Estamos cada vez más conectados, nos cuesta desprendernos de nuestro móvil, tenemos notificaciones constantes... Pero vivimos en una paradoja muy llamativa: podemos sentir que estamos siempre conectados pero cada vez más vacíos, más solos. Sobre todo ello nos invita a reflexionar Marta Romo, experta en neurociencia aplicada. En su libro Hiperdesconexión, analiza el impacto que puede tener la sobreestimulación digital en nuestro cerebro, nuestra memoria y nuestras relaciones, y propone un camino para reconectar con lo que realmente importa: el descanso profundo, la atención plena y el propósito personal.
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En el libro habla del precio que pagamos por la hiperconexión. ¿Cuál diría que es el más alto?
Desde mi punto de vista, el precio más alto es perdernos nuestra propia vida. Esto se ejemplifica perfectamente con el fenómeno de estar todo el día haciendo cosas, ocupados, trabajando… y al llegar a casa, estar deseando que todos te dejen en paz, que se acuesten para poder desconectarte hasta de tu mente, viendo series, haciendo scrolling o leyendo un libro. Hemos llegado al punto de decir "necesito desconectar de mi vida", como si fuéramos máquinas que se resetean. El problema es que no funcionamos como las máquinas. Lo que realmente estamos perdiendo es la capacidad de estar presentes en nuestros propios instantes, de vivir en lugar de simplemente pasar por la vida. Sin duda, la pérdida de nuestra propia presencia. Suena paradójico pero el precio más alto es desconectarnos de nuestra propia vida mientras creemos estar conectados a todo.
¿Cómo influye el 'scroll' infinito en nuestra capacidad de descanso y en la sensación de cansancio constante?
El scroll infinito es realmente una de las trampas más sofisticadas que se han diseñado para capturar nuestra atención. Lo más perverso es que opera bajo el mismo mecanismo de refuerzo variable que hace tan adictivas las máquinas tragaperras. Como explico en el libro, elimina por completo los puntos de referencia naturales que teníamos en el mundo físico, esos momentos donde podíamos decidir conscientemente si continuar o no (el final de un capítulo de un libro o el de un programa de televisión).
La eliminación de puntos ce cierre mantiene al usuario en un estado de expectativa continua, que incrementan la incertidumbre y la variabilidad de la recompensa. Esto amplifica la activación dopaminérgica y refuerza el comportamiento de búsqueda, favoreciendo la repetición compulsiva de esa acción. Esto sucede porque las recompensas impredecibles, el no saber exactamente cuándo aparecerá ese contenido que nos resulte especialmente gratificante, pero con la expectativa de que llegará, nos mantiene enganchados.
Este diseño explota sistemáticamente nuestras vulnerabilidades psicológicas esenciales. Por otra parte, nuestros mecanismos naturales de regeneración y procesamiento de información como por ejemplo, la Red Neuronal por Defecto, la autofagia, la digestión, el sueño… necesitan reposo y tiempo. Se cuecen a fuego lento. Pero cuando pasamos de la pantalla del trabajo a la pantalla del móvil, de la pantalla del móvil a la del portátil, nunca damos espacio a esos procesos y al final terminamos agotados, embotados. Y al final, el descanso no es suficiente, descansas pero no te recuperas, porque el descanso no es ausencia de actividad, es presencia genuina en el reposo y el scrolling nos la roba.
Reconectar con tu vida nada tiene que ver con demonizar la tecnología, porque es una gran aliada si nos relacionamos con ella como humanos, liderándola
¿Qué señales nos da el cuerpo o la mente cuando estamos saturados digitalmente?
El cuerpo habla, lo que pasa es que hemos olvidado escuchar su lenguaje silencioso, es lo que se denomina el sentido de interocepción. Las señales son variadas: irritabilidad desproporcionada por cosas pequeñas, altibajos emocionales, esa sensación de niebla mental donde te cuesta tomar decisiones o ser creativo, el agotamiento permanente a pesar de descansar, levantarse sin la sensación de haber descansado...
Por otra parte, nuestro cerebro tiene un lenguaje específico para comunicarnos que está saturado y que necesita otra cosa. Ese lenguaje son las distracciones, las que nos provocamos nosotros mismos. Si cada vez que te pillas distrayéndote, te preguntas '¿qué necesito en este momento?' descubrirías que tu cuerpo necesita algo que no le estás dando, ya sea descanso, hidratación, contacto, nutrición, movimiento… Escuchar nuestro cuerpo especialmente en los momentos en los que se activa nuestra red neuronal por defecto (es una especie de piloto automático) y atenderlo es una potentísima herramienta de productividad (y es gratis).
¿Qué significa realmente "reconectar con tu vida" y por dónde debemos empezar?
