Sin música, móvil, gente ni reloj. Solo silencio, el goteo del agua, los ecos en la piedra y la luz que se cuela por los ventanales ojivales. Estoy dentro de una capilla del siglo XII, pero no rezo. Nado. Sumergirme en ella es casi un acto sagrado. La réplica de la capilla de San Pedro del monasterio de Santa María de Valbuena es uno de los espacios termales más singulares de España: un santuario contemporáneo del bienestar donde el cuerpo y el alma encuentran otra forma de recogimiento.
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Construida piedra a piedra, a imagen y semejanza de la original, respetando su arquitectura y su atmósfera austera –y con la reverencia que exige el lugar–, solo se permite el acceso en privado (6 personas máximo). Pozas de aguas mineromedicinales de frío y calor, saunas con cromaterapia, duchas de esencias, duchas de contrastes, hamman y una sala de relajación bajo arcos centenarios conforman su circuito de contrastes. Lo llaman 'Experiencia Capilla', pero es mucho más que eso: es un viaje sensorial de dos horas a través del agua (145 €).
Así comienza el ritual termal más sublime del Hotel Castilla Termal Monasterio de Valbuena (castillatermal.com), que ocupa parte del antiguo monasterio cisterciense del siglo XII, en plena Milla de Oro de la Ribera del Duero vallisoletana, reconstruido con mimo sin perder ni un ápice de su sobriedad monástica. Donde antes se rezaba, hoy se respira. El silencio, casi intacto desde los días del Císter, lo sigue envolviendo todo.
La capilla termal de Valbuena no es un caso aislado. La propiedad, que ha apostado por la recuperación de edificios históricos –monasterios, conventos, universidades– como escenarios para sus hoteles con área wellness y enfoque sostenible –el último en abrir ocupa la antigua Fábrica de Paños de Brihuega, en Guadalajara–, ha creado zonas termales en cada uno de ellos que replican lugares especiales de su entorno. En El Burgo de Osma (Soria) se encuentra bajo una copia exacta de la ermita mozárabe de San Baudelio, con sus característicos arcos de herradura y frescos reinterpretados. En Olmedo, el circuito sensorial se aloja en un Patio Mudéjar inspirado en el arte medieval del Palacio de Santa Clara. Y habrá que esperar para conocer donde estará el del Palacio de Avellaneda de Peñaranda de Duero (Burgos), el próximo en abrir este mismo año. Son recreaciones, sí, pero hechas con conocimiento, rigor y sensibilidad estética.
A la capilla se accede desde un gran espacio termal alimentado por el manantial de San Bernardo, cuyas aguas brotan a 25 °C. En la piscina interior hay jacuzzis, chorros y camas de burbujas; y la exterior, el agua templada contrasta con la temperatura más fresca del páramo castellano. A dos pasos, corren las aguas del Duero. Sin perder de vista el entorno, todo está pensado para el relax, desde los materiales hasta los tratamientos.
DESCUBRIR EL CLAUSTRO MÁS BELLO
Otro plan es quedarse a dormir entre los muros de piedra de este monasterio cisterciense fundado en 1143, que sigue en pie impecable después de casi nueve siglos y que más que impresiona, emociona. Quienes lo hacen tiene el privilegio de descansar en habitaciones situadas en las antiguas habitaciones de los monjes y otros espacios cargados de historia –como la suite Casa del Conde o la del Mirador–, embriagarse con las vistas a los viñedos de la Ribera del Duero que lo rodean y pasear en silencio por su claustro de dos pisos que es una joya arquitectónica: el bajo, gótico y sobrio; el superior, renacentista y más ornamentado. Todo un delirio de delicados capiteles ricamente esculpidos por maestros canteros, con motivos vegetales y animales, medallones con bustos humanos, rosetones y frescos renacentistas de influencia italianizante bajo los arcos.
Los que quieren descubrir el arte y la historia sin alojarse en este cinco estrellas existe una visita guiada (6 €) que recorre el claustro y los otros espacios monásticos: el refectorio, la cocina, la antigua botica, la sacristía, la iglesia de Santa María y, adyacente a esta, a un lado del crucero, la capilla de San Pedro, la original, que conserva pinturas murales medievales y está conectada a través del rosetón con la suite del Tesoro. Todo impecablemente restaurado por la Fundación de Las Edades del Hombre, que tiene también dentro del recinto monástico su sede permanente y organiza las exposiciones de arte sacro más importantes de Castilla y León y otras de las obras que van restaurando antes de devolverlas a su lugar de origen.
