Hay un momento preciso en el viaje hacia el noroeste, justo cuando la meseta queda atrás y se atraviesan los túneles de A Canda, en el que el paisaje cambia. El ocre se vuelve verde esmeralda, el aire se carga de humedad y misterio, y el horizonte se precipita hacia un valle ancho, domado por el río Támega. Estamos cruzando un umbral. Al otro lado aguardan las comarcas orensanas de Viana y Verín, puerta de entrada a Galicia, un territorio donde la frontera es punto de encuentro y donde la tierra, generosa, regala aguas que sanan el cuerpo y vinos que alegran el alma.
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Esta esquina del mapa, en el sureste de la provincia de Ourense, no es solo un lugar de paso, aunque durante siglos lo fuera para ejércitos y peregrinos. Hoy es un destino en sí mismo. En esta cuenca fértil, regada por el Támega, la historia se ha esculpido en piedra y el carácter de sus gentes se ha forjado entre la solemnidad de los pazos y la irreverencia del Entroido, su famoso carnaval.
Su condición de encrucijada ha marcado su ADN. Aquí no se entiende el día a día sin mirar al sur, hacia la vecina Portugal. La villa de Verín y la cercana ciudad lusa de Chaves forman una Eurociudad, un ejemplo de convivencia europea donde los límites se diluyen en las aguas del río. Pasear por Verín es, inevitablemente, sentir el abrazo de Portugal, compartir gastronomía, termalismo y un paisaje que ya no entiende de aduanas.
Monterrei: la acrópolis del Támega
Todo empieza en las alturas. Desde la distancia se adivina el castillo de Monterrei, a pocos kilómetros de Verín, una ciudadela fortificada que resume siglos de vigilancia en sus murallas. Esta acrópolis medieval y renacentista despliega varios recintos amurallados donde la piedra dialoga con la historia: la esbelta torre del homenaje, el Palacio de los Condes y la llamada Torre de las Damas componen un escenario de novela. Desde la barbacana y los adarves, la vista abarca el valle del Támega, las alfombras de viñedo y el perfil ordenado de Verín, encajado en el fondo del valle.
Aquí funcionó también la que se considera primera imprenta de Galicia, donde en el siglo XV vio la luz el Misal Auriense. Este detalle añade una pátina humanista a una fortaleza marcada por la vocación militar y fronteriza. Hoy, el conjunto se puede visitar con calma, recorriendo patios tapizados de verde, subiendo a la torre o incluso durmiendo entre piedras centenarias en el Parador Castillo de Monterrei (parador.es), instalado en parte del recinto, y que reabrirá sus puertas el próximo año tras una cuidada restauración.
Abajo, Verín invita al paseo. El itinerario clásico arranca en el convento de los padres mercedarios. Su iglesia barroca, el claustro sereno y un pequeño museo que repasa la historia de la villa y su cultura vitivinícola. Desde allí se llega a la estatua del cigarrón, el gran protagonista del Entroido local, y a la plaza de García Barbón, con la Casa de los Acevedo, escenario de encuentros regios y símbolo del pasado señorial de la villa.
Por la rúa Maior se alcanza la iglesia de Santa María a Maior, con la capilla de los Dolores, donde se veneraba la Virgen del mismo nombre y el Cristo de las Batallas, atribuido a Gregorio Fernández. Cruzando el Támega, aparece la Casa del Escudo, una elegante construcción del siglo XVIII (hoy albergue de peregrinos) que pone la guinda a este paseo urbano.
Verín, ciudad termal
Si el castillo es la joya en piedra del valle, el agua es su tesoro líquido. Verín flota sobre un mar de salud: la comarca presume de la mayor concentración de aguas minero-medicinales de Galicia. A principios del siglo XX, la región vivió su Belle Époque particular gracias a la afluencia de agüistas que llegaban buscando cura para sus males en los balnearios.
Hoy, esa cultura del agua sigue viva y es visitable. Una ruta enlaza manantiales, fuentes y viejos balnearios: Cabreiroá, con su templete octogonal rodeado de jardines; Fontenova y Sousas, con sus edificaciones históricas; las ruinas melancólicas del balneario de Caldeliñas; o la Fonte do Sapo, un rincón bucólico donde el agua, rica y ferruginosa, se mezcla con el canto de los pájaros. En cada parada cambia el paisaje, cambia el diseño de las fuentes… y cambia también el sabor del agua. Hay aguas ligeras y otras intensas, burbujeantes, con un punto salino o metálico. A pocos kilómetros, el Hotel & Spa Vilavella (hotelspavilavella.es) completa esta cultura del agua con un moderno circuito de spa, grandes ventanales abiertos al bosque y tratamientos pensados para convertir la escapada en una auténtica cura de bienestar.
El termalismo se extiende también al otro lado de la raia. Chaves, la antigua Aquae Flaviae romana, es célebre por sus aguas, que llegan a alcanzar temperaturas de hasta 73 ºC y se aprovechan en modernos complejos termales y spas urbanos. Más al sur, en Vidago, un parque centenario esconde buvettes modernistas donde aún se puede beber agua en pequeños sorbos y un balneario contemporáneo instalado en la antigua estación de ferrocarril, hoy reconvertida en un moderno centro de aguas termales con todas las comodidades.