Desde mi punto de vista, reconectar con tu vida nada tiene que ver con demonizar la tecnología, porque es una gran aliada si nos relacionamos con ella como humanos, liderándola. Por eso, yo no hablo de ser radical y desconectarte de las redes sociales. Reconectar con tu vida tampoco va de escapar de ella y hacer un cambio radical o irte a un retiro en la montaña (que tampoco está mal).
Reconectar con tu vida significa estar totalmente presente en cada una de las cosas que haces. Tiene mucho que ver con la aceptación de la realidad, sin querer escapar de ella. Existen varias herramientas que nos ayudan a estar radicalmente presentes, una de ellas es la respiración consciente, otra el contacto visual, y la tercera que me parece importantísima es el amor. El amor no solo como sentimiento, sino como decisión. Si ponemos amor en cada conversación, en cada tarea, en cada cosa que hacemos, dando lo mejor de nosotros mismos, estaremos viviendo ese instante con plena presencia.
También es importante integrar todos nuestros trocitos de nuevo: la atención fragmentada, la memoria delegada a dispositivos, las relaciones convertidas en audios y emojis, el cuerpo desvinculado de la experiencia… Comprender cómo funcionan cada uno de estos aspectos de la persona nos ayuda a empatizar para conectar con nosotros y a actuar a nuestro favor. Por eso me gusta tanto la neurociencia y la utilizo en la divulgación, porque comprender nos ayuda a transformar nuestra mentalidad y nuestras acciones y nos dirige a lo esencial.
Pero si todo esto te parece muy complicado o incluso trascendente, puedes empezar por lo más simple: apaga el móvil durante la cena y pregúntale al otro cómo ha sido su día. Parece una tontería, pero te aseguro que es revolucionario. Empezar por pequeños actos de presencia radical, porque a veces la revolución más silenciosa comienza con el acto más radical de todos que es prestar atención.
Crear espacios de desconexión sin aislarnos del mundo. No es tarea fácil, ¿no cree?
Es verdad, no es nada fácil, especialmente cuando todo el entorno nos empuja a la productividad constante, a ir rápido, a no parar. Pero fíjate que no hablo de aislamiento ni de renunciar a la tecnología. Sino de entender cómo nos afecta y aprender a relacionarnos en este nuevo mundo, con libertad. Por ejemplo, recuperando los límites naturales que la hiperconexión se está cargando. Antes, esos límites existían sin que tuviéramos que pensar en ellos, el trabajo se terminaba y no teníamos tantos temas pendientes, los amigos se iban a casa y no estaban constantemente en el escaparate de las redes sociales o disponibles en WhatsApp, las tiendas cerraban… Ahora todo está disponible 24/7, y somos nosotros quienes debemos reconstruir conscientemente esas barreras. No es cuestión de todo o nada, sino de aprender a habitar el mundo digital sin que él nos habite por completo. Es una cuestión de liderazgo, de gobernar nuestra propia vida.
Para poder crear esos espacios de reconexión con la vida, podemos aliarnos en familia o con nuestros amigos, la transformación siempre es más sencilla cuando se comparte con otros. Por eso, llegar a acuerdos por ejemplo en tu trabajo con tus colegas a la hora de tener reuniones más breves, acercarte a hablar con un compañero en lugar de mandarle un mensaje… son pequeños cambios que pueden mejorar tu calidad de vida. En casa, respetar el tiempo juntos por ejemplo en la sobremesa, dedicando un tiempo a conversar, escucharnos y mirarnos a los ojos… Este tipo de cosas, ayudan y son muy sencillas. En el libro propongo un reto de reconexión de 22 días, que busca trabajar con más aspectos de nuestra vida.
Ahora todo está disponible 24/7, y somos nosotros quienes debemos reconstruir conscientemente esas barreras. No es cuestión de todo o nada, sino de aprender a habitar el mundo digital sin que él nos habite por completo
¿Piensa que ha llegado el momento de cambiar la narrativa social que glorifica estar siempre ocupados?
Me atrevo a decir que es urgente. Vivimos en un momento en el que se confunde movimiento con avance, ruido con productividad, hiperactividad con valor. Nos identificamos con lo que hacemos, no con lo que somos. Pensamos primero en tener, luego en hacer para poder tener y nos creemos que nuestro ser es una consecuencia de lo que tenemos y hacemos. Pero aquí el orden está cambiado, tendríamos que empezar por el ser, lo que somos y nuestro propósito y de ahí pensar en el hacer y el tener, casi como consecuencias.
Hay un tema de identidad que es importante que trabajemos… porque nos sentimos más cómodos diciendo que no podemos más, que estamos a tope, como si fuera un logro… y sin embargo nos avergonzamos por reconocer que necesitamos parar, no hacer nada, descansar... Es como si nos fueran a dar una medalla por estar tan ocupados.
