Más allá de un mero entretenimiento, jugar es una cuestión biológica, tal y como asegura Julio Rodríguez, biólogo, genetista clínico y psicólogo, que ha publicado recientemente el libro Jugar por jugar. Donde nacen la creatividad, el aprendizaje y la felicidad (Plataforma Editorial). De hecho, nos explica, en esta entrevista, que el juego es una necesidad para todo niño y que es esencial para un correcto neurodesarrollo. ¿Qué aprenden los niños jugando? ¿De qué manera el juego impacta en su cerebro? ¿Cómo debe ser ese juego y cómo los juguetes? A estas y a otras muchas preguntas sobre el juego infantil y adolescente responde en detalle Julio Rodríguez.
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¿Por qué debemos fomentar el juego en los niños?
Fomentar el juego en la infancia no es un mero capricho o un recurso para entretenerlos; constituye un elemento esencial para su desarrollo integral. El jugar no es un medio para alcanzar un fin, el jugar es un fin en sí mismo. Es un imperativo biológico. Es una conducta que está grabada en el cerebro de todos los mamíferos porque es esencial para el correcto neurodesarrollo de los individuos. Y por lo tanto hay que dejar que se lleve a cabo.
Jugar es la manera que tiene el niño de conocer el mundo, cuáles son las leyes de la física que lo gobiernan, a conocer a los demás y a conocerse a sí mismo. A través del juego, los niños exploran, experimentan, resuelven problemas, psicoanalizan, crean alianzas, hacen terapia (a los demás y a sí mismos) y empiezan a comprender las reglas sociales que rigen su entorno.
Fomentar el juego en la infancia no es un mero capricho o un recurso para entretenerlos; constituye un elemento esencial para su desarrollo integral
Además, el juego permite canalizar emociones, expresar deseos y frustraciones, y desarrollar la creatividad y la imaginación de manera natural. Así, promover el juego no es un capricho de papás posmodernos, promover el juego es simplemente garantizar que los niños tengan la oportunidad de crecer de manera correcta, equilibrada, cognitiva, social y emocionalmente, tal y como dicta la naturaleza. Es ejercer un derecho biológico que nuestra civilización ha convertido también en un derecho humano sobre el papel.
¿Un niño que juega más aprende más y mejor?
Sí, porque como dije antes, el juego no es solo ocio: es un laboratorio de prácticas y aprendizaje. Cuando un niño juega, está practicando habilidades cognitivas complejas —como la memoria, la planificación y la toma de decisiones— en contextos que le resultan significativos y motivadores. Además, el juego fomenta la curiosidad y la exploración, lo que hace que el aprendizaje no solo sea más abundante, sino también más profundo y duradero. Aprender jugando conecta conocimiento y experiencia placentera de manera que se integra en la vida cotidiana del niño y es realizada sin apenas darse cuenta.
En el libro indicas que la elección de juguetes por parte de los padres es importante para que el niño establezca un buen desarrollo del acto de jugar. ¿Por qué y qué hay que tener en cuenta a la hora de elegirlos?
Los juguetes son los objetos con los que el niño interactúa condicionan el tipo de juego y, por ende, el desarrollo de sus habilidades cognitivas y emocionales. Lo fundamental es optar por juguetes que fomenten la creatividad, la imaginación y la autonomía, evitando aquellos que limitan la acción a instrucciones rígidas o resultados predeterminados, es decir, que le dan todo hecho. Tiene que haber grados de libertad, tiene que haber lugar para la imaginación, la exploración, la experimentación y la creatividad.
La seguridad, la adecuación a la edad y la posibilidad de interacción social son otros criterios esenciales. Así, los juguetes elegidos cuidadosamente se convierten en herramientas que potencian la exploración y el descubrimiento, pilares del aprendizaje lúdico. Pero de todos modos, el mejor juego de inteligencia es simplemente jugar.
También cuentas, en “Jugar por jugar”, la desgarradora historia de cómo el juego ayudó a sanar a una niña que había perdido a su madre con tan solo 4 años. ¿Qué aporta el juego al mundo emocional de los niños?
El jugar es la manera que tiene el niño de enfrentarse a la realidad, de conocerla y de intentar “dominarla” y eso implica no sólo la realidad física, sino también la emocional. Un niño no tiene las herramientas para manejar las emociones —la inmensa mayoría de los adultos tampoco— ni para nombrarlas ni para entenderlas. No sabe lo que está pasando en su cabeza. El jugar es un espacio seguro donde los niños pueden procesar emociones complejas, incluso aquellas derivadas del duelo o la pérdida.
