TARRAGONA

Terra Alta, bodegas modernistas y pueblos con alma en el sur de Cataluña


Entre sierras silenciosas, valles de olivos y viñedos bañados por el sol, esta comarca despliega uno de los paisajes más auténticos de Cataluña. Aquí, donde el joven Picasso encontró inspiración, el viajero descubre pueblos tranquilos como Horta de Sant Joan o Corbera d’Ebre, donde el tiempo parece haberse detenido.


Plazas porticadas y calles de piedra en Horta de Sant Joan, Tarragona© Javier García Blanco
22 de septiembre de 2025 - 7:30 CEST

Los paisajes de Terra Alta atrapan la luz mediterránea. Un territorio donde cada rincón enseña al viajero a descifrar la belleza en su estado más puro y que guarda el secreto que transformó para siempre la visión de uno de nuestros pintores más universales. «Todo lo que sé, lo he aprendido en Horta». La sentencia de Picasso no es una hipérbole: es la confesión de un artista que encontró, en el rincón más agreste del sur de Cataluña, el paisaje que transformó su mirada. Como le sucedió al genio malagueño, recorrer Horta de Sant Joan y, por extensión, toda la comarca de la Terra Alta, es una experiencia reveladora para el visitante. 

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© Javier García Blanco
Pueblos de Arnes y Horta

A caballo entre sierras, viñas y barrancos, la Terra Alta se eleva en el mapa como un altiplano sobre las vecinas Ribera d’Ebre y Baix Ebre, en la margen derecha del río. Su ubicación en las 'alturas' no es solo cuestión geográfica: define el carácter de su luz –limpia, tajante– y la manera en que el viento pule las aristas del paisaje. Aquí, la cultura y la naturaleza se entrelazan con la Vía Verde abriéndose paso entre túneles, el Camino Jacobeo del Ebro susurrando sendas históricas y una gastronomía que rinde homenaje al territorio. 

Horta de Sant Joan: donde empezó todo

Horta invita a visitarla con un ritmo sosegado. Su caserío, recogido en torno a plazas porticadas y calles de piedra, pide ser descubierto a cámara lenta. Es el tempo perfecto para visitar el Centro Picasso, donde se desvelan los pormenores de la amistad del pintor con Manuel Pallarès –el 'culpable' de que recalara aquí–, y se exhiben reproducciones de su obra realizada en la comarca. Sala a sala, el visitante puede reconstruir, casi cuadro a cuadro, cómo la luz, el relieve y la piedra del entorno le empujaron a 'desmontar' la realidad para volver a componerla.

© Javier García Blanco
Calles de piedra en Horta de Sant Joan

Más allá de Picasso, Horta despliega otras capas de su identidad. El Ecomuseu dels Ports ayuda a entender el macizo natural que abraza la villa, mientras que, como una cápsula del tiempo, el convento de Sant Salvador descansa al pie de la montaña homónima. El contrapunto a la piedra lo pone la madera viva de Lo Parot recuerda, un olivo monumental al que la tradición atribuye nada menos que dos mil años de historia: un ser vivo que recuerda que aquí el tiempo se mide en milenios.

Desde la propia Horta parte también la Ruta de las Aguas hacia Les Olles del río Canaletes: un rosario de pozas naturales que en verano se convierte en refugio refrescante de locales y visitantes. Tras empaparse de arte, historia y paisaje, uno comprende mejor la sentencia del artista. El paisaje, en efecto, enseña. Solo hay que saber ponerse a su altura.

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Ruta de las Aguas hacia Les Olles del río Canaletes.

Els Ports: la ley del paisaje

El Parque Natural de Els Ports se eleva como una muralla de piedra limpia. Sus iconos, las Roques de Benet, son pura arquitectura mineral de líneas abstractas que superan el millar de metros de altura. Parecen diseñadas para educar la mirada del artista: volúmenes, planos, verticalidad absoluta. Todo el macizo es un territorio esculpido por agua y viento, un laberinto de pozas cristalinas y barrancos, ideal para el senderismo y la contemplación, con Horta, Arnes y Prat de Comte como puertas de acceso. Desde la distancia, sus crestas reafirman una idea: aquí, el paisaje impone su ley. 

© Javier García Blanco

Pero no todo es roca en la comarca. La Vía Verde de la Val de Zafán 'cose' el territorio con un hilo de túneles y viaductos que recuperan el antiguo ferrocarril entre Alcañiz y Tortosa. Su tramo tarraconense ofrece 25 kilómetros que, en sentido descendente hacia Pinell de Brai convierten el pedaleo en pura contemplación. El paisaje se vuelve cinematográfico y, a medio camino, el santuario de la Fontcalda surge como un oasis de aguas cristalinas: un paréntesis mediterráneo en plena montaña. 

