Bélgica es mucho más que su capital y Flandes. La región de Valonia, pulmón verde del país ubicado en la zona sur –más del 30% del territorio son bosques–, nada tiene que envidiar a estos turísticos destinos, pues cuenta con numerosos atractivos, como 1.500 castillos y residencias históricas, 20 lugares declarados Patrimonio de la Humanidad, dos parques nacionales y un puñado de coquetos pueblos para descubrir en una ruta en bicicleta por los más de 10.000 kilómetros de carriles bici que se reparten por el territorio.
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Una de sus paradas más bonitas es Dinant, una ciudad vibrante y moderna, encajonada entre muros de piedra y frondosos bosques y partida en dos por el río Mosa, que late a ritmo de saxofón – aquí nació el padre de este instrumento, Adolphe Sax–. Con una historia marcada por guerras y batallas, la llamada 'Perla del Mosa’ ha sabido resurgir de sus cenizas una y otra vez con una maestría pasmosa hasta convertirse en un destino de moda perfecto para recorrerlo a pie en un día.
Un paseo con vistas al río
Caminar por la Avenida Colonel Cadoux, donde se encuentra además la oficina de turismo, permite obtener la mejor panorámica de sus edificios principales reflejados en las aguas del río, así como hacerse la típica foto con las letras de Dinant. Unos metros más adelante está el Puente de Charles de Gaulle, dedicado al teniente y posteriormente presidente de la República francesa que fue herido aquí en 1914 cuando luchó contra las tropas alemanas y cuya estatua lo preside. Pero más allá de su importancia histórica, son las esculturas de saxofones que lo decoran lo que más llama la atención. Estas coloridas piezas de gran tamaño representan a los diferentes países que participaron en el Festival Europa Sax de 2010. En total, 28 ejemplares que se reparten por diferentes puntos de la ciudad.
Una subida de vértigo al castillo
Al otro lado del puente espera la plaza Reine Astrid, punto de partida para ascender hasta el promontorio rocoso sobre el que se asienta la ciudadela. Existen dos opciones para subir: 408 escalones, una hazaña solo apta para valientes o para aquellos que estén en buena forma y, un teleférico, para los que prefieran reservar sus fuerzas para otras actividades. Custodiando la ciudad a 100 metros sobre el río Mosa, se encuentra este castillo convertido hoy día en museo.
La fortificación original se levantó a mediados del siglo XI por orden del obispo de Lieja, pero a lo largo de los años sufrió varias reconstrucciones y reformas debido a los constantes ataques. Su dilatada historia se puede conocer de primera mano en una visita, con acontecimientos a destacar como el saqueo de la ciudad por Carlos el temerario en 1466, la reconstrucción de la fortificación por el arquitecto de Luis XIV, el Mariscal Sébastien Le Preste de Vauban y el combate entre franceses y alemanes en la Primera Guerra Mundial. El precio de la entrada es de 14 euros para adultos y de 12 euros para niños de 4 a 12 años.
De edificios históricos y productos típicos
A los pies del castillo, junto a un conjunto de casas de colores pastel apiladas –que bien podrían recordar a las de Ámsterdam– se encuentra la colegiata de Nuestra Señora de Dinant, templo que encabeza su postal y que presenta una arquitectura gótica distribuida en tres naves con ventanas de finales del siglo XV y un llamativo campanario en forma de bulbo añadido en el siglo XVI. En el interior se puede admirar la que es una de las vidrieras más grandes de Europa, obra del maestro Ladon. Este edificio, al que se puede acceder de forma gratuita, sustituye a la iglesia románica del siglo X que se derrumbó con la caída de rocas de la montaña y de la que solo se conserva la puerta Norte.
En este lado del río está también el Centro de Interpretación del Saxofón, ubicado en la casa natal de Adolphe Sax en el que se puede explorar la obra del músico y en cuya puerta espera sentada una escultural del mismo. La entrada es libre y gratuita. Caminando por la Rue Grande, paralela al río, se puede ver el edifico del Ayuntamiento, que se encuentra en el palacio de los príncipes-obispos de Lieja y adosado a este la puerta de San Martín, del siglo XVII.
Los ojos se irán también a las pastelerías que, como la Pattiserie Jacobs, exhiben en sus vitrinas las curiosas couques, unas deliciosas galletas elaboradas con harina y miel que parecen auténticas obras de arte, con formas de todo tipo, desde animales hasta reproducciones de la colegiata de la ciudad. De hecho, hay quien las usa de decoración, ya que están tan duras que atreverse a pegarle un bocado sin pasarlas previamente por un buen tazón de leche o café podría llevar a alguno a perder un diente. Y quien dice leche dice cerveza, pues también se empapan en la cerveza local, creada en la abadía de Nuestra Señora de Leffe, ubicada a apenas un kilómetro del centro. Este producto tiene su propio museo en la ciudad, situado en el antiguo convento de Bethléem. Aquí, además de realizar una cata, se puede conocer su historia, curiosidades y secretos. Por último, para tener una panorámica más completa de la belleza de este destino, se puede optar por un crucero fluvial.
Para completar la escapada, uno puede acercarse a la Gruta la Merveilleuse, una cavidad descubierta en 1904 cuyas galerías se distribuyen en tres niveles modelados durante siglos por la naturaleza. Un espectáculo de estalactitas, estalagmitas y cascadas que se pueden admirar en un pequeño recorrido de 650 metros y que incluye diferentes salas. Se realizan visitas guiadas de unos 50 minutos de duración en inglés. El precio de la entrada es de 10 euros adultos y 6 euros niños.
Cómo llegar a Dinant
En avión hasta Bruselas y desde aquí se puede coger un tren –desde cualquiera de las estaciones de la capital belga– que pasa por Namur, capital de la región de Valonia y que tras una breve parada prosigue entre escarpadas montañas hasta llegar a Dinant.