay tantas horas grabadas para el documental que son increíbles… Y esas horas las he vivido y las he escuchado y también me han servido para hacer en mi cabeza una imagen exactamente de lo que pasó, de lo que pasaba por la cabeza de Warhol cuando vino a España.
Para poner en orden tus sensaciones de aquel momento, no?
A: Es que yo era muy joven...Pero fíjate que más allá de Warhol, poder hacer un documental para que la gente sepa quién es Fernando Vijande me ha presido increíble. Porque este señor, ya en los 70, era un agitador cultural de esta ciudad, un tío cosmopolita, culto, guapo, encantador, que se mezclaba con todo el mundo. Entre sus artistas, hay como dos docenas de premios nacionales. Era un visionario. Traer a Mapplethorpe a Madrid en el 82… Imagínate. O sea, yo tener mi catálogo firmado. Hay una foto en el Reina Sofía donde estoy yo, estoy así con el pelo rojo inclinada y me está firmando el catálogo Mapplethorpe, esa foto está ahí.
Lo sé… Olvi, nunca te lo he preguntado, pero a ti eso te… ¿no te tiembla las canillas cuando de repente echas la mirada atrás y dices ‘jod* es que ésa soy yo”...
A: No. Tú piensas en la maravilla que ha sido poder vivir eso, porque son como pequeñas reafirmaciones de: "Oye, mira, he elegido la vida que quiero llevar, he elegido mis referentes y luego he conocido a mis referentes y los he disfrutado." Pero no puedo pensar eso porque no viviría.
Y que tú tampoco eres nada nostálgica.
A: No. No lo soy. Porque yo ya lo viví, no puedo volver a vivirlo. Lo recuerdo, me encanta, fenomenal, pero...
¿Qué pesadez?
A: No no, pesadez no. (risas) Es normal y entiendo que la gente me lo pregunte. Pero una cosa es recordar, que vale, y otra muy distinta es quedarte enganchada a eso.
¿Cómo es posible que nadie sepa de este momento, Alaska?
A: Porque esas cosas pasan. Si tú sí lo sabías, no es que seas tampoco un privilegiado… Es que forma parte de lo que te interesa. Seguro que hay un montón de cosas y de documentales que se están haciendo ahora mismo sobre grandes hitos en la historia cultural de España que tú y yo ignoramos. Porque esos artistas ni nos han gustado ni nos han influido ni nada. Hemos elegido un poco nuestro camino.
¿Cómo llegas tu a la galería de Fernando Vijande?
A: Yo llegué a Vandrés primero, como fan, como niña que tiene interés por la cultura. Y de repente descubres que entre todas las galerías que hay, hay una que es más especial, porque el señor es más guapo, más simpático, porque no te miran mal cuando entras con tu cazadora de cuero y tus amigos, y porque de repente descubres un artista que te gusta, que es Guillermo Pérez Villalta, y que acaba siendo tu amigo. Es decir, tú ibas a Rock-Ola al concierto, ibas a la galería y luego a tomarte una caña. Lo descubrí porque era un reducto.
Era un reducto de las cuatro raras que éramos, que nos interesaba eso y que además nos interesaba la música y nos interesaba el cine. Y éramos un poco los mismos. O sea, la misma gente que había en una expo de Fernando, luego estaba en el concierto, en la peli de Pedro -Almodóvar- y en el rastro buscando una chupa de cuerpo. O sea, era un mundo muy pequeño, pero que empezó a influir mucho. La gente empezó a ver que eso era un reflejo también del cambio. No de un cambio politizado rollo canción protesta. No. Un cambio más divertido, más abierto, más...
Más frívolo.
A: O más diverso. Y sobre todo, divertido. Que iban las dos cosas de la mano porque en la diversidad entraba todo y nadie te cuestionaba tanto. Es verdad que la España a la que llegué era muy distinta al México de mi infancia, pero España cambió muy rápido. Yo crecí con ese cambio, y eso fue lo maravilloso. A lo mejor, si tienes otra edad, lo ves distinto, pero yo iba creciendo a la vez que el país iba cambiando. Lo hicimos a la vez.
Y tuviste la suerte de encontrarte con otros iguales que tú...
