Cuando se llega a este rincón del antiguo reino nazarí no queda otra que respirar hondo y sentir su paz. La comarca del Valle de Lecrín es, en sí misma, un edén, y esto se debe a la curiosa anomalía climática que nace de su ubicación entre sierras, barrancos, mesetas y ríos y de la confluencia de mucho sol y las aguas de los deshielos. Limitando con la comarca de la Alpujarra, y a la misma distancia de Granada capital que de su magnífica costa, se salva del bullicio en cada uno de sus ocho pueblos blancos, que se adaptan a los desniveles surcados por arroyos, desfiladeros y senderos.
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La primavera aquí despunta con el olor a azahar, la floración de naranjos, limoneros y olivos que impregnan de perfume el valle, lleno de color en otoño, cuando los frutos muestran todo su esplendor. Herencia de los agricultores musulmanes que poblaron el lugar son también los almendros que tiñen los primeros meses del año con su blancura, además de algunos restos, como algunos castillos, acequias, trazados e historias del valle. Aquí los romanos también dejaron sus termas, y los pobladores más recientes un cúmulo de puentes, almazaras, lavaderos, molinos, cortijos e iglesias entre maravillas naturales irrepetibles.
PADUL
Apenas a unos minutos del puerto de montaña del Suspiro del Moro, Padul hace las veces de puerta del valle y carta de presentación de la belleza de este. En su núcleo urbano destacan la Casa Grande, construida en el siglo XVII en honor a Martín Pérez de Aróstegui, defensor de Padul ante la rebelión morisca; la iglesia de Santa María la Mayor y el antiguo lavadero. Sin embargo, su principal atractivo es la Laguna de Padul, el humedal de tipo turbera más meridional de Europa y el carrizal más grande de Andalucía.
Las más de 150 especies de aves que habitan el lugar hacen de él un paraíso ornitológico, fácilmente visitable con rutas como la del mamut, de 8 kilómetros, que rinde homenaje a los restos de este animal encontrados en la localidad. Alrededor también transita el histórico camino de los molinos, pero alejándonos del humedal es posible sumergirse en otras joyas del entorno, como la Silleta de Padul, un sendero que lleva hasta la bonita Piedra Ventana con vistas a la Vega de Granada y los picos lejanos.
DÚRCAL
La 'perla de la comarca' es un verdadero edén marcado por las aguas del río que lleva su nombre. Desde los profundos cauces hasta picos de más de 3000 metros, la capital de la comarca, dentro del Parque Natural de Sierra Nevada, luce majestuosa sus tres puentes: el romano, el de piedra y el de la Lata, construido en Bélgica para usarse como vía de ferrocarril y ahora parte de algunas rutas senderistas por el río. En este se puede disfrutar de hasta cinco saltos de agua a los que se llega por diferentes recorridos.
La Vía Verde de Dúrcal permite acercarse al salto de agua del Canal de Fuga, de casi 20 metros, que proviene de la Central Eléctrica del municipio. Túneles y puentes pasan por este sendero que parte del centro histórico, como también lo hace la Ruta de los Bolos, un recorrido acuático singular lleno de bolos (piedras), o la que lleva a la cascada y las pozas del Baño, perteneciente al arroyo del Alcázar. Interesantes son también los Baños Termales de Urquizar, pequeñas termas de la época romana donde relajarse en aguas curativas.
NIGÜELAS
Ser el pueblo de mayor altitud de la zona le ha aportado el sobrenombre de 'Balcón del Valle'. Al pie de la montaña El Zahor, desde él se puede obtener una de las perspectivas más sorprendentes de Sierra Nevada. Sus patios y calles coloridos retrotraen a la época musulmana, con numerosas fuentes, casas blancas de dos plantas y bellas placitas. Entre centenarios bojes y calles empedradas aparece la torre de la Alquería, del siglo XIV, aljibes, la coqueta casa consistorial (antaño Casa y Jardín de Müller) e incluso la almazara de las Erillas, la más antigua y mejor conservada de Andalucía.
La iglesia parroquial de San Juan Bautista, un hermoso conjunto de estilo mudéjar, se suma al encanto de los baños árabes, del patio de la Casa Zayas y del mirador de la Razuela, donde observar los plegamientos del monumento natural de la Falla de Nigüelas. Para conocerla a fondo, es necesario calzarse las botas y hacer uno de los senderos más interesantes del enclave, la Ruta de la Pavilla, que sigue la acequia del mismo nombre a través de tramos excavados en la roca ya en tiempo de dominación árabe. En el recorrido, además de molinos, presas y la central eléctrica de los Cahorros, aparecen cascadas en las que apetece pasar el día.
ALBUÑUELAS
En las profundidades del valle, a la orilla del río Santo, Albuñuelas se extiende bajo la falda de Sierra Nevada con uno de los entornos más exuberantes de Lecrín. Siguiendo con los sobrenombres de la zona, a esta localidad se la conoce como el 'Pulmón del Valle'. Entre las angostas calles de los barrios Alto, Bajo y la Loma se encuentran rincones frescos, llenos de fuentes y patios, con la Iglesia de El Salvador, del siglo XVI, como faro, lugares curiosos, como el antiguo lavadero o la Casa de las Conchas, y la torre medieval del Tío Bayo.
