La magia de los Reyes Magos "es un regalo para la infancia, pero lo verdaderamente valioso es que los padres aprovechen esta tradición para fortalecer el vínculo y compartir momentos que construyen recuerdos y emociones duraderas", recalca Laura García-Amado Sagardía, psicopedagoga y responsable del Departamento de Orientación del Colegio CEU San Pablo-Sanchinarro, de Madrid.
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Con ella hemos hablado de lo que implica que los niños descubran el secreto de la Navidad y de cómo hay que responder en ese momento.
Más que dar respuestas rápidas, lo importante es acompañar la curiosidad del niño con calma y cariño
¿Cuál es la mejor forma de actuar cuando el niño empieza a manifestar sus dudas sobre la existencia real de los Reyes Magos?
Cuando un niño empieza a dudar sobre los Reyes Magos, lo más importante es escuchar y reconocer su curiosidad sin imponer nuestro criterio. Podemos preguntar qué piensa, indagar sobre dónde vienen sus dudas y acompañar su reflexión sin dar respuestas inmediatas. A los padres esta situación puede dejarnos algo bloqueados porque normalmente no nos lo esperamos. Si no sabemos cómo abordarlo, lo mejor es mantener la calma y devolver preguntas como: "¿Tú qué piensas?" o "¿Qué crees tú?". Así abrimos un espacio de diálogo que refuerza la confianza y la conexión. Más que dar respuestas rápidas, lo importante es acompañar su curiosidad con calma y cariño.
Si le han revelado la verdad (en clase, por ejemplo), pero nos parece que aún es pequeño para saberlo, ¿cómo reconducir la situación?
Depende mucho de la edad y la madurez. Llegado el momento, lo más importante es abrir un espacio tranquilo para hablar y permitir que el niño exprese lo que piensa sin imponer nada. Si es pequeño (hasta 7-8 años) y vive en un entorno donde se cuida la magia, probablemente siga creyendo. Si es mayor, escuchar algo en clase suele confirmar lo que ya intuía.
A veces la dificultad está más en los adultos, nos cuesta aceptar que nuestros hijos crecen y dejamos que la ilusión dure para evitar enfrentarnos a ese pequeño duelo. Por eso, antes de responder, conviene escuchar qué necesita nuestro hijo, puede que quiera confirmar la verdad o que prefiera mantener la magia. No hay respuestas universales; lo esencial es conectar y acompañar desde el respeto y el cariño, no imponer lo que creemos que ‘toca’.
Si se le revela la verdad y el niño se muestra molesto por la “mentira” de los padres, ¿de qué modo explicárselo?
Este tema es más delicado, pero siguiendo en la misma línea de lo que hablamos, es clave entender que su enfado y la decepción son totalmente lícitos. Los niños pueden sentirse engañados o traicionados y es normal. Hay que reconocer que se enfrentan a dos conflictos: por un lado, el aceptar que algo tan maravilloso como la magia de los Reyes Magos no es real, saber que esa ilusión que han vivido a lo largo de su vida no es lo que ellos creían, es un duro golpe. Por otro lado, el enterarse de que sus padres les han mentido, que han estado contándoles cosas que no son ciertas los pueden llevar a sentirse engañados y a dudar de ellos. Ambas realidades suponen un duelo, y como todo duelo requiere de tiempo y respeto.
Ante el enfado y la decepción, mi recomendación es acompañar a nuestros hijos mientras lo necesiten sin mostrar prisa ni presión, cada niño lleva su ritmo. Verbalizar que es normal y legítimo lo que sienten y darles su espacio ayuda a procesar mejor las emociones desagradables. A veces, es justo en esto donde los adultos encontramos mayor dificultad, pero si logramos estar presentes sin juzgar, lo natural es que pasen del enfado a la tristeza y, finalmente, a la aceptación, reforzando la confianza en la relación.
¿Hay alguna forma de que la decepción que pueda sentir el niño al descubrir la verdad se revierta en algo positivo?
Una vez que el niño ha tenido tiempo para digerir la noticia, lo ideal es buscar un momento tranquilo para hablar y explicar, con cariño, por qué hemos mantenido la ilusión. Podemos usar la narrativa —escribir una carta o contar una historia— para darle sentido a la tradición y mostrar cómo se transmite de padres a hijos. Este es el momento perfecto para invitarle a convertirse en cómplice de la magia, ayudando a mantenerla para otros. Incluso hay cartas preparadas en internet que pueden facilitar este tránsito. Así, la decepción se convierte en una oportunidad para reforzar el vínculo y la ilusión desde otro lugar y también favorece que se transforme en orgullo por formar parte de la magia.
Si el niño es algo mayor y sigue conservando la ilusión, ¿es conveniente que sus padres le digan la verdad para que no se rían de su inocencia los compañeros?
Si el niño es algo mayor y sigue conservando la ilusión, no es necesario precipitarse a decirle la verdad solo por miedo a que otros se rían. Evolutivamente, entre los 7 y los 11 años, los niños se encuentran en la etapa de operaciones concretas donde el pensamiento lógico comienza a desarrollarse, pero aún convive con la fantasía. Es normal que algunos niños mantengan la creencia porque les aporta seguridad y emoción.
Más adelante, en torno a los 11-12 años, alcanzan el pensamiento de las operaciones formales y su capacidad para razonar de manera abstracta los lleva a descubrir la realidad por sí mismos. Aquí es donde se muchos niños llegan solos a la conclusión de que quizás sus Majestades no vienen de Oriente. Por eso, lo más recomendable es respetar el ritmo de cada niño y dar espacio para que él pregunte. Si surge la preocupación por las burlas, se puede reforzar su autoestima y ofrecer estrategias para responder. La clave no es imponer la verdad, sino cuidar la confianza y acompañar su crecimiento.
¿En algún otro caso deben los padres revelar la verdad o hay que esperar a que el pequeño la descubra por sí mismo?
Lo ideal es seguir el ritmo del niño. Si pregunta directamente, es señal de que está preparado para saber más y es mejor que lo sepan de mano de sus padres. En general, no conviene adelantarse, salvo en casos donde haya burlas o presión que le generen mucho malestar y cuyas consecuencias sean peores que romper la magia. La clave es responder con honestidad adaptada a su nivel de comprensión y siempre cuidando el vínculo afectivo. Más que imponer lo que ‘toca’, lo importante es acompañar con respeto y cariño.
