EXCLUSIVA

Ana Obregón protagoniza el posado más esperado del verano junto a Anita: "Es clavada a su padre"


En su casa de Mallorca, entre la nostalgia, la emoción y las nuevas ilusiones


Ana Obregón con su nieta Anita en el nuevo posado del verano© Jesús Cordero
Actualizado 13 de agosto de 2025 - 12:37 CEST

Ana Obregón nos recibe en El Manantial, el refugio familiar mallorquín que esconde mil y un recuerdos de sus años más felices. Lo construyó su padre, lo habitaron todos los García Obregón durante los veraneos, Aless correteó por sus pasillos y también jugó al escondite, como ahora hace Anita, su hija. Más allá del valor económico de este paraíso terrenal, lo que más le ha dolido, a la hora de ponerlo a la venta, es su valor emocional, pero la vida cambia. 

Para ti que te gusta

Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!

Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.

Este contenido es solo para suscriptores.

Suscríbete ahora para seguir leyendo.

TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE CADA MES POR ESTAR REGISTRADO.

Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.

© © Jesús Cordero
Junto a Anita, los días de Ana Obregón se han llenado de risas y colores. "Es listísima, como su padre", nos dice de su nieta, que, a sus dos años y cinco meses, se parece cada vez más a Aless. En "El Manantial", que construyó su padre, nos recibe en el que posiblemente será el último verano en esta casa, que guarda una enorme carga emocional en cada rincón. Era el lugar favorito de Aless, donde ahora corretea Anita sin parar

A Ana Obregón, cinco años después de la partida de su hijo, las cuestiones materiales, los problemas cotidianos, los qué dirán o dejarán de decir no le importan nada. Ahora, ha resucitado a la vida gracias a Anita, y no va a permitir que cuestiones menores le perturben: "De lo único que me arrepiento en esta vida es de todas las horas que trabajé en lugar de estar con mi hijo".

 Con dos años y cinco meses, "Anita Dinamita", parlanchina y entrañable, es el antídoto infalible para sanar el corazón roto en millones de pedazos de Ana Obregónquien nos da de nuevo, a lo largo de esta sincera entrevista, una lección de resiliencia y amor.

—Ana, has llegado a Mallorca con Anita hace muy pocos días. ¿Cómo ha sido el desembarco en la isla?

—Los viajes con niños son un lío entre pañales, toallitas húmedas y equipaje, pero tenía muchísimas ganas.

—Y ella ya tiene edad para disfrutar de este paraíso. 

—Vino por primera vez cuando era un bebé de meses. El año pasado la traje con un añito, pero, lógicamente, no se acuerda. Ahora, con dos años y cinco meses, va como loca por toda la casa corriendo a ver el mar y el estanque con unos peces… que parecen tiburones. ¡Están enormes, porque todos los niños que han pasado por aquí les han tirado pan, incluido mi hijo!

"Me da muchísima pena que se venda esta casa. Va a ser difícil y duro, pero entiendo a mis hermanos. Es un lío mantener una casa tan grande y, sobre todo, con una carga emocional tan enorme"

—¿Qué actividades compartís ahora que Anita es más mayor?

—¡Todas! El día comienza a las 6:30 o 6:45 de la mañana. Aunque ya tiene dos años, sigo dándole el biberón de la mañana, porque le encanta. Después, la visto. Obviamente, vengo con una persona que me ayuda, porque a su edad no puedes dejarla sola ni un momento… ¡y una se tiene que duchar! Más tarde, le preparo la comida. Me gusta hacérsela yo. Un día, bajamos a la playa porque estaba como loca con el mar. La playa es preciosa, pero tiene muchas piedrecitas. Hemos intentado ir a alguna otra cercana, pero están llenísimas.

—¡Pleno agosto y la isla a rebosar!

