Después de Dahmer y los hermanos Menéndez, llega Ed Gein, cuyo nombre ha sido sinónimo de horror durante décadas. Ahora, la nueva entrega de Monstruos, la serie antológica de Netflix creada por Ryan Murphy e Ian Brennan, recupera la historia de uno de los personajes más oscuros del crimen estadounidense del siglo XX: un tipo tímido, reservado y aparentemente inofensivo… que acabaría siendo conocido como el carnicero de Plainfield. Su caso conmocionaba al país en los años 50 y servía de inspiración para algunos de los villanos más famosos del cine. Pero ¿quién fue realmente este hombre y qué ocurrió en aquella granja de Wisconsin que parecía sacada de una película de terror?
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Una infancia marcada por el aislamiento y el fanatismo
Edward Theodore Gein nació en 1906 en el pequeño pueblo de La Crosse, en el estado de Wisconsin (EE. UU.), en el seno de una familia poco convencional. Su padre, alcohólico y ausente, apenas ejercía de figura paterna. En cambio, su madre, Augusta, lo controlaba todo. Era una mujer profundamente religiosa que veía el pecado en cada rincón del mundo, especialmente en las mujeres, a quienes consideraba —salvo a ella misma— como una amenaza moral para sus hijos.
Convencida de que debía proteger a su familia de la “corrupción” del exterior, se los llevó a vivir a una granja aislada en Plainfield, un entorno que marcaría el carácter de Ed para siempre. Creció sin apenas contacto con otros niños, asistiendo muy poco a la escuela y educado entre sermones, castigos y lecturas bíblicas.
Desde pequeño, quienes lo conocieron describieron que tenía un comportamiento extraño: solía reírse solo, imitaba voces y mostraba una curiosa fascinación por el cuerpo humano. Tras la muerte de su padre en 1940, y la de su hermano Henry en 1944 —un fallecimiento rodeado de incógnitas—, Ed se queda solo con su madre, a quien cuida con una devoción enfermiza hasta su fallecimiento un año después. Su pérdida lo dejó completamente desorientado ya que no solo perdía a su única compañía, sino también a la figura que dominaba cada aspecto de su vida.
A partir de entonces, comenzó a encerrarse en sí mismo… y en la granja. Allí, rodeado de silencio y soledad, empezó a consumir libros sobre medicina forense, ocultismo e incluso canibalismo. Sin saberlo, estaba a punto de convertirse en una leyenda del horror.
Un vecino callado, una desaparición inquietante y la casa de los horrores
Durante años, Ed fue para los vecinos de Plainfield un hombre callado, solitario y algo excéntrico, pero aparentemente inofensivo. Desde la muerte de su madre, llevaba una vida discreta en la granja familiar aceptando pequeños trabajos en el campo o arreglando cosas para otros. Nadie podía imaginar que, tras esa imagen anodina, se escondía una mente perturbada marcada por la obsesión y el aislamiento.
Todo cambió el 16 de noviembre de 1957, cuando Bernice Worden, la dueña de la ferretería del pueblo, desapareció sin dejar rastro. Su hijo Frank, ayudante del sheriff, acudió al establecimiento y encontró la caja registradora abierta, manchas de sangre y un recibo firmado esa misma mañana por Ed Gein. La pista era clara… y lo que vino después dejó al país sin aliento.
Esa misma noche, la policía lo detuvo en una tienda cercana y se dirigieron a su granja. Allí hicieron un hallazgo que superaba cualquier expectativa: en uno de los cobertizos, los agentes confirmaron sus sospechas y encontraron el cuerpo de Worden en condiciones que jamás se hubieran imaginado, una escena tan dantesca que uno de los agentes sufrió una crisis nerviosa, y que marcaba el inicio de una investigación que pronto revelaría aspectos todavía más inquietantes.
La casa albergaba una colección de objetos que desafiaban cualquier lógica: restos humanos utilizados para fabricar artículos domésticos —desde pantallas de lámparas hasta piezas de vajilla—, fragmentos óseos cuidadosamente guardados y un inquietante traje hecho de piel, que, según explicó el propio Gein, usaba en momentos de confusión para sentirse más cerca de su madre. También aparecieron restos de Mary Hogan, una mujer desaparecida en 1954 cuyo caso seguía sin resolver.
Gein confesaba ambos crímenes y admitía que, durante años, acudía por la noche a varios cementerios locales en busca de cuerpos de mujeres recién enterradas. Aunque oficialmente solo se le atribuyeron dos asesinatos —aunque se sospechaba de su implicación en otros casos sin resolver e incluso en la muerte de su propio hermano—, la magnitud de los hallazgos y la naturaleza de sus actos convertían el caso en uno de los más estremecedores del siglo XX. El impacto fue tal que, aún hoy, muchos lo consideran el origen de una nueva forma de entender el miedo en la cultura popular.
