Playa paradisíaca en la isla de Ons, Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas en Pontevedra, Galicia© Getty Images

ESPAÑA Y PORTUGAL

Islas pequeñas, grandes planes: 5 escapadas para evitar la masificación en verdaderos paraísos naturales

Cercanas, con carácter y belleza natural. Así son estos pequeños territorios sin apenas coches, lugares que quedan más al margen de los grandes viajes y las excursiones masivas y son un cóctel de gastronomía marinera, arenales vírgenes y sorpresas naturales.


21 de julio de 2025 - 7:30 CEST

Por locales y extranjeros es sabido que la costa de la península ibérica es un paraíso veraniego que hasta en invierno levanta pasiones. Irresistible en esta época de más calor, son muchas las islas que rodean el perfil de España y Portugal, algunas de ellas, desgraciadamente, muy saturadas en estas fechas. Sin embargo, existen otras islas, pequeñas, coquetas y encantadoras, que comparten una receta similar: un acceso limitado, entornos naturales protegidos, el alojamiento justo y necesario, playas y paisajes singulares y, cómo no, una pizca de cultura e historia. Ah, y no olvidemos los senderos, los miradores y las actividades que existen en todas ellas, habitadas - algunas más que otras - y con los brazos abiertos a todos aquellos que quieran pasar un verano tranquilo y enarbolar la bandera del turismo responsable.

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Isla de Lobos, Playa Concha, Fuerteventura© Getty Images

Islote de Lobos (Fuerteventura)

Frente a la costa norte de Fuerteventura, la más antigua de las Islas Canarias, y mirando de lejos a Lanzarote, el Islote de Lobos emerge como si algún día hubiese sido un apéndice de la veterana isla. De Corralejo parte un ferry que en apenas 15 minutos atraca en el muelle junto al Centro de Visitantes, donde conocer las historias de romanos, normandos y piratas que llegaron hasta allí, pero también para hacerse una idea de la importancia ecológica y de los diferentes rincones de esta islita volcánica.

Hacia el este se encuentra el Puertito Isla de Lobos, el único puñado de casas del lugar y donde se supone vive la única habitante de la isla, descendiente del último farero al que se homenajea en el nombre del único restaurante del enclave. Un total de 4,7 km son los que ocupa este islote que fue bautizado así por la presencia de focas monje en el pasado. Ahora, en el Paraje Natural Islote de Lobos los visitantes han de entrar con un permiso del cabildo que permite controlar y preservar este pequeño paraíso de aguas claras y caminos áridos por los que se puede circular en bicicleta o ir a pie.

Aquí solo hay naturaleza. Empezando por las piscinas naturales de los Lagos de Lobos, junto al embarcadero, se puede rodear la isla yendo de playa en playa. Siguiendo hacia el norte aparecen Las Lagunitas, un espacio de gran valor ecológico y de observación de aves, y más adelante la playa de La Arena, más salvaje y menos visitada, con buenas vistas del cono volcánico de la Montaña de la Caldera. Antes de llegar a ella hay que alcanzar el punto más al norte del islote y el más emblemático, el faro de Punta Martiño, para volver después al sur y acabar el recorrido en la playa de la Calera o la de la Concha, las más espectaculares no solo para surfear - aquí está la conocida como ola derecha de Lobos, la más larga de Canarias -, sino para hacer snorkel, nadar o relajarse al sol.

A un paso de la playa de la Concha se encuentran también las antiguas salinas del Marrajo y un yacimiento arqueológico donde antaño los romanos establecieron un taller de púrpura. También en la zona sur se dispersan los hornos de cal, testigos de la actividad humana de la isla. Antes de dejarla, pues los permisos son de 4 horas y no hay posibilidad de pernoctar, es interesante tratar de identificar alguna de sus 130 especies de plantas, siendo la uvilla de mar endémica del islote, o avistar las pardelas y las hubaras que disfrutan de vivir en esta maravilla oceánica.

© Artur - stock.adobe.com

Isla de Tabarca (Alicante)

La única isla habitada de la Comunitat Valenciana apenas alcanza los 400 metros de ancho por los 1800 de largo. Eso no impide que sea una de las más bellas del litoral mediterráneo español, pero sí que los coches circulen por ella. Toda la isla es peatonal, y es que recorrerla sobre ruedas no tiene mucho sentido si se quiere saborear lo especial del enclave. En pocos minutos desde Santa Pola, un pequeño ferry atraca en el puerto y permite tener una primera impresión del pueblo amurallado.

