El corazón de Portugal es donde reside la ciudad de Tomar, un lugar que ha conseguido congelar la historia en el tiempo. Originalmente diseñado como un monumento que simboliza la Reconquista del país, el tiempo, los reinados y los estilos convirtieron su máximo emblema, su castillo y convento templario, en un signo de apertura a otras civilizaciones. Pero más allá de su entresijo de claustros y pasadizos, la localidad lusa se extiende a sus pies con una vibrante y sorprendente oferta cultural y patrimonial. Desde su judería hasta su río, salpicado de legado industrial, museos y leyendas, hasta su gastronomía, anclada a la caza y a los dulces conventuales, una escapada desde Lisboa a esta coordenada desconocida de Portugal vale cada minuto que se le dedique.
Para ti que te gusta
Este contenido es exclusivo para la comunidad de lectores de ¡HOLA!
Para disfrutar de 5 contenidos gratis cada mes debes navegar registrado.
Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.Este contenido es solo para suscriptores.
Suscríbete ahora para seguir leyendo.TIENES ACCESO A 5 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Una crónica tallada en piedra
El complejo monumental que conforman el Castillo Templario y el Convento de Cristo, declarado Patrimonio de la Humanidad, concentra el grueso de turistas que recibe Tomar. Y no es para menos, pues su historia empieza aquí, cuando Gualdim Pais, Maestre de los caballeros templarios de Portugal, lo manda a construir en el año 1160 para reforzar la línea defensiva del Tajo y proteger el acceso a Coimbra, por entonces capital del reino.
Considerado uno de los ejemplos más importantes de la arquitectura militar portuguesa del siglo XII, tras su extenuante escalinata de entrada se abre todo un laberinto de siglos, estilos, salas y pasadizos que absorben al instante. La primera impresión es la del castillo, donde se encuentra el corazón espiritual del recinto, la Charola o Rotonda Templaria, un oratorio fortificado del siglo XII y cuyo diseño imita el de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Estructurada como un polígono de 16 lados con un espacio central octogonal delimitado por ocho robustos pilares, está rodeada por un deambulatorio abovedado donde los caballeros se reunían, en ocasiones sin siquiera bajar de sus caballos. Su decoración, añadida a lo largo de los siglos, va de los motivos fantásticos románicos a las pinturas de artistas portugueses y tallas de madera policromadas.
Más adelante, los claustros, construidos en el siglo XV, hacen de transición del castillo al convento, en un claro estilo gótico. Poco después, la ampliación manuelina dejó otra joya en el claustro de Santa Bárbara: la ventana de la Sala del Capítulo, creada por el arquitecto Diogo de Arruda, que es toda una representación de la Era de los Descubrimientos, repleta de detalles.
Por último, se abre el claustro de Don Juan III, iniciado por João de Castilho, el arquitecto que lo convirtió en una obra maestra del Renacimiento y el Manierismo en el país. Inspirado en los palacios italianos de la época, con sus escaleras de caracol esquineras y sus dos niveles, corresponde al zénit del poder de la Orden de Cristo, ya integrada por entonces en la corona.
Hacia el corazón de la ciudad
La que un día fue la cerca del convento, donde los monjes tenían su huerto y su lugar de introspección, es hoy la Mata Nacional dos Sete Montes, un frondoso e inmenso parque de 39 hectáreas que conecta el conjunto patrimonial con el centro de Tomar, desembocando en la bonita oficina de turismo, con sus azulejos de los siglos XV y XVI. Hacia el norte se extiende la antigua judería, con su epicentro en la Praça da República, adornada con un mosaico blanco y negro sobre el que se alza la estatua de Gualdim Pais.
Frente a ella, la iglesia de São João Batista, de finales del siglo XV, es un destacado ejemplo del gótico tardío portugués, con su portal manuelino dando la bienvenida. En el interior destaca su revestimiento de azulejos del siglo XVII y un conjunto de pinturas renacentistas de Gregório Lopes, del siglo XVI, como La última cena y Tríptico del Bautismo de Cristo. El templo es punto central de una fiesta que se celebra cada cuatro años, la Festa dos Tabuleiros, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Mezcla de tradiciones paganas y cristianas, su elemento central es el tabuleiro, una estructura tan alta como cada mujer que lo lleva sobre su cabeza, decorado y compuesto por panes, en una procesión de casi 5 kilómetros.
De este monumento nacional parte la estrecha rua Dr. Joaquim Jacinto, en la que se encuentra otro de su talla, el Museu Luso-Hebraico Abraham Zacuto, del siglo XV, con la sinagoga medieval mejor conservada de Portugal. Vale la pena caminar por los pequeños callejones repletos de macetas, suelo de mosaico y casas blancas para encontrar verdaderas joyas, como la del número 63, a pocos pasos de la sinagoga, donde el anciano vecino Abel da S. Vieira dos Santos deja abierta su puerta en una invitación a su pequeño museo personal de fotos, postales, cuadros, cartas y recortes de periódico que está encantado de mostrar a todos los viandantes.