—Y la gente es maravillosa y cariñosísima conmigo. Todo el mundo se acerca a pedirme una foto. Por eso, para estar más tranquilas, es mejor quedarnos en la de casa. Nos bañamos en la piscina; más tarde, corremos por el prado, y ella me ayuda a coger los tomates de nuestro huerto, que, por cierto, están buenísimos. Todas estas actividades las hacemos antes de las 12:30, cuando le doy de comer. A esa hora ya está cansadísima e intento que duerma la siesta.

"Anita es clavada a su padre. También en personalidad. Si alguien dudaba, se ha tenido que callar, porque es un clon. Pienso que Dios ha querido que sea así"

—Anita está llena de estímulos, ¿te cuesta que se duerma?

—La llamo "Anita Dinamita", como me llamaban a mí en la universidad. Tiene más energía que la de su padre —y él tenía mucha— y la mía juntas. Tardo una hora en dormirla, pero es mi momento maravilloso del día. Me tumbo con ella en la camita, le pongo música relajante, le cuento cuentos, le susurro alguna canción y poco a poco va bajando el nivel de actividad.

—Y cuando ser duerme es cuando aprovechas para hacer tú las cosas que no puedes el resto del día, ¿verdad?

—¡Claro! Esa hora y media la aprovecho para hacer todo lo que tengo que hacer: comer y, si me da tiempo, sentarme un rato, porque Anita no para y estoy todo el día corriendo. Cuando se despierta, nos bañamos de nuevo o hay otra cosa que ha descubierto y le apasiona: correr debajo de los aspersores del jardín. Nos calamos, pero, como hace tanto calor, no pasa nada. Corremos las dos de aquí para allá como si estuviéramos en Cantando bajo la lluvia. Hoy, después de eso, nos hemos ido al autosafari con un primito… ¡Hacía un calor! Hemos visto todos los animales y, además, no ha parado se subir y bajar en el tobogán, mientras yo estaba muerta de miedo.

© © Jesús Cordero
"Ahora, con dos años y cinco meses, va como loca por toda la casa corriendo a ver el mar y el estanque con unos peces… que parecen tiburones. ¡Están enormes porque todos los niños que han pasado por aquí les han tirado pan, incluido mi hijo!", nos cuenta Ana

"Cuando aporrea el piano, nos pide aplausos. No sé lo que va a ser, pero creo que va a ir más por actriz que otra cosa"

—Un día de lo más completo Ana, así no dirás que te aburres. 

—No —se ríe—, eso es imposible. Cenamos pronto, hacia las 20:30, para que baje revoluciones, porque, de lo contrario, no hay quien la duerma. Como en verano anochece tan tarde, si la meto a la cama a esa hora, aunque baje la persiana, dice que aún es de día. Se duerme sobre las 21:30. Yo aprovecho para acostarme y dormirme a eso de las 22:00.

—Te vas pronto a dormir para descansar y aguantar el ritmo, que no es poco. 

—No es poco, no. El otro día me reía en el súper con una mamá que tenía una niña de dos años, como Anita, también muy alta. La niña pesaba ya 16 o 17 kilos. Y me decía: "Tengo la espalda destrozada, voy al fisio dos veces por semana". Cuando le pregunté la edad y me dijo que 28, le comenté: "Pues mira yo, a mi edad y cogiendo a Anita para acá y para allá". Claro que la espalda está reventada, pero bendito cansancio.

—Anita está muy alta, es una niña muy grande. 

—Es muy alta, como su padre. Aless medía 1,97. Anita pesa ahora 17 kilos. El otro día estuvimos en el médico. Me he vuelto muy maniática con el tema de los médicos. Antes no me preocupaba tanto por la salud de mi hijo, ya que no había pasado nada en mi familia. Pero con Anita voy al pediatra cada tres o cuatro meses. Mi hermana me dice que me excedo, pero creo que es lógico y humano. Anita es lo único que tengo en el mundo y no quiero que le pase nada.