A: Las raras nos encontramos entre nosotras, ¿no te parece? (risas)Tenemos como un radar. Pasó entre las prerrafaelitas en Londres en el XIX, en el Nueva York de los 70… Las raras sabemos cómo encontrarnos y arroparnos unas a otras.
Y el mundo es siempre hostil para las raras… ya sea en Madrid, Londres o Nueva York.
A: La diferencia está en qué dice la ley. Cuando nosotros éramos pequeños, la ley decía que si nosotros nos metíamos en algún lío, los culpables éramos nosotros.
Vagos, maleantes, gentes de mal vivir…
A: Hoy la ley dice: “vamos a ver cuál es el lío, que a usted lo han insultado”. Antes, podías ir a una comisaría porque te habían pegado o insultado y lo fácil era que te dijeran: "Muy bien, te está bien empleado por ir con esas pintas o por ser maricón o por lo que sea." El mundo no cambia porque los humanos somos lo que somos. Pero es verdad que tener la ley de tu lado te da unos argumentos y una defensa. Eso no quiere decir que mañana no salgas y hay un imbécil que te pegue. Puede ocurrir. Y ocurre. Pero hoy puedes defenderte. Eso es lo que cambia.
Pero fíjate que, para mí, echando la mirada a 1983 y viendo ese universo tan libre que vivías tú, hoy todo me parece mucho más políticamente correcto, más mojigato e incluso, gris y conservador ¿había mucha más luz o es una impresión mía?
A: Creo que te estás fijando en un momento de la Historia, en un sitio concreto, con una gente muy concreta, pero en el 82, 83... era todo un horror (risas). Tampoco es verdad eso de que anduviéramos como en cárcel franquista, que la gente joven tiene una idea de que el 83 era como el 43, para nada… y luego, ¿esa sensación de libertad? Sí, la había pero yo creo que por pura cosa naïf. Tú hacías tu programa, hacías tu artículo, hacías una canción, dabas un concierto y… no pasaba nada. O al menos, no tenía esa repercusión que tiene todo hoy en día con lo digital, que durante 24 horas se crucifican y luego se les olvida todo el otro mundo.
Pero precisamente por eso. Hay entrevistas, hay programas de televisión, hay películas que hoy por hoy no se podrían hacer.
A: Eso es cierto. No se podrían hacer. Pepi, Luci, Bom… no se podría hacer. Pero La Edad de Oro, tampoco. Y a lo mejor... La Bola de Cristal, menos. Pero quizás si alguien hubiera mirado las audiencias de esos programas, que entonces eso no existía, tampoco se habrían hecho… hoy por hoy, cuando algo funciona, se acaba también la moralidad. Quiero decir que si algo funciona, se va a ver. Ahora bien, siempre habrá cafres.
La existencia de cafres es lo que da sentido a esa segunda parte del título del documental más allá de los dos puntos: Más que Pistolas, Cuchillos y Cruces. Cafres en los dos lados del océano y este choque de realidades no solo desmanteló los prejuicios sino que creó un nuevo mapa cultural en el que España, supuestamente tan gris, en ciertos aspectos era más intrépida y atrevida que la de hoy y que los estados unidos de entonces y de ahora.
Una declaración de intenciones reflejo de la visión que, desde la Factory de Nueva York, se tenía de la España recién salida del franquismo: una nación arquetípica, oscura y con una iconografía violenta y religiosa. Sin embargo, bajo esa apariencia frágil, hervía una efervescencia cultural "contradictoria", fruto de 40 años sin libertad, y cuando se empezaron a derribar esas barreras fue como si los astros se alinearan. De eso hablamos con Sebastián Galan, director del documental y Rodrigo Navia-Osorio Vijande, hijo de Fernando.
Y de repente, una España que parecía muy oscura, se nos presenta como culturalmente hablando super efervescente (e interesante)
Sebastián Galán: Y yo te diría que…contradictoria.
Pero ¿hasta qué punto cualquier tiempo pasado fue mejor?
