Cuando un niño pega, muerde, tiene una rabieta… son fruto del estrés del niño y, hasta cierta edad, son normales. Por eso el papel del adulto que lo acompaña es esencial para ayudarte a ir minimizando, poco a poco, pero, ¿cómo? Andrea Cardemil Ricke, psicóloga especializada en niños y adolescentes, especialmente en crianza, preescolares y desarrollo socioafectivo, da las claves en esta entrevista que le hemos realizado con motivo de la nueva edición de su libro Apego seguro. Cómo relacionarte con tu hijo a partir de los dos años (Ediciones B).
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¿Qué es el apego seguro?
El apego es la necesidad de contención ante el estrés. Nacemos con esta necesidad, y gracias a ella podemos sobrevivir. Como llegamos al mundo siendo tan inmaduros, necesitamos de los cuidados de otro para vivir. Por eso, los niños vienen biológicamente programados para sentir estrés cuando algo les ocurre, comunicarlo y esperar ser asistidos por sus cuidadores.
La relación de apego es un vínculo especial que los niños establecen con quienes tienden a cuidarlos mayoritariamente. Esta relación puede ser segura o insegura dependiendo de cómo actúa el cuidador la mayoría de las veces cuando el niño está estresado.
Los niños vienen biológicamente programados para sentir estrés cuando algo les ocurre
En mi libro refiero que un apego es seguro cuando, en momentos de estrés, el niño tiene tres certezas fundamentales:
- La seguridad de que puede expresar lo que siente sin miedo a que lo reten, lo griten o lo dejen solo.
- La seguridad de que lo que le pasa es importante para su cuidador.
- La seguridad de que la presencia de su cuidador le calma (y no lo contrario).
Estudios demuestran que los niños que tienen apego seguro tienen mejor autoestima y confianza en la vida, mayor capacidad para regular sus emociones, se recuperan más fácil de situaciones difíciles, establecen relaciones más sanas con su grupo de pares y padres e incluso tienen mejor logro académico. Es por estos beneficios y otros, que se recomienda fomentar un vínculo de apego seguro.
¿Cómo fomentarlo?
Lo más importante es la regulación del estrés: mantener la calma cuando los niños están estresados, acompañarlos a transitar la emoción y ver qué necesitan para recuperar la calma.
En el libro indicas que se ha malentendido el apego seguro con que el niño tenga que estar todo el día en brazos o que llorar daña a su cerebro. ¿Por qué ha ocurrido esto y qué hacer en su lugar?
Gracias a los avances en neurociencias, el apego se ha vuelto un tema muy mencionado en los últimos años, aunque no siempre se utiliza de manera correcta, especialmente en redes sociales. Esto ha dado origen a varios mitos que distorsionan su verdadero significado.
Uno de ellos es creer que para promover apego seguro hay que tener al niño todo el día en brazos. Como vimos, lo más importante es la regulación del estrés. Si una mamá no es refugio seguro en esos momentos, aunque tenga a su hijo en brazos todo el día, igual puede desarrollarse un apego inseguro. Además, cuando los niños no están estresados ni buscan consuelo, necesitan que seamos base segura para la exploración: que confiemos en sus capacidades, los alentemos y apoyemos su autonomía.
Otro gran mito es pensar que llorar daña el cerebro. Lo dañino no es el llanto en sí, sino dejar a un niño que busca consuelo llorar solo. Como no cuentan con la capacidad para regular sus emociones, no logran apagar su sistema de alerta. Y cuando el estrés se vuelve excesivo y prolongado, éste sí puede transformarse en tóxico y afectar las conexiones neuronales.
El libro se centra en la etapa de los dos a los seis años: nuestro hijo ya no es un bebé, ya hemos superado hace tiempo la lactancia y sus problemas, la alimentación complementaria… ¿y ahora qué? ¿Qué hay que tener en cuenta?
La necesidad de conexión y contención en momentos de estrés se mantiene a lo largo de toda la crianza. Lo que cambia, a medida que el niño crece, son las situaciones que lo estresan, la forma en que se regula y el grado de asistencia que necesita. Pero la necesidad de conexión siempre permanece. Entre los 2 y los 6 años, una de las principales fuentes de estrés son las pataletas y la frustración frente a los límites. En esos momentos, los niños necesitan que seamos un refugio seguro.
¿La manera de gestionar los primeros berrinches es clave para evitar o reducir la intensidad de los que pudieran surgir años después?
Sí, principalmente por dos razones. La primera es que, cada vez que ayudamos a un niño a regularse y recuperar la calma, activamos en su cerebro senderos de calma y, de manera indirecta, le enseñamos estrategias para tranquilizarse. Estas experiencias de regulación externa, con el tiempo, el niño las va internalizando.
La segunda razón es que, al responder de forma consistente, los niños aprenden a predecir lo que ocurrirá. Esto hace que el momento de la pataleta sea menos caótico y que ellos se sientan más seguros.
