Ana Obregón disfruta de un verano con su nieta Anita, que en marzo cumplió los dos años. La presentadora posa para ¡HOLA! y nos cuenta de primera mano cómo están siendo sus vacaciones y cómo se encuentra tras cinco años desde la pérdida de su hijo Aless, que luchaba contra un sarcoma de Ewing.
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Después de mucha oscuridad y tristeza absoluta, poco a poco ha podido volver a encontrar un poco de luz en los pequeños momentos, aprendiendo a vivir con la pérdida, aunque confiesa que aún hoy, no ha llegado a la aceptación. “Por un hijo, el duelo no cambia nunca, porque jamás llegas a la fase final, a la aceptación. Es imposible. Como mucho, aceptas que nunca lo vas a aceptar”, cuenta con firmeza.
Sentada en el porche de El Manantial, la casa familiar de Mallorca que pronto dejará atrás, habla sin rodeos sobre el dolor que sigue acompañándola. Esta vivienda, construida por su padre y escenario de sus veranos más felices, fue también el lugar donde Aless creció y jugó. Hoy, es Anita quien corre por sus pasillos y se asoma al estanque para ver a los peces, igual que hacía su padre. “Me da muchísima pena que se venda esta casa. Va a ser difícil y duro, pero entiendo a mis hermanos. Tiene una carga emocional enorme”.
La presencia de su nieta ha sido su salvavidas. “Cuando me dijeron que Anita venía en camino, resucité. El mayor acto de amor de mi hijo fue escribir en su testamento que trajera al mundo a su niña. Él sabía que, sin su hija, yo me habría muerto”. “Anita Dinamita”-la llama como a ella le apodaban en sus años en la universidad- es pura energía: corre por el jardín, se baña en la piscina, se moja bajo los aspersores y le arranca sonrisas incluso en los días más duros.
Ana admite que con ella está viviendo lo que no pudo con su hijo, que es pasar la mayoría del tiempo juntas. “No me quiero perder nada”, asegura. también confiesa ser muy protectora: “La llevo al pediatra cada tres o cuatro meses. Anita es lo único que tengo en el mundo y no quiero que le pase nada”. El parecido con su padre es muy evidente, no solo físicamente, también en su forma de ser. “Es clavada a Aless. Tiene un gran sentido del humor, como él. Todo el día se está riendo y haciendo trastadas”. En su casa, los recuerdos de su hijo son parte del día a día, hacen que Aless esté siempre muy presente en la vida de las dos.
Anita ha venido al mundo a traer luz, calma y colores de nuevo a la vida de la protagonista, que está volcada con ella. La presentadora, consciente de que el tiempo pasa, quiere cuidarse para acompañar a Anita el mayor tiempo posible: “Mi padre murió con 98 años y mi madre con 92. ¡Me quedan muchos años!”. Aunque los días son más amenos, las noches siguen siendo duras y el dolor nunca desaparece. “El dolor se puede apaciguar con amor, pero sigue mordiendo tan intensamente que te corta la respiración”, cuenta.
En estos cinco años, Ana se ha centrado en luchar por cumplir las últimas voluntades de su hijo. Ha impulsado la Fundación Aless Lequio, que financia investigaciones contra el cáncer infantil; ha publicado el libro que él empezó a escribir, El chico de las musarañas; y, sobre todo, ha traído al mundo a su hija. “Hablo con él todos los días y sabe que he cumplido sus deseos”, y con eso está tranquila.
Cuando se le pregunta cómo le gustaría ser recordada, su respuesta resume a la perfección esta etapa de su vida: “Como la mujer que vivió intensamente, que murió con su hijo y que resucitó con su nieta”. Una frase que refleja la dualidad que vive desde hace cinco años: la herida que nunca sanará y la fuerza que le ayuda a seguir adelante. Porque, como ella misma dice, quizá nunca llegue a la aceptación, el dolor es para siempre, pero cada día encuentra en Anita un motivo para volver a levantarse. Saber que ahora su nieta la necesita para crecer feliz y que está cumpliendo con todo lo que su hijo deseaba para ella, es lo que le impulsa a seguir.