Todo comenzó, como sucede con muchos pintores, en la infancia. “Mi padre es artista y me enseñó muchísimo cuando era pequeña. Crecí rodeada de sus cuadros e instalaciones. Es una persona profundamente creativa. Incluso ahora, a sus 67 años, sigue trabajando en su taller”.
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La pintora portuguesa Lena Rivo recuerda así sus inicios. “En mi búsqueda de una escuela donde pudiera aprender a captar la belleza del mundo que me rodea, realicé varios cursos en ARCO (Centro de Arte e Comunicação Visual, Lisboa) y en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Lisboa. Como no encontré una formación que encajara con lo que tenía en mente, decidí seguir aprendiendo por mi cuenta”, añade.
Durante varios años, estudió las obras y métodos de impresionistas franceses, estadounidenses y rusos, además de las obras del valenciano Joaquín Sorolla, su pintor favorito. “La naturaleza siempre ha sido mi principal fuente de inspiración. Me encanta pintar del natural, me ayuda a captar la belleza sutil de los colores y cómo se relacionan entre sí.
Esta práctica entrena la mirada para reconocer los matices, algo esencial también cuando se trabaja a partir de fotografías. La cámara no puede captar todo lo que percibe el ojo humano, así que, cuando pinto desde una imagen, siento que mi tarea es devolverle la vida. Por eso, trabajar al natural sigue siendo mi ejercicio más valioso”.
“Mi estudio está junto a nuestra casa, cerca de Lisboa. allí vivo con mi marido y mi perro”
Lena vive en una zona rural cercana a la capital lusa. “Mi estudio está junto a nuestra casa. Allí vivo con mi marido y nuestro perro. Es una zona muy arbolada y tranquila.
Lo que más me gusta es la luz de la mañana, que entra a raudales por las ventanas, mientras los pájaros cantan fuera: el escenario perfecto para pintar flores con luz natural. Nuestro jardín está lleno de ellas, así que siempre tengo un motivo inspirador al alcance de la mano”.