"Alguien me preguntó que cómo me gustaría que me recordaran y dije: 'Como la mujer que vivió intensamente, que murió con su hijo y que resucitó con su nieta'"

© © Jesús Cordero

—Ana, ahora que tienes esos miedos, ¿también te cuidas tú más que antes? 

—Voy a empezar a cuidarme. Con Anita he hecho lo que no pude hacer con mi hijo: estar la mayoría del tiempo con ella. Hasta que Aless tuvo catorce años, yo enlazaba películas, series y programas. Este año, he trabajado en el programa de Sonsoles, pero voy como máximo dos o tres veces a la semana por las tardes. No me quiero perder nada de Anita. Me ofrecen muchas cosas, pero no dejaría a Anita por nada del mundo.

—Cuando estás en el fragor de ser una madre trabajadora, con muchos proyectos, no te das cuenta de lo rápido que pasa todo. 

—A muchas amigas presentadoras, con hijos pequeños, les digo que se lo piensen. Nuestro trabajo implica doce o trece horas diarias. De lo único que me arrepiento en la vida es de todas las horas que trabajé en lugar de estar con mi hijo. No me arrepiento de nada más. Mucha gente dice: "Es mejor calidad que cantidad", pero no. Porque una cosa es tener un trabajo de ocho horas y saber que llegas a tu casa y puedes ver a tu niño, pero yo me iba a las siete u ocho de la mañana y no volvía hasta las nueve o diez de la noche, y en la época de "Qué apostamos", a la una o dos de la madrugada... No veía a mi hijo.

—¿Qué recuerdos de los veranos de tu infancia revives con Anita?

—Con Anita todo es un volver a empezar. Alguien me preguntó el otro día que cómo me gustaría que me recordaran: "Como la mujer que vivió intensamente, que murió con su hijo y que resucitó con su nieta", dije.

—Anita ha traído luz y brillo a tu vida, pero ¿las noches siguen siendo igual de oscuras?

—Sí, tremendas. Cuando Anita está dormida, me viene todo lo que contengo durante el día. Son noches muy oscuras. El dolor se puede apaciguar con amor, pero sigue mordiendo tan intensamente que te corta la respiración.

Un momento muy emotivo

—Habla ya sin parar… ¿La última ocurrencia con la que no has podido dejar de reír?

—Habla muchísimo y todo lo que dice me hace gracia. Hemos ido al zoo varias veces y, como yo le cantaba "a mi burro, a mi burro, le duele la cabeza…", en cuanto vio uno, le preguntó: "Oye, burro ¿qué te duele?" —ríe Ana—. Es listísima, lo ha heredado de su padre. Si le digo un nombre, se acuerda. Por ejemplo, a su tío Giorgio, el exmarido de mi hermana Amalia, le ha visto una vez en su vida, pero me pregunta a veces: "¿Y tío Giorgio?" —ríe de nuevo—.

El otro día fue muy emotivo porque vinieron los mejores amigos de Aless de la Universidad de Duke, donde estudió, sobre todo Justin, que nos acompañó en la época horrible de Nueva York. Estuvieron en casa conociendo a Anita, yo le dije que eran los amigos de papá, ha pasado una semana y todos los días me pregunta cuándo vuelven y se acuerda de todos los nombres.

"Se dicen demasiadas cosas porque no hay nada que decir. Ha venido gente de fuera a ver la casa, españoles ninguno. Estamos estudiando varias ofertas. ¡Pero este verano queríamos estar todos aquí!"

—Físicamente, se parece cada vez más a Aless. 

—Sí, es clavada a su padre. Si alguien dudaba, se ha tenido que callar, porque es un clon. Pienso que Dios ha querido que sea así. Yo no me parecía nada a mis padres cuando era bebé.

—¿También tiene rasgos de la personalidad de Aless?

—También en eso es clavada. Tiene un gran sentido del humor, como él. Todo el día se está riendo y haciendo trastadas.

—¿A través de Anita revives esos momentos con Aless de pequeño que no pudiste vivir por trabajo?

