Marc Rodríguez, psicólogo, sobre por qué te cuesta aceptar un elogio: "No estamos acostumbrados a ver lo bueno en nosotros mismos"


Hay personas que perciben que un halago les coloca demasiado en el centro del escenario, lo que puede hacer que sientan vergüenza o inseguridad


mujer con los ojos azules pensativa© Getty Images
26 de noviembre de 2025 - 7:03 CET

Tal vez nunca te lo has planteado, pero hay personas para las que un simple “qué bien lo has hecho” puede incomodarles más que una crítica. El elogio les coloca en el centro del escenario y, de repente, sienten vergüenza, inseguridad o miedo a no estar a la altura. Para quienes no están acostumbrados a reconocer lo bueno en sí mismos, un halago puede sonar casi extraño. 

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La autoestima, la educación recibida y el perfeccionismo marcan la forma en que respondemos: algunos rebajan el cumplido con un “no es para tanto”, otros lo esquivan con un “tuvo que ser suerte”. Pero tal y como nos explica Marc Rodríguez, psicólogo especialista en Inteligencia Emocional (@rodriemocion), aprender a aceptar los elogios con calma y gratitud es mucho más que un gesto social: es abrir la puerta a vernos con otros ojos, disfrutar de nuestros logros y dejar que lo positivo también nos habite.

¿Por qué a muchas personas les resulta incómodo recibir elogios?

Porque un elogio nos coloca, de golpe, en el centro del foco. Y eso puede remover:

  • Vergüenza (“ay, qué corte”).
  • Inseguridad (“¿de verdad será para tanto?”).
  • Miedo a decepcionar (“y ahora tengo que estar siempre a la altura”).

Para mucha gente, un halago es como un foco de teatro: ilumina algo que preferirían mantener en la sombra o, al menos, más discreto.

Y si no estamos acostumbrados a ver lo bueno en nosotros mismos, que otro lo señale puede resultar casi violento.

Ante un halago, pueden aparecer pensamientos rápidos, automáticos, casi inconscientes, que rebajan el elogio

 ¿Qué papel juega la autoestima en la forma en que respondemos a los halagos?

Un papel enorme.

  • Si tengo buena autoestima, suelo pensar: “Me alegra que lo vea, he hecho un buen trabajo”, y recibo el elogio con cierta calma.
  • Si mi autoestima es frágil, el halago choca con lo que yo creo de mí: “No soy tan bueno”, “habrá sido suerte”, “si supiera cómo soy de verdad, no diría eso”.

Es como intentar encajar una pieza de puzzle que no cuadra con la imagen que llevo años armando. Cuanto más baja es la autoestima, más tendencia hay a minimizar o rechazar el cumplido.

¿Puede influir la educación o el entorno familiar en nuestra capacidad para aceptar elogios?

Muchísimo. Si has crecido en un entorno donde los elogios eran escasos o irónicos (“mira qué listo, ahora sí…”), se valoraba la humildad malentendida (“no te lo creas mucho”, “no presumas”), o bien se corregía más de lo que se reconocía, es muy probable que de adulto te cueste creer un halago.

También pasa lo contrario: familias donde cada logro se normaliza (“es tu obligación”) y nunca se celebra nada. Entonces el elogio externo se siente extraño, casi como si te estuvieran tomando el pelo.

© Adobe Stock

¿Hay relación entre el perfeccionismo y la dificultad para aceptar cumplidos?

Sí, suelen ir de la mano. Una persona perfeccionista suele tener un criterio interno muy alto del tipo: “Podría haberlo hecho mejor”, “He cometido fallos, así que no merece elogio”.

Entonces, cuando alguien le dice “qué bien lo has hecho”, su mente responde: “Sí, pero…”. Ese “sí, pero” es el sello del perfeccionismo. El perfeccionista mira el 2% que falta, no el 98% que ya está muy bien. Y le cuesta integrar los elogios porque no casan con su nivel de autoexigencia.

¿Qué tipos de pensamientos automáticos suelen aparecer cuando alguien nos elogia?

Depende, pero suelen aparecer cosas como:

  • “Si supiera la verdad, no lo diría”.
  • “Seguro que me lo dice por quedar bien”.
  • “Bah, tampoco es para tanto”.
  • “He tenido suerte”.
  • “Vale, pero el otro lo hace mejor”.
  • “Ahora esperan esto de mí siempre”.

Son pensamientos rápidos, automáticos, casi inconscientes, que rebajan el elogio. No necesariamente son verdad, pero nuestro cerebro se las apaña para rebajar la intensidad del halago y volver a una zona “conocida”.

