Mujer joven algo preocupada mirando a cámara © Getty Images/Westend61

Entrevista

Alba Cardalda, psicóloga: 'Confundimos ser amables con estar disponibles. Si rompemos el patrón sentimos que fallamos'

Decir 'no' nos puede hacer sentir culpables y poner límites nos cuesta. Sin embargo, la psicóloga recuerda que hacerlo es sano y no significa una falta de respeto, sino todo lo contrario. Te contamos cómo poner límites sin sentir que estás fallando.


21 de mayo de 2025 - 7:00 CEST

¿Cuántas veces has dicho que sí cuando en realidad querías decir que no? ¿Cuántas veces has aceptado un plan que no te apetecía, asumido una responsabilidad que te sobrepasaba o cedido ante una petición solo para no incomodar? La mayoría hemos estado ahí. Y no es casualidad. Nos han educado, y sobre todo a las mujeres, para ser complacientes, para priorizar las necesidades de los demás, para estar disponibles siempre. Como si decir “no” nos convirtiera en egoístas o, peor aún, en malas personas.

Para ti que te gusta

Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!

Para disfrutar de 8 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.

Este contenido es solo para suscriptores.

Suscríbete ahora para seguir leyendo.

TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE CADA MES POR ESTAR REGISTRADO.

Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.

Aprender a poner límites no tiene nada de egoísta. Es una forma de cuidarnos, de escucharnos, de proteger nuestro bienestar emocional. Porque cuando nunca decimos que no, lo que realmente estamos haciendo es decirnos que sí a todo lo que nos agota, nos desconecta y nos hiere. Decir “no” no es cerrar puertas, es empezar a elegir desde el respeto propio y también hacia los demás.

Pero a veces cuesta. Por eso, hemos querido hablar con la psicóloga Alba Cardalda, autora del libro Como mandar a la mierda de forma educada (Ed. Vergara) para que nos explique cómo podemos poner límites sin sentirnos culpables. 

Mandar a alguien ‘a la mierda’, aunque sea en el sentido más suave o educado no es algo que hagamos a la ligera ni sin motivo. Pero a veces está más que justificado, porque no siempre tenemos que aguantar todo ni a todos

Alba Carralda, psicóloga

¿Por qué nos cuesta tanto decir “no” incluso cuando sabemos que estamos renunciando a nuestro bienestar?

Principalmente, porque decir "no" nos hace sentir culpables o tener miedo. Pensamos que vamos a decepcionar, que van a pensar que somos egoístas, que vamos a perder el cariño de alguien, que se van a enfadar con nosotros. Nos han enseñado que ser buena persona es decir siempre que sí, pero nadie nos enseñó que también podemos cuidarnos, poner límites, y que eso no nos hace menos generosas ni menos valiosas. Al revés, cuando aprendemos a decir “no” empezamos a decirnos que sí a nosotras mismas. Y eso no tiene porque ser un acto egoísta, sino respeto y salud. Es empezar a estar donde de verdad queremos estar y no donde sentimos que “debemos”.

Otras culturas, ¿saben establecer límites mejor que nosotros?

La forma en la que aprendemos a poner límites está muy influida por la cultura en la que crecemos. En muchas culturas occidentales, especialmente en contextos donde se valora mucho la productividad, la imagen externa y la necesidad de “quedar bien”, decir “no” puede sentirse casi como una falta de educación o un acto egoísta. Desde pequeños nos enseñan a complacer, a evitar conflictos, a estar disponibles… y eso a veces nos desconecta de lo que realmente necesitamos. En cambio, en otras culturas, el respeto por el espacio personal, el tiempo individual o el autocuidado está mucho más integrado. Decir “no” no se interpreta como un rechazo, sino como una forma natural de cuidar los propios límites. No se espera que estemos disponibles para todo ni para todos, y eso quita mucha carga emocional a la hora de tomar decisiones.

¿Qué consecuencias tiene en nuestra salud mental no saber poner límites a tiempo?

Al principio puede parecer que no pasa nada pero ese ceder siempre “un poco más” se va acumulando y llega un momento en que empiezas a sentirte agotada, irritable, desbordada. Te cuesta concentrarte, descansar, incluso disfrutar de las cosas que antes te hacían bien. Cuando no ponemos límites, lo que en realidad estamos haciendo es dejar de escucharnos, desconectarnos de nuestras necesidades, de nuestro cuerpo, de nuestras emociones. Y eso genera un ruido interno constante: ansiedad, tristeza, culpa… o una sensación de vacío que no sabemos muy bien de dónde viene. Con el tiempo, vivir así puede llevarnos a estados de ansiedad, a burnout, a relaciones que nos hacen daño o incluso a perder el sentido de lo que queremos en nuestra vida… porque cuando siempre priorizamos a los demás, terminamos olvidándonos de nosotras. Poner límites no es un lujo, es salud mental, y aunque al principio cueste, aprender a hacerlo cambia por completo la forma en la que nos relacionamos con los demás y con nosotras mismas.