—Tuve muchos momentos, porque los fines de semana y las vacaciones estaba todo el día con él. ¡Y por supuesto que los revivo! De hecho, a veces se me va la cabeza. El otro día, la persona que trabaja en casa me dijo: "La estás llamando Aless". ¡Qué le voy a hacer!

© © Jesús Cordero
"Habla muchísimo y todo lo que dice me hace gracia. Hemos ido al zoo varias veces y, como yo le cantaba “a mi burro, a mi burro, le duele la cabeza…”, en cuanto vio uno, le preguntó: “Oye, burro ¿qué te duele?”" —ríe Ana—

"Mis hermanos no dudan de la venta. Yo un poquito, pero somos cinco y hay que respetar. Cuando vengo, veo a mi hijo correteando por sus pasillos. Sinceramente, también duele estar aquí"

—Siempre dices que los veranos son agridulces. 

—Por mucho que le ponga empeño, los veranos siguen siendo agridulces. A veces no sé ni cómo estoy en pie, pero lo estoy.

El valor sentimental de una casa

—La energía bonita de tu hijo te sostiene. 

—Él quería tener cinco hijos y deseaba que todos disfrutaran de esta casa en verano como él la disfrutó, rodeado de primos.

—Esta es la casa que Aless adoraba y ahora su hija corre por aquí. ¿No te ha resultado muy difícil ponerla a la venta?

—Sí, me da muchísima pena. Va a ser difícil y duro, pero entiendo a mis hermanos. Es un lío mantener una casa tan grande y, sobre todo, con una carga emocional tan enorme, porque la construyó mi padre. Está en un sitio privilegiado, al borde del mar, con la playa justo debajo. Ya no quedan casas así, es única, pero para mí tiene mucho más valor emocional que estético. Está impoluta, porque mi padre era un genio y nos hemos gastado mucho dinero en mantenerla.

© © Jesús Cordero

—¿Cómo va el tema de la venta, Ana? Se han dicho tantas cosas…

—Se dicen demasiadas cosas porque no hay nada que decir. Ha venido gente a verla, pero españoles ninguno, solo gente de fuera. Estamos estudiando varias ofertas. ¡Pero este verano queríamos estar todos aquí!

—¿Tenéis claro que venderla es la decisión correcta o hay dudas?

—Ellos no dudan. Yo un poquito, pero somos cinco y hay que respetar. Cuando estoy aquí, veo a mi hijo correteando por sus pasillos y cada rincón tiene su nombre. Sinceramente, también duele estar aquí. Así que, aunque no me encante la idea de vender la casa, pues casi es mejor.

—¿Serás capaz de despedirte de esta casa? 

—Será difícil. Esta casa representa mucho de la vida de mis padres y de mi hijo.

© © Jesús Cordero

—Cuando ya no dispongas de ella, ¿tienes pensado qué harás los veranos con Anita?

—¡Buscar otro sitio! A mí me gustaría Mallorca, porque es como mi segunda casa, pero también estoy muy enamorada del norte, por ejemplo, Cantabria…

"Dejé de mirarme al espejo"

—¿Algún momento del día te resulta especialmente emotivo en esta casa?

—Al atardecer, porque nos sentábamos en el sofá a ver toda la bahía mientras se ponía el sol.

—En el libro El chico de las musarañas decías que, estando asomada en el mirador aquí, se te pasó por la cabeza acabar con todo, pero que una estrella fugaz te hizo cambiar de opinión. ¿Cómo fue aquello, Ana?

El primer verano aquí sin Aless fue tan terrible que no me acuerdo de nada. Supongo que es una defensa del cerebro. Para ayudarte a sobrevivir, borra el recuerdo del dolor de ese verano. Fue el más difícil de mi vida, sobre todo teniendo en cuenta que el anterior nos habían dicho que Aless estaba limpio. Menos mal que está el libro para recordarme cosas.

