Lugar de retiro por excelencia de la jet set durante décadas, por las playas y mansiones de esta isla han pasado grandes personalidades, como Maria Callas, Eric Clapton, Pablo Picasso o Aristóteles Onassis, que no han podido resistirse a los encantos de su costa escarpada, sus playas escondidas y sus montes, salpicados de monasterios. Tan cerca de Atenas que se puede cruzar a ella en un suspiro, Hydra es un enclave histórico, clave en la revolución que tuvo lugar en Grecia en el siglo XIX y consiguió su independencia.
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Su paisaje, marcado por los islotes, los botes-taxi, las residencias de artistas, los pinares y montes llenos de vegetación e iglesias remotas, está cruzado por senderos, tanto costeros como interiores, que son otra de las claves para moverse por la isla, ya que aquí no existen los vehículos. Ni coches, ni motos, ni quads: los burros, caballos, barcos y las propias piernas son lo único que moverá al visitante para descubrir hasta el rincón más remoto de Hydra.
Hydra, puerto monumental
La entrada a esta noble isla del golfo Argosarónico se hace en un ferry que desembarca en pleno puerto de Hydra. Este es el punto de partida de una ciudad que se abre al mar en forma de anfiteatro bajo acantilados desnudos que se imponen frente a cafés, joyerías, restaurantes y botes-taxi dispuestos a moverse por toda la isla. En el extremo este del puerto, el castillo de Kavos está presidido por la estatua del almirante Andreas Miaoulis, clave en la revolución griega de 1821.
Desde aquí y hacia el muelle, en el otro extremo de la cala, se suceden una serie de casas de antiguos capitanes que ahora acogen negocios de todo tipo. Justo al oeste del puerto, otro promontorio rocoso guarda algunos de los puntos más visitados de Hydra: la playa de Spilia y la de Hydronetta, ambas pequeñas y bien amparadas por la mansión de la familia Kountouriotis, ahora dedicada a museo en honor a la familia y al arte y la historia postbizantina de la isla.
De hecho, esta es una de muchas mansiones de grandes personalidades y edificios de grandes combatientes de la Guerra de la Independencia griega que se han convertido en museos en la propia localidad. Entre calles estrechas, subidas y bajadas, balcones a reventar de flores, cañones que siguen apuntando al mar y edificios del siglo XVIII, existe una alta concentración de centros culturales.
En el extremo este de la ciudad, la Fundación DESTE de arte contemporáneo, en un antiguo matadero, contrasta con el edificio de mármol del cercano Museo del Archivo Histórico. Ascendiendo por la ciudad, pronto se descubre el Museo Tetsis, antigua residencia del pintor Panayiotis Tetris; o la Academia Marina Mercante, ubicada en la mansión Tsamadou en una colina sobre el puerto.
Pero también merece la pena visitar sus edificios religiosos notables, como la Santa Catedral de la Asunción de la Virgen, antes monasterio, del siglo XVII, que ahora alberga un museo de arte bizantino y eclesiástico y una decoración simplemente impresionante. Desde aquí, una pintoresca carretera conduce al casco antiguo de Kiafa, la zona más antigua de la localidad, coronada por siete molinos, no sin antes detenerse en pequeñas joyas, como la iglesia de Ypapanti.
Al oeste en busca de las calas
Toca decidir si caminar por los senderos costeros o buscar la comodidad de un bote-taxi para ver las pequeñas playas donde el mar y la isla hacen su magia. Lo recomendado es empezar, quizá, por una caminata desde la capital hasta el monte Eros, donde el monasterio del profeta Elías, junto al convento de Santa Eufrasia, no solo dan la sensación de estar en la cima del mundo, sino que devuelven la vista de toda la isla.
Una vez allí, toca descender hacia aquello que se ha divisado desde lo alto: las calas más paradisíacas de la isla, empezando por el pequeño puerto de Kaminia, a las afueras de Hydra. Un lugar donde los lugareños solían reparar los barcos de pesca y que guarda pequeños secretos, como la casa del capitán Miaoulis, convertida en la Casa Roja, con exposiciones; y el diminuto islote frente a esta con una capilla dedicada a San Nicolás.
Otra pequeña isla como esta, con la iglesia de Agios Ioannis, se sitúa enfrente de Vlichos, unos minutos más al oeste. Este conjunto de casitas es un verdadero remanso de paz que hace llegar el verde de la montaña hasta el azul del mar en una estampa idílica. Desde aquí, las calas comienzan a espaciarse más y mucha gente opta por la opción del taxi acuático para moverse a sitios más lejanos, como Plakes, con el lujoso Four Seasons, o la solitaria Palamidas, hacia el extremo occidental.
Pronto estos pequeños reductos de costa entre rocosos tramos de litoral se alejan de la capital con joyas como la de San Cipriano, apenas un reducto entre rocas bajo la mirada de la capilla del santo que le da nombre, o las de Molos y Kaoumiti, entre rica vegetación, un puñado de residencias costeras y capillas que las guardan. Sin embargo, una de las playas más famosas es la de Bisti, una de las más alejadas, rodeada de pinos y perfecta para practicar deportes acuáticos, siendo perfecta para los amantes del submarinismo.
