A lo largo de su vida, el príncipe Laurent de Bélgica ha sido muchas cosas: el enfant terrible de la corona belga, el hermano incómodo del rey, el protagonista de titulares escandalosos. Pero en su 62º cumpleaños, Laurent se presenta como algo más complejo y quizás más admirable. Cierto es que ha cometido errores, algunos muy visibles en actos oficiales, pero también es un hombre que ha demostrado nobleza en una casa donde solo sobrevivían, al menos a nivel emocional, los fuertes. La relación con sus padres -los reyes Alberto y Paola- siempre ha sido tensa y en un sorprendente giro de guion hemos venido a descubrir una nueva dimensión que explica muchas cosas de un príncipe que ha resultado ser el menos real, pero muy humano.
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La historia que merece ser contada
Laurent de Bélgica acaba de reconocer públicamente que tiene un hijo secreto de 25 años, fruto de una relación que mantuvo antes de conocer a su esposa, la princesa Claire. Aunque muchos medios han calificado este gesto como su "última polémica", la historia encierra muchas más aristas que merecen ser contadas. El príncipe vivió una relación sentimental con la cantante Wendy Van Wanten en los años noventa, una historia de amor que fue interrumpida por la desaprobación del rey Alberto II, padre de Laurent, quien consideraba aquella relación del todo inapropiada. La presión real fue tal que la pareja terminó separándose, pero para entonces Wendy ya estaba embarazada. La existencia de ese niño, lejos de ser un secreto absoluto, era conocida por muchos desde hace años.
Lo que convierte esta historia en casi una moraleja es el paralelismo con la vida del propio rey Alberto II. El mismo monarca que censuró la relación de su hijo menor —que no estaba destinado al trono— tenía en secreto a una hija, Delphine Boël, cuya existencia negó durante décadas. A diferencia de Laurent, Alberto solo reconoció a Delphine tras una larga y amarga batalla judicial que terminó con una sentencia firme: era su hija biológica, debía ser reconocida como princesa belga y, menos al trono, tenía derecho a todo lo demás. Para entonces, el rey ya había tomado medidas para proteger su patrimonio, incluyendo la modificación de las capitulaciones matrimoniales con la reina Paola, con el objetivo de blindar una herencia que también habría correspondido a la nueva princesa.
En este contexto, el gesto de Laurent adquiere una dimensión distinta. No hubo litigios, ni presiones judiciales, ni maniobras legales. Solo una declaración pública, respetuosa y sincera, en la que reconocía a Clément como su hijo. En una familia real marcada por el protocolo y el silencio institucional, Laurent ha demostrado que se puede actuar con humanidad, incluso en medio de la polémica. Su decisión no solo lo distingue de su padre, sino que lo acerca a una imagen más auténtica, más imperfecta, pero también más real. Tampoco hay que olvidar que en pleno litigio entre el rey Alberto y la que resultó ser su hija, esta sí nacida durante su matrimonio con la princesa Paola, el propio Laurent expresó a través de su abogado que no tendría problema en donar su ADN si era necesario.
Las tensiones entre padre e hijo siempre fueron evidentes, llegando incluso a negarse el saludo en actos oficiales y a la vista de todos. Felipe de Bélgica, como jefe de la casa, hijo y hermano, ha adoptado el papel de mediar, de calmar las aguas, exactamente igual que ha tratado de hacer la princesa Claire, la británica con la que se casó en el año 2003, con la que tuvo tres hijos y que siempre ha cumplido a la perfección con un papel que, curiosamente, su marido, el príncipe Laurent, ha verbalizado no desear demasiado.
Las reivindicaciones de Laurent, que ha cometido desatinos como hacer visitas no autorizadas a países con relaciones diplomáticas muy complicadas o excederse en los gastos hasta ver recortada su asignación, van en la línea de lo que cuentan todos aquellos que no están llamados para reinar. Desde el príncipe Harry del Reino Unido hasta Joaquín de Dinamarca han expresado lo difícil que es encontrar un papel, un trabajo o un objetivo cuando todo tiene que ser aprobado por una institución que va desplazando a todos aquellos que no ocupan los primeros puestos en la línea sucesoria.
Por otro lado, el príncipe Laurent arrastra la huella de una infancia que, como se ha sabido después, pudo ser muy acomoda en términos económicos, pero carente de afectos. La propia reina Paola habló de que durante años se sintió "muy infeliz", atrapada en el matrimonio y en la institución, y que no estuvo para sus hijos, que fueron criados por la institución, en manos de tutores y preceptores. En esto también hubo un factor determinante y es que el rey Felipe era el "protegido" de los reyes Balduino y Fabiola, que no tuvieron hijos y lo trataron como si lo fuera, con la vista puesta también en que él sería el sucesor; la mediana, la princesa Astrid, nunca ha querido abordar este tema; y el pequeño es Laurent, cuya posición ya conocemos.
A sus 62 años, Laurent sigue siendo el “anti príncipe” de la realeza belga: espontáneo, incómodo, impredecible, el único que ha llegado a enfrentarse el Estado para reclamar derechos sociales y el único que ha puesto su verdad por encima de la lealtad institucional.