"Es muy alta, pesa 17 kilos y lleva talla de cuatro años. La llamo "Anita Dinamita", como me llamaban a mí en la universidad. Tiene más energía que su padre-y tenía mucha- y yo juntos"

© © Jesús Cordero

—Contaste que querías terminar con el sufrimiento. 

—Sí, lo conté, pero cuando me dijeron que Anita venía en camino, resucité.

—¿Aspiras a estar el máximo tiempo posible para ver crecer a tu nieta?

—Voy a empezar a cuidarme mucho para estar con Anita el mayor tiempo posible. Estuve al lado de mi hijo durante toda su enfermedad; luego, cuidé de mi madre; más tarde, de mi padre, y ahora, de Anita.

—¡No querrás faltarle demasiado pronto a la niña!

—¡No! Mi padre murió con 98 años y mi madre, con 92. ¡Me quedan muchos años!

© © Jesús Cordero

"La llevo al pediatra cada tres o cuatro meses. Mi hermana me dice que me excedo, pero creo que es lógico y humano. Anita es lo único que tengo en el mundo y no quiero que le pase nada"

—El físico sí te dejó de importar, te cambió la perspectiva… 

—El día que me dijeron que Aless tenía cáncer dejé de mirarme en el espejo. Estéticamente, no me cuido nada, no me pueden importar menos las arrugas. Cumplir años es un privilegio, porque hay mucha gente joven que muere. Lo que sí haré será retomar este invierno algunas clases de ballet clásico y de yoga. El deporte siempre me ha aburrido.

"Le enseño todo de su padre"

—¿Qué es lo que más te emociona de ver crecer a Anita?

—Todo, porque Anita es un milagro. Me emociona ver cada día cómo vuelvo a resucitar a través de sus ojos. Ella siempre quiere saber qué es esto y qué es lo otro. Me escucha atentamente cuando se lo explico: "Esto es un pececito y esto es el mar". "Y esto, ¿qué es?". Me encanta enseñarle todo lo que es la vida.

—¿Cómo equilibras diversión y enseñanza? Porque, claro, no todo pueden ser juegos sin límites. 

—Hay un momento del día donde dejamos de jugar al escondite y soy la mamá profesora. Sabe las vocales desde que tenía un año y tres meses. Ahora estamos con las consonantes. Y le leo muchos cuentos. Ella, si se cansa antes de que se acabe el cuento, siempre me dice: "Y colorín colorado, este cuento se ha acabado" (ríe). Su padre leía muchísimo, era un ratón de biblioteca. Se pasaba el día leyendo y yo creo que Anita va a ser lo mismo.

"Tardo una hora en dormirla, pero es mi momento maravilloso del día. Me tumbo con ella en la camita, le pongo música relajante y le cuento cuentos", dice Ana de su nieta de dos años

© © Jesús Cordero
"Ha descubierto, y le apasiona, correr debajo de los aspersores del jardín. Nos calamos, pero, como hace tanto calor, no pasa nada y corremos las dos de aquí para allá como si estuviéramos en “Cantando bajo la lluvia”", nos cuenta Ana, divertida con las ocurrencias de Anita

—¿Qué le enseñas de su padre?

—Todo. Mi casa está llena de fotos de mi hijo y dormimos en su cuarto, que está como lo dejó. "Estos son los zapatos de papá y esta, su camisa". Le enseño todo y ella lo tiene muy presente.

—¿Irá ya este curso al cole o todavía no le toca?

—No, no le toca. Irá cuando cumpla tres años y aún tiene dos.

—¡Todavía tienes un margen para no separarte de ella ni un minuto! 

—¡Y que no me lo quiten! (Ríe).

"De lo único que me arrepiento en la vida es de todas las horas que trabajé en lugar de estar con mi hijo. No me arrepiento de nada más. Ahora no me quiero perder nada de Anita"

—Todo apunta a que ese momento de la separación va a ser peor para ti que para ella. 