COMER LO QUE DA LA TIERRA (Y EL GALLINERO)
La conexión con el entorno no se limita en el hotel al diseño o al agua, también se come y se bebe paisaje. Nos los cuenta Diego Sanz, su director, mientras visitamos el gallinero donde se crían gallinas de raza castellana negra autóctona –la más antigua de España, en peligro de extinción, que ya gustaba a Isabel la Católica y Cristóbal Colón llevó en sus viajes a América–, la pérgola del anguilero y el huerto ecológico ubicado junto al Duero; ambos surten de huevos, vegetales y plantas aromáticas a los restaurantes del hotel.
Cuatro espacios gastronómicos para saborear los productos de temporada y el vino Converso, que nace en las 4,5 hectáreas de viñedos de la finca “es 100% tempranillo, sus 20.000 botellas son solo para el autoconsumo de los hoteles del grupo y su nombre rinde homenaje a los legos (conversos) que trabajaban en las tierras del monasterio en la época medieval”: el gastrobar La Cilla, la terraza de verano, la Bodega de los Monjes –el lugar en el que los monjes cistercienses comenzaron a vinificar hace siglos y se ofrecen catas comentadas–, el restaurante a la carta y el gastronómico Converso, donde los chefs Miguel Ángel de la Cruz (galardonado con estrella Michelin y estrella Verde en su restaurante La Botica de Matapozuelos) y Manuel Sanz Cristóbal ofrecen dos menús: Essentia (100 €) y Centum (120 €) que reflejan la historia de esta tierra a través de sabores auténticos y técnicas cuidadas.
VISITAR LAS BODEGAS DE SAN BERNARDO
Durante siglos, el monasterio, que se fundó para repoblar el valle del Duero con monjes de la orden cisterciense procedentes de Berdone (Francia) fue uno de los grandes centros espirituales y económicos de Castilla, y el más influyente de toda la ribera del Duero. Su estratégica ubicación junto al río favoreció una intensa actividad agrícola y vitivinícola, que pronto se expandió por toda la comarca. En la misma pedanía de San Bernardo de Valbuena de Duero, literalmente al lado del monasterio, dos bodegas ofrecen visitas guiadas: la familiar de los hermanos Niño Toribio, Baden Númen (badennumen.es), y Bodegas Leiroso (bodegasleiroso). Son solo una pequeña muestra de las que se concentran en los 35 kilómetros de esta milla de oro que abarca de Peñafiel a Tudela de de Duero. Algunas están entre las mejores de nuestro país y ofrecen experiencias enoturísticas de primer nivel. Sus nombres te sonarán: Vega Sicilia –la primera fundada en la zona, en 1864–, Protos, Dehesa de los Canónigos, Emilio Moro, Abadía Retuerta, Pago de Carrovejas…
SUBIR AL CASTILLO-NAVÍO DE PEÑAFIEL
Desde muy lejos se adivina el castillo de Peñafiel, como un auténtico barco anclado en un elevado cerro rodeado de un mar de viñedos. Se levantó en el siglo XII, pero su estructura actual es fruto de diferentes remodelaciones, entre ellos las que hizo el Infante Don Juan Manuel dos siglos después. Tiene 210 metros de largo por 20 de ancho, una torre del homenaje de 34 metros en el centro y un patio interior a cada lado. Las terrazas, el adarve, los aljibes y antiguos almacenes, los salones y el resto del castillo se descubren de la mano de un guía; en torno al patio sur, que ocupaban las caballerizas y guarniciones, se encuentra el Museo Provincial del Vino, cuya didáctica visita –esta ya por libre– descubre la historia y la cultura de la riqueza enológica de la provincia, con cinco denominaciones de origen. Hay salas sensoriales, figuras de oficios vinícolas, colecciones especiales de botellas Magnum diseñadas por grandes artistas (Picasso, Dalí, Warhol…), prensas históricas, maquinaria… Para redondear una escapada que marida paisaje, cultura y buen gusto.
EN BICICLETA POR EL CANAL DEL DUERO
Una de las formas más agradables y tranquilas de explorar la Ribera es recorrer en bicicleta el Canal del Duero, especialmente entre Peñafiel y Valbuena de Duero o los 8 kilómetros que distan entre Quintanilla de Onésimo y Sardón de Duero. El camino sigue el antiguo canal de riego construido en el siglo XIX, bordeado de chopos y álamos, y discurre en llano, lo que lo hace perfecto para todos los niveles. A un lado, el rumor del agua; al otro, viñedos y campos que cambian de color según la estación. Puedes hacer tramos cortos (como de San Bernardo a Valbuena) o rutas más largas deteniéndote en bodegas a lo largo del recorrido por este paisaje fluvial. Siempre el agua marcando el territorio.