Niños tristes mirando a cámara© Adobe Stock

Salud mental

Cuando hay algo que no se ve: así reaccionan padres e hijos frente al trauma

Al ser padre se reviven muchas emociones y situaciones del pasado que pueden condicionar el estilo de crianza y la relación con los hijos. Estos, por su parte, reaccionan ante situaciones difíciles y dolorosas primando su supervivencia, lo que deja huella en su personalidad. Hablamos de todo ello con un experto.


5 de mayo de 2025 - 13:08 CEST

Carlos Pitillas Salvá es doctor en Psicología, profesor e investigador en la Universidad Pontifica de Comillas y psicoterapeuta. Acaba de publicar el libro Caminar sobre las huellas (Ed. Desclée de Brouwer), donde aborda el complejo universo del trauma y cómo puede afectar tanto a las dinámicas de relación que se establecen como padres como a la forma de estar en el mundo de los menores que lo sufren. Su mensaje es optimista. No hay condicionantes absolutos, pero sí que se hace necesaria una reflexión adulta y un buen acompañamiento para abordar las experiencias traumáticas. Hemos charlado con él.

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Los niños que crecen en condiciones de peligro o dolor acumulado suelen desplegar estrategias que les permiten sobrevivir a estos contextos difíciles

Carlos Pitillas, doctor en Psicología

¿Cómo afecta a la función como padre haber sufrido un trauma infantil?

Cuando los padres han experimentado traumas tempranos no resueltos, puede verse limitada su capacidad de mantenerse emocionalmente regulados, de ser consistentes y predecibles o de sentirse seguros en su ejercicio de la crianza. Esto no es algo que suceda de forma matemática o que afecte a todos por igual. De hecho, hay muchos adultos que, teniendo una historia difícil a sus espaldas, son capaces de ejercer una crianza sensible y segura para sus hijos, manteniéndolos protegidos de la transmisión intergeneracional del trauma.

En los peores casos, para el adulto traumatizado, algunas interacciones con el hijo pueden reactivar miedos o emociones muy dolorosas que hacen que el padre o la madre se sientan desbordados o 'amenazados' por el niño o por el mero ejercicio de la crianza. Estos padres pueden percibir al niño como demasiado exigente, mandón, demandante, invasivo, desinteresado ('quiere estar con cualquiera menos conmigo'), agresivo, etc. En estas condiciones, el cuidador puede sentir la necesidad de defenderse de ese niño al que se vive como una fuente de amenaza, y estas defensas suelen adquirir la forma de respuestas parentales tales como alejarse, castigar excesivamente, volverse 'pequeño' frente al hijo, ser agresivo, desentenderse para no sufrir, etc.

Carlos Pitillas, doctor en Psicología y autor del libro© Carlos Pitillas
Carlos Pitillas, doctor en Psicología y autor del libro

Y al niño, ¿cómo determina su personalidad haber pasado por un trauma en la infancia?

Lo que ha observado la investigación evolutiva es que los niños que crecen en condiciones de peligro o dolor acumulado suelen desplegar estrategias que les permiten sobrevivir a estos contextos difíciles. Estas estrategias son muy diversas (pueden abarcar desde el despliegue de conductas muy difíciles o dramáticas hasta convertirse en un niño invisible y que no se hace notar). Estas estrategias pueden servir al niño para conseguir algo de la disponibilidad parental que no es fácil obtener por vías más directas, o para reducir la probabilidad de que esos padres se hundan, se vuelvan más agresivos, etc. 

Cuando se utilizan con mucha asiduidad y se hacen crónicas, las estrategias pueden transformarse en rasgos de carácter, de tal manera –por poner un ejemplo– que el niño que emplea comportamientos muy explosivos para obtener la atención de un padre que por lo demás es negligente, a medio-largo plazo puede ir convirtiéndose en una persona con una tendencia a ser intensa, dramática o difícil. Estas tendencias, en su versión estable y reconocible desde fuera, se asocian a lo que tradicionalmente entendemos como 'personalidad'.

© Ed. Desclée de Brouwer

¿Cuál es la mejor forma de responder ante el trauma infantil?

Aumentando, en lo posible, la seguridad de los contextos familiares y educativos en los que crece el menor. Esto, con frecuencia, pasa por ofrecer apoyos bien informados y estables a las familias que son más vulnerables social y/o psicológicamente. Para ello, hacen falta culturas y políticas sensibles a la importancia de la seguridad en los vínculos, y conscientes de que esta seguridad solo puede ofrecerse a los niños cuando es algo que uno tiene. Es muy difícil que una madre que lo está pasando mal (porque es víctima de violencia, no tiene recursos o viene de un pasado muy difícil, por poner tres ejemplos) ofrezca seguridad a sus hijos si ella misma no obtiene, durante el ejercicio de su crianza, un buen apoyo.