¿Cuál es la diferencia entre poner límites y ser egoísta, y cómo podemos explicarlo a los demás sin sentir culpa?

Poner límites no es pensar solo en mí y olvidarme del otro. Es pensar en mí también, no en vez de. Ser egoísta es actuar desde la indiferencia, desde el “me da igual cómo te sientas mientras yo esté bien”. Poner límites, en cambio, nace desde el respeto: hacia mí y hacia el otro. Es decir con claridad hasta dónde puedo llegar, qué necesito cuidar, qué me hace bien y qué no puedo sostener ahora mismo, sin hacer daño ni justificarme en exceso. La culpa aparece porque muchas veces confundimos ser amables con estar siempre disponibles. Y cuando rompemos ese patrón, aunque sea para cuidarnos, sentimos que estamos fallando. Pero en realidad, lo que estamos haciendo es construir una relación más honesta, más equilibrada y más real con los demás. A veces no hace falta dar mil razones. Un simple: “ahora mismo necesito descansar”, “esto me supera” o “prefiero no implicarme en esto” puede ser más que suficiente. No tenemos que justificar nuestros límites con excusas o con historias largas. Basta con que sean verdad.

Cuando no ponemos límites, lo que en realidad estamos haciendo es dejar de escucharnos, desconectarnos de nuestras necesidades, de nuestro cuerpo, de nuestras emociones.

Alba Carralda, psicóloga

¿Qué señales indican que necesitamos urgentemente aprender a ser más asertivos?

A veces no nos damos cuenta de que necesitamos ser más asertivas hasta que ya estamos al límite, pero si prestamos atención, hay señales que nos lo van diciendo desde mucho antes. Por ejemplo, cuando te cuesta muchísimo decir “no”, aunque algo te incomode o no te apetezca, y terminas accediendo por no generar conflicto o cuando después de una conversación sientes que te tragaste todo lo que querías decir, que callaste por miedo a molestar o a que te malinterpreten. También cuando sales de ciertas situaciones con la sensación de haber cedido demasiado, de haber “fallado” a ti misma por no defender lo que sentías o pensabas. Ser asertiva no significa ser dura, ni ir por la vida diciendo cualquier cosa sin filtros. Ser asertiva es poder decir lo que pienso sin atacar, lo que necesito sin culpa y lo que siento sin disfrazarlo.

¿Por qué sentimos tanta culpa después de decir “basta”? ¿Es algo cultural, educativo o emocional?

Desde pequeñas, muchas personas (sobre todo mujeres) hemos crecido con el mensaje de que ser buenas es estar disponibles siempre, no quejarnos y aguantar; y que poner al otro primero es sinónimo de generosidad. Por eso, cuando por fin decimos “basta”, algo dentro se remueve. A nivel emocional, la culpa aparece porque sentimos que al poner un límite estamos fallando a alguien, pero en realidad no estamos fallando: estamos eligiéndonos. Y eso, cuando nunca nos han enseñado a hacerlo, duele o asusta, no porque esté mal, sino porque es nuevo. También es algo cultural. Vivimos en una sociedad donde muchas veces se premia la sobreexigencia, el estar siempre disponibles, el no parar. Decir “basta” suena a debilidad o a egoísmo, cuando en realidad es un acto de responsabilidad emocional con los demás y con nosotras mismas. La buena noticia es que la culpa no es señal de que lo estés haciendo mal sino de que estás rompiendo un patrón antiguo, y eso siempre incomoda al principio.

¿Cuáles son los errores más comunes que cometemos al intentar imponer límites por primera vez?

Uno de los errores más comunes es irnos al extremo opuesto. Como llevamos tanto tiempo callando, cediendo o aguantando, cuando por fin nos atrevemos a decir algo, lo hacemos desde la rabia o el cansancio y eso puede generar malentendidos o reacciones defensivas en los demás. Otro error habitual es justificarnos demasiado. Sentimos tanta culpa por poner el límite que acabamos explicándonos de más, pidiendo perdón por sentir lo que sentimos o dando mil vueltas para decir algo que podría ser directo y sereno. También pasa que ponemos el límite pero no lo sostenemos. Decimos que no, pero ante la mínima incomodidad o ante la reacción del otro, retrocedemos. Y eso nos deja con la sensación de que no sirve de nada intentarlo cuando en realidad lo que falta es consistencia, no razón. Y quizá el más silencioso de todos: esperar que los demás adivinen nuestro límite sin decirlo. Confiar en que si me quieren, se darán cuenta de lo que necesito. Pero no. La mayoría de las veces, si no lo decimos, el otro no lo sabe.