Desde un alojamiento en la antigua Casa del Gobernador, del siglo XVIII - época en que la isla fue fortificada y repoblada por orden de Carlos III para alojar a familias genovesas - hasta pequeñas casas tabarquinas, son pocas pero encantadoras las formas de quedarse a pasar una noche en la isla. Y no será difícil dejarse convencer a pesar de su diminuta geografía y su puñado de calles, ya que han conseguido el certificado de Paraje Starlight por sus cielos limpios. Y aún hay más.

Dentro del conjunto histórico-artístico conviven lugares como la Iglesia de San Pedro y San Pablo o el Museu Nova Tabarca, donde descubrir las historias de piratas que circularon por aquí. Rodeando la isla, la Reserva Natural Marina delimita un oasis de aguas transparentes repletas de posidonia. Estas lamen las finas arenas de la playa de Tabarca, junto al pueblo y con bandera azul, la cala Verde o la playa de la Faroleta, aunque realmente existe la suerte de poder asomarse a todo el perímetro isleño para escoger la favorita de cada quien.

Para disfrutar de las aguas, pero desde ellas, nada mejor que practicar snorkel, hacer kayak, bucear por lugares más recónditos o navegar a la luz de la luna mientras se descubren leyendas como la de la Cova del Llop Marí. Por supuesto, sería un delito dejar la isla sin haber probado antes el delicioso caldero tabarquino, haber caminado hasta el faro de Tabarca y el cementerio de su extremo este o haber nadado hasta el islote de la Galera.

© Sergio - stock.adobe.com

Islas Berlengas (Portugal)

Cerca de Nazaré y Óbidos, en la costa frente a Peniche, se encuentra un archipiélago protegido ya desde 1465 por el rey Alfonso V, Reserva Natural das Berlengas desde 1981 y reserva de la biosfera por la UNESCO en 2011. Estas coordenadas a 10 km de la península solo se conectan con ésta en temporada alta y sin automóviles, puesto que este conjunto de muy pequeña extensión solo cuenta con senderos. Su territorio se resume en tres grupos: el de la mayor isla, Berlenga Grande, de apenas 80 hectáreas; los islotes Estelas, que comparten con ella el granito rosa y la roca ígnea; y los Farilhões-Forcadas, constituidos por rocas metamórficas.

Este archipiélago es singular por muchos aspectos, empezando por ser 100% sostenible: el diesel se ha sustituido aquí por energía solar. Además, alberga una de las únicas colonias de aves marinas pelágicas frente a Portugal continental y especies amenazadas como el arao, un pájaro similar a un pequeño pingüino, símbolo del lugar. Tanto en tierra - con sus plantas endémicas - como en el agua - con sus 70 especies de peces y mamíferos marinos -, las islas son todo un monumento geológico influenciado por el clima atlántico, pero también el mediterráneo.

Dos kilómetros de senderos cruzan esta ‘isla tropical portuguesa’, como se la conoce por sus aguas cristalinas y sus características salvajes: el de Ilha Velha y el de Berlenga, en los que conocer el barrio de pescadores donde viven los escasos habitantes, pero también lugares como el faro Que de Bragança o el Forte São João Baptista, convertido en uno de los pocos alojamientos de Berlenga Grande. Otro gran atractivo son, sin duda, las playas. La do Carreiro do Mosteiro es la más accesible y la única segura para nadar, siendo el mejor lugar para hacer snorkel. El arenal do Forte o el de la Cova do Sonho son más íntimas y salvajes, pero quizá lo más interesante se vea desde el océano.

Al embarcarse por el litoral es posible disfrutar de pequeñas cuevas - también buceando -, como la Gruta Azul o la Gruta do Elefante, y de otras de mayor dimensión, como el Furado Grande, un túnel natural de 70 metros que atraviesa la isla y que se puede recorrer en barco. Además, los islotes pequeños, solo visitables en barco, permiten ver los refugios de aves, las formaciones rocosas y las historias de piratas del enclave. Un paraíso que solo deja entrar a 350 personas al día en el que el patrimonio pesquero y marino sigue muy vigente.