S.G: Claramente no fue así, no fue mejor, porque si construimos, fue a partir de pasado. Lo que pasa es que la idea que nos nace ahora es un “Qué libres eran." No es que fueran libres, es que, como se habían vivido 40 años de dictadura, romper, era más fácil; ser transgresor era más fácil; romper la norma era más fácil porque… había muchas normas que abatir (risas) Y luego ocurría que, una vez saltada la valla, como que ya estaba todo hecho, que ya se había acabado tu función.
Un gran ejemplo fue La Edad de Oro. Primero se necesitaba un revulsivo en televisión, pero cuando el revulsivo estuvo dos años en antena, lo quitaron los mismos que lo habían puesto. Creo que cuando las cosas están por construir, hay muchas formas de colarte. Lo difícil viene luego, cuando hay que mantenerse. Por contra, hoy, la globalización nos está haciendo ver que casi todo es igual. Pero creo que el underground sigue existiendo, que se siguen haciendo cosas interesantes pero que ese mainstream pronto se asume en el circuito más estereotipado. Otro ejemplo claro es Samantha Hudson, que empezó muy joven, muy indie... Y ahora de repente es mainstream. Lo mismo pasó ahí con Alaska, con Fabio, con Almodóvar. Hubo ahí una generación potente que rompió reglas y luego, se asumieron. Pero ellos siguen ahí, y ellos siguen siendo libres.
Todos estaban conectados, además
S.G: O no tanto, pero la historia nos da esa percepción… Creo que ellos eran conscientes de que se estaban haciendo cosas distintas, pero ninguno imaginaba dónde iba a llegar. Creo que nunca somos conscientes de que vivimos momentos históricos, ¿no? Vivimos y ya.
Ya… pero Mapplethorpe, Warhol… en Madrid en el 82… ¿Ves esas imágenes y dices “Qué aburrimiento todo, qué nos ha pasado…"?
Rodrigo Navia-Osorio Vijande: Tienes la sensación de que ya no hay barreras que romper (risas). Pero en aquel momento sí rompimos muchas… o también puede ser que nos cortemos a la hora de hacer nada…
¿Que nos autocensuramos o somos más conservadores o conservacionistas?
R. N-O: Nos autocensuramos en mi opinión. Porque tú antes podías contarle a la gente tu punto de vista y se aceptaban los puntos de vista divergentes. Pero estamos llegando a un momento en el que no se acepta la divergencia: "estás conmigo o estás contra mí". Y el que falte esa capacidad de diálogo, esa capacidad de entendernos, un poco envenena el debate. Creo que también estas cosas funcionan porque se permite el anonimato y se permite que mucha gente insulte.
Ver a Fabio a finales de los 70 caminando por Madrid debía de ser un espectáculo pero el “vamos a tirarle huevos a las travestis” era una forma de diversión. La diversión de la noche. Y pasaba mucho. Recuerdo una vez debajo del puente de Juan Bravo, haber pasado con el coche y ver cómo de otro coche se bajaban unos a tirarle de todo a un travesti. Que había hecho el esfuerzo de ir divina a esas horas de la mañana y se lo pagaron humillándola. Y eso pasaba. Y pasaba mucho.
Pasaba en todas partes, también…
R N-O: Sí, en todas partes, menos en lugares donde las libertades sí existían mágicamente. Mi padre construyó lo que llamamos ahora “lugares seguros” para un tipo de gente y una generación donde cabían aristócratas, punkies, modernos, pensadores de la antigua escuela... Y allí no pasaba nada. Alaska siempre ha contado que ella se llevaba más de una pedrada en un concierto y que le han tirado 20 millones de cosas, en Fernando Vijande eso no ocurría.
¿Tu padre era un visionario, un provocador, un mecenas?
R N-O: Era todo. Y lo que más ilusión me ha hecho de todo este proceso ha sido rescatar su figura del olvido.
S.G: El paso del tiempo ha sido muy injusto con él y lo ha enterrado bastante. Entonces, este documental tenía varias razones de ser. Una, mostrar la visita de Warhol; dos, contar cómo este país había cambiado, cómo había abrazado la modernidad sin conflictos; y cómo una figura como Fernando Vijande se convierte en la gota que derrama el vaso. Su talento fue reivindicar personas tan libres como él.
