Que los niños son una esponja es mucho más que una frase hecha o un dicho popular: es una realidad avalada por la neurociencia. Y es necesario tenerlo en cuenta para estimular su cerebro de manera adecuada, de tal modo que permitamos que nuestros pequeños desarrollen todo su potencial, pero… ¿cómo? Melanie Wirtz, psicóloga, psicopedagoga y fundadora y directora de la editorial Neuroaprendizaje infantil, nos da las claves.
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Explica cómo podemos aprovechar la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro infantil de cambiar y adaptarse, para favorecer el aprendizaje y el desarrollo de los niños.
Estimular el cerebro significa acompañar desde el respeto, el vínculo, las experiencias variadas y adecuadas al momento evolutivo del niño
¿De qué manera una adecuada estimulación puede mejorar el desarrollo cognitivo de los niños?
En los últimos años se ha popularizado el concepto de “estimulación temprana” como un camino para potenciar el desarrollo infantil. Lo escuchamos en jardines maternales, en redes sociales, en libros de crianza. Sin embargo, no siempre está claro qué significa realmente estimular el cerebro y, muchas veces, se confunde con prácticas que terminan generando una “sobreestimulación”. Según los estudios en neurodesarrollo, los niños necesitan ambientes seguros y con estímulos adecuados a su etapa del desarrollo.
El cerebro infantil es una “esponja”, está diseñado para aprender, y cada experiencia significativa activa redes neuronales que se consolidan con la repetición. Cuanto más rica, variada y emocionalmente positiva sea esa estimulación, más eficaz será el desarrollo cognitivo. Estimular el cerebro significa, entonces, acompañar desde el respeto, el vínculo, las experiencias variadas y adecuadas al momento evolutivo del niño.
¿Qué áreas o aspectos son esos que se pueden mejorar?
Con la intervención adecuada, se puede favorecer el desarrollo del lenguaje, la memoria, la atención, la percepción, la capacidad de planificación, la autorregulación emocional y el pensamiento lógico. Todo esto depende del tipo de experiencias que se ofrezcan, del vínculo con el adulto y del entorno del niño. A través del juego libre y desestructurado podemos estimular la imaginación, la resolución de problemas y la motricidad.
El contacto afectivo con las figuras principales permite regular el sistema nervioso y fortalece el apego, desarrollando la inteligencia emocional. El lenguaje cotidiano como hablarle al niño, contarle lo que pasa, escuchar sus sonidos, leer cuentos favorece el desarrollo del vocabulario y la comprensión del entorno. La exploración autónoma al permitirle que se mueva, que toque, que experimente, que resuelva permite fortalecer la autoestima y la independencia. Todas estas habilidades serán precursoras con las cuales el niño podrá acceder luego a aprendizajes más formales, como las habilidades matemáticas o de lecto escritura.
¿Qué son las funciones ejecutivas y qué papel desempeñan en el día a día del niño?
Las funciones ejecutivas son como el “director de orquesta” del cerebro. Incluyen habilidades como la planificación, el control de impulsos, la memoria de trabajo y la flexibilidad cognitiva. Son esenciales para organizar tareas, adaptarse a cambios, manejar la frustración o resolver conflictos. En el aula, por ejemplo, le permiten al niño seguir instrucciones, mantenerse enfocado y terminar una tarea. En casa, ayudan a respetar turnos o a esperar pacientemente.
Estas funciones no son innatas ni automáticas: se construyen lenta y progresivamente desde la infancia hasta la adultez, en un proceso profundamente dependiente de la experiencia y del entorno. Lo que muchas veces llamamos “madurez”, “disciplina” o “capacidad de concentración” es, en realidad, el resultado de un cerebro acompañado a organizarse internamente.
Las funciones ejecutivas son un conjunto de habilidades cognitivas de alto nivel que nos permiten planificar, regular la conducta, controlar impulsos, mantener la atención, adaptarnos al cambio y tomar decisiones conscientes. Estas capacidades se alojan principalmente en la corteza prefrontal, una de las últimas regiones del cerebro en madurar, que sigue desarrollándose hasta aproximadamente los 25 años.
Como afirma el neuropsiquiatra Daniel Siegel, “los niños toman prestada la corteza prefrontal del adulto para aprender a regularse”. Esto significa que, en los primeros años, cuando su sistema nervioso aún está en construcción, los niños necesitan co-regulación: no pueden calmarse solos, no pueden pensar con claridad en medio de una tormenta emocional, no pueden decidir lo mejor cuando algo los desborda. Por eso, nos necesitan presentes y regulados. Nuestra calma no solo les ofrece seguridad emocional, sino que literalmente les presta las funciones cerebrales que aún no han madurado por completo.En ese vínculo, en esa presencia consciente, el niño entrena su propio sistema de autorregulación. Primero lo vive con nosotros, y poco a poco lo incorpora como parte de sí.
¿De qué manera puede influir en el aprendizaje una correcta estimulación cerebral?
El aprendizaje no es solo memorizar, es transformar la información en conocimiento útil. Una estimulación adecuada activa redes neuronales específicas que permiten integrar lo que el niño ve, escucha y experimenta. Si el entorno es estimulante pero no estresante, el cerebro libera neurotransmisores como la dopamina, que fortalecen la memoria y la motivación. Esto mejora la capacidad de aprendizaje y hace que el niño disfrute del proceso.
Estudios en neurociencia y psicología del desarrollo coinciden en algo fundamental: lo que mejor estimula el cerebro del niño es una relación de apego segura y la motivación por aprender. No es la estimulación estructurada lo que más impacta, sino la interacción cálida, sostenida y sensible con un adulto significativo.
