© Lawrence Schiller/Cortesía de TASCHEN y Steven Kasher Gallery Imágenes del libro Marilyn & Me. Taschen

Hablamos con Lawrence Schiller, el fotógrafo que inmortalizó a Marilyn Monroe desnuda

La editorial Taschen reedita el libro ‘Marilyn & Me’, en el que narra su historia con la actriz

Hay pocas cosas que Lawrence Schiller no haya hecho en la vida. Puede presumir de haber ganado un Oscar con su documental The Man Who Skied Down Everest; tener cinco premios Emmy gracias a sus películas para televisión La canción del verdugo y Pedro el Grande; o contar con cinco bestsellers del New York Times entre sus proyectos editoriales. Pero fueron sus fotografías las que hicieron que el nombre de este neoyorquino empezara a sonar con fuerza. Barbra Streisand, Paul Newman, Sophia Loren, Bette Davis, Bob Kennedy, Mohamed Ali… y, por supuesto, Marilyn Monroe. Fue él quien la inmortalizó desnuda durante la escena de la piscina en el rodaje de Something’s Got to Give, su última película. Unas imágenes y una historia que forman parte de Marilyn & Me, el libro que reedita Taschen, y en el que narra su historia con la tentación rubia.

©Lawrence Schiller/Cortesía de TASCHEN y Steven Kasher Gallery
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‘Something‘s Got to Give’, mayo de 1962.

Podías sentir la vida en ella. Algunos sentían la vida en sus labios, en sus ojos… con Marilyn, todo era vida. Su piel, sus brazos, sus hombros…”. Al otro lado de la pantalla Schiller rememora cómo fue su primer encuentro con la actriz. Él tenía 23 años y en aquel momento trabajaba para Look Magazine. Era el año 1960 y ella estaba rodando El multimillonario (Let’s make love). “Le dijeron ‘Marilyn, este es Lawrence Schiller, de Look Magazine’, y ella se giró, no por mi nombre, sino por la revista. Look Magazine era publicidad para ella, promoción. Ella me ofreció su mano y me dijo ‘Soy Marilyn’. A lo que respondí ‘Y yo soy el lobo feroz’”. Schiller todavía no sabe cómo se le ocurrió aquella respuesta, pero lo cierto es que aunque han transcurrido más de 50 años, todavía se sigue sonriendo al contarla.

-¿Cómo fue aquel primer encuentro con Marilyn Monroe?

-Me intenté convencer a mí mismo de que era un trabajo más. Empecé a fotografiarla enfrente del espejo. Marilyn me vio desde el reflejo, y me dijo ‘No vas a tomar una buena foto desde ahí. Mejor siéntate en la esquina’. Hice lo que me dijo y cogí mi cámara. Marilyn me miró por encima de su hombro… ¡y eso era una foto de un millón de dólares! En ese momento supe que ella sabía más de fotografía y de iluminación de lo que sabía yo.

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Lawrence Schiller sujetando un ejemplar del libro ‘Marilyn & Me’

-¿Cómo era Marilyn en las distancias cortas?

-Ella no era un objeto, era una compañera. Entendía exactamente qué hacer con su brazo, incluso sabía la diferencia entre las lentes de la cámara… Siempre había coordinación y armonía en lo que hacía. Pero lo más interesante es que ella era muy segura con la cámara fija, pero no tanto con la cámara en movimiento. Sabía que frente a una cámara de vídeo el director diría ‘edita esto, lo otro…’, pero con las fotografías… ¡en esos tiempos no había Photoshop!

Marilyn y Schiller volvieron a coincidir en el rodaje de Something’s got to go, una película que nunca llegó a terminarse, pero aquellas fotografías hicieron historia. La actriz le propuso a Schiller que la retratara desnuda. “No entendía por qué quería ser fotografiada sin ropa, porque la última vez que fue fotografiada así fue en los años 40. Descubrí que quería aparecer en todas las revistas del mundo. ¿Por qué? Porque Liz Taylor estaba saliendo en las portadas con Richard Burton. Estaba haciendo Cleopatra con el mismo estudio que ella y ganaba millones de dólares. Marilyn quería mostrar al estudio que ella podía obtener tanta publicidad o incluso más que Liz Taylor, así que recurrió a su cuerpo. Bueno la fotografía habla por sí misma. Y, por supuesto, apareció en todas las portadas del mundo”.

