Vivimos tiempos inciertos. Cambios políticos, crisis económicas, guerras cruentas y muy mediáticas, avances tecnológicos vertiginosos y una creciente precariedad laboral conviven en nuestro día a día con la sensación, cada vez más presente, de que el suelo bajo nuestros pies tiembla. ¿Hasta qué punto nos afecta este contexto? ¿Qué papel juegan el entorno, la vivienda, la educación o el trabajo en nuestro equilibrio emocional? ¿Y qué podemos hacer para recuperar cierta estabilidad, si es que eso es posible?
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Hablamos con Mario Llobet, psicólogo experto en psicología positiva y divulgador del Instituto Europeo de Psicología Positiva, quien nos ayuda a comprender por qué nuestra salud mental no se puede analizar al margen de nuestro contexto vital y cómo podemos actuar para sentirnos mejor, incluso sin cambiar lo que nos rodea.
Cada vez más pacientes llegan con una demanda relacionada con el estrés laboral, la sobrecarga, la inseguridad o la incertidumbre en el trabajo
La salud mental empieza por el entorno
“La salud mental de las personas es contextual”, explica Mario Llobet. “Esto significa que no podemos ni debemos hacer un abordaje del estado psicológico-emocional de las personas sin un análisis del ambiente en el que se desenvuelven”.
Esa atmósfera cotidiana está compuesta por lo que la psicología y la salud pública denominan los determinantes sociales de la salud: trabajo, vivienda, educación, entorno familiar y social. “Cada uno tiene sus peculiaridades, pero todos influyen directamente en nuestra salud emocional”, afirma el experto.
En consulta, Llobet observa un patrón creciente: muchas personas no acuden porque tengan un trastorno clásico, sino porque el entorno les supera. “Cada vez más pacientes llegan con una demanda relacionada con el estrés laboral, la sobrecarga, la inseguridad o la incertidumbre en el trabajo”, detalla. “Lo mismo sucede con la vivienda: el acceso complicado, las condiciones físicas o los recursos del entorno afectan directamente al bienestar emocional”.
Y lo mismo se repite en el ámbito educativo: “La presión académica, las expectativas familiares y escolares y las desigualdades en los recursos educativos generan una carga emocional notable, especialmente en estudiantes”, señala.
La incertidumbre nos duele… y nos cambia
El problema no es solo el entorno actual, sino cómo cambia. “Las sociedades occidentales se han caracterizado históricamente por un elevado nivel de certidumbre”, contextualiza Llobet. “Sin embargo, en los últimos años, este sentimiento de estabilidad se ha visto amenazado por acontecimientos que no solo desafían nuestro estilo de vida, sino también nuestra seguridad física”. Y "la incertidumbre constante nos conduce a un estado de alerta permanente. Es como si el cuerpo viviera en modo supervivencia de forma crónica”, explica Llobet.
La pandemia, la crisis energética, los conflictos armados o incluso el impacto de la inteligencia artificial son ejemplos de disrupciones que provocan lo que el psicólogo define como estrés adaptativo: “Un tipo de tensión emocional que no solo afecta al estado individual, sino también a nuestras relaciones y a las comunidades en general”.
Cuando el mundo cambia a un ritmo vertiginoso, “aumenta el miedo, la desesperanza y la sensación de intranquilidad general”, subraya. Y los síntomas no tardan en llegar: insomnio, irritabilidad, pérdida de atención, frustración, sensación de amenaza o desconexión emocional.
Pero Llobet lanza una advertencia necesaria: “Es importante no patologizar respuestas normales ante situaciones excepcionales”. Que reaccionemos con malestar no significa necesariamente que tengamos un trastorno. “Muchas veces estas reacciones son adaptativas. Ahora bien, si la intensidad y duración son excesivas, sí podríamos hablar de un trastorno adaptativo”, matiza.
Cuando sentimos que podemos influir, aunque sea mínimamente, en los acontecimientos, generamos una actitud activa que mejora la resiliencia y reduce la ansiedad
El locus de control: ¿de quién depende mi vida?
Ante esta incertidumbre, ¿podemos hacer algo más que sobrevivir? Llobet propone mirar hacia dentro y preguntarnos: ¿de qué depende lo que me ocurre?
Ahí entra en juego el locus de control, o sentido de control interno. “Es la sensación que tiene la persona de que lo que sucede a su alrededor depende de ella o no”, explica. “Cuando sentimos que podemos influir, aunque sea mínimamente, en los acontecimientos, generamos una actitud activa que mejora la resiliencia y reduce la ansiedad”.
En cambio, cuando nos sentimos a merced de lo que ocurre, cuando nos percibimos víctimas de un mundo ingobernable, el efecto emocional puede ser devastador. “Una postura pasiva nos deja en la indefensión, sin capacidad para reaccionar”, asegura el psicólogo.
Eso sí, también hay que usar este locus de forma equilibrada. “Si nos sobre responsabilizamos de todo, incluso de lo que claramente no depende de nosotros, podemos caer en la culpa excesiva”, advierte. La clave está en identificar qué parcelas de la vida dependen de nuestras decisiones y cuáles no. “Lo que sí depende de nosotros —nuestro comportamiento, cómo respondemos, cómo cuidamos nuestra salud emocional— ahí es donde debemos centrar nuestros esfuerzos”.