—Creo que sí, porque Anita es muy social. Cuando aporrea el piano, nos pide aplausos. No sé lo que va a ser, pero creo que va a ir más por actriz que otra cosa (ríe).

—Al final, va a salir a su abuela. 

—Creo que sí.

—¿Cómo esperas que Anita recuerde un día el tiempo que pasasteis juntas y cómo te gustaría que te describiera cuando sea mayor?

—¡Con que me diga lo que me decía mi hijo: "¿Qué sería de mí sin ti?”! Con eso ya me haría feliz. Un "te quiero" es fácil, pero "qué sería de mí sin ti" es lo más bonito que me han dicho, y me lo dijo mi hijo muchas veces y en sus últimos momentos.

© © Jesús Cordero
"El día que me dijeron que Aless tenía cáncer dejé de mirarme en el espejo. No me pueden importar menos las arrugas. Cumplir años es un privilegio, porque hay mucha gente joven que muere", confiesa Ana. "Pero lo que sí voy a hacer es empezar a cuidarme mucho para estar con Anita el mayor tiempo posible. Este invierno voy a retomar algunas clases de “ballet” clásico y de yoga"

"¿Qué haré los veranos con Anita? ¡Buscar otro sitio! A mí me gustaría Mallorca, porque es como mi segunda casa, pero también estoy muy enamorada del norte, por ejemplo, Cantabria…"

—¿Qué consejo de vida le darías a Anita?

—Le hablaría de la lección de vida que nos dio su padre: luchó contra un cáncer con coraje y una sonrisa.

—¿Cómo recuerdas aquel momento en que la cogiste en brazos por primera vez?

—¡Empecé llorar como una loca! Era tan clavadita a Aless de recién nacido que sentí que resucitaba.

—En ningún momento, ni por toda la polémica que se suscitó, te arrepentiste de esta decisión, ¿verdad?

—Yo heredé de mi padre un cociente de inteligencia alto, y alguien con ese cociente de inteligencia no toma una decisión tan importante en su vida sin meditarlo mucho. Lo medité durante dos años.

© © Jesús Cordero

—Lo que digan, a ti te ha importado poco.

—¡Ni me entero! (Ríe). Me importa tres pitos. Uno es quien es y tiene libertad, sin hacer daño y respetando a los demás, de hacer con su vida lo que le dé la real gana.

Cinco años sin Aless

—Se han cumplido cinco años desde la marcha de Aless. ¿Ha cambiado de alguna forma tu manera de vivir el duelo? 

—El duelo cambia cuando es por un padre, una madre, un hermano, un amigo, un novio… lo que quieras. Pero, por un hijo, el duelo no cambia nunca, porque jamás llegas a la fase final, a la aceptación. Es imposible. Ningún padre o madre puede aceptar la pérdida de un hijo. Como mucho, llegas a aceptar que nunca lo vas a aceptar. Y esa es la afirmación.

"Por un hijo, el duelo no cambia nunca, porque jamás llegas a la fase final, a la aceptación. Es imposible", dice Ana, cinco años después de la trágica pérdida de Aless

© © Jesús Cordero

—¿Hay algún ritual o costumbre que mantengas en su memoria?

—Nos pidió que miráramos al cielo a las nueve de la noche y que, pasase lo que pasase, dijéramos: "God bless you, Aless", "Que Dios te bendiga". (A Ana Obregón se le quiebra la voz al recordar esta petición de su hijo).

—¿Sientes que su presencia te sigue acompañando e inspirando en todo lo que haces? 

—En todo.

"Por mucho que le ponga empeño, los veranos siguen siendo agridulces. El dolor se puede apaciguar con amor, pero sigue mordiendo tan intensamente que te corta la respiración"

—Si pudieras decirle algo hoy, ¿qué le dirías?

