En un episodio de la popular serie de animación Bluey, que tanto gusta a los niños (y a los padres por cómo refleja la crianza de los hijos de hoy en día), se puede ver muy claro por qué no decir a tu hijo que es especial. El capítulo en cuestión se titula La biblioteca y gira en torno al comportamiento de uno de los amigos de la protagonista, Muffin, tras escuchar a su padre decirle “eres especial”. Esas dos simples palabras le dieron pie a creer que tenía potestad para cambiar las reglas del juego con Bluey y la hermana de esta, Bingo.
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Ambas juegan a estar en la biblioteca y explican las normas a seguir en ella: no hablar o hablar bajito, dónde depositar los libros… Normas que Muffin se salta continuamente estropeando, de este modo, el juego de sus amigas. “Todos los demás deben devolver los libros, pero yo me quedo con ellos porque soy la niña más especial del mundo”, les dice con una corona de princesa de juguete sobre su cabeza.
Cuando su padre descubre lo que ocurre, habla con ella y le explica que es especial para su madre y para él, pero para el resto del mundo es una más y debe cumplir las normas. Esas palabras sirven a la niña para darse cuenta de la diferencia y cambiar su actitud.
Efectivamente, es solo una historia de ficción de una serie de dibujos animados, pero el trasfondo del mensaje es real. De hecho, es el objeto del estudio de una investigación de la Asociación Americana de Psicología titulada My child is God’s gift to humanity: Development and validation of the Parental Overvaluation Scale (Mi hijo es un regalo de Dios a la humanidad: Desarrollo y validación de la Escala de Sobrevaloración Parental), publicada en 2014.
Soy un firme defensor de que nuestras hijas y nuestros hijos se sientan parte del montón
Esta investigación analizó una muestra representativa de familias estadounidenses y holandesas en un período de tiempo de 6 a 18 meses para averiguar cómo la sobrevaloración que algunos padres proyuectan sobre sus hijos, a los que consideran más especiales y con más derecho que otros niños, influye en el desarrollo de la personalidad de los pequeños. "Por analogía, cuando los padres consideran a sus hijos como príncipes y princesas, lo que implica es que ellos mismos son reyes y reinas", se dice en la propia investigación.
La investigación concluye que “la sobrevaloración es especialmente alta en los padres narcisistas” y que influye directamente en la crianza de los hijos. La tendencia natural de estos, por tanto, es a que se acaben convirtiendo también en narcisistas. Por otro lado, el estudio demuestra que los hijos sobrevalorados por sus padres no tienen un cociente intelectual mayor a la media.
Mejor, ‘del montón’
“Yo soy un firme defensor de que nuestras hijas y nuestros hijos se sientan parte del montón”, nos dice el psicólogo infantil Alberto Soler. “Es necesario que sientan que son uno más, que son muy especiales en nuestra casa y que para nosotros son los más guapos, los más listos y lo más todo del mundo, pero que son uno más, con los mismos derechos y con las mismas necesidades que otras niñas y otros niños”.
En la misma línea que el estudio de la Asociación Americana de Psicología, Alberto Soler considera que transmitir a nuestros hijos que son muy especiales o, indirectamente, que pueden tener más derechos o distintas necesidades que otros niños puede hacer sembrar “esa semillita de un narcisismo, de un egocentrismo, que, incluso, les puede llevar a menospreciar a los demás y a ser partícipes de situaciones poco constructivas”.
Para evitarlo, la clave es “bajarles los humos a nuestros hijos, pero de una manera positiva, por supuesto", subraya el psicólogo. Debemos hacerles entender, dice, que forman parte de una comunidad y de un conjunto de niñas y de niños tremendamente especiales, igual que ellos. “En nuestra casa, nuestra hija o nuestro hijo puede ser el más especial, pero en el momento en el que llega al cole, comparte espacio con otras otras 20 criaturas, igualmente especiales en sus respectivas casas”, subraya el psicólogo.
“Todos tienen derecho sobre los materiales que hay, todos tienen necesidades respecto al juego, todos quieren ser escuchados, todos quieren ser tenidos en cuenta… Deben comprender que compartir esas necesidades y esos derechos con los demás es una dosis de humildad y de empatía tremendamente necesarias en el momento en el que estamos”.