© Getty Images

Illa de Arousa (Rías Baixas)

En el interior de la ría de Arousa, una isla que sorprende por concentrar en poco territorio los mayores encantos de la zona. Su ubicación hace que se diferencie del resto de islas por estar conectada con la península por un puente de casi 2 km y no por mar. Casi 5.000 habitantes viven en su casco urbano, que ha limitado este verano la circulación de coches para disminuir las aglomeraciones. Declarada reserva natural por sus 36 km de costa - 11 de ellos de playa de arena fina y blanca -, su tradición pesquera, las bateas que la rodean y las cajas de marisco que se amontonan en el puerto de Xufre y los muelles de Campo y Cabodeiro son la señal de que aquí se come más que bien.

Esta isla de 7 kilómetros cuadrados de superficie tiene un ambiente marinero genuino que se respira y se ve en cada rincón. Aquí las artes de pesca, los aparejos y las tradiciones del mar están presentes en cualquier rincón. Merece la pena tanto acercarse a ver el trajín de los pescadores desembarcando como el ruido de las lonjas, pero también construcciones como el Molino de Mareas de la Ensenada Brava o el Faro de Punta Cabalo y el mirador O Con do Forno, a sus pies, que regala una vista magnífica de la isla desde el norte, donde también se encuentra la zona protegida da Area da Secada, con su duna móvil.

Si nos dirigimos al sur, podremos disfrutar del Parque Natural de Carreirón, una zona especial para la protección de aves que además cuenta con animales y plantas silvestres entre lagunas y algunas de las playas más bellas de la ínsula, como la dos Petóns y la de Espiños, rodeadas de la sombra del pinar y formaciones rocosas moldeadas por el viento y el mar. Subiendo hacia la parte norte de la isla, se dejan atrás senderos y playas más tranquilas rodeadas de campings, pero también lugares perfectos para practicar kayak, descubrir el litoral a pequeños bocados y maravillarse con las pequeñas calas.

La isla de Arousa ofrece muchas actividades conectadas con el mar. Desde pasar un día conociendo los oficios del mar hasta visitar el Centro de Interpretación das Conservas, pasando por repasar una a una las playas de aspecto tropical pero ambiente local, la ría es la que manda. De hecho, el bautizado como 'Caribe gallego' se encuentra aquí, en una corta excursión al vecino islote de Areoso, un oasis de arena fina, aguas claras y arrecifes que, además, rodean un dolmen megalítico de gran valor.

© Getty Images

Isla de Ons (Galicia) 

La salvaje y recortada isla gallega es menos indómita de lo que puede parecer tras su perfil accidentadoUbicada en la ría de Pontevedra y perteneciente al Parque Nacional marítimo-terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia, en sus 4,5 kilómetros cuadrados no hay carreteras ni pistas y tampoco se puede ir en bicicleta. Lo único que vale aquí es hacerse con un buen calzado y decidirse por una de sus cinco principales rutas de senderismo, con las que conocer tanto la cara oeste, abrupta y repleta de acantilados y cuevas, y la parte este, más suave, con playas de arena blanca y mirando a la ría.

La Ruta Norte, la más larga, de 8 km, parte de la Aldea de Curro y pasa por la bella playa de Melide y la punta Centolo, a la que solo se puede acceder entre febrero y julio debido a la nidificación de diversas especies. El lado más agreste muestra la Punta Xubenco y el Faro de Ons, - que protagoniza una corta ruta -, además de los acantilados de Caniveliñas o las zona rocosa de Cons dos Galos.

La Ruta Sur, que cubre la otra mitad de Ons, sale de O Curro, el núcleo más importante de la isla, y pasa por zonas que destapa la marea, como A Laxe do Crego, un misterioso sarcófago antropomorfo de la Edad Media. También permite admirar el sistema dunar de la playa de Canexol, el Castelo dos Mouros y un antiguo asentamiento celta, con el punto álgido en el mirador de Fedorentos y en el conocido como Buraco do Inferno, donde el océano ruge. La pequeña ruta do Castelo, de apenas 1 km, va hasta el mirador del Castelo y el muelle del barrio de Curro.

Y para quienes quieran conocer más de la historia de la isla, nada mejor que seguir la nueva vía de Múrices, una ruta arqueológica que viaja en el tiempo por los hitos más emblemáticos de la isla, como la única fábrica de púrpura de la península o la fábrica de salazón de Canexol. Todavía habitada, esta isla merece también un paseo por sus pequeños barrios y aldeas para descubrir la vida local, que solo se abre a los visitantes en verano, cuando el pequeño ferry opera hasta allí. Disfrutar de su título de Destino Starlight por las noches y llenar los días de pasos, historia y océano.

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