El caso que paraliza a Estados Unidos
La noticia se difundía rápidamente y, en cuestión de horas, la granja de Ed Gein se convertía en el epicentro de una investigación que mezclaba horror, incredulidad y un innegable morbo. Plainfield, un pueblo hasta entonces casi desconocido, pasaba a estar en el foco de la atención nacional. Poco a poco se filtraban imágenes del cobertizo, de los objetos fabricados con restos humanos y de las habitaciones cerradas desde la muerte de su madre. Todo el país empezaba a preguntarse cómo alguien así había podido pasar desapercibido tanto tiempo.
Durante los interrogatorios, Gein mantuvo una calma desconcertante. Reconoció haber asesinado a Worden y Hogan, y confesó que profanaba tumbas en varios cementerios de la zona. Afirmaba que lo hacía por las noches, impulsado por una necesidad que ni él mismo lograba entender del todo, buscaba "reconstruir" a su madre como si la muerte no fuese definitiva.
Aunque se encontraron restos de al menos diez mujeres, solo se le atribuyeron oficialmente esos dos crímenes. Por eso, y dado que para ser considerado asesino en serie deben confirmarse al menos tres homicidios, Gein no encajaba en esa categoría. Tampoco respondía al perfil clásico: no había motivaciones sexuales, ni ansias de poder, ni un patrón reconocible. Lo que emergía era algo más complejo, la historia de un hombre profundamente perturbado, atrapado en una obsesión que mezclaba duelo, culpa y una visión distorsionada del cuerpo humano.
Juicio, reclusión y un final silencioso
Después de ser sometido a una evaluación psiquiátrica, fue declarado mentalmente incapaz para enfrentar un juicio. Por este motivo, lo ingresaron en el Instituto de Salud Mental de Mendota, donde permanecería recluido durante más de una década. En 1968, los médicos determinaron que ya estaba en condiciones para ser juzgado y fue declarado culpable del asesinato de Bernice Worden, aunque no del de Mary Hogan. Aun así, la sentencia mantenía la consideración de demencia, por lo que Gein pasaría el resto de su vida en centros psiquiátricos.
Falleció en 1984, a los 77 años, a causa de una insuficiencia respiratoria. Su tumba, situada en el cementerio de Plainfield, permaneció sin marcar durante años para evitar actos vandálicos. Aunque su vida terminaba en silencio, su historia sigue viva, alimentando libros, películas y series que intentaban comprender cómo un hombre tan aparentemente común pudo convertirse en una de las figuras más inquietantes del terror moderno.
El monstruo que Hollywood convirtió en mito
Aunque Ed Gein solo fue condenado por un crimen, su historia trascendió lo judicial para instalarse en el imaginario colectivo como una de las fuentes más perturbadoras del terror contemporáneo. Lo que más impacta no es tanto el número de víctimas, sino la naturaleza de sus actos: la profanación de tumbas, la fabricación de objetos cotidianos con restos humanos y su enfermiza obsesión por su madre. Esa combinación daba forma a un perfil que el cine no tardaría en adoptar.
En 1959, el escritor Robert Bloch, que vivía cerca de Plainfield, se inspiraba en el caso para crear a Norman Bates, el protagonista de Psicosis. Un año después, Alfred Hitchcock llevaba esta historia a la gran pantalla y convertía al asesino tímido y dominado por su madre en un icono del cine. Más adelante, La matanza de Texas (1974) presentaba a Leatherface, un personaje que usaba máscaras de piel humana y vivía en una casa repleta de restos, en clara alusión a Gein. Y en El silencio de los corderos (1991), Buffalo Bill confeccionaba un traje con piel femenina, un guiño directo al caso.
Pero su influencia va mucho más allá de la gran pantalla. Su figura ha sido objeto de análisis psicológicos, documentales y ficciones televisivas que intentan entender qué pudo llevarlo a cruzar los límites de lo humano y a cometer actos tan extremos. La reciente entrega de Monstruos en Netflix, con Charlie Hunnam como protagonista, se suma a esa lista. La serie recrea su historia desde una perspectiva dramatizada, explorando cómo la obsesión, el aislamiento y el trauma pueden moldear a alguien hasta convertirlo en leyenda.
Hoy, Ed Gein sigue siendo un personaje que fascina y aterra. Su caso no solo revela los límites de la mente humana, sino también cómo la cultura popular transforma el horror en mito. En cada villano que intenta parecerse a su madre, en cada casa apartada que esconde secretos, hay un eco de Plainfield. Y aunque hayan pasado los años, la sombra de sus actos continúa resonando en la memoria colectiva.