Mariana Capurro, psicóloga© Mari Lozano

Psicología

Mariana Capurro, psicóloga infantil: “Es antinatural y perjudicial que un niño obedezca siempre”

Explica de qué manera la obediencia ciega afecta al desarrollo infantil y qué indica acerca de su personalidad


11 de agosto de 2025 - 7:30 CEST

Un niño obediente es un niño bueno. Así se entiende habitualmente, pero no, no es lo mismo y, si bien no cabe duda de que tener un hijo que haga caso a sus padres sin rechistar facilita mucho la crianza, puede haber ciertas cuestiones detrás que es preciso observar y valorar. “La obediencia ciega, a largo plazo, limita la autonomía, la creatividad y la capacidad de tomar decisiones responsables”, asegura Mariana Capurro, psicóloga especializada en infancia y adolescencia (@permisoparaeducar). ¿Qué relación hay entre obediencia ciega y autoestima? ¿Cómo averiguar qué carencias emocionales puede tener nuestro hijo si obedece siempre sin cuestionar lo que el adulto le dice? Mariana Capurro lo aclara.

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¿Es adecuado procurar que los niños obedezcan siempre?

No, y sé que esto suele sorprender a muchas familias. Es antinatural y a la vez perjudicial, que un niño obedezca siempre. Esto es por varios motivos, el principal es porque, lógicamente, los niños tienen diferentes intereses a los adultos, y una de las maneras de aprender sobre normas y limites es cuando se enfrentan a ellas. Es decir, saben que no está bien pegar a los demás porque en algún momento quisieron hacerlo y les dijimos que no. Y posiblemente esto haya ocurrido muchas veces durante su infancia, hasta que lo interiorizaron y entendieron que pegar no está bien. Es decir, tuvieron que desobedecer a esa primera vez que les dijimos que no, para finalmente entender que eso no estaba bien.

Un niño que nunca protesta ni cuestiona puede ser más vulnerable a situaciones de abuso o presión de grupo en la adolescencia

Mariana Capurro, psicóloga especializada en infancia y adolescencia

​​​​Un niño que obedece siempre no necesariamente está aprendiendo a comportarse bien; puede que solo haya aprendido a complacer para evitar conflictos. La obediencia ciega puede resultar cómoda a corto plazo para los adultos, pero a largo plazo limita la autonomía, la creatividad y la capacidad de tomar decisiones responsables, no les entrena para la vida real de adultos que tendrán.Tenemos que entender que criar no consiste en formar soldados que sigan órdenes, sino adultos capaces de discernir entre lo correcto y lo incorrecto incluso cuando nadie les mira.

¿Puede un niño que no es obediente tener un buen comportamiento?

Sí, absolutamente. Hay niños que preguntan, que se resisten a hacer algo si no entienden por qué, que buscan negociar… y eso no significa que se porten mal. Significa que están en proceso de construir su pensamiento crítico. Un ejemplo que suelo dar en consulta: si un niño siempre dice “sí” a todo, quizá solo actúe para complacer, pero si pregunta “¿por qué?” antes de hacerlo, está ejercitando su capacidad de comprender, razonar y tomar decisiones. Lo importante no es la obediencia ciega, sino que el comportamiento sea respetuoso y seguro para él y los demás.

A los padres nos da trabajo que nuestros hijos no nos obedezcan ciegamente, pero estoy segura que, de entender las consecuencias de ello, no quisiéramos que nuestros hijos fueran así.

¿Es adecuado enseñar a los niños y a los adolescentes a cuestionar la figura de autoridad?

Sí lo es, pero siempre desde el respeto. La autoridad que no se cuestiona genera dependencia y, en algunos casos, sumisión peligrosa. Cuestionar no significa desobedecer por sistema, sino construir un criterio propio que les protegerá a lo largo de la vida. Todos queremos que nuestros hijos puedan decir “esto no me parece correcto” ante situaciones injustas o riesgosas. 

