Crianza

Aitana Farré, psicóloga infantil: “En la segunda infancia la vergüenza cobra un papel central porque los niños ya son conscientes de cómo los ven los demás”


El cerebro de los niños entre los 7 y los 10 años experimenta una serie de cambios que los padres deben conocer, pues afectan tanto al desarrollo cognitivo como al emocional


Aitana Farré, psicóloga experta en crianza respetuosa e inteligencia emocional© Aitana Farré
12 de septiembre de 2025 - 12:11 CEST

La etapa comprendida entre los 7 y los 10 años de vida es la gran desconocida. Los libros de crianza, tan abundantes sobre bebés, niños de hasta 6 años y adolescentes, apenas existen en esta franja de edad, ni son muchos los psicólogos que hablan de ella en sus redes sociales. Sin embargo, es una etapa crucial en la vida de todo niño. Y también, una etapa un tanto convulsa, en la que, por un lado, aún permanecen características propias de niños pequeños, al tiempo que van apareciendo que son casi de preadolescente.

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Por eso hemos hablado con Aitana Farré, psicóloga experta en crianza respetuosa e inteligencia emocional y fundadora Artilugio Terapia (www.artilugioterapia.com). Farré, que es una de las pocas especialistas que divulga acerca de la segunda infancia, nos ha dado información muy valiosa acerca de cómo es el cerebro de los niños en esta etapa.

Ya no son pequeños, pero tampoco adolescentes, por lo que pueden mostrar comportamientos más infantiles y,por otro lado, cambios de humor abruptos, necesidad de independencia

Aitana Farré, psicóloga experta en crianza respetuosa e inteligencia emocional

¿Qué es lo que todo padre y madre debe saber sobre la segunda infancia? 

Existe muy poca bibliografía de esta etapa, como especialista, considero que existe un Gap en la literatura entre la primera infancia y la adolescencia, por lo que resulta una etapa poco comprendida y que cae por sorpresa. Muchos padres me dicen "me cambiaron a mi hijo, ¿qué está pasando?". Aunque en esencia siguen siendo los mismos, esta etapa se caracteriza por cambios importantes en la manera en la que entienden el mundo. Abarca de los 7 a los 10 años aproximadamente, algunos dicen que hasta los 12, que empieza formalmente la adolescencia.

Ya no son pequeños, pero tampoco adolescentes, por lo que pueden mostrar comportamientos más infantiles, donde hay desbordes emocionales, necesidad de atención y vínculo, pero por otro lado, cambios de humor abruptos, necesidad de independencia. A los 9 años aparece justamente la etapa del no retorno. 

¿Cómo cambia el cerebro del niño y de la niña en esta etapa?

En la segunda infancia el cerebro no crece tanto en tamaño, pero se vuelve más eficiente: la mielinización acelera el aprendizaje, la corteza prefrontal empieza a regular mejor la atención y los impulsos, y el sistema límbico hace que las experiencias emocionales tengan gran impacto. Además, el pensamiento pasa de ser más mágico y fantasioso a uno más real y lógico, lo que les permite comprender reglas, causas y consecuencias. Aparece el concepto de injusticia. Es una etapa clave para construir autoestima, habilidades sociales y hábitos duraderos.

¿Cómo le afectan esos cambios a sus emociones?

Los cambios cerebrales hacen, que en la segunda infancia, los niños y niñas reconozcan mejor sus emociones, pero aún les cuesta regularlas. Al tener un sistema límbico más sensible, sienten con intensidad la crítica, el rechazo o la comparación, y como la corteza prefrontal todavía está madurando, necesitan del adulto para aprender a manejar la frustración y resolver conflictos.

¿Es habitual que niños que hasta los 6 o los 7 años se comportaban bien ya no lo hagan tanto? ¿De qué manera suele cambiar el comportamiento a estas edades?

Sí, es muy habitual. Entre los 6 y 7 años los niños ya no obedecen solo “porque sí”: empiezan a cuestionar reglas, negociar y poner a prueba límites; su pensamiento más lógico los lleva a argumentar y discutir; la influencia de los pares aumenta (lo que digan o hagan sus amigos puede pesar más que la voz de los padres); y son más autocríticos y sensibles a la comparación, lo que a veces se traduce en berrinches nuevos, inseguridad o enojo.

No es que “se porten mal”, sino que están ejercitando autonomía y construyendo identidad, y necesitan adultos firmes y empáticos que acompañen ese proceso.

© Getty Images/Johner RF

¿Cómo ayudar al niño a que regule también su comportamiento?