Alrededor del núcleo poblacional, que debe su frondosidad a estar asentado sobre un acuífero, proliferan los bosques de pinos, los olivos centenarios, las acequias y el arrullo del río Santo. Este paraíso acuático se traduce en rutas como la de Los Callejones, que transcurren por el desfiladero, un sitio perfecto para practicar barranquismo o espeleología. Otro sendero, el GR-7, lleva hasta Saleres atravesando campos de cítricos y grandes rocas llenas de fósiles.
EL VALLE
Formado por los pueblos de Melegís, Restábal y Saleres, El Valle se encuentra en la zona más profunda del Valle de Lecrín. Una de las mejores maneras de conocer las tres pequeñas aldeas es realizar la Ruta del Azahar, que en primavera impregna el aire con su perfume. Desde Melegis, con sus piscinas de aguas medicinales, entre huertas de naranjos y limoneros, se camina hasta el pueblo blanco de Restábal en un recorrido de 5 kilómetros que termina en Saleres tras pasar por puntos de interés como el castillo de Murchas y la iglesia mudéjar del siglo XVI.
Las tres localidades repletas de frutales y huertos tienen un clima benigno, que permiten disfrutar de lugares como el Barranco de la Luna, un cañón que dibuja una ruta mitad por tierra, mitad por agua por el río que le da nombre, en el que también existe la posibilidad de realizar actividades como tirolinas, rapel o escalada. Fósiles marinos, fruto de los vestigios del mar de Tetis, pueblan las vetas de piedra de sus paredes verticales, un verdadero oasis natural digno de admirar.
LECRÍN
La unión de los núcleos de Acequias, Béznar, Chite, Mondújar, Murchas y Talará da lugar a Lecrín, el centro del valle, repleto de historia y sorprendentes parajes. Mondújar es hogar del castillo de Zoraya, cuya leyenda explica que su construcción la ordenó Muley Hacen para regalárselo a su amada reina Zoraya. Murchas guarda otra fortaleza, la de Lojuela, con un recinto amurallado directamente sobre la roca que tiene las mejores vistas de los municipios de El Valle. También son testimonio del esplendor árabe el Castillejo y la casa palacio morisca de Chite, pero aún hay más.
Acequias sobresale por su espectacular molino hidráulico harinero, el Molino del Sevillano, un vestigio tan interesante como la residencia palaciega del Marqués de Mondéjar, en Talará. El agua también es muy importante en la Zona del Feche, unas termas romanas en la parte baja de Mondújar. En un paseo por esta localidad se descubre además la belleza escondida de la iglesia de San Juan Bautista, donde se dice que fue enterrada la última reina nazarí, con una portada renacentista y un retablo neoclásico con detalles de oro y mármol.
EL PINAR
Pinos del Valle, Ízbor y el deshabitado pueblo de Tablate forman este pequeño y tranquilo municipio que cierra el valle por su parte suroriental y que es perfecto para desconectar. Pinos cuelga sobre la presa de Béznar y bajo la sombra del monte Chinchirina, cuya cima es famosa por albergar la ermita del Santo Cristo del Zapato, del siglo XIX, un increíble mirador.
El entorno de la presa, lugar ideal para hacer deportes de agua, como canoa, kayak o paddle surf, esconde lugares como el ouente de Tabate y los restos del castillo de la Venta de la Cebada. Ízbor, declarado Bien de Interés Cultural, y su barrio de Los Acebuches constituyen el lugar más cercano a la Costa Tropical, y, por tanto, tienen el mejor clima de todo el valle. No muy lejos se alza una ermita cuyas campanas ya no tañen: es la de la Virgen de las Angustias, en la localidad desierta de Tablate, donde también se erigen las ruinas de una torre defensiva islámica y el puente nazarí en un silencio sobrecogedor.
VILLAMENA
No hay que despedirse de este valle sin hacer una parada en Villamena, que aúna los pueblos de Cónchar y Cozvíjar. Junto al río Dúrcal, esta población tiene muchos más árboles frutales que habitantes, con limoneros, almendros, olivos y demás, sin olvidar sus viñedos. El paisaje que regala este vergel agrícola se acompaña del barranco del Agua, ubicado poco antes de llegar a Cónchar, que se separa de Cozvíjar por el arroyo del Alcázar.
El camino de la Acequia de los Arcos, así como el sendero a la cueva de los Riscos, cerca de las agradables pozas de Vacamía, son solo algunas de las múltiples opciones para sumergirse en su entorno. Para los más aventureros, la Ruta de los Pinos, de 10 kilómetros, sube hasta la cima del Cerro de la Cruz para admirar una de las mejores panorámicas del valle y de las sierras de su entorno.