Entre las montañas del Alto Languedoc y el mar Mediterráneo, en la actual región de Occitania, se dibuja una distinguida villa partida en dos por el río Orb. Un destino repleto de historias y curiosidades, como uno de sus principales emblemas, el camello, que según reza la tradición fue el animal en el que llegó a estas tierras tras haber conocido a Cristo en tierra santa, San Afrodisio, su patrón, o los grandes murales repartidos por su entramado que engañan a la vista y con los que si uno se descuida acaba saludando a vecinos que no existen.
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La ciudad de Béziers puede presumir de ser el segundo mayor sector protegido de Francia después de París, ya que gran parte de su casco histórico ha sido declarado por el Estado francés secteur sauvegardé (zona patrimonial protegida). Así mismo, compite con Marsella por el título de la ciudad más antigua del país vecino. Su origen se remonta a la época griega, al siglo VI a.C. –aunque en sus tierras se encontró presencia de poblaciones neolíticas–, pero sería durante el periodo romano que se convertiría, gracias a su conexión con la Via Domitia (antigua calzada que conectaba Italia con la Península Ibérica), en un destacado asentamiento urbano con anfiteatro incluido. El peor y más reconocido episodio de este destino llegaría en el siglo XIII durante la cruzada contra los cátaros cuando la población fue arrasada y cuando Arnaud Amaury, enviado del papa, gritó "¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!", a las puertas de la iglesia de la Madeleine donde se refugiaban cerca de 7.000 habitantes.
Sin embargo, en el siglo XIX esta ciudad supo resurgir de sus cenizas, convirtiéndose en un destacado punto comercial, impulsado por los viñedos de la región, hoy famosos, y a la llegada del ferrocarril.
Una ciudad para pasearla despacio
Ya desde la carretera de entrada se puede observar la mágica estampa que regala Béziers con el puente viejo de factura romana a sus pies y la Catedral de Saint Nazaire y Saint Celse, que se alza sobre las murallas romanas y medievales custodiando la ciudad. Este templo se levantó entre los siglos XIII y XV sobre las ruinas de uno románico incendiado durante la Cruzada contra los cátaros, así como sobre los restos de otro anterior de origen romano. Con un aspecto fortificado y de estilo gótico meridional, destaca por su coro barroco, los frescos del siglo XIV y la bóveda estrellada de la sacristía, una obra maestra del gótico. De aquí se puede pasar al Jardín de los Obispos que, diseñado en estilo francés a finales del siglo XVII, ofrece un magnífico mirador al río y a los tejados de la parte baja de la ciudad.
El casco histórico, un laberinto de calles medievales, palacios renacentistas y arquitectura del XIX, invita a perderse para ir descubriendo el rico patrimonio que atesora. Algunas de las paradas imprescindibles en este recorrido son el antiguo cementerio del siglo XIX, en el que los artistas más renombrados de la época adornaron los mausoleos con plañideras, figuras y puertas de bronce esculpidas, la Avenida de Paul Riquet –cuyo nombre toma de su ilustre vecino el ingeniero y empresario conocido por construir el Canal du Midi, entre otras obras– repleta de restaurantes, terrazas y tiendas y donde se instala todos los viernes un mercado de flores, y el Teatro municipal que, fundado en 1842 con un estilo a ‘la italiana’, sigue manteniendo su decoración interior con forma de bombonera y puede acoger hasta casi 500 espectadores.
La parada para comer hay que hacerla en el Mercado cubierto de Béziers. Este edificio construido en 1891 en el lugar que el que se ubicaba la iglesia de Saint-Félix acoge hasta 21 puestos de comerciantes y productores locales en los que probar los platos típicos de la ciudad, entre los que se incluyen la tielle de Sète (empanada de pulpo), la charcutería de los montes de Lacaune o el Petit pâté de Pézenas, un pastel de hojaldre salado relleno de carne de cordero acompañados de uno de sus vinos.
El mejor sitio para reposar la comida, o bajarla, es el Jardín de los poetas, un pulmón verde creado por los hermanos Bühler –autores del Bosque de Bolonia de París– en estilo inglés, que recibe su nombre por la colección de bustos de poetas locales que decoran sus senderos. Y para finalizar, hay que acercarse a admirar las 9 esclusas de Fonseranes, monumento histórico y uno de los elementos más destacados del Canal du Midi, si no el que más. Esta obra de ingeniería que firma Paul Riquet permite salvar un desnivel de 21,50 metros en más o menos una hora y media, tiempo que puede variar en función del tráfico de barcos.
De trampantojo en trampantojo
Una alternativa para recorrer el casco histórico es la que lleva al visitante de trampantojo en trampantojo. Esta ruta surgió como una iniciativa de la Oficina de Turismo local para acercar la historia de Béziers y de la región a través de estos murales hiperrealistas capaces de engañar al ojo. Si bien el itinerario surgió en 2014, el primer trampantojo data del siglo XIX y se encuentra en la Capilla de los Penitentes Azules (siglos XIV-XV), una construcción gótica con una puerta de estilo flamígero. En su interior, detrás del altar, se puede observar una espectacular pintura que representa la muerte de Saint Jérôme y, en segundo plano, la catedral de Saint Nazaire.
Entre las diferentes pinturas del recorrido se pueden encontrar algunos personajes destacados, como el escultor Jean-Antonie Injalbert o el que fuera uno de los héroes más emblemáticos de la Resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, Jean Moulin. También las hay que relatan hechos históricos, como la llegada del tren a Gare du Midi en 1857 o la revolución de los vinateros de 1907. La más grande de todas se plasma en un edificio completo simulando todos los entresijos de su fachada en la que ventanas reales se mezclan con bajantes, farolas, tejas y hasta un bar en cuya puerta se sienta el padre de Moulin.
Dónde dormir
Para aquellos que busquen tranquilidad por encima de todo es el Château St Pierre de Serjac (serjac.com), un castillo convertido en hotel situado a las afueras de la ciudad que incluye, además, una finca vinícola de 90 hectáreas. La que es una de las propiedades más bonitas del Languedoc cuenta con ocho suites ubicadas en el propio edificio de la antigua fortaleza, con una exquisita decoración con candelabros venecianos, sillas Luis XVI, bañeras de estilo imperio y cortinas de terciopelo moiré. Además, para los que viajan en familia o con amigos o para los que quieren más espacio y privacidad ofrecen también 36 casas de verano construidas en las antiguas dependencias del castillo, villas de dos a cuatro dormitorios (de 40 a 220 metros cuadrados) con piscina privada y, en su mayoría, con acceso directo a los senderos del viñedo.
Si se viaja con niños hay que saber que también hay un club infantil donde las actividades están organizadas en torno a la naturaleza, el arte y el deporte, nada de pantallas. Las instalaciones se completan con un spa con piscina cubierta, sauna, baño turco y cabinas de tratamientos Cinq Mondes, una bodega con sala de catas donde se pueden degustar 50 cuvées de Bonfils –propietario de los viñedos de la finca–, piscina exterior con zona de solári y un huerto ecológico cuyos productos se sirven en el restaurante del hotel capitaneado por Fabien Guillaume.