Uno de los errores más comunes es irnos al extremo opuesto. Como llevamos tanto tiempo callando, cediendo o aguantando, cuando por fin nos atrevemos a decir algo, lo hacemos desde la rabia o el cansancio

Alba Carralda, psicóloga

¿Qué consejos prácticos das en tu libro para aprender a poner límites sin herir ni romper relaciones valiosas?

Uno de los temas que más trabajo es cómo aprender a poner límites sin sentir que estás hiriendo al otro ni rompiendo vínculos valiosos. Porque sé que ese es uno de los mayores miedos: “¿y si por cuidar de mí pierdo a alguien que quiero?” Una de las ideas clave que comparto es que un buen límite no es una barrera agresiva, sino una forma de comunicación clara y honesta. Y por eso, el primer paso práctico es aprender a identificar qué necesitas realmente en esa situación. No puedes poner un límite si no sabes qué estás cuidando. También hablo de la importancia de usar un lenguaje tranquilo, directo y respetuoso. No se trata de justificarte en exceso, pero sí de hablar desde ti, en lugar de señalar al otro. Por ejemplo, en vez de decir “tú siempre me cargas con todo”, puedes decir “me estoy sintiendo muy sobrepasada, necesito repartir mejor las responsabilidades”. Cambia por completo el tono, y la disposición del otro también.

© Adobe Stock

¿Cómo se puede mantener una relación sana con alguien muy invasivo o controlador sin cortar el vínculo?

Lo primero que tenemos que entender es que poner límites en este tipo de relaciones es fundamental para protegernos, pero también para que esa persona pueda aprender a respetarnos. Una clave está en reconocer qué comportamientos concretos te resultan invasivos o incómodos, y expresarlo con calma y claridad. Este tipo de comunicación que habla desde cómo te afecta algo, invita menos a la defensa y más a la reflexión. También es importante elegir cuándo y cómo poner esos límites. No siempre será fácil que te escuchen a la primera, por eso, la paciencia y la constancia suelen ser buenas aliadas.

¿En qué situaciones está más justificado mandar a alguien “a la mierda”, aunque sea de forma educada?

Mandar a alguien “a la mierda”, aunque sea en el sentido más suave o educado no es algo que hagamos a la ligera ni sin motivo. Pero a veces está más que justificado, porque no siempre tenemos que aguantar todo ni a todos. Está justificado cuando alguien constantemente cruza tus límites, cuando no respeta tu tiempo, tus emociones o tu espacio, cuando alguien te trata con falta de respeto, te menosprecia o intenta manipularte emocionalmente y cuando has intentado comunicarlo con claridad y paciencia sin éxito. En esas situaciones, seguir cediendo es como regalar tu energía y tu bienestar, y eso no es saludable.

El cuerpo es como un espejo de lo que sentimos internamente, y cuando estamos alineados (lo que decimos, cómo lo decimos y cómo nos mostramos) generamos coherencia

Alba Carralda, psicóloga

¿Qué papel juegan el lenguaje corporal y el tono de voz cuando queremos establecer límites con claridad?

El lenguaje corporal y el tono de voz son dos herramientas fundamentales cuando queremos establecer límites con claridad porque no solo comunicamos con las palabras, sino con todo nuestro cuerpo y cómo las decimos. Muchas veces podemos decir “no” con palabras, pero si nuestro cuerpo está encorvado, evitamos el contacto visual o hablamos en un susurro, el mensaje llega débil e incluso con inseguridad. Por el contrario, un lenguaje corporal abierto, firme pero acompañado de un tono de voz calmado pero seguro, transmite seguridad y respetabilidad. El cuerpo es como un espejo de lo que sentimos internamente, y cuando estamos alineados (lo que decimos, cómo lo decimos y cómo nos mostramos) generamos coherencia. Eso facilita que el otro nos tome en serio y disminuye la posibilidad de malentendidos o de que intenten sobrepasar ese límite.

¿Qué le dirías a alguien que tiene claro que necesita cambiar, pero no sabe por dónde empezar?

Cuando no sabes por dónde empezar, mi consejo es que no intentes cambiarlo todo a la vez. El cambio verdadero y duradero se construye paso a paso, con paciencia y amabilidad con una misma. Empezar por algo pequeño que puedas manejar, que te haga sentir que avanzas, por mínimo que parezca. Pregúntate: ¿qué es lo que más me está pesando ahora? ¿Qué es lo que, si cambiara, me ayudaría a sentirme un poco mejor? Empieza por ahí. Y recuerda, pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de valentía. Hablar con alguien que te acompañe puede ser también el impulso que necesitas para dar los primeros pasos con más seguridad.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.