A veces, unas simples palabras pueden cambiar el rumbo de una decisión y llevarte a otro destino. Algo así le ocurrió a Rocío cuando estaba en pleno mar de dudas con su vestido de novia. Nuestra protagonista recibió un consejo que resultó ser clave para su elección final. Unas palabras de alguien que la conocía bien y sabía que la personalidad de Rocío no iba por el camino de las normas más estrictas y tradicionales. “El día de tu boda no tienes que parecer la más recatada de tus amigas, deberías sentirte favorecida. No por casarte tienes que ganar automáticamente 50 años”, le dijo. Por eso, sin “suavizar” ni “romantizar” su vestido de novia solo porque se fuera a casar por la iglesia comenzó a moldear junto a una mano amiga su look nupcial.
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Un vestido de escote halter e inspiración Vionnet
Dolo es su diseñadora de confianza, la persona que conoce sus gustos y el de parte de su familia, ya que ha sido la encargada de dar vida a los vestidos de novia de muchas de las mujeres de su vida. “Todas ellas fueron guapísimas el día de su boda, cada una con su estilo, pero con muchísima elegancia y con ese toque atemporal que sabía que me iba a garantizar que mi vestido no iba a pasar de moda y me seguirá gustando dentro de 30 años”, nos cuenta. Fue un proceso divertido y en familia, donde madre, hermanas, primas y tías se recrearon, a cada cual más, en las pruebas. “Como teníamos mucha confianza con la diseñadora, pudimos probar todas las ideas que se nos ocurrían”.
Rocío tenía una muy clara: soñaba con un escote halter, de esos que tantas novias icónicas han elegido para su día B, sobre todo como segundo vestido por tener connotaciones más festivas. De hecho, el único inconveniente era que a nuestra protagonista "le daba apuro enseñar tanto la espalda durante la ceremonia". Empezó a buscar inspiración y encontró algo más que un nombre: dio con un icono del diseño, con “la arquitecta de la moda” y la precursora de patronaje moderno, Madeleine Vionnet.
De ella aprendió lo que era un bias cut, que tan de moda lo puso allá por los años 30 y no es otra cosa que el corte al bies de toda la vida. En lenguaje de diseño, se trata de cortar la tela en diagonal, a 45 grados con respecto al hilo. Ella supo llevarlo a la Alta Costura, ya que hasta entonces solo se usaba en remates o pequeños detalles. Vionnet, con su carácter revolucionario, aplicó el bies a vestidos completos.
Hoy son mujeres como Rocío, también con un carácter rompedor, quienes se visten para la revolución a través de las ideas que nos dejó esta maestra de la costura hace casi un siglo. “Con la ayuda de la diseñadora y mis hermanas, conseguimos trasladar a mi vestido esta idea que tanto me gustó”. ¿Qué se consiguió con este corte al bies? Cambiar la caída de la prenda. De esta manera, la tela ganaba elasticidad natural, sin encorsetarse al cuerpo, se adaptaba al movimiento y creaba una silueta fluida y sensual, como esas que caracterizaban los vestidos de los años 30.
Rocío nos cuenta una anécdota divertida. “Siempre decía que quería un vestido elegante, pero sexy, pero rústico, pero sencillo, pero, pero, pero… ¡lo quería todo! Y mis hermanas se reían mucho de mí”. Al final, su look resultó tener un poquito de todo en su justa medida, un aderezo de detalles que lo hicieron perfectamente apto para una ceremonia religiosa.
Partiendo del cuello halter que se ceñía al cuello con botonadura, Dolo añadió una bufanda de crepe que caía por la espalda, para hacer menos evidente el escote trasero durante la misa. Ahí también incorporó una malla bordada con paillettes. Aunque era muy sutil y tan solo se dejaba entrever, daba un toque de luz y carácter festivo al conjunto, algo a tener en cuenta, porque no llevó segundo look nupcial.
Accesorios con mucha personalidad
La decisión más peculiar que tomó Rocío en su look fue prescindir -o casi- del tradicional ramo de novia en favor de un abanico muy especial, siguiendo la tendencia de tantas novias virales que hemos visto este año. “Aunque me encantan los ramos, y al final llevé uno muy sencillo y de color al que no quise dar importancia, siempre me ha dado mucha pena que algo tan especial pudiera estropearse o durar apenas unos días. Así que busqué algo menos perecedero, que pudiera convertirse en un recuerdo que pudiera guardar siempre”, y así acabó contactando con Bam Bam Studio (@bambamstudio_), expertos en bordar grandes historias sobre pequeñas piezas de tela.
“Quería que el abanico contara todo lo que para mí es importante: referencias sobre mi familia, el lugar donde veraneo, mis mejores amigas, Nacho y, lo más importante, una nota que escribió mi abuela hace muchos años, de su puño y letra. Conté a Laura mi historia y ella bordó esta joya. Es una auténtica artista”, nos cuenta. Aparte del suyo, también bordó otros diseños personalizados para su madre, su suegra y sus dos mejores amigas que repartió durante la cena. “Fue uno de mis momentos favoritos de la noche”.
Los pendientes fueron el otro accesorio reseñable. “Me los regalaron mis hermanas y eran de una antigua tienda del lugar en el que veraneamos de toda la vida. Son muy especiales para mí”, recuerda. Estas joyas quedaban al descubierto gracias a un recogido bajo muy pulido, que encajaba fenomenal con ese tipo de escote.
Del maquillaje se encargó otra conocida, Ángela, una amiga de su hermana. “Había visto cómo le había maquillado y me gustó mucho su estilo, natural y sencillo. No quería parecer otra persona, ni que me recargaran demasiado. Creo que es importantísimo tener a alguien de confianza a quien poder decir si me sentía cómoda con el maquillaje o no”.