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©Lawrence Schiller/Cortesía de TASCHEN y Steven Kasher Gallery
‘Something‘s Got to Give’, mayo de 1962.

-Estas imágenes cambiaron su carrera…

-Bueno, lo que hicieron fue aumentar el triple de mis ingresos, porque ¡yo era pobre! (ríe). Pero hay otras cosas que cambiaron el curso de mi carrera. Aquello fue en 1962. Cuando John F. Kennedy fue asesinado fui a Dallas y fotografié a Harvey Oswald... En los 70, América era el salvaje oeste. Muéstrame un país que en diez años, cinco líderes del país sean asesinados. Yo estaba cubriendo noticias por todo el mundo. Estábamos en Vietnam muriendo, fotografié a los marines que iban allí. Yo era un fotógrafo decente, había muchos mejores que yo, pero fui capaz de hacerme un nombre.

-Por su objetivo pasaron otras celebrities como Bette David, Bob Kennedy, Paul Newman… ¿Qué trataba de conseguir al retratarlos?

-Cuando estás fotografiando a una persona famosa, tienes que decidir qué historia estás haciendo para la revista, si te va a dar para dos o tres páginas o sólo una imagen. Lo más difícil es fotografiar a una persona en una sola fotografía. ¿Cómo puedes contar una historia entera de alguien en una sola imagen? Con Paul Newman me pasó eso cuando estaba rodando Cool Hand Luke. Le pedí que se quitara la camiseta y colgamos en su cuello una cadena con un abridor de botellas. Eso cuenta una historia y sin que tuviera que estar sujetando una cerveza. Si no, sería simplemente una foto de un hombre increíblemente guapo. Siempre intentas tener algo único en una fotografía para que se quede por siempre, para todos. James Ear Jones, el gran actor negro con pelo canoso, fue uno de los primeros actores que apoyó los derechos civiles. Le fotografié de una forma muy especial: como si se estuviera ahogando. En definitiva, no consigues la totalidad siempre. Esto es como el béisbol, si ‘te sales’ si logras una de tres, tienes suerte. En fotografía es lo mismo, si ’te sales’ en una de 25 tienes suerte… y yo tuve suerte de hacer una de esas 25.

©Lawrence Schiller/Cortesía de TASCHEN y Steven Kasher Gallery
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‘Something‘s Got to Give’, mayo de 1962.

-A Paul Newman no solo lo fotografiaste, ¿fue él quien le animó a sumergirse en el mundo del cine?

-Un día estaba con él. Estaba rodando en ese momento Butch Cassidy and the Sundance Kid, con Robert Reford. Era 1969, y le dije ‘he estado fotografiando durante 15 años, y estoy cansado, solo son diferentes cabezas en cuerpos iguales’. El dijo ‘¿Por qué no empiezas a dirigir películas?’ Yo le dije que solo era un fotógrafo. Me dio el guion y me dijo ‘léelo, dime lo que harías con él’ y pude dirigir una pequeña parte de la película. Después, Bob Evens, de Paramount lo vio, y me contrataron para reeditar Lady sings the blues con Diana Ross. Así fue como conocí a Michael Jackson. Así que una cosa llevó a la otra, y empecé a hacer un par de documentales. Mi tercer documental ganó un Oscar. Tuve suerte.

En 1976 Schiller dejó de hacer fotografías . Su último trabajo fue retratar a Muhammad Ali en el Campeonato Mundial de los Pesos Pesados en Manila (Filipinas) contra Joe Frazier. Con aquellas instantáneas cerraba un ciclo que comenzó cuando todavía estaba en el colegio. “Yo no era muy bueno en la escuela. No lo sabía en ese momento, pero tenía dislexia, una discapacidad de aprender. Y la gente con dislexia tendía a ser más creativa, a interesarle el mundo de las artes... A mí me interesaban las fotografías de deportes y de chicas guapas”. Durante aquellos años Schiller ganó varios concursos de fotografía. Algunos le permitieron viajar y trabajar con profesionales del sector. “Recuerdo ver Time Magazine y allí aparecía una artista muy guapa: era Marilyn Monroe. Fue la primera vez que leí su nombre. Y recuerdo decirme a mí mismo: ‘algún día espero fotografiar una chica tan guapa como ella’. Lo que no sabía es que la terminaría fotografiando a ella.

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Marilyn Monroe en el set de ‘Something‘s Got to Give’, mayo de 1962.

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