La vigorexia puede pasar desapercibida en los adolescentes varones, en los que puede confundirse con interés por lograr un cuerpo definido y musculoso. Aunque, a priori, pueda parecer saludable la preocupación de un chico o de una chica (la vigorexia no es exclusivamente masculina) por su dieta y por hacer ejercicio, cuando esa preocupación se convierte en obsesión e implica renunciar a hobbies o a actividades sociales con las que antes disfrutaba o cuando lo prioriza frente al rendimiento académico, podemos sospechar que se encuentra en la antesala de este trastorno de la conducta alimentaria.
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¿Cómo ayudar a un adolescente que padece vigorexia? ¿Qué pueden hacer los padres en casa? ¿Qué terapia precisarán para superarla? A todo ello responde Soledad Scarcella, psicóloga de Blua de Sanitas.
En los adolescentes varones, la presión social y cultural por un cuerpo musculoso y definido suele estar más normalizada, lo que facilita que el trastorno pase desapercibido en sus primeras fases
¿Cuándo podemos considerar que un adolescente tiene vigorexia?
La vigorexia, también conocida como dismorfia muscular, es un trastorno psicológico caracterizado por una obsesión patológica con el desarrollo muscular y la apariencia física. A pesar de tener una musculatura evidente o incluso destacada, la persona se percibe a sí misma como débil o poco desarrollada, lo que le lleva a entrenar compulsivamente y a seguir dietas extremadamente estrictas.
Podemos considerar que un adolescente padece vigorexia cuando su rutina diaria gira casi exclusivamente en torno al ejercicio físico, muestra ansiedad si no puede entrenar, evita situaciones sociales por miedo a “perder masa muscular” o no cumplir con sus hábitos alimenticios, y tiene una autoimagen corporal claramente distorsionada.
¿Es exclusiva de los varones?
No, la vigorexia no es exclusiva de los hombres, aunque la mayoría de los casos detectados corresponden a chicos. En los adolescentes varones, la presión social y cultural por un cuerpo musculoso y definido suele estar más normalizada, lo que facilita que el trastorno pase desapercibido en sus primeras fases.
En las chicas, la vigorexia puede presentarse de forma distinta; muchas buscan tonicidad muscular y baja grasa corporal, más que volumen, y sus entrenamientos pueden centrarse en áreas específicas como abdomen o piernas. Aunque en menor proporción, también desarrollan conductas obsesivas con el ejercicio, la dieta y la imagen corporal, pero suelen estar más relacionadas con el ideal estético de “cuerpo fitness” que con el aumento masivo de músculo.
¿Cómo repercute en la salud física y emocional de unos y de otras?
En el plano físico, ambos pueden sufrir lesiones musculares, articulares o cardiovasculares por el sobreentrenamiento, además de alteraciones hormonales si consumen esteroides u otras sustancias. También se pueden producir trastornos alimentarios relacionados, como dietas extremadamente restrictivas que afectan al desarrollo y funcionamiento del organismo.
Desde el punto de vista emocional, la vigorexia puede derivar en ansiedad, depresión, aislamiento social y baja autoestima. La dependencia emocional del ejercicio y la autopercepción distorsionada generan una insatisfacción constante con el propio cuerpo, lo que impide disfrutar de logros reales o establecer relaciones sanas con los demás.
¿Cuál es el riesgo para un adolescente de la ingesta de ciertos suplementos para obtener mayor musculatura?
Muchos adolescentes que buscan aumentar masa muscular recurren a suplementos sin supervisión médica, como proteínas en polvo, creatina o incluso anabolizantes. Estos productos pueden tener efectos secundarios cuando se consumen en exceso o combinados de manera inadecuada, afectando órganos como el hígado, riñones y corazón.
El uso de anabólicos androgénicos, especialmente, supone un grave riesgo porque pueden interferir con el desarrollo hormonal natural, producir acné severo, agresividad, disfunción sexual y, en casos extremos, provocar daños permanentes en el sistema endocrino.
¿Cómo darnos cuenta de las primeras señales de alerta de que nuestro hijo adolescente puede estar teniendo este trastorno?
Las señales iniciales suelen incluir una dedicación excesiva al entrenamiento físico, incluso por encima de responsabilidades escolares o sociales. También se observa preocupación constante por la dieta, la búsqueda continua de suplementos, y una autopercepción corporal negativa a pesar de una musculatura visible.
Desde el punto de vista emocional, la vigorexia puede derivar en ansiedad, depresión, aislamiento social y baja autoestima
Otras alertas importantes incluyen irritabilidad cuando se interrumpe el entrenamiento, comparación obsesiva con otros cuerpos, aislamiento social, y conductas repetitivas frente al espejo. Es clave notar si el ejercicio deja de ser una actividad saludable para convertirse en una necesidad ansiosa o una fuente de frustración constante.
¿Qué pueden hacer los padres si confirmar esa sospecha?
Lo primero es evitar la confrontación directa o los juicios sobre su aspecto físico. En lugar de eso, los padres deben generar un ambiente de confianza donde el adolescente se sienta escuchado.
Una vez que se perciben señales claras, se debe buscar orientación profesional, idealmente con un psicólogo especializado en adolescentes o en trastornos de la conducta alimentaria y la imagen corporal. La intervención temprana aumenta significativamente las probabilidades de recuperación y evita que el trastorno avance hacia consecuencias más graves.
¿Qué tipo de terapia necesitarán?
Una terapia enfocada en modificar los pensamientos distorsionados sobre el cuerpo y reemplazar conductas obsesivas por hábitos saludables. También se trabajan la autoestima, el manejo de la ansiedad y la relación con el ejercicio físico y la alimentación.
En casos más complejos, puede ser necesario un abordaje multidisciplinar que incluya psicólogos, médicos y nutricionistas. En algunos adolescentes, puede recomendarse además terapia familiar para mejorar la dinámica en casa y el apoyo emocional.
¿Se puede llegar a superar o siempre habrá que estar alerta?
La vigorexia puede superarse con tratamiento adecuado, compromiso personal y apoyo del entorno. Muchos adolescentes logran recuperar una relación saludable con su cuerpo, el ejercicio y la alimentación. Sin embargo, el proceso no suele ser rápido y requiere seguimiento a mediano o largo plazo, especialmente en los primeros años tras la intervención.
Aunque es posible lograr una recuperación completa, existe cierto riesgo de recaída, sobre todo en momentos de estrés, baja autoestima o presión social. Por ello, es recomendable mantener una vigilancia moderada y fomentar constantemente una imagen corporal positiva, evitando entornos o discursos que refuercen ideales físicos extremos.