Por otra parte, la tecnología y la irrupción de la IA en nuestras vidas prometían ahorrarnos tiempo y así es, pero el problema es que en lugar de emplearlo en el descanso, el pensamiento profundo, las conversaciones, la preparación, la visión… lo utilizamos para hacer más y más. La productividad no es hacer muchas cosas, sino todo lo contrario.
¿Cree que estamos perdiendo algo esencial en nuestra forma de vivir por estar siempre conectados?
Estamos perdiendo nuestra integridad, en el sentido más literal de la palabra, estar completos. Hemos fragmentado nuestra atención y nos cuesta liderarla, externalizado nuestra memoria a dispositivos que nos recuerdan las cosas desde los recuerdos de nuestras fotos hasta cómo ir a un sitio, nos hemos desconectado de nuestras emociones que se han vuelto complejas, de los demás con los que nos cuesta empatizar porque no tenemos tiempo para conversar y hemos alejado nuestro cuerpo de nuestra experiencia consciente. De alguna manera estamos perdiendo nuestra humanidad, lo que nos hace auténticamente humanos. Por eso, para combatir el cansancio vital prolongado no es suficiente con descansar, necesitamos tener el corazón completo. Volver a integrar esas partes de nosotros en una unidad.
¿Es posible descansar de verdad en un mundo que nos exige estar disponibles 24/7?
Sí, pero requiere una decisión consciente y valiente, tanto en nuestro estilo de vida, nuestra manera de trabajar y nuestra forma de relacionarnos con los dispositivos. Por ejemplo, interactuamos con el móvil una media de 85 veces al día, incluyendo al despertarnos y antes de dormir. El 91% de usuarios nunca sale de casa sin su teléfono, y el 46% afirma que no puede vivir sin él. Esos datos no describen una relación sana, describen dependencia.
Descansar de verdad implica elegir no estar disponible a veces, aunque todo el sistema te empuje a estarlo, decir que no a multitud de planes y opciones. Descansar de verdad pasa por pensar antes de actuar para poder focalizarte en lo que verdaderamente te acerca a tus objetivos. Es un acto casi revolucionario en estos tiempos, pero es posible.
Esperando el autobús, miramos el móvil. En la cola del supermercado, también. Incluso cuando vamos al aseo, lo llevamos con nosotros. Y así nos estamos perdiendo los espacios donde tradicionalmente pensábamos
¿Cómo ha cambiado la forma en que nos relacionamos con los demás por culpa de la hiperconexión?
Hoy en día nos encontramos con un montón de situaciones relacionales sin sentido. Por ejemplo, ya no llamamos directamente por teléfono, mandamos un mensaje para preguntar si podemos llamar a esa persona. O quedamos con amigos y en lugar de hablar, estamos con nuestros móviles… o en nuestro trabajo somos capaces de mandar un mensaje o mail a un compañero que está en la misma planta que nosotros por no levantarnos y perder tiempo conversando… Los demás muchas veces se convierten en una interrupción para nosotros y la empatía está en crisis porque no tenemos tiempo para escuchar auténticamente y comprender al otro.
Hemos simplificado nuestras interacciones al mínimo, se han vuelto más superficiales y también se han digitalizado. Todo esto es agotador. Nuestro cerebro necesita interacción social y utilizar los cinco sentidos a la hora de relacionarse. Cuando dejamos de utilizar alguno de nuestros sentidos, nuestro cerebro al no obtener la información completa, se la inventa para poder entender el mensaje completo y que tenga sentido. Esto es agotador y además puede generar multitud de malos entendidos. Por ejemplo, en un audio solo utilizamos el oído pero perdemos la vista, el olfato…
Por otra parte, el hecho de que muchas de nuestras conversaciones sean asíncronas (no fluyen en tiempo real) nos deja con mensajes sin responder y nos quedamos a medias de la conversación. Esto también es agotador y añade algo pendiente a nuestra eterna lista de cosas sin terminar. Todo esto contribuye a alimentar nuestra ansiedad y nuestro cansancio. Relacionarnos en directo, en vivo y presencialmente, nos descansa y nos da energía (incluso si somos introvertidos). Así que estamos viviendo la paradoja de estar constantemente conectados pero sentirnos profundamente solos.
¿Un mensaje de texto puede sustituir el valor emocional de una conversación cara a cara?
Rotundamente no, la neurociencia lo respalda completamente. Nuestro cerebro social está diseñado para captar miles de señales en la comunicación presencial: el tono de voz, las microexpresiones faciales, la postura corporal, incluso el timing de los silencios. Todo eso se pierde en un mensaje de texto. Lo que ocurre es que las palabras en pantalla son "palabras sin cuerpo". Nos falta el contacto visual, el lenguaje corporal, el silencio compartido que da profundidad a las relaciones. Y el cerebro social necesita de la presencia física, del aquí y ahora compartido.
