Seguramente lo has vivido alguna vez: planteas una crítica o simplemente expresas un punto de vista, y la otra persona reacciona de forma inesperada, lanzando reproches, ironías o recordando tus propios errores. Lo que podía haber sido una conversación constructiva se transforma en un intercambio tenso, como si cada frase fuera un golpe que devolver. Este patrón de comunicación, conocido como “defenderse atacando”, puede aparecer tanto en relaciones de pareja como en amistades o entornos laborales. Y aunque a veces se perciba como una simple discusión acalorada, lo cierto es que tiene un impacto profundo en la confianza y la conexión emocional.
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Por qué nos defendemos atacando
María Domínguez, directora clínica de Mential (www.mential.io), lo explica así: "Cuando decimos que alguien se defiende atacando generalmente nos referimos a alguien que utiliza un tipo de comunicación agresiva o pasivo-agresiva. Es decir, cuando alguien se siente atacado, en lugar de expresar su malestar de una manera asertiva, responde con mensajes de defensa, como reproches o descalificaciones, o también recalcando errores ajenos o resaltando acciones positivas propias".
Esta situación, que se vuelve incómoda de inmediato para, al menos, una de las partes, termina convirtiéndose en casi una batalla, y, como señala la experta, suele "irse por las ramas y no abordar la cuestión que se planteaba al inicio". Además, no hay un momento concreto en el que se sepa que puede producirse, sino que casi cualquiera es susceptible de vivirla, porque "no solo se da ante críticas objetivas, sino ante situaciones que la persona percibe como tal. Partimos de una interpretación de lo que ha dicho el otro, y no de lo que realmente ha dicho o hecho la otra persona".
En ocasiones sucede que, comenzamos una conversación y, aunque parece ir en buena dirección, termina con estos reproches o frases que ofenden, aunque sea al pensarlas después Se trata de un comportamiento que no siempre es evidente a simple vista, pero suele expresarse con frases muy características. Para identificarlas, María Domínguez identifica dos señales que podría indicarnos que se está produciendo esta situación. Por un lado, "una forma muy fácil (y común) de observar estas expresiones es cuando la persona responde con frases como ‘y tú también…’ ‘yo no he hecho eso’ o ‘es que tú hiciste o dijiste...’ ante cualquier tipo de señalamiento". Además, otro de los indicadores de que se puede estar dando este intercambio de opiniones brusco es el empleo del sarcasmo: "Muchas personas responden además con sarcasmo, con frases como ‘sí claro’, o ironías, bromas pesadas o incluso humillación, especialmente si hay público".
A menudo, la tensión de la conversación se intensifica, ya que esta "defensa" suele aparecer de manera inesperada: "Estos ‘ataques’ ocurren de manera inmediata, casi sin procesar la información y por eso suele descolocar tanto al que los recibe. Las personas que se comportan de esta manera tienden a mostrar dificultades para comprender el punto de vista del otro y, por supuesto, reconocer errores propios".
Romper el círculo de atacar como defensa
Poner freno a este patrón requiere un trabajo consciente, sobre todo si somos nosotros quienes reaccionamos de manera impulsiva. En este caso, María Domínguez señala que la principal manera de dejar de actuar así es reconocer que se está haciendo: "Lo primero que deberíamos hacer es reconocerlo y pensar qué diferencias hay entre lo que nos han dicho y lo que creemos que nos han dicho". La especialista ilustra esto con un ejemplo sencillo: "Si proponemos un plan a nuestra pareja y nos dice que no le apetece hacer ese plan, no nos está diciendo que no quiera hacer nada con nosotros, tan solo nos está diciendo que no quiere hacer ese plan".
Tal y como queda claro en ese ejemplo, la probabilidad de que suceda un malentendido es alta. Para evitar interpretaciones erróneas, recomienda una técnica clara: "Puede ser muy útil reformular, es decir, repetir con tus palabras lo que el otro ha dicho para mostrar que lo has entendido, aunque no estemos de acuerdo".
De nada servirá tratar de cambiar esta situación si no se entiende la raíz, si no conocemos los motivos por los que nos comportamos o la otra persona se comporta así. Por eso, otro paso importante es preguntarnos por qué reaccionamos así y qué es exactamente lo que nos ha molestado, algo que, como cuenta la profesional, "nos permitirá comunicar de forma más clara y transmitir lo que realmente queremos expresar".
El impacto a largo plazo en las relaciones
En discusiones puntuales este patrón puede pasar desapercibido o puede que no se le dé importancia. Sin embargo, con el paso del tiempo puede tener consecuencias graves en la salud mental, afectando consecuentemente a las relaciones. La psicóloga de Mential lo explica así: "Este tipo de comunicación más agresiva puede proporcionar un alivio momentáneo a quien la practica, ya que muchas veces provoca que las demás personas eviten repetir lo que se interpreta como reproche o crítica. Sin embargo, a largo plazo, genera un patrón de comunicación disfuncional y una sensación de rechazo, especialmente en conversaciones difíciles".
En primer lugar, se resiente la eficacia de la comunicación: "El emisor no consigue transmitir el mensaje y el receptor no lo recibe adecuadamente. Así, la función principal del mensaje (resolver un conflicto, llegar a un acuerdo, expresar una necesidad) no se cumple". Esto provoca interacciones desgastantes y poco productivas, que minan la confianza y la conexión.
Cuando las conversaciones dejan de ser un espacio seguro, también se pierde la oportunidad de resolver malentendidos o ajustar conductas. "Si los demás no pueden expresarse libremente con nosotros por miedo a nuestra reacción, perdemos la oportunidad de ajustar nuestra conducta o resolver malentendidos. Los conflictos tienden a escalar y agravarse, incluso a partir de desacuerdos pequeños", comenta María Domínguez, señalando que no hay apenas relación que se salve de pasar por ellas. Este desgaste se va acumulando: "En relaciones de pareja o familiares, esto genera un desgaste constante por cuestiones cotidianas; en amistades o entornos laborales, fomenta el miedo o la falta de disposición a colaborar, ya que cualquier acción puede convertirse en detonante de un conflicto".
Técnicas para responder de forma más sana
Frenar la impulsividad es fundamental si no queremos encontrarnos ante estas situaciones. Para hacerlo, María Domínguez recomienda varias pautas a seguir::
- Pensar y detenerse antes de hablar: "Parar antes de responder, dar una respiración y hacer una pausa es fundamental. Algo muy breve puede ser suficiente para interrumpir el patrón automático".
- Hablar desde el 'yo': "Responder con una pregunta para clarificar o siempre desde yo y no utilizando el ‘tú’ o la segunda persona; utilizar mensajes como ‘yo siento…’ o ‘yo necesito…’ en vez de acusar o atacar y evitar absolutos como ‘siempre’, ‘nunca’, ‘todo’ o ‘nada’".
- Ser asertivos: Si somos nosotros quienes recibimos este tipo de comunicación, también podemos actuar de forma asertiva, como explica. "En lugar de quedarnos callados o entrar en el juego, podemos clarificar lo que hemos dicho utilizando la misma técnica de la reformulación utilizando la estructura ‘siento, pienso, quiero’".
- Usar la técnica del ‘disco rayado’: "Repetir nuestro mensaje sin añadir ni quitar información, evitando que el otro desvíe el tema y entrando en discusiones circulares".