Y para que esto ocurra fuera de casa, cuando están sin nuestra supervisión, primero debe ocurrir en casa, en un contexto de amor y respeto.Un estudio publicado en Journal of Moral Education (2023) demostró que los adolescentes que aprenden a expresar sus desacuerdos de forma asertiva desarrollan mejores habilidades sociales y son menos vulnerables a la presión de grupo. 

¿Cómo fomentar la responsabilidad frente a la obediencia ciega?

La responsabilidad no nace del miedo, nace de la comprensión. Cuando los niños entienden por qué existe una norma, es más probable que la cumplan incluso sin supervisión. Por eso es tan importante explicar el “para qué” de las reglas. No es lo mismo decir “no cruces la calle” que “no cruces la calle porque los coches van rápido y podrían no verte, es peligroso para ti”. Esa explicación convierte la norma en algo significativo. En psicología hablamos de pasar de la obediencia externa a la autorregulación interna, que es la base de la verdadera responsabilidad.

Todas las familias tenemos que aspirar a esto si queremos sostener un vínculo sano con nuestros hijos, y queremos que el día de mañana sean adultos con un mayor bienestar emocional.

La realidad es que los niños tienen que obedecer a sus padres, a sus profesores, y en no pocos casos esa obediencia es necesaria. ¿Cómo gestionar esto?

Para entender esto mejor, podemos pensar en la obediencia como un cinturón de seguridad: a veces incomoda, pero nos protege. Hay situaciones en las que la obediencia inmediata es indispensable, como no cruzar la calle sin mirar o atender a la profesora cuando explica una instrucción importante. La clave está en diferenciar entre obediencia por seguridad y obediencia por costumbre. Si en el día a día fomentamos el diálogo, la escucha y la comprensión, cuando llega un momento de urgencia el niño confiará en nosotros y obedecerá porque entiende que su bienestar está en juego, no por miedo.

¿Qué papel juega el pensamiento crítico en el desarrollo de esa responsabilidad?

El pensamiento crítico es el puente entre obediencia y autonomía. Sin él, los niños actúan por inercia o por miedo a ser castigados. Con él, entienden, evalúan y deciden asumiendo las consecuencias de sus actos. La American Psychological Association (2022) señala que los niños expuestos a dinámicas de pensamiento crítico desde la educación primaria muestran menor tendencia a conductas de riesgo en la adolescencia y mayor resiliencia ante la presión de grupo. En otras palabras: enseñarles a pensar protege mucho más que enseñarles a obedecer ciegamente, y esto es algo que aún nos está costando mucho entender, y nos topamos con ello de lleno en la etapa adolescente, o incluso antes. 

Cuando tienen mayor autonomía y toman decisiones lejos de nosotros, nos conviene haber fomentado ese pensamiento crítico, para que las decisiones que tomen, sean conscientes y consecuentes, y no basadas en el miedo al castigo de los padres, (quienes por otra parte, no estarán allí para ver y castigar ese mal comportamiento).

© Getty Images/Westend61

¿Cómo fomentar en ellos el pensamiento crítico?

Fomentar el pensamiento crítico en los niños empieza mucho antes de lo que imaginamos. No se trata de sentarlos a hacer ejercicios complicados, sino de convertir la vida cotidiana en un espacio para la reflexión. Cada vez que les hacemos preguntas que les invitan a pensar en consecuencias o a ponerse en el lugar del otro, estamos fortaleciendo esa habilidad. Por ejemplo, si estamos en el parque y alguien deja basura en el suelo, podemos preguntar: “¿Qué pasaría si todos hiciéramos lo mismo?”; o si ven una escena en una película, animarles a reflexionar: “¿Tú qué habrías hecho en su lugar?” Estas pequeñas conversaciones, que parecen sencillas, son en realidad entrenamiento para que aprendan a analizar situaciones, tomar decisiones y asumir responsabilidades.