Otro rincón desconocido entre pequeñas panaderías, diminutas modistas y coquetas tiendas de artesanía entre tela y cerámica, es el Cine-Teatro Paraíso, un edificio emblemático construido en el año 1800 para acoger espectáculos y que estrenó su primera proyección un siglo más tarde. Remodelado en múltiples ocasiones, este teatro a la italiana organiza ahora eventos de danza, teatro, música y cine.
Un río que aúna cultura, leyenda y espiritualidad
A pocos pasos, la amplia y llena de comercios rua Serpa Pinto es un lugar perfecto para tomar un café o caminar de la Praça da República hasta el río Nabão, donde espera mucho más patrimonio. El Parque do Mouchão emerge en una pequeña isla donde una gran noria de madera, de 1906, sigue siendo uno de los símbolos de la ciudad y un espectáculo de ingeniería tradicional que los habitantes de Tomar miran de cerca, pues según ellos, “si la noria no gira, la ciudad no se mueve”.
En un par de minutos se alcanza el Complexo Cultural da Levada, un excelente ejemplo de recuperación del patrimonio industrial de Tomar, con antiguos molinos y lagares de los siglos XII y XIII que mandaron a construir los propios caballeros templarios. Ahora es un centro cultural donde destaca la antigua central eléctrica, una fábrica de artes y un centro interpretativo sobre la orden.
Prácticamente frente al complejo, al otro lado del río por el Ponte Velha (con unas vistas magníficas del castillo), se alza la capilla de Santa Iria, un pequeño templo renacentista del siglo XV con una curiosa leyenda. Esta cuenta que Britaldo, hijo del gobernador, se obsesionó con Iria, una joven novicia del siglo VII que le rechazó, por lo que mandó a degollarla. Convertida en santa, protagoniza una de las fiestas más conocidas de la ciudad.
Siguiendo la calle de su nombre se llega a otro de los templos más importantes de Tomar, la iglesia de Santa Maria do Olival, construida en el siglo XIII durante el maestrazgo de Gualdim Pais y concebida como panteón de la Orden del Temple, con su torre de vigilancia separada del cuerpo. Su estilo, transición del románico al gótico, y su fachada de tres cuerpos, dominada por un imponente rosetón, oculta un interior de tres naves con tumbas góticas de importantes caballeros, incluyendo la de Gualdim.
Museos para todos los gustos
Paseando por Tomar, el visitante puede darse cuenta de cómo la cultura rebosa por todas partes. Más allá de los mencionados, la localidad templaria cuenta con algunos museos, algunos más curiosos que otros, en los que empaparse de historia y tradición. Uno de los más famosos es el Centro de Estudos em Fotografia de Tomar, situado en la Casa dos Cubos y dedicado a la conservación, estudio y divulgación de la fotografía.
También el Núcleo de Arte Contemporânea, colección del historiador José-Augusto França, ofrece una panorámica del arte moderno y contemporáneo portugués del último siglo. La Casa-Memória Lopes-Graça muestra la vida de otra figura local, uno de los compositores más importantes de la música portuguesa del siglo XX.
También hay más singulares. Una prueba es el Museu da Latoaria, fundada por el artesano Américo Marques, que rinde homenaje al oficio de la hojalatería. O el Museu dos Fósforos, ubicado en el Convento de São Francisco, con la mayor colección de cajas de cerillas de Europa. En la parte trasera del complejo religioso, una pequeña sorpresa espera en la Oficina da Olaria e da Azulejaria, un pequeño taller-tienda abierto al público que mantiene viva la tradición de la cerámica y el azulejo.
No te olvides de comer
Tomar, además de estar dentro de la región vinícola del Tajo y gozar de muy buenos vinos, con cuerpo y complejidad, es un lugar marcado por la gastronomía de caza. Uno de los platos más famosos es el coelho na abóbora, una liebre cocinada al horno con calabaza que es una auténtica delicia a probar en restaurantes como Chico Elías o Alpendre (restaurante-alpendre.com), ambos en las afueras.
En el repertorio de recetas también se encuentra la icónica sopa de piedra, hecha con una mezcla de judías, verduras y carnes, o el cabrito asado y, por supuesto, el bacalao o la morcilla de arroz, que se sirve con patatas al horno en lugares como Sabores ao Rubro (saboresaorubro.com) o Taverna Antiqua (tavernaantiqua.com). Para el café, vale la pena acercarse a Café Paraíso (cafeparaiso.pt), una belleza de local con más de un siglo de historia. Si se prefiere comer algo más ligero o un tentempié de lo más dulce, basta con pasarse por uno de los lugares más coquetos de la localidad, la acogedora Insensato Café Livraria (@insensato.cafe.livraria), donde las paredes están repletas de libros que llevarse tras un buen bocado.
Sin embargo, sería un delito marcharse sin pasarse por la cerca pastelería Estrela de Tomar (estrelasdetomar.pt), que tiene los postres más representativos de la ciudad, de herencia conventual: Beija-me Depressa, queijinhos doces o la fatia son, sin duda, el mejor souvenir.