Uno de los hitos del desarrollo de los niños que más ilusión hace a la familia es cuando empieza a andar. Esos primeros pasos vienen siempre acompañados de aplausos y sonrisas de sus seres queridos. Y no es para menos, pues alcanzar este hito permitirá mucha más autonomía al pequeño y, más allá de ser una prueba fehaciente para los padres de lo rápido que pasa el tiempo, es una importante prueba del correcto desarrollo motor del niño.
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Dentro de todo lo que suponen estos primeros pasos, una cuestión práctica: ¿cómo elegir el calzado adecuado? Esta pregunta no es, en absoluto, baladí, dado que le pie del niño que empieza a andar está aún en plena formación. Laura García, diseñadora industrial que tras ser madre se volcó en crear un zapato que respete el desarrollo natural del pie infantil a través de su empresa, Zapato Feroz, describe cómo debe ser ese calzado.
Los pies son maleables, sensibles y muy adaptables. Por eso, el zapato adecuado debe acompañar sin moldear, adaptarse al pie y no al revés
¿Cómo elegir el zapato adecuado para niños que empiezan a andar?
Cuando un niño empieza a andar, sus pies están en plena construcción. No son una “miniatura” del pie adulto, sino una estructura en desarrollo. Al nacer, el pie está formado sobre todo por cartílago y unos 22 huesos. Hacia los 3 años aparecen hasta 45 núcleos de osificación, y no es hasta la adolescencia (13-14 años) cuando se consolidan los 26 huesos del pie adulto.
Esto significa que los pies son maleables, sensibles y muy adaptables. Por eso, el zapato adecuado debe acompañar sin moldear, adaptarse al pie y no al revés. Lo ideal es un calzado que respete el movimiento natural y que se sienta como una segunda piel.
¿Qué características debe tener el calzado para estos primeros pasos?
La suela debe ser fina (2–5 mm), flexible y antideslizante, que permita sentir el suelo y moverse en todas direcciones; el tejido, suave, transpirable y adaptable al pie (piel blanda o tejidos técnicos ligeros); el cierre, seguro y fácil de usar (velcro o goma elástica), para que no se descalce solo; en cuanto a la forma, debe tener puntera ancha, que respete la forma natural de los dedos y permita que se abran; y el peso ha de ser ultraligero, para no interferir en la exploración ni en la marcha.
¿Es adecuado este tipo de calzado cuando aún no han aprendido del todo a andar?
Antes de caminar de manera autónoma, no es necesario ningún calzado. Lo ideal es que el bebé esté descalzo o con calcetines antideslizantes en casa y en superficies seguras.
El calzado tiene una función meramente protectora, y se recomienda solo cuando el terreno lo requiere: parques, suelos calientes, fríos o ásperos. Un calzado respetuoso es útil en esta etapa intermedia porque protege, pero al mismo tiempo deja que el niño sienta el suelo y desarrolle su equilibrio.
¿Cómo acertar con la talla del calzado en niños pequeños?
Elegir la talla adecuada en los primeros años no es fácil porque los pies crecen muy rápido y aún no tienen una forma definida. La mejor manera de no equivocarse es medir el pie en centímetros y compararlo con la guía de tallas del fabricante.
-Paso 1: Medir la longitud del pie.
- Coloca al niño de pie sobre una hoja de papel, con el talón bien apoyado.
- Haz una marca en el talón y otra en la punta del dedo más largo (no siempre es el gordo).
- Mide la distancia entre ambas marcas.
-Paso 2: Medir el ancho del pie
- Marca los puntos más sobresalientes a la altura de los metatarsos (donde empiezan los deditos).
- Mide esa distancia.Esto ayuda a identificar si el pie es más estrecho o más ancho, y evita que los dedos sufran presión lateral.
-Paso 3: Comparar con la guía de tallas.
Con las medidas de largo y ancho, consulta la guía de tallas del fabricante. No es necesario sumar nada de forma manual, ya que los fabricantes suelen indicar la talla teniendo en cuenta los márgenes de seguridad recomendados.
¿Es buena idea comprar una talla más grande para que dure más?
La respuesta es no. Aunque pueda parecer práctico, en los primeros pasos y en los primeros años es un error elegir una talla mayor “para que le dure más tiempo”.
Por qué no conviene: el pie se mueve dentro del zapato, lo que provoca rozaduras y ampollas; hay mayor riesgo de tropiezos, ya que el niño no tiene estabilidad; y se alteran los patrones de la marcha: en esta etapa los niños caminan con los pies más abiertos para ganar equilibrio, y un zapato grande interfiere en ese proceso natural. No se sienten ágiles ni seguros, porque pierden la sensación de que el zapato les acompaña como una “segunda piel”.
Antes de caminar de manera autónoma, no es necesario ningún calzado. Lo ideal es que el bebé esté descalzo o con calcetines antideslizantes en casa y en superficies seguras.
Datos que ayudan a entenderlo: de una talla a otra, los zapatos de bebé suelen variar entre 0,6 cm y 1 cm de longitud interna. El pie de un bebé crece de media 1,5 mm al mes. Esto significa que, aunque el crecimiento es rápido, no justifica el salto a una talla más, ya que un exceso de espacio afecta al desarrollo de la marcha. Lo correcto es elegir la talla que se ajuste ahora al pie, siguiendo la guía de tallas del fabricante.
¿Cómo saber que un zapato le ha quedado pequeño?
El niño intenta quitárselo o se queja, se ven marcas o rojeces en el pie después de usarlo; la puntera está deformada o desgastada; y, al comprobar, ya no queda espacio de seguridad entre el dedo más largo y la puntera (debe haber al menos 0,5 cm). Conviene revisar la talla cada 6–8 semanas, porque en esta etapa el crecimiento es muy rápido.
¿Por qué los niños pequeños se quitan constantemente el calzado?
Los pies de los niños son más sensibles que sus propias manos. Son su punto de conexión con la tierra, una forma de explorar y experimentar el entorno. Cuando sienten algo nuevo cubriéndolos, lo investigan y muchas veces intentan quitárselo: no es solo incomodidad, es exploración.
Con el calzado respetuoso ocurre algo interesante: como permite sentir más, los niños son conscientes de que llevan algo en los pies. Siguen notando el contacto y las superficies, a diferencia del calzado rígido convencional que “adormece” el pie. Por eso, es habitual que intenten quitárselo: es señal de que su pie sigue vivo, sensible y conectado con el mundo, tal como debería ser en esta etapa.