Para ayudar al niño a regular su comportamiento se necesita modelo, límites claros y práctica: que el adulto muestre autocontrol, ponga reglas consistentes, le enseñe a nombrar lo que siente y refuerce cada esfuerzo de autocontrol. Explicarles la etapa por la que están atravesando, les ayuda a sentirse comprendidos y eso a subes hace que el cerebro esté menos en alerta. 

¿Qué hacer ante una desregulación emocional o rabieta en estas edades? Imagino que no habrá que actuar igual que ante un berrinche de un niño de 2 o de 4 años…

Exacto, no es igual. A los 6-11 años ya tienen más lenguaje y lógica, por eso la intervención cambia:

  • Primero calma: acompañar con tono firme y sereno, sin gritos.
  • Nombrar la emoción: “entiendo que estás muy frustrado”.
  • Dar espacio breve si lo necesita, pero con presencia cercana.
  • Cuando se tranquilice, dialogar: buscar juntos qué pasó y qué puede hacer diferente la próxima vez.

La diferencia con la primera infancia es que ahora no basta contener físicamente: necesitan también comprensión, palabras y soluciones prácticas.

Entre los 6 y 7 años los niños ya no obedecen solo “porque sí”: empiezan a cuestionar reglas, negociar y poner a prueba límites

Aitana Farré, psicóloga experta en crianza respetuosa e inteligencia emocional

¿Cómo suelen ser las amistades en esta etapa?

En esta etapa las amistades son más estables y profundas: ya no se trata solo de jugar, sino de compartir confianza y lealtad. La opinión de los amigos influye mucho en su autoestima, y también aparecen conflictos que forman parte del aprendizaje social.

¿De qué manera se puede ayudar a un niño o a una niña que tenga más dificultades para iniciar o mantener una amistad?

Se les puede ayudar con tres claves muy concretas:

  1. Entrenando habilidades sociales: practicar en casa cómo saludar, invitar a jugar o resolver un conflicto.
  2. Ofrecer espacios seguros de convivencia: actividades en grupos pequeños donde sea más fácil vincularse.
  3. Validar y acompañar: reforzar cada intento, animarlos a perseverar y no presionarlos con comparaciones.

Lo importante es darles herramientas y confianza, no hacer las cosas por ellos.

¿Qué pueden hacer los padres cuando su hijo se niega a hacer algo? (a leer, a hacer los deberes, a lavarse los dientes…)

Lo más efectivo es combinar firmeza y conexión:

  1. Validar: reconocer que no quiere hacerlo (“entiendo que no te apetece”).
  2. Explicar el porqué: breve y claro, adaptado a su edad.
  3. Ofrecer opciones limitadas: “¿prefieres lavarte los dientes antes o después del cuento?”.
  4. Mantener el límite: No ceder ante su enojo. 

 La clave es evitar luchas de poder: mostrar que hay reglas firmes, pero con espacio para decidir dentro de ellas.

© Getty Images

¿Qué papel ocupa una emoción como la vergüenza en esta etapa de la vida?

En la segunda infancia la vergüenza cobra un papel central porque los niños ya son conscientes de cómo los ven los demás. Esto puede motivarlos a cuidar su conducta y pertenecer al grupo, pero también volverlos muy sensibles a la crítica o la burla, afectando su autoestima. 

La opinión de los amigos influye mucho en su autoestima, y también aparecen conflictos que forman parte del aprendizaje social

Aitana Farré, psicóloga experta en crianza respetuosa e inteligencia emocional

Por eso es clave que los padres refuercen con respeto y validación, evitando humillaciones o comparaciones, enfocándose en lo que les gusta de sí mismos, y que al reconocer sus áreas de oportunidad no las asocien con menor valor. 

¿Qué pueden hacer los padres para ayudarles a superar esa vergüenza?

Los padres pueden ayudar de forma concreta:

  1. Validar sin ridiculizar: reconocer lo que sienten (“entiendo que te dio pena”) sin minimizar.
  2. Refuerzo positivo: destacar cada pequeño intento de hablar, participar o mostrarse.
  3. Modelar: mostrar cómo uno mismo enfrenta situaciones que dan pena.
  4. Dar experiencias graduales: proponer retos pequeños y acompañarlos hasta que ganen confianza.

La clave es que el niño sienta que equivocarse no lo hace menos valioso, sino parte de aprender.

© ¡HOLA! Prohibida la reproducción total o parcial de este reportaje y sus fotografías, aun citando su procedencia.