Jugar en la adolescencia no es infantilidad, sino que sigue siendo un recurso vital para el crecimiento personal
Como en el caso de la niña que perdió a su madre, el juego proporciona un medio para expresar todo aquello que llevaba en su interior pero que no era capaz de nombrar —ni de entender—; el jugar ofrece control, creatividad y consuelo y muchas veces, un “idioma” para comunicar. Es, literalmente, un lenguaje emocional que permite ordenar y entender experiencias traumáticas, facilitando la resiliencia y la reconstrucción.
¿Cómo fomentar el juego infantil en casa?
De manera rápida diría que simplemente dejando a los niños en libertad. Ellos ya llevan el jugar incorporado de serie en sus cerebros, nosotros no tenemos que hacer nada más. Sólo velar por su seguridad. Pero bueno, elaborando un poco más la respuesta, fomentar el juego en el hogar implica crear un entorno que valore la curiosidad, la exploración y la autonomía. Esto se traduce en disponer de espacios seguros, tiempo libre suficiente, materiales adecuados, y una actitud de acompañamiento que privilegie la observación y la participación respetuosa, sin imponer reglas externas que limiten la creatividad (sobre todo esto).
El hogar debe ser un lugar donde el jugar se perciba como un derecho y no como una obligación, reforzando así el aprendizaje espontáneo y emocional. Otra cosa es qué hogares se lo pueden permitir y que aquí también se está abriendo una (otra) brecha social.
¿Cómo va evolucionando el juego infantil (o cómo debería hacerlo)?
El juego evoluciona conforme lo hace la cognición y la experiencia social del niño. En la primera infancia predomina el juego sensoriomotor y exploratorio, donde se descubre el mundo a través del cuerpo y los sentidos. Luego, el juego se vuelve simbólico y narrativo: el niño inventa historias, asume roles y construye mundos ficticios, explorando emociones y situaciones que en la vida real aún no puede experimentar. Este role playing es clave, porque permite ejercitar la imaginación, la empatía y la capacidad de resolver problemas.
Deberíamos fomentar que los niños creen sus propios relatos y mundos sin imponer reglas rígidas ni objetivos externos, respetando su curiosidad y creatividad, y reservando la introducción de la competencia o la estructuración de reglas más formales hasta la adolescencia, cuando su cerebro está más preparado y especializado.
¿Deberían seguir jugando los adolescentes?
Y los adultos también. Aunque la forma del juego cambia con la edad, su necesidad persiste. En la adolescencia, el juego permite experimentar con roles, desarrollar habilidades sociales y manejar emociones complejas. Ignorar esta necesidad puede limitar la creatividad, aumentar el estrés y reducir la capacidad de resiliencia emocional. Jugar en la adolescencia no es infantilidad, sino que sigue siendo un recurso vital para el crecimiento personal.
Cada vez se habla más de gamificación y de ABJ; ¿es necesario llevar el juego también a las aulas?
Sí, siempre que se implemente de manera coherente. La gamificación y el Aprendizaje Basado en Juegos (ABJ) transforman la enseñanza en un proceso activo y motivador pero su implementación debe ser adaptada a la edad y al contexto. Durante las primeras etapas del aprendizaje, el juego debe ser libre, físico y social, evitando totalmente usar pantallas que pueden fragmentar la atención y limitar la experiencia sensorial y social.
A medida que los niños crecen, sobre todo a partir de la adolescencia temprana, la tecnología puede incorporarse de manera inteligente con actividades digitales bien diseñadas para complementar el aprendizaje y conectar conceptos abstractos con experiencias significativas Sin embargo, no se trata de sustituir el aprendizaje tradicional, sino de que sirva de apoyo.
En la introducción del libro, afirmas que “jugar es un acto revolucionario” ¿Por qué?
Jugar “de verdad” es un acto revolucionario porque la sociedad impone competitividad y productividad ya desde los 3 años, lo cual es una aberración biológica, psicológica y social. Entonces, jugar por jugar, en el fondo, desafía estas normas impuestas por el sistema: la productividad a cualquier precio, la competitividad constante y luego la pasividad frente a una pantalla para terminar.
El jugar de verdad, ese que surge de la curiosidad y del placer de experimentar, no busca ganar ni perder; busca explorar, crear, sentir y crecer. Es en este jugar donde se edifica la identidad, donde se fortalece la autonomía y la resiliencia emocional, y donde se abre un espacio de libertad totalmente al margen de las expectativas externas. Jugar es resistir ese tsunami propagandístico que nos dicta continuamente qué hacer y quién ser; jugar es cuestionar lo establecido y recuperar la capacidad de imaginar, de inventar y de ser plenamente uno mismo.
Por eso, el jugar no es solo una actividad infantil: es un acto de transformación personal y social; por eso, en última instancia, es un acto de revolución real.