¿Cómo debe ser esa estimulación? ¿Qué pueden hacer los padres en casa para estimular el cerebro de su bebé o de su hijo?
La estimulación debe ser respetuosa, adecuada a la edad y basada en el juego, la exploración y el vínculo afectivo. Los padres pueden hablarle al bebé desde el nacimiento, cantar, contar cuentos, dejar que el niño manipule objetos, explorar texturas, moverse libremente, hacer preguntas abiertas. También es clave el contacto visual, el lenguaje emocional y la presencia atenta. No se trata de saturar con estímulos, sino de ofrecer experiencias con sentido.
El contacto afectivo con las figuras principales permite regular el sistema nervioso y fortalece el apego, desarrollando la inteligencia emocional
Cada niño tiene su propio ritmo, sus tiempos, sus momentos sensibles. Históricamente, se ha otorgado especial valor a la universidad como la cúspide de la educación, el lugar donde se cultiva la inteligencia adulta. Pero hoy, desde la psicología y la neurociencia, cada vez más investigaciones coinciden en que el período más importante del desarrollo no es el universitario, sino el primero: desde el nacimiento hasta los seis años. Es allí donde se forma la inteligencia, el lenguaje, la memoria, la voluntad, y, en definitiva, la base de toda la vida mental. Estimular, es crear un entorno donde el niño se sienta seguro para explorar, jugar, equivocarse y crecer.
¿De qué manera la terapia (en neuropsicología o en atención/estimulación temprana) ayuda a los niños?
Estas terapias trabajan sobre áreas específicas del desarrollo que están en riesgo o se presentan con dificultades. Utilizan técnicas basadas en evidencia para potenciar funciones cognitivas, motoras o emocionales, en un entorno preparado y con objetivos claros. Cuanto antes se intervenga, más probabilidades hay de modificar trayectorias de desarrollo.
El objetivo no es “acelerar” al niño, sino ayudarlo a alcanzar su máximo potencial. A partir de una evaluación inicial se puede trazar un perfil cognitivo de fortalezas y desafíos. A partir de allí planteamos objetivos concretos que revisamos junto a la familia y la escuela, con el objetivo de acompañar a ese niño en el desarrollo de sus posibilidades. El trabajo interdisciplinario será fundamental para que todo el entorno responda con los mismos criterios en función de la evolución del niño.
¿Hay una edad a partir de la cual ya no es efectiva esa estimulación o siempre se puede ayudar al cerebro?
El cerebro es plástico toda la vida, pero la infancia, especialmente los primeros seis años, es una ventana de oportunidad única. Un experimento evidenció de manera contundente que existen periodos sensibles —también conocidos como “ventanas de oportunidad”— durante los cuales el cerebro es especialmente receptivo a ciertos estímulos. Esos periodos son cruciales para que determinadas funciones, como la visión, el lenguaje o la audición, se desarrollen según lo esperado. Si los estímulos no están presentes en ese tiempo clave, la función puede verse comprometida.
En esta etapa, las conexiones neuronales se multiplican con rapidez y son más moldeables. Aun así, siempre se puede intervenir. En la adolescencia o incluso en la adultez, el cerebro sigue aprendiendo y reorganizándose, aunque puede requerir más tiempo y constancia. Por ejemplo, aprender un segundo idioma a los 5 años suele ser más sencillo y natural que aprenderlo a los 40, pero con práctica y motivación, es completamente posible. La clave está en la estimulación continua: nuevos retos, experiencias, aprendizajes, vínculos sanos y, sobre todo, mantener la curiosidad.
¿Es necesario también estimular el cerebro de los niños para su desarrollo emocional y social? ¿Cómo?
Absolutamente. El desarrollo emocional y social también depende del cerebro y es una parte fundamental del desarrollo cognitivo. Las áreas del cerebro que gestionan las emociones- como la amígdala, el hipocampo o la corteza prefrontal- se activan y modelan a través de las experiencias emocionales, el apego y la interacción. Estimular estas áreas implica validar emociones, enseñar a nombrarlas, modelar conductas empáticas y ofrecer entornos seguros.
Un cerebro emocionalmente acompañado es un cerebro disponible para aprender
Algunas formas concretas de hacerlo:
- Nombrar las emociones: “Veo que estás enojado porque se rompió tu juguete”
- Modelar conductas: Los niños aprenden más por lo que ven que por lo que les decimos. Si ven adultos que saben pedir disculpas o expresar sus emociones sin, lo integran como un modelo.
- Validar sin juzgar: En lugar de “no llores por eso”, podemos decir “entiendo que te frustra, estoy aqui para acompañarte”.
- Ofrecer entornos seguros donde el niño se sienta aceptado, amado y valorado, incluso cuando se equivoca.
Lejos de ser un obstáculo, el error representa una oportunidad para reajustar nuestras ideas, refinar nuestras predicciones y profundizar nuestra comprensión del mundo. Como afirman numerosos estudios en neurociencia y pedagogía, el aprendizaje genuino se produce cuando un acontecimiento desafía nuestras expectativas. Según el neurocientífico Stanislas Dehaene (2019), “un individuo aprende únicamente cuando un acontecimiento contradice sus predicciones”. Esto quiere decir que, para que haya aprendizaje real, el cerebro necesita detectar un desajuste entre lo que esperaba y lo que ocurrió. Ese desajuste —el error— es lo que activa el sistema de aprendizaje, impulsa la atención y moviliza recursos cognitivos para reorganizar el conocimiento.
Un cerebro emocionalmente acompañado es un cerebro disponible para aprender. Las emociones son la base sobre la cual se construyen el pensamiento, el lenguaje, la atención y la memoria. No hay aprendizaje real si antes no hay conexión emocional.