Hasta aquí y aún más lejos llegan los botes-taxi, que permiten moverse por toda la isla y llevar a quienes buscan el retiro máximo hasta lugares más al sur, en la zona eminentemente rocosa, donde un par de tramos costeros regalan lugares como Agios Nikolaos, con atardeceres espectaculares, o Nisiza, diminuta pero con paisajes espectaculares. De aquí hasta el Cabo Rigas, en el centro-sur, se sucede todo un perfil escarpado, pero que podría esconder pequeñas calas sin nombre que conquistar a propia cuenta y riesgo de enamorarse.
Una isla para caminarla
Hydra cuenta con un total de once rutas y 80 km de senderos que la recorren en su totalidad. Tras subir al monte Eros y descubrir la panorámica de la isla y sus islotes, es cuestión de decidir qué se prefiere visitar, aunque la elección es difícil y dependerá del tiempo que se tenga. Uno de los senderos principales parte de la capital de la isla con una primera parada en las afueras, el monasterio de Agia Fotini. Pequeño y sencillo, en él vive una muy pequeña comunidad de monjas que no pone reparos en que los visitantes admiren el sencillo templo.
Desde aquí y hacia el este, el camino abandona las vistas de la ciudad para alcanzar otro convento, de Agia Triada, dedicado a la Santísima Trinidad y construido a principios del siglo XVIII, con la particularidad de que conserva su estética ortodoxa y una gran historia como refugio durante la Guerra de la Independencia de Grecia. Aunque austero, compone una de las imágenes más bonitas que se puede tomar de la isla desde un monasterio vecino, el de Agia Matrona, un lugar acogedor con un interior recargado, lleno de retablos y frescos coloridos que conforman un pequeño museo.
En este punto, el sendero ofrece dos opciones: bajar hasta Mandraki, un pequeño pueblo pesquero que fue puerto militar durante la revolución y que conecta con la capital por un corto paseo por la costa, o seguir hacia el este y hacer otra parada en el monasterio de Agios Nikolaos, lleno de reliquias y fantásticas vistas de los alrededores. Desde aquí, el sendero parte hacia el sur y se desvía en varios puntos, en los que hay que estar atentos, hacia algunas de las playas más bonitas de la isla.
La primera que aparece es la de Limnioniza, totalmente desierta, alejada de las masas y con un pequeño islote que anima a nadar hasta él entre sus aguas cristalinas. Las siguientes, entre las cuales se encuentra la iglesia de Agios Pretos, no son recomendables a pie por la dificultad de la bajada y los desprendimientos que se suceden en ocasiones. Sin embargo, merece la pena llegar hasta aquí, en una caminata de menos de 3 horas que permite conocer la isla de norte a sur.
En lo remoto está la magia
No solo las playas a las que se llega en barco son las únicas coordenadas aisladas de Hydra. En el extremo este se encuentran algunos lugares, unidos por una ruta, que solo unos pocos turistas deciden recorrer. Cuando el norte se vuelve escarpado y deja atrás la ciudad y su vecino puertecito pesquero, la solución pasa por abrirse paso entre las aguas, llenas de calitas que no aparecen en Google Maps, hasta llegar a una de ellas, sin nombre ni indicaciones, desde la cual surgen más de 600 escalones hasta la parte alta de la isla. Estos, trabajados en la roca, son obra de un solo hombre, un pastor que trabajó en ello durante diez años.
Una vez allí, no tarda en aparecer el último de los monasterios que queda por mencionar en la isla, el de Zourva, un complejo de edificios blancos que rodean una iglesia central y que están dirigidos por cinco monjas serviciales que siempre reciben con una sonrisa. Aquí, a principios de septiembre, se celebra el día del santo, en el que numerosos hidriotas caminan hasta 7 km en peregrinaje hasta el lugar, donde los visitantes superan con creces el espacio de la misa, pero se turnan para que todos puedan disfrutar de parte del servicio. Tras este, varias mesas se llenan de dulces, café y licores para agasajar a los feligreses y celebrar el gran día.
Para quienes se atrevan a ir caminando, les espera un duro trabajo por caminos de pastores, algunos de ellos con casas desperdigadas - muchas de ellas abandonadas - sin ningún tipo de sombra ni lugar donde parar a refrescarse o adquirir agua, con lo cual esta es una de las rutas más difíciles de la isla, en la que es fácil desviarse del camino y alejarse del destino. Sin embargo, una vez en el monasterio, es mucho más fácil el sendero que parte hacia el punto más al este de la isla, el Cabo Zurva, donde espera el faro homónimo, construido en el siglo XIX.
En el camino a este, apenas a 150 metros, aparece una última y sorprendente iglesia, la de San Ioannikios, enclavada en la roca. Un rincón del cual el escritor local escribió: “Un lugar veneradísimo y de ensueño, donde la fe, el mar y el vértigo del acantilado se unen”. Y es que esta capilla escondida, que responde al agradecimiento de un capitán al santo por protegerlo de una tormenta frente al enclave, es hogar de numerosas leyendas y milagros, más allá de su belleza escarpada. A pesar de su condición remota, cada 4 de noviembre, día del santo, se celebra en el lugar una divina liturgia y una pequeña procesión que la gente ve desde las aguas y parapetados en las rocas.