Que los niños estén delante de una pantalla tiene consecuencias. De hecho, la Asociación Española de Pediatría (AEP) ha actualizado recientemente sus recomendaciones sobre el uso de pantallas en la infancia y adolescencia, dejando muy claro que lo adecuado es cero pantallas hasta los seis años y, entre los 6 y los 12 años, una hora al día como máximo. El motivo es que se ha corroborado que existe relación entre el uso excesivo de pantallas y riesgo cardiovascular, así como un menor volumen cerebral.
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Sin embargo, el 42,2% de los niños españoles comienza a usar el móvil y otros dispositivos electrónicos antes de los 8 años, y un 15,3% lo hace incluso antes de los 5 años, según datos publicados por el I Observatorio de Hábitos Digitales en menores distribuido por la compañía SaveFamily. De este mismo estudio se desprende que uno de cada cuatro niños tiene ansiedad cuando se le limita el uso. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo limitar el uso del móvil o de otras pantallas a un niño que siente ansiedad cuando se le retiran? ¿Cómo ayudarle con esa ansiedad? Alfonso Méndez, psicólogo de Instituto Centta (www.centta.es), da las claves para afrontar esta situación.
Las pantallas estimulan el cerebro de los niños de manera muy intensa: ofrecen gratificación inmediata, luces, sonidos, recompensas constantes. Al retirarlas, el niño siente un vacío que no sabe gestionar.
Si el 42% de niños usa el móvil antes de los 8 años y uno de cada cuatro tiene ansiedad cuando se le limita el uso, ¿cómo hacer frente a esta situación?, ¿cómo manejar esa ansiedad en los niños?
Es importante entender que esa ansiedad es una reacción esperable, porque las pantallas estimulan el cerebro de los niños de manera muy intensa: ofrecen gratificación inmediata, luces, sonidos, recompensas constantes. Al retirarlas, el niño siente un vacío que no sabe gestionar. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero, no culpabilizarnos como padres, sino ver que tenemos margen de actuación. La clave es acompañar: estar cerca, explicar con calma, sostener su enfado sin perder la firmeza. Igual que a un niño no se le da un helado todos los días aunque lo pida llorando, tampoco podemos darle el móvil cada vez que lo reclame.
Un ejemplo práctico: si un niño se enfada porque le retiramos la tablet, podemos anticiparnos diciendo: “Hoy vas a poder verla 20 minutos, después guardamos y salimos al parque”. Cuando proteste, no discutimos ni castigamos con dureza, simplemente mantenemos la norma y ofrecemos otra actividad atractiva. Poco a poco, irá comprobando que la vida sin pantalla también puede ser divertida.
¿Cómo pueden darse cuenta los padres de que las rabietas o los enfados de sus hijos es, en realidad, ansiedad y no un simple enfado?
Una rabieta normal es explosiva, intensa, pero corta. El niño llora, grita, protesta… y a los cinco o diez minutos suele estar más tranquilo, sobre todo si encuentra un estímulo que lo distraiga. En cambio, la ansiedad ligada a las pantallas se presenta de una manera más persistente: el niño no se calma, insiste de manera obsesiva, puede mostrar síntomas físicos como sudoración, nerviosismo o incluso dificultad para dormir porque sigue pensando en el móvil.
Un padre me contaba: “Mi hijo se enfada si le quito un juguete, pero al rato ya está jugando con otra cosa. Con la tablet es distinto: se pasa toda la tarde preguntando cuándo se la voy a devolver”. Esa es una buena pista para diferenciar ansiedad de un simple berrinche.
¿Qué hacer para limitarles el uso del móvil cuando ya han llegado al punto de que retirárselo les produce ansiedad?
En esos casos, lo peor es cortar de golpe, porque el niño se sentirá como si le quitáramos de pronto algo esencial para él. La corteza prefrontal de un niño aún no es lo suficientemente operativa para gestionar la autorregulación. Es más eficaz una retirada progresiva, que podemos comparar con lo que hacen los médicos cuando retiran un medicamento de forma paulatina.