El psicólogo nos recomienda la práctica del espejo: decirte cosas buenas en voz baja ayuda a que tu sistema no encuentre el elogio tan raro

¿Puede haber miedo a parecer arrogante si aceptamos un halago con naturalidad?

Sí, y es muy habitual. Muchas personas confunden aceptar un elogio (“Gracias, me alegra que lo veas así”) con ir de sobrado ("Ya lo sé, soy el mejor”".

Y no tienen nada que ver. El miedo es pensar en que si digo gracias y no me quito mérito, van a pensar que soy un creído. Sobre todo en culturas donde se valora mucho la modestia, se ha enseñado que rebajarse es sinónimo de educación, cuando en realidad se puede ser agradecido y humilde a la vez.

¿Qué efectos puede tener en nuestra salud emocional no saber recibir elogios?

Más de los que nos puede parecer:

  • Refuerza una mala imagen de uno mismo: si cada elogio lo tiras a la papelera, solo dejas entrar lo negativo.
  • Alimenta la inseguridad: nunca terminas de creerte capaz, incluso con pruebas delante.
  • Dificulta el disfrute: logras cosas buenas, pero no las saboreas. Es como cocinar un plato increíble y no probarlo.
  • Afecta a las relaciones: a quien te elogia, si siempre lo desmontas (“qué va, exageras”, “tonterías”), puede llegar a sentir que no valoras lo que te dice o que “es imposible hacerte sentir bien”.

A largo plazo, puede contribuir a ansiedad, baja autoestima y sensación de vacío, porque nada bueno acaba de “entrar”.

© Getty Images

¿Cómo podemos aprender a aceptar los halagos sin tanta incomodidad?

Como todo, se entrena. Algunas ideas:

  • Empieza por no negarlos. Si ahora respondes con “qué va, qué tontería”, prueba al menos a no desmentir. Un simple “gracias” ya es un paso.
  • Respira antes de responder. Nota la incomodidad en el cuerpo (calor, nervios, ganas de escabullirte) y date 2 segundos para respirar. La incomodidad no es peligro, solo es nueva.
  •  Céntrate en la intención. Aunque el elogio no sea perfecto, alguien está diciendo: “Veo algo bueno en ti”. Quédate con eso, no con el “no es para tanto”.
  • Práctica del espejo. Puede parecer cursi, pero funciona: decirte cosas buenas en voz baja (“hoy he hecho esto bien”) ayuda a que tu sistema no encuentre el elogio tan raro.

¿Qué consejos daría para responder a un elogio de forma asertiva?

Fórmulas sencillas, naturales y que no suenan ni chulescas ni falsas:

  • “Gracias, me hace ilusión que lo digas”.
  • “Gracias, la verdad es que me lo he currado mucho”.
  • “Gracias, lo valoro mucho viniendo de ti”.
  • “Gracias, estoy contento con cómo ha salido”.
  • Si quieres matizar sin tirarlo por tierra: “Gracias, todavía hay cosas que quiero mejorar, pero me alegra que se note el esfuerzo”.

La clave es no desmontar el cumplido. Puedes reconocer tu trabajo sin sonar arrogante.

© Getty Images

¿Puede la educación o el entorno familiar hacer que nos sintamos casi “culpables” al recibir elogios?

Sí. Si te han educado con mensajes como:

  • “No presumas”.
  • “No te lo tengas tan creído”.
  • “Hay gente mucho mejor que tú”.

Es fácil que de adulto te sientas incómodo o culpable si alguien te destaca algo positivo. Trabajar esto implica entender que agradecer un elogio no es presumir, es reconocer algo que el otro ha visto y ha decidido compartir.

Por último, ¿algún mito sobre los elogios que deberíamos desmontar?

Sí, varios:

  1. "Si acepto un elogio, soy soberbio”. No. Soberbio es ningunear a los demás, no decir “gracias” cuando te reconocen algo.
  2. “Los elogios nos debilitan o nos hacen vagos”. No. El reconocimiento sano refuerza la motivación y el compromiso. El halago vacío o manipulador es otra cosa, pero no es de eso de lo que hablamos.
  3. “Solo valen los elogios por grandes logros”. Falso. A veces un “me gusta cómo me escuchas” o “qué detalle has tenido” vale más que un premio enorme. La vida está hecha de gestos pequeños.
  4. “Si me elogian, algo querrán a cambio”. A veces sí, claro. Pero si damos por hecho que siempre hay trampa, nos cerramos también a los elogios sinceros. Conviene aprender a distinguir, no a desconfiar de todo.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.