Hablo con él todos los días y sabe que he cumplido sus deseos. Primero, el de traer al mundo a su hija; segundo, que la fundación que lleva su nombre va fenomenal y estamos financiando varias investigaciones importantísimas sobre cáncer en niños y jóvenes, especialmente en sarcoma de Ewing, que es lo que tenía Aless. Su tercer deseo fue que su libro saliera a la luz. Se convirtió en el más vendido de no ficción el año antepasado. Gracias a él, pude donar cien mil euros de derechos de autor a la fundación.

—¿Has pensado en escribir uno nuevo?

—No, ese era un libro que él empezó, yo lo terminé y he donado todos los derechos de autor. Ahora, mi tiempo está dedicado a Anita cien por cien. ¡Si no tengo tiempo ni de ducharme a veces! (Ríe).

"Heredé de mi padre un cociente de inteligencia alto, y alguien con ese cociente de inteligencia no toma una decisión tan importante en su vida sin meditarlo mucho. Lo medité durante dos años"

© © Jesús Cordero
Los baños en la piscina también forman parte de la rutina diaria de Ana y Anita durante sus días en Mallorca. "Claro que revivo los momentos que pasé con mi hijo, de hecho, se me va la cabeza y el otro día me dijo la persona que trabaja en casa: 'La estás llamando Aless'. Qué le voy a hacer"
© © Jesús Cordero

—Dices que hablas con él todos los días. ¿Qué crees que él te diría? 

—Algo de calma y paz le tiene que dar que esté haciendo todo lo que él dejó por hacer, pero no creo que sea feliz, porque él amaba la vida por encima de todo. Era un enamorado de la vida. Sé que no es feliz. Si digo lo contrario, para encontrarme mejor, sería una mentira. No creo que nadie que se vaya tan joven sea feliz. Imposible. ¡Tenía toda la vida por delante!

—Todo este horror que has pasado, Ana, ¿cambió tus prioridades?

—Totalmente. Relativizas todos los problemas absurdos que tenías antes.

© © Jesús Cordero

"Mi hijo nos pidió que, pasase lo que pasase, miráramos al cielo cada día a las nueve de la noche y que dijéramos: “Que Dios te bendiga, Aless”"

—¿Qué has aprendido sobre la resiliencia y el amor?

—Muchísimo. Sé que el mayor acto de amor de mi hijo fue escribir en su testamento que trajera al mundo a su niña. Él sabía que, sin su hija, yo me habría muerto. Y no hay nada peor que estar muerto en vida. Ese fue un acto de amor de Aless hacia mí.

—La familia es un pilar para ti. ¿Has podido hablar con tu sobrino Javier? ¿Qué tal está con todo lo que ha pasado?

—De eso prefiero no hablar, porque ellos no quieren hablar. Está todo en manos de sus abogados y que él decida.

© © Jesús Cordero
TEXTOTexto: MARTA GORDILLO
FOTOGRAFÍAFotos: JESÚS CORDERO
ESTILISMO Estilismo: VERÓNICA SUÁREZ
PRODUCCIÓNProducción: MARÍA JOFRE
ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA

Diego Blade

MAQUILLAJE

Eva Escolano

PELUQUERÍA

Eva Escolano

LOOK 1 ANA

Vestido de Celia B, pendientes de Mimoki, anillos de Luxenter

LOOK 1 ANITA

Total Look de Nanos


LOOK 2 ANA

Vestido de Charo Ruiz, pendientes de Zara

LOOK 2 ANITA

Vestido y calzado de Amaya

LOOK 3 ANA

Vestido de Charo Ruiz y pendientes de Marina García

LOOK 4 ANA

Traje de baño de Amaya

LOOK 3 ANITA

Traje de baño de Amaya

LOOK 5 ANA

Traje de baño de Victoria Cimadevilla y pendientes de Casilda Fina

LOOK 4 ANITA

Traje de baño de Cóndor

LOOK 6 ANA

 Traje de baño de Victoria Cimadevilla, joyas de Luxenter y gafas YSL

LOOK 7 ANA

Traje de baño de Victoria Cimadevilla

LOOK 5 ANITA

Traje de baño de Boboli

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.