Psicología positiva: no se trata de estar bien, sino de saber estar
En estos casos, la psicología positiva nos puede ayudar. Sin embargo, hay que aclarar algunos conceptos. Llobet insiste en recordar que psicología positiva no es sinónimo de optimismo ingenuo. “No se trata de aspirar a un bienestar constante, eso no es realista”, remarca. “La psicología positiva es una rama que estudia científicamente las causas del bienestar, pero partiendo de que la existencia conlleva experiencias desagradables. Y no hay nada malo en ello”.
A su juicio, uno de los grandes errores del discurso actual es “hacer creer que estar mal es estar roto”. Nada más lejos. “Experimentar emociones como tristeza frustración o enfado no solo es normal, sino que es necesario. No es enfermizo sentir malestar ante lo desagradable”.
Desde esta mirada, la clave no está en evitar el dolor, sino en afrontarlo con recursos. “Nuestro objetivo debe ser cultivar experiencias positivas cuando sea posible, desde la rutina, el autocuidado, la estructura y el contacto con los demás”, propone.
Y no es una fórmula vacía. “Cuidar el sueño, la alimentación, la actividad física y el descanso es esencial para mantener una buena salud mental en tiempos convulsos”, añade. Y sobre todo, no aislarse. “La calidad de nuestras relaciones sociales es proporcional a la calidad de vida que tenemos”, recuerda. Por eso, “fomentar el contacto con nuestros seres queridos y evitar el aislamiento es una herramienta terapéutica de primer orden”.
Cuando sentimos que podemos influir, aunque sea mínimamente, en los acontecimientos, generamos una actitud activa que mejora la resiliencia y reduce la ansiedad
Aceptar lo que no se puede cambiar (pero sin rendirse)
El impacto emocional de lo que vivimos no solo depende del contexto, sino también de cómo lo afrontamos. Según Mario Llobet, aunque hay factores sociales que influyen en nuestro bienestar, como el entorno laboral o las condiciones de vida, también es fundamental trabajar en la actitud con la que enfrentamos lo que nos ocurre. En terapia, se busca identificar estresores y aceptar que vivir implica atravesar emociones desagradables, sin que eso signifique que estamos fallando.
Aceptar no es resignarse ni desear lo que duele, sino abrirse a convivir con aquello que no podemos cambiar, sin caer en la lucha constante, la queja o la rumia. Esta actitud puede reducir el impacto negativo de ciertas experiencias. Dirigir la atención y los recursos hacia lo que sí depende de nosotros es clave para relegar a un segundo plano lo que no podemos controlar.
Llobet insiste en evitar los extremos: ni pensar que todo depende del contexto y que no podemos hacer nada, ni creer que con voluntad podemos cambiar absolutamente todo. Ambos extremos son dañinos. La clave está en encontrar un equilibrio realista y consciente.
Cuidar la salud mental: una responsabilidad individual… y colectiva
Más allá del plano personal, Llobet recuerda que cuidar la salud mental no puede ser solo una cuestión de voluntad. “Es importante entender que el bienestar emocional está profundamente vinculado a factores como el trabajo, la vivienda, la educación o el entorno que habitamos”, afirma. Por tanto, “cuidar la salud mental también debe considerarse una inversión en derechos sociales”.
Desde ahí, aboga por una mirada más comunitaria y comprometida. “Darnos cuenta de que no estamos solos, de que hay más gente sintiéndose como nosotros, nos puede ayudar a establecer lazos y a crear redes de apoyo más fuertes”, subraya. Y con eso, abrir también el camino a estrategias colectivas, no solo individuales, para proteger nuestra salud emocional en un mundo incierto.
Porque sí, la incertidumbre duele. Pero también puede enseñarnos. Nos obliga a revisar prioridades, a dejar de correr en automático, a preguntarnos qué necesitamos y qué podemos ofrecer. Y a recordar, como resume el psicólogo, que “por lo general, lo que está en nuestra mano es nuestro comportamiento y cómo decidimos reaccionar ante lo que sucede a nuestro alrededor”.
Herramientas para estar bien cuando todo es incertidumbre
En resumen, cuando todo a nuestro alrededor cambia, ¿qué podemos hacer? ¿Cómo no hundirnos? El experto propone algunas herramientas prácticas:
- Reconocer lo que sentimos sin juzgarlo. No todo malestar debe eliminarse. A veces lo más saludable es aceptar que no nos gusta lo que estamos viviendo.
- Observar la gestión emocional. Hay que evaluar si nuestra forma de afrontar lo desagradable nos ayuda o nos perjudica. Quejarse o estar triste no es negativo en sí mismo. El problema es quedarse atrapado ahí.
- Acotar los mecanismos de ventilación. La queja puede servir para desahogarnos, pero si se convierte en nuestro único recurso, acaba intoxicándonos.
- Apostar por lo que sí suma. Mantener rutinas, cuidar el cuerpo, rodearnos de personas que nos sostengan, reservar momentos de disfrute… son gestos sencillos pero poderosos.
- No culpabilizarse por no estar bien. Que algo nos afecte no quiere decir que lo estemos gestionando mal. Hay circunstancias que inevitablemente nos pasarán factura.