Naturaleza salvaje: O Invernadeiro
Para quienes buscan desintoxicarse del ruido urbano, la comarca de Viana guarda un secreto verde: el Parque Natural do Invernadeiro. Situado en el municipio de Vilariño de Conso, es uno de los espacios protegidos más importantes del noroeste peninsular. Sus más de 5700 hectáreas, libres de asentamientos humanos, forman parte del Macizo Central orensano, con cumbres que superan los 1.600 metros, valles profundos y circos glaciares por los que se precipitan cascadas en los días de deshielo.
Aquí mandan el carballo, las fragas mixtas y los acebos; entre la fauna no faltan lobos, corzos, cabras montesas, jabalíes, águilas reales o halcones peregrinos. El acceso está regulado (es necesario solicitar permiso previo) y el parque ofrece hasta media docena de rutas señalizadas, como la Ruta da Ortiga, que asciende hasta los 1.496 metros del Alto da Ortiga, o la Ruta da Auga y la das Troitas, que siguen el curso de los ríos Ribeira Grande y Ribeira Pequena.
Más cerca del valle, la Ecovía do Támega propone un contacto más amable con el paisaje. Este corredor ecológico transfronterizo une Verín y Chaves a lo largo de 30 kilómetros prácticamente llanos, siempre pegados al río. Se recorre a pie o en bicicleta, entre bosques de ribera, lagunas que son santuarios de aves y antiguos puestos fronterizos hoy reducidos a meros mojones en la memoria.
Vinos de Monterrei y mesas generosas
Pocas postales definen mejor este rincón de Galicia que el valle al atardecer, con las viñas recortadas en las laderas. La Denominación de Origen Monterrei, una de las más jóvenes de Galicia, se extiende por estas lomas suaves que rodean Verín y Monterrei. Sus vinos, ya célebres en la Edad Media, viajaron a América de la mano del quinto conde de Monterrei, virrey de las Indias.
Hoy, la D.O. se apoya en variedades blancas como godello, treixadura, o dona branca, y en tintas como mencía o merenzao, que dan lugar a vinos frescos, aromáticos y minerales, o tintos intensos con buena estructura. Bodegas como Crego e Monaguillo o Terra do Gargalo, esta última impulsada por el diseñador Roberto Verino, son solo dos ejemplos de proyectos que combinan tradición familiar, viñas en ladera y una cuidada elaboración.
El calendario marca varias citas ineludibles para los amantes del vino: la Feira do Viño de Monterrei, que cada mes de agosto llena Verín de stands, catas y música, y otras jornadas a lo largo del año en las que la denominación muestra lo mejor de su producción.
Los vinos de la región maridan a la perfección con la despensa local. ¡Y qué despensa! Es pecado irse sin catar el pemento de Oímbra (con Indicación Geográfica Protegida), un pimiento de textura delicada y sabor dulce que no pica, compañero ideal de las carnes y protagonista de otra fiesta en agosto. También merecen mención las patatas del valle, perfectas compañeras de guisos y del tradicional pulpo á feira, como el que se prepara en la Casa do Pulpo de Verín. Y, en los montes de Riós, la castaña es el emblema local, hasta el punto de contar con una ruta específica y una Festa da Castaña e do Cogomelo (principios de noviembre), en la que se celebran la llegada del otoño y la convivencia entre castañares y setas.
En el capítulo dulce, la lista es larga: bica de Laza (un delicioso bizcocho), filloas, rosquiñas de Entroido, línguas do bispo, pastel y torta do cigarrón, o pastel de nueces de Vilardevós, que suelen coronarse con un trago de licor café elaborado con aguardiente local.
Entroido: fiebre de carnaval
Pero si hay un momento que condensa el alma de estas comarcas, es el Entroido. El carnaval de Verín forma, junto con los de Laza y Xinzo de Limia, el célebre “triángulo de oro” del carnaval gallego, y cuenta con la declaración de fiesta de interés turístico nacional.
Las celebraciones arrancan el 17 de enero, día de San Antón, y se intensifican desde el xoves de compadres y el domingo de corredoiro, con las primeras apariciones del cigarrón y las famosas fariñadas, batallas multitudinarias de harina que tiñen de blanco las calles. El xoves de comadres las mujeres toman las calles y los restaurantes, y a medianoche se reúnen en una procesión de velas para recibir al Entroido, que baja del castillo de Monterrei escoltado por cigarróns, gaiteiros y charangas.
El protagonista absoluto es el cigarrón. Con su máscara de madera tallada –una obra de arte con una sonrisa inquietante–, la mitra decorada con animales o astros, y los enormes cencerros (chocas) atados a la cintura, el cigarrón es la ley. Cuando corre, el estruendo de las chocas se siente en el estómago. Paraliza. Emociona. Es un sonido atávico que toma las calles. Nadie puede tocar a los cigarróns, pero ellos pueden fustigar con su látigo a quien se cruce en su camino. Es un rito ancestral, telúrico, que conecta con los ciclos de la tierra y la fecundidad.
Sobre el origen del cigarrón y del propio Entroido hay teorías para todos los gustos: se ha relacionado su inquietante estampa con la de antiguos cobradores de impuestos de los condes de Monterrei, con enviados de la Iglesia disfrazados para convertir a los descreídos, o con ritos paganos ligados al cambio de estación… Quizá el secreto de su fuerza resida precisamente en ese misterio, en la sensación de que, durante unos días, la comarca entera viaja a otro tiempo justo cuando el invierno está a punto de dejar paso a la primavera.