Su historia de amor y una boda en Segovia
La de Rocío y Nacho es una de esas historias que parecen sacadas de una película romántica. Se conocen desde los tres años y han compartido pupitre, recreos y veranos, creciendo prácticamente de la mano. Sin darse cuenta, fueron testigos de la evolución del otro pero, a los 18, surgió esa chispa que llevaba tiempo latente. “Cuando terminó el colegio, justo ese verano, empezamos a interesarnos el uno por el otro, aunque al principio lo intentamos llevar en secreto porque formábamos parte del mismo grupo de amigos”, recuerda.
Lo que nació como una relación casi furtiva se consolidó con el paso del tiempo hasta acabar en boda diez años después. “Llevamos una década juntos y, aunque hemos vivido en distintos países durante varias temporadas, nunca nos hemos separado”, cuenta Rocío. La pedida llegó en un momento íntimo y muy especial: Nacho le pidió matrimonio la misma noche que se fueron a vivir juntos, en la calma de su primer hogar compartido y sin testigos, solo los dos.
Se casaron el 28 de junio en la iglesia de San Bartolomé, en Sangarcía (Segovia). Fue una boda de tarde, bajo los techos abovedados de este bonito templo, con suelos de madera desgastada y una puerta principal pintada en verde agua. Una imagen de postal que resultó ser todo un descubrimiento para la pareja y más aún cuando llegó Rocío a la Iglesia y se encontró con una divertida estampa. “En primera fila estaban todas las señoras del pueblo, unas diez o quince, con los pai-pai que habíamos comprado para los invitados, listas para ver el espectáculo. Me encantó”.
Los recién casados celebraron la cena y la fiesta posterior en la Abadía de Párraces. “Cuando nos pusimos a buscar fincas, encontramos la Abadía y nos sorprendió no haber oído nunca hablar de ella porque es una pasada. Los claustros, el jardín, la antigua iglesia convertida en discoteca, la casa donde tuvimos la suerte de vestirnos… todo era precioso. Así que, a pesar de ser de Madrid, decidimos desplazar la boda (y a los 250 invitados) a Segovia”.
La idea resultó ser todo un acierto, porque muchos invitados aprovecharon para convertirlo en un plan de fin de semana. La preboda, de hecho, coincidió con las fiestas de Segovia y acabó siendo un fiestón improvisado en la Plaza Mayor.
Una organización mano a mano
La pareja organizó todo sin ayuda de wedding planner. “Hemos tenido tiempo de sobra para dedicarle todo el cariño del mundo. En teoría nos casábamos el 6 de julio de 2024, pero tuvimos que posponer la boda por un tema familiar. De todas maneras, a mí me encanta todo lo que tiene que ver con la decoración y la parte más creativa, así que estaba feliz de estar tan implicada”.
Ni la finca ni la iglesia necesitaban grandes adornos, pero Rocío y Nacho quisieron dar su toque personal. En la iglesia optaron por la sencillez: un par de cestas con lavanda en el altar y cajas de leña y cestos de playa en la entrada, que sirvieron tanto para colocar los pai-pai como para repartir cervezas a la salida y brindar con los invitados.
En la Abadía de Párraces cuidaron cada detalle sin quitar protagonismo al claustro, que ya era un espectáculo en sí mismo. Encargaron una iluminación sutil con guirnaldas a Eloy y prepararon ellos mismos los centros de mesa con pequeños jarrones, flores discretas y botellas de vino recicladas como portavelas. “Fuimos recolectando botellas durante todo el año gracias a nuestra familia y amigos, creo que en total fueron unas 150. El pobre Nacho acabó hasta las narices de quitar etiquetas de vino”, recuerda entre risas.
En la zona del cóctel colgaron una tela bordada por Rocío con una frase en italiano que significa “Come bien, ríe a menudo, ama mucho”, un guiño al año que vivió en Italia. Y hasta el seating plan lo hicieron ellos, inspirado en los bares donde suelen reunirse con su grupo de amigos.
Buena música y muchas anécdotas
La boda estuvo cargada de momentos divertidos. En el cóctel contaron con la banda Los Amigos de Juan, que no solo animaron la fiesta, sino que también se implicaron para adaptar la música a los gustos de los novios. “Fueron un auténtico acierto, muy cercanos y atentos”.
La cena se celebró al aire libre y, más que una comida formal, se convirtió en una fiesta desde el principio: “Todo el mundo estaba de pie, hablando, riéndose, muy animados. No fue la típica cena de boda y yo estaba encantada de ver a todos tan contentos”.
El momento más sorprendente llegó de madrugada, alrededor de la 01:45, cuando, tras un corte repentino de la música en la discoteca, apareció una charanga sorpresa que los novios habían preparado en secreto. La entrada de los músicos desató la euforia y terminó de coronar una celebración que todos recuerdan como inolvidable.
Mirando atrás, Rocío confiesa que haber tenido que posponer la boda fue, en realidad, una suerte. Ese tiempo extra le permitió ganar perspectiva y darse cuenta de que no hacía falta dejarse arrastrar por las supuestas “necesidades” que rodean al mundo nupcial. “Hay muchas cosas que parecen obligatorias y no lo son. Es mucho mejor apostar por detalles personales, que reflejen de verdad quiénes somos”, resume. Hacer las cosas ellos mismos no solo les ahorró dinero, también les regaló autenticidad. Y, sobre todo, descubrió dos grandes aprendizajes: que la actitud de los novios marca la de los invitados y que la felicidad está en soltar el control y disfrutar. “Ese día no me preocupé por nada, lo pasé en grande y, si algo salió mal, ni me enteré. A día de hoy sigue sin tener importancia, así que lo mejor es vivir el momento y olvidarse de todo lo demás”.