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Pedaleando por la Vía Verde Terra Alta-La Fontcalda
© Javier García Blanco
Paisaje en la Vía Verde Tera Alta-La Fontcalda

Para muchos, este es el verdadero punto de partida del viaje. Y es que esta ruta es una síntesis perfecta de la Terra Alta. En una sola jornada, el viajero transita por su geología abrupta, intuye la memoria histórica que late en las sierras de Pàndols y Cavalls, y asiste a la transición del bosque al cultivo, de la belleza salvaje de los congostos al paisaje domesticado de los viñedos. 

La garnacha blanca como bandera: las 'catedrales del vino'

La Terra Alta –con viñas que trepan laderas y se abren en terrazas– ha hecho de la garnacha blanca su carta de presentación, y no es para menos: aquí se cultiva un tercio de la producción mundial de esta variedad. El resultado son vinos blancos de inconfundible perfil mediterráneo: minerales, frescos, equilibrados, y con la justa madurez que regalan las tardes largas. 

© Javier García Blanco
Celler Cooperatiu de Gandesa
© Javier García Blanco
Cata en el Celler Cooperatiu de Gandesa.

La Ruta del Vino, que atraviesa municipios como Gandesa, Vilalba dels Arcs, La Pobla de Massaluca, Bot o Pinell de Brai, es la mejor forma de entender por qué aquí el vino es geografía líquida. El contrapunto arquitectónico lo aportan las catedrales del vino de Cèsar Martinell, discípulo de Gaudí, que añaden una dosis de emoción modernista al relato. Mientras el Celler Cooperatiu de Gandesa (1919) es una lección de luz y estructura, el de Pinell de Brai desprende la solemnidad de un templo industrial del primer tercio del XX. En sus salas, bajo arcos parabólicos y bóvedas de ladrillo visto, el visitante no solo admira la arquitectura: también degusta blancos de garnacha blanca y macabeo, descubriendo que la belleza, a veces, también se puede beber. 

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Celler Pinell de Brai.

Por la Ruta del Aceite

Si el vino nos habla de la tierra cuando brindamos, el aceite lo hace en cada bocado. La DOP Oli Terra Alta certifica la calidad de los vírgenes extra, elaborados principalmente con la variedad empeltre, aunque también se mezclan con farga, morruda y arbequina. Son aceites de un color claro y amarillento, con un sabor suave y notas dulces que se equilibran con un ligero toque amargo y picante que equilibran el conjunto, con aromas que evocan a la almendra y la nuez verde.

© Javier García Blanco
La DOP Oli Terra Alta certifica la calidad de los aceites vírgenes extra

La Ruta del Aceite es la mejor forma de sumergirse en esta cultura milenaria. Pasa por pueblos como Arnes y Pinell de Brai, con paradas en Horta, Bot, la Pobla de Massaluca, La Fatarella o Gandesa y permite recorrer antiguos olivares y conocer nuevos métodos de cultivo. Y lo más importante: probar el paisaje a través del paladar, porque el sabor de su aceite es la esencia misma de la Terra Alta. 

Más allá de vino y aceite, la cocina terraltina es un festival de sabores. Destacan los platos de caza, como el  conejo con arroz o el jabalí estofado, y otras especialidades como la paella de la huerta, los caracoles salteados o el cordero. Tampoco falta la repostería de temporada: cocas (de manzana, cerezas, avellanas), carquiñolis, ametllats o los deliciosos casquetes de cabello de ángel. 

La memoria de la Batalla del Ebro

Hay también una Terra Alta que pide silencio, un lugar donde el paisaje obliga a reflexionar sobre la historia. Es la que se asoma a la cota 705 de la Sierra de Pàndols. Allí, el Monumento a la Paz rinde homenaje a quienes perdieron la vida en la trágica Batalla del Ebro. Desde este punto, la orografía –con sus crestas, collados y barrancos– se convierte en un testigo silencioso de uno de los enfrentamientos más decisivos –y terribles– de la Guerra Civil. 

© Javier García Blanco
Centro de Interpretación 115 Días.
© Javier García Blanco
Centro de Interpretación 115 Días.

Corbera d’Ebre es, quizá, el lugar que mejor simboliza la herida de aquella contienda fratricida. En el Centro de Interpretación 115 Días se puede entender la magnitud de aquel desastre con documentos, objetos y audiovisuales. Fuera, los restos del Poble Vell (Pueblo Viejo) permanecen en pie, con fachadas rotas y huellas de metralla. Un testimonio palpable del horror de la guerra, un lugar donde el silencio pesa… 

© Javier García Blanco

Termina el día en la Fontcalda. El agua, que aquí es un espejo, devuelve un cielo ya rosado. El viajero repasa mentalmente todo lo visto y vivido: una Vía Verde que une paisajes y antiguas estaciones en silencio; viñas que atrapan la luz del territorio; olivares que guardan el tiempo y plazas que narran historias a ritmo lento. El visitante, por supuesto, piensa también en Picasso. Quizá, además de pensar en su arte, el pintor quiso decir que aquí aprendió a mirar hacia dentro. Y es que la Terra Alta es, en el fondo, una escuela para el viajero.

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