Un emoji puede ofrecer información, pero no puede transmitir la calidez de una mirada ni la profundidad de una conversación donde dos personas están genuinamente presentes. Simplificamos emociones complejas en caritas amarillas, y con eso empobrecemos tanto nuestro lenguaje como nuestra capacidad de conexión emocional profunda.
Nos avergonzamos por reconocer que necesitamos parar, no hacer nada... Es como si nos fuerana dar una medalla por estar tan ocupados
¿Qué papel piensa que juega el silencio en una sociedad hiperconectada?
El silencio es un gran aliado en una sociedad que confunde el ruido con la vida. En el silencio es el espacio en el que podemos consolidar la memoria, procesar las emociones, donde conectamos ideas aparentemente dispersas (conexiones remotas). Nuestra mente también necesita del silencio para funcionar. Pero hemos llenado todos los espacios de silencio con ruido digital. Esperando el autobús, miramos el móvil. En la cola del supermercado, también. Incluso cuando vamos al aseo, lo llevamos con nosotros. Y así nos estamos perdiendo los espacios donde tradicionalmente pensábamos, donde dejábamos que las ideas maduraran, donde básicamente nos aburríamos y soñábamos despiertos.
¿Qué la motivó a escribir 'Hiperdesconexión'? ¿Hubo algún momento personal que marcó el inicio de esta reflexión?
Sí, hubo un momento muy concreto y doloroso. En marzo de 2023 nos dijeron que a mi madre le quedaban tres meses de vida. Era cáncer. Otra vez el maldito cáncer, porque ya había perdido a mi hermano en 2016 por la misma enfermedad, así que ya sabía lo que nos esperaba. Y a los pocos días, otra noticia bomba que fue el cáncer de mi hermana.
Esas noticias hicieron click en mi mente y decidí exprimir al máximo cada instante con mi familia, especialmente con mi madre. Cuando tienes una cuenta atrás, de repente te conectas a la vida. Fueron casi 9 meses con ella, prácticamente todos los días, ya que la cuidamos nosotros en casa con paliativos. Hasta diciembre de 2023 que falleció. En esos 9 meses me di cuenta de lo rápido que estaba viviendo mi vida y de lo desconectada que estaba de lo que realmente importa.
No me quedó más remedio que ralentizar todo, ir más despacio, eliminar cosas superfluas que me desconectaban de la vida. Fue muy doloroso y a la vez fue precioso. La muerte nos conecta curiosamente con la verdad, nos resitúa en la vida. Vivir con la muerte en los talones de un ser tan querido me conectó radicalmente con mi profunda desconexión previa. Esos nueve meses fueron la gestación de una nueva mentalidad y, de alguna manera, de una nueva vida. Gracias a mi madre puedo dar a luz a este libro.
Un emoji puede ofrecer información, pero no puede transmitir la calidez de una mirada ni la profundidad de una conversación donde dos personas están genuinamente presentes
¿Qué tipo de transformación espera que vivan los lectores tras leerlo?
No espero que los lectores se conviertan en ermitaños digitales ni que renuncien a su smartphone o a utilizar la Inteligencia Artificial. Lo que espero es que comprendan que no necesitan desconectarse de su vida para conectar con ellos mismos. Que entiendan, a la luz de la neurociencia, cómo podemos integrar todos nuestros trocitos de nuevo para una conexión profunda. Espero que puedan comprender cómo funciona nuestro cerebro y qué necesita para funcionar de manera óptima y que descubran herramientas y prácticas que nos orientan en ese proceso.
Aspiro a que el libro les ayude a reconocer esos mecanismos naturales que tenemos para encontrar el equilibrio y florecer como los seres humanos libres y excepcionales que somos. Que comprendan que nuestra vocación más profunda es convertir cada instante en un acto de amor radical y que es el arte de estar completamente presentes.
¿Ha tenido que desconectar, que establecer límites digitales para poder escribir este libro?
Completamente. Y mira que es irónico, ¿verdad? Este libro me ha costado más que los anteriores, porque compartir algo tan íntimo, algo tan trascendente para mí, requería una conexión profunda conmigo y no siempre lo conseguía. De hecho, escribir Hiperdesconexión ha sido para mí, un ejercicio de coherencia. Tuve que crear mis propios límites digitales: eliminar notificaciones, reservar bloques de escritura sin conexión, retomar la escritura en papel, momentos de paseo o descanso para que las ideas maduraran y he de reconocer que he podido recuperar el placer de la atención profunda. Escribir este libro no solo fue un proceso intelectual, sino también una práctica de reconexión conmigo misma.
