El cortisol es una hormona que circula por el torrente sanguíneo y que actúa como reguladora del estrés. Oímos a menudo hablar de ella, pero ¿sabemos cómo impacta en los más pequeños?
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El Dr. Jimmy Borja Castro es pediatra y autor del libro Los hijos del cortisol (de venta en Amazon). En él habla del impacto del estrés sobre el cerebro infantil, ya desde la concepción, y, lo más importante, cómo se puede evitar. De todo ello hemos charlado con él.
No es que ahora haya “niños peores”, sino cerebros en desarrollo bajo nuevas condiciones de estrés, sobreestimulación y desconexión afectiva
¿Cuál es la huella que tiene el estrés de la madre sobre su bebé en formación?
El estrés materno deja una huella biológica real en el bebé. Durante el embarazo, las hormonas del estrés –especialmente el cortisol– pueden atravesar la placenta y modificar la maduración del cerebro fetal. Esto afecta a áreas sensibles como el hipocampo y la amígdala, relacionadas con la memoria, el control emocional y la respuesta al miedo.
Un entorno materno lleno de ansiedad, inseguridad o sobrecarga emocional puede programar al bebé para percibir el mundo como un lugar amenazante, incluso antes de nacer.
Sugiere que hay una 'epidemia' de niños atípicos. ¿Cómo es su comportamiento y por qué son así?
Hoy vemos más niños con dificultades de atención, lenguaje, regulación emocional o comportamiento impulsivo. No es que haya “niños peores”, sino cerebros en desarrollo bajo nuevas condiciones de estrés, sobreestimulación y desconexión afectiva.
Muchos de estos niños son sensibles, creativos, inteligentes, pero viven en entornos donde el ritmo, la presión y la falta de tiempo de calidad alteran sus circuitos de calma y concentración.
Los llamamos atípicos porque su desarrollo no encaja en lo esperado, pero en realidad reflejan una infancia que está adaptándose —mal o bien— a un mundo cada vez más exigente y menos humano.
El papel de las pantallas en la concentración de los menores es más conocido, pero ¿qué podemos decir con respecto a la contaminación ambiental?
La contaminación no solo daña los pulmones: también afecta el cerebro. El aire cargado de metales pesados, pesticidas o microplásticos genera inflamación crónica y estrés oxidativo en el sistema nervioso infantil. Esa neuroinflamación interfiere en la formación de sinapsis y mielina, alterando la atención, el lenguaje y el control emocional.
Cuando un niño crece respirando contaminación y además está expuesto a estrés familiar y pantallas, se combinan varios factores que elevan su 'carga de cortisol', afectando su capacidad de aprendizaje y autorregulación.
El estrés de los padres de hoy es distinto al de otras épocas, pero en todas las eras ha habido desafíos. ¿Por qué el estilo de crianza actual parece más dañino?
Antes, el estrés provenía de la escasez o del trabajo físico; hoy viene de la sobrecarga mental y la desconexión emocional. Nuestros abuelos trabajaban duro, pero al llegar a casa había comunidad, contacto humano, tiempo y estructura. Hoy los padres viven corriendo, con poco sueño, multitareas, pantallas y sin red de apoyo. El problema no es solo el estrés, sino la falta de espacios de recuperación emocional.
Cuando ese estrés no se regula, se transmite a los hijos a través del tono de voz, la impaciencia y la ausencia afectiva. El estilo de crianza actual es más dañino porque combina estrés crónico con soledad emocional, una mezcla tóxica para el desarrollo cerebral infantil.
Aunque la familia viva bajo estrés, ¿cómo proteger a ese niño para que no tenga problemas futuros?
La clave es regular antes que educar. Un niño no necesita padres perfectos, sino padres emocionalmente disponibles. Pequeños gestos —como escuchar sin interrupciones, sostener la mirada, establecer rutinas y límites amorosos— ayudan a que el cerebro del niño sienta seguridad.
El contacto físico, el juego libre, el descanso y la conexión con la naturaleza son poderosos reguladores del cortisol. No se trata de eliminar el estrés, sino de equilibrarlo con vínculos, calma y presencia. Eso crea resiliencia y protege el desarrollo cerebral.
¿Cómo puede alterar el estrés crónico en la infancia el desarrollo futuro de ese menor?
El estrés crónico activa constantemente el eje del cortisol, y eso tiene consecuencias a largo plazo. Puede alterar la estructura del hipocampo, la amígdala y la corteza prefrontal, generando mayor impulsividad, ansiedad, menor concentración y dificultades para gestionar emociones. Además, se asocia a enfermedades metabólicas, autoinmunes y cardiovasculares en la adultez. En términos simples: un niño estresado hoy es un adulto más vulnerable mañana.
Pero la buena noticia —y el mensaje central del libro— es que el cerebro es plástico: con afecto, terapia, tiempo de juego y entornos saludables, se puede sanar y reprogramar.