Si no se han gestionado bien en ese momento o si, por otras circunstancias, las rabietas persisten más allá de los cuatro años, ¿qué pueden hacer los padres? ¿Se gestionan igual?
Las pataletas van disminuyendo en frecuencia, intensidad y forma de expresión de manera gradual hasta alrededor de los 6 años. Después de esta edad, los niños siguen teniendo desbordes emocionales, pero en situaciones específicas (por ejemplo, cuando están cansados) y suelen retirarse a su cuarto para recuperar la calma con mayor facilidad. Hay niños que, por temperamento, tienen respuestas emocionales más intensas. Estos niños tienden a presentar más pataletas que el promedio y les toma más tiempo aprender a regularse.
Los niños que tienen apego seguro tienen mejor autoestima y confianza en la vida
La forma de acompañar sigue siendo la misma: primero me regulo yo para ser fuente de calma, y desde ahí puedo conectar con mi hijo, comprender qué le pasa y qué necesita. En mi libro explico el diagrama de regulación emocional, que consta de siete pasos para facilitar este proceso.
El libro ofrece información nueva acerca de niños que muerden y pegan. ¿Cómo detener estos comportamientos?
Primero, necesitamos comprender que es normal que los niños pequeños presenten conductas agresivas. Aún no cuentan con la madurez cerebral para controlarse, ni con las habilidades necesarias para resolver conflictos. Además, en momentos de estrés, su principal forma de comunicación es el cuerpo. Por eso, cuando enfrentan un conflicto, tienden a pegar casi de manera automática.
En esos momentos necesitan que pongamos un límite, que intentemos comprender por qué pegaron y que les enseñemos la habilidad que aún les falta. Por ejemplo, si una niña empuja a otra porque le quitó un juguete, podemos decirle:
- “No se empuja” (límite)
- “No te gustó que tomara tu juguete” (comprensión del motivo)
- “Dile: Devuélvemelo” (enseñar la habilidad que falta)
Como en el caso de las pataletas, ¿qué hacer si el niño sigue mordiendo o pegando a otros niños a sus padres pasados los cuatro años?
Es esperable que, de vez en cuando, los niños peguen incluso después de los cuatro años. Lo que no es esperable a esa edad es que muerdan. Ahora bien, lo más importante siempre es preguntarnos por qué ocurre para saber qué hacer.
Existen varios factores que influyen en que algunos niños peguen más:
- Temperamento: Por ejemplo: los niños con alta intensidad en sus respuestas necesitan más de su cuerpo para expresar lo que sienten; por eso, cuando se enojan, tienden a pegar más.
- Factores biológicos: Por ejemplo, retrasos en el lenguaje, dificultades sensoriales o inmadurez ejecutiva.
- Factores ambientales: Por ejemplo: mal manejo, mala higiene del sueño, exceso de pantallas o necesidades fisiológicas no satisfechas.
Cuando comprendo por qué mi hijo le está costando dejar de pegar, puedo identificar mejor qué necesita y cómo ayudarlo.
¿Cómo poner límites a los niños cuando parece que no hacen caso a nada?
Muchas de las cosas que pedimos a los niños no las cumplen porque aún no cuentan con la madurez cerebral necesaria para regular su conducta. Este es un proceso que se desarrolla de manera gradual.
Por eso, es importante ayudarlos a ser exitosos en lo que les pedimos. Para lograrlo, sirven mucho las rutinas, el uso de estrategias que los ayuden a regularse (como ofrecer opciones) y la capacidad de sostener un límite con firmeza y conexión cuando lo demás no es suficiente. Veamos un ejemplo:
Tu hijo está en la bañera y es hora de salirse. Primero lo anticipas: “Cuando termine la canción será hora de salir”. Si no resulta, validas su deseo y ofreces dos opciones aceptables: “Sé que estás entretenido y quisieras quedarte un ratito más, pero es tarde. ¿Sacas tú el tapón o lo saco yo?”. Y si eso tampoco funciona, haces valer el límite con calma y firmeza: “Te está costando, te voy a ayudar y voy a sacar el tapón”. Y si al hacer valer el límite el niño se frustra, acompañas la emoción.
Si te fijas, ayudas al niño a regular su conducta, pero si no logra hacerlo, el cumplimiento del límite depende de ti, no del niño.
¿Por qué es necesario que los niños sepan cómo van a reaccionar sus adultos de referencia?
Cuando los niños no saben cómo van a reaccionar sus cuidadores, no logran predecirlos, y eso les genera inseguridad. Por ejemplo: “Si lloro… ¿me va a contener o me va a gritar?”. La predictibilidad es un factor clave en el vínculo de apego.
Es importante recordar que somos seres humanos y que no siempre vamos a reaccionar bien. Lo fundamental es que la mayoría de las veces podamos hacerlo, y que cuando no lo logremos, seamos capaces de reparar.