Un ejemplo sería pasar de dos horas al día a una hora y media durante una semana, luego a una hora, siempre a la misma hora y con rutinas claras. Y muy importante: ofrecer alternativas de calidad. No basta con decir “no hay tablet”, sino proponer un plan: salir a andar en bici, cocinar juntos, jugar a un juego de mesa. Si no damos alternativas, el niño se queda solo con la frustración.
En verano, muchos niños se exponen más tiempo a las pantallas; ¿les puede suponer un problema de cara al inicio escolar, cuando mucho padres, al retomar las rutinas, se empeñan les ponen más restricciones?
Sí, y lo vemos cada año en el inicio del curso escolar en septiembre. Un niño que ha estado dos meses con horarios flexibles, más horas de pantalla y menos rutinas, va a encontrar difícil poder adaptarse al ritmo escolar. Es como si a un adulto le pidieran de repente volver al trabajo después de dos meses de vacaciones sin reloj ni responsabilidades. Necesitamos establecer una especie de periodo de adaptación.
Esa diferencia entre la estimulación rápida de la pantalla y la calma de otras actividades es lo que empobrece su mundo emocional
Por eso es recomendable ir reduciendo gradualmente el tiempo de pantallas antes de que empiece el curso, y recuperar rutinas básicas: acostarse pronto, leer un rato antes de dormir, practicar alguna actividad física. Si no lo hacemos, el choque de septiembre será más duro y el niño lo vivirá como un castigo, cuando en realidad solo es volver a la normalidad.
¿Qué otros problemas emocionales puede causar a los niños el exceso de pantallas?
Además de la ansiedad, aparecen problemas de irritabilidad, baja tolerancia a la frustración, dificultad para concentrarse, e incluso, en algunos casos, síntomas depresivos. Los niños acostumbrados a la gratificación inmediata se aburren con facilidad, no disfrutan de juegos sencillos ni de actividades que requieran esfuerzo sostenido.
Un ejemplo: un niño que juega mucho a videojuegos puede que luego no encuentre motivación en leer un cuento, porque le resulta “lento”. Esa diferencia entre la estimulación rápida de la pantalla y la calma de otras actividades es lo que empobrece su mundo emocional.
¿Hay una edad idónea a la que darles su primer móvil?
No hay una edad exacta, pero la recomendación general es esperar al menos hasta los 12 años. Antes de esa edad, los niños no tienen suficiente madurez para autorregularse frente a un dispositivo tan adictivo. Y cuando llegue ese momento, conviene que el primer móvil sea muy básico: que sirva para llamar y enviar mensajes, pero sin acceso libre a internet ni redes sociales.
Un buen ejemplo es lo que hacen algunos colegios: promueven que los padres entreguen móviles muy sencillos cuando nuestros hijos comiencen la etapa de educación secundaria, de modo que los chicos puedan estar localizables sin estar expuestos a los riesgos de un smartphone completo.
¿Qué hacer si los padres consideran que su hijo aún no está preparado para tener un móvil, pero este le insiste en que todos sus amigos ya lo tienen?
Es una situación muy común. El niño siente que queda excluido y lo vive como una injusticia. Aquí los padres tienen que sostener el pulso con claridad y afecto: “Entiendo que quieras ser como tus amigos, pero nuestro deber es protegerte y creemos que aún no es el momento”. Se le puede ofrecer alternativas: un reloj inteligente que solo permita llamadas, un móvil sin internet, o pactar que en casa pueda usar una tablet en momentos concretos, siempre bajo supervisión.
Lo fundamental es transmitirle que no es un castigo ni una prohibición caprichosa, sino una decisión basada en su bienestar. Y conviene compartir con él ejemplos reales: “Mira, tu primo mayor esperó hasta los 13 años y no pasó nada malo. Tú también vas a poder tenerlo, pero cuando sea el momento adecuado”.