Un niño que obedece siempre no necesariamente está aprendiendo a comportarse bien; puede que solo haya aprendido a complacer para evitar conflictos

Mariana Capurro, psicóloga especializada en infancia y adolescencia

Además, compartir con ellos nuestras propias reflexiones también es poderoso. Cuando un niño ve que sus padres piensan antes de actuar, que explican por qué toman ciertas decisiones, entiende que cuestionar y reflexionar forma parte de la vida. A la larga, este hábito les protege, porque un niño que sabe pensar por sí mismo es un adolescente que puede decir “no” ante una presión de grupo o un reto peligroso, incluso si nadie le está mirando.

¿Puede un niño demasiado obediente ser motivo de preocupación para los psicólogos?

Sí. Cuando en consulta tengo una familia que me presenta a un niño que “hace caso en todo” saltan todas mis alarmas. La obediencia extrema a veces esconde miedo, baja autoestima o dificultad para poner límites. Un niño que nunca protesta ni cuestiona puede ser más vulnerable a situaciones de abuso o presión de grupo en la adolescencia. 

¿Y un niño que lo cuestione absolutamente todo, que desobedezca siempre?

Si la desobediencia es constante, intensa y generalizada, puede reflejar impulsividad, dificultades emocionales o falta de límites claros. No todo cuestionamiento es saludable si va acompañado de agresividad o irrespeto, y mucho menos si es constante. En esos casos, la clave es acompañar con firmeza y coherencia, evitando los gritos y el castigo desproporcionado. 

Y para ello también es importante ir un poco más atrás de ese comportamiento, que posiblemente sea solo un síntoma, hay que buscar el motivo de ello, la raíz de lo que está pasando. La mayoría de veces nos están queriendo decir algo, y esa es la manera que han encontrado de obtener nuestra atención para transmitirnos ese malestar.

¿Cómo pueden los padres gestionar ambas situaciones, la del hijo excesivamente obediente y la del ‘desobediente’?

Gestionar a un hijo excesivamente obediente y a otro que parece desafiarlo todo requiere estrategias muy diferentes, aunque en el fondo ambos perfiles nos hablan de una necesidad: aprender a relacionarse con los límites de forma saludable.

Un niño extremadamente obediente puede parecer “fácil” de criar, porque nunca da problemas y hace todo lo que se le pide. Sin embargo, desde la psicología sabemos que esta obediencia absoluta puede esconder miedo al error, ansiedad por complacer o una baja autoestima. Por ejemplo, un niño que siempre dice “sí” y nunca protesta podría, en la adolescencia, tener más dificultad para decir “no” ante una presión de grupo o una situación de riesgo. Por eso, con estos niños es importante reforzar su capacidad de tomar decisiones y expresar su opinión, aunque implique discrepar de vez en cuando. Situaciones simples como dejarles elegir la ropa, planificar una merienda o dar su opinión sobre una película pueden ser pequeñas oportunidades para que ejerciten su autonomía sin sentirse en peligro.

En el extremo opuesto, tenemos al niño que cuestiona absolutamente todo, que parece “desobedecer por deporte”. Aquí, el reto es encontrar el equilibrio entre validar su necesidad de autonomía y enseñarle que la convivencia requiere normas. Castigar de manera constante suele ser poco eficaz; en cambio, explicar el porqué de los límites y mostrar consecuencias naturales funciona mucho mejor. Por ejemplo, si insiste en no ponerse el abrigo, dejar que experimente el frío (sin riesgo para su salud) puede enseñar más que una discusión eterna.

Para las familias que viven estas situaciones, la clave está en la constancia y la comunicación. Ni el exceso de control ni el exceso de permisividad ayudan a largo plazo. El objetivo es que tanto el niño obediente como el desobediente aprendan a actuar por convicción, no solo por miedo al castigo o por rebeldía. Y en ese camino, la paciencia y el ejemplo de los adultos son herramientas mucho más poderosas que cualquierdiscurso.

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