“Mértola dormia frente ao Guadiana / branca branca branca / torre de menagem, torre de vigia / de quem mais se ama" (Mértola dormía frente al Guadiana / blanca, blanca, blanca / Torre del homenaje, torre de vigilancia / de quien más se ama). Estos versos entonados por la cantautora Amélia Muge son un aperitivo de lo que Mértola está por mostrar a aquellos que ponen un pie en sus calles. Nacido en la provincia de Ciudad Real, el río Guadiana llega hasta aquí kilómetros antes de fundirse con el Golfo de Cádiz, serpenteando ante el espolón rocoso en el que se erige la ciudad, testigo del paso de civilizaciones, enclave de gran riqueza económica y museo al aire libre de una blancura radiante.
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Capas de historia
Lugar estratégico y fortaleza natural codiciada por todas las civilizaciones que trataban de dominar el sur de la península, la localidad portuguesa aún guarda su trazado laberíntico que obliga a bajarse del coche y recorrer su Vila Velha a pie. Este núcleo histórico amurallado está dibujado con calles que se ensanchan y se estrechan, pavimentadas en piedra, entre casas bajas y encaladas que tratan de mitigar el efecto del soleado Alentejo, pero que no olvidan el color con sus ventanas y puertas ribeteadas de ocre y azul.
El legado árabe tiene un gran papel en esta arquitectura y trazado. Herencia directa de la antigua Mārtulah islámica, que trajo un increíble crecimiento económico, convirtiendo la localidad en un puerto importante, Mértola está repleta de arcos, patios floridos y perspectivas únicas que sorprenden en recodos aleatorios, y que cada dos años, en el mes de mayo, acoge el Festival Islámico que la transforma en un zoco de artesanía, música, danza y gastronomía.
Caminando hacia el corazón de la villa, la Igreja Matriz asoma con su portal manuelino del siglo XVI sin dar ninguna pista de lo que se encuentra dentro. Un bosque de columnas bajas ya dan una pista de lo que fue antaño el lugar: la mezquita almohade del siglo XII. La planta cuadrangular y el mihrab tras el altar cristiano muestran una adaptación singular, bajo la cual existió también un templo romano y un complejo paleocristiano.
Dejando atrás la iglesia, la ascensión por las inevitables cuestas alcanza el punto más alto, el Castelo. Tras la reconquista del rey Sancho II por la Orden de Santiago, que estableció aquí su sede principal en Portugal, la antigua alcazaba islámica se transformó en un castillo del que ahora destaca su Torre de Homenaje, de casi 30 metros de altura y con un museo en su interior. La panorámica 360º muestra la curva perfecta del Guadiana, el mosaico de tejados rojizos y la llanura alentejana a lo lejos.
Un museo que respira
Es fácil comprender, desde aquí, el concepto de Vila Museu que envuelve a Mértola. Paradójicamente, el estancamiento que la región sufrió durante siglos le hizo preservar su patrimonio de forma excepcional, y el trabajo que inició el arqueólogo Cláudio Torres en 1978 comenzó a desvelar la riqueza histórica oculta de la ciudad. De este modo, los hallazgos que fueron saliendo a la luz se musealizaban in situ en un modelo de recuperación patrimonial que la transformaron en un museo al aire libre.
Desde los cimientos de un barrio islámico hasta los restos de una basílica paleocristiana anterior, con su baptisterio y su vasta necrópolis, Mértola es una caja de sorpresas. En los bajos del ayuntamiento se puede visitar una casa romana sobre pasarelas que dejan ver los antiguos mosaicos policromados. En otro rincón de la villa, el Museo de Arte Islámico exhibe una de las colecciones de cerámica islámica más importante del país, con piezas de los siglos IX al XIII. No hay que perderse tampoco el Taller de Tejido, que recupera y mantiene la elaboración de las mantas artesanales de Mértola, tradición de origen norteafricano introducida por los bereberes.
Del Guadiana a la mesa
Mértola no termina en sus murallas, agujereadas por los videos de los veloces cernícalos primilla, especie protegida que ha hecho del corazón histórico de la ciudad su hogar. Más allá de estas, su alma está indisolublemente ligada al río Guadiana y al parque natural que lo rodea. Con casi 70.000 hectáreas, este espacio protege el tramo del río entre la frontera con España y el Pulo do Lobo. Esta gran cascada de unos 20 metros de altura que se encajona en una garganta rocosa fue referenciado por José Saramago en Viagem a Portugal: “El estruendo es grande. Si un lobo por aquí tuviera que pasar, por fuerza daría este salto", escribió. Cerca de esta furia de agua conviven entre dehesas de encinas y matorrales mediterráneos, aves como la cigüeña negra de Portugal, el águila real y la perdicera, además del saramugo, un pequeño pez de agua dulce endémico del Guadiana y en peligro de extinción.
El recorrido culmina en la mesa, con sabores honestos y potentes, tanto como su historia. Platos de caza como el jabalí estofado, recetas de río, como las anguilas o la lamprea en açorda o guisos, o la trilogía mediterránea de pan, aceite y vino en el que destacan los platos como las migas o el gazpacho alentejano, bien acompañados de quesos de cabra, embutidos, miel y vino de denominación de origen local.