Al ser padres, la infancia se revive. ¿Cómo hay que abordar esa vuelta que no siempre es agradable, para que no afecte a la relación con tus hijos?

La mejor forma de abordar un pasado difícil como padre es, probablemente, hacerse consciente de la propia historia y reconocer los modos en que este pasado nos hace vulnerables a miedos y dolores específicos. Estos miedos 'antiguos' tienden a reactivarse en las relaciones actuales y esto es algo que se cumple con especial fuerza en las relaciones con los propios hijos, donde las cargas afectivas son especialmente altas y constantes. Por ello, saber 'de qué pie cojeamos' cada uno de nosotros aumenta nuestro margen de libertad y nuestra capacidad de tomar decisiones conscientes sobre qué tipo de padres queremos ser.

© Adobe Stock

Cuando los padres han tenido como hijos un apego inseguro, ¿cómo conseguir generar un apego seguro con sus descendientes?

La inseguridad en el apego no es una condena definitiva para las personas ni para los padres. Lo que puede marcar la diferencia es lo que se ha llamado función reflexiva o, lo que es lo mismo, una cierta capacidad para reconocer las propias inseguridades, su origen, y los modos en que estas inseguridades pueden afectar a las relaciones con los propios hijos. Añadido a esto, la capacidad del adulto para establecer relaciones que sean en sí una fuente de apoyo y seguridad puede ser un amortiguador muy relevante frente al impacto del apego inseguro. Un adulto muy inseguro, pero consciente de su historia y bien acompañado, tiene muchas más probabilidades que otros de ser un padre sensible y disponible.

A veces los padres callan situaciones complejas de su pasado con la intención de no 'contaminar' el presente, pero en su libro comenta cómo lo que no se dice también influye. ¿Cuál es la mejor postura a tomar?

Los secretos familiares, las conspiraciones de silencio y la negativa a hablar de lo que ha hecho más daño (en la generación presente o en generaciones anteriores), aunque constituyen formas muy comprensibles de autoprotección, tienden a generar una vulnerabilidad mayor a largo plazo, especialmente para los niños. Crecer en manos de padres que están deprimidos, que son impulsivos, agresivos, irritables o frágiles por razones de las que nadie habla, coloca al niño en la difícil situación de tener que descifrar por qué en ocasiones los padres se ponen tristes, estallan, se vuelven peligrosos, etc.

De nuevo, aquí la solución implica tratar de poner palabras a los dolores y dificultades de la historia de los padres (o de los padres de los padres). Esto no significa decirle al niño 'a veces me deprimo porque hace dos años sufrí un aborto' o 'mis padres me trataron muy mal y eso hace que en ocasiones me vuelva muy agresivo contigo'; frases así son incomprensibles (y potencialmente abrumadoras) para un niño o un adolescente. Significa, por el contrario, que los padres puedan hacer este ejercicio reflexivo consigo mismos y con otros adultos (amigos, cónyuges, terapeutas) y que, en el contexto de la relación con el hijo, puedan ser claros y sinceros de un modo que el niño pueda comprender y encontrar útil (por ejemplo: 'Te he gritado mucho porque me he puesto nervioso; es algo que me pasa a veces y no es justo que lo haga contigo').

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¿Cómo abordar secretos familiares con los hijos, como puede ser el suicidio de un antepasado o cualquier otra circunstancia difícil?

Aquí, la clave suele ser una combinación de sinceridad y de apertura a conversar con un respeto por los tiempos del niño y su capacidad de procesar la información. Estos tiempos y estas capacidades dependen en gran parte de la edad del niño, pero también de su estado emocional en cada momento, del interlocutor con el que se habla, de las circunstancias. Hablar con los menores de asuntos delicados es una artesanía, cuyo éxito depende en buena parte de que los adultos estén muy abiertos a leer las señales del niño respecto a sus ganas de hablar (o de seguir hablando), su estado afectivo, su capacidad de comprensión, etc.

¿De qué manera captan los hijos la incongruencia entre lo que expresan los padres y lo que no expresan, pero está latente de algún modo?

Estas incongruencias suelen hacerse evidentes para los niños en el nivel de lo no verbal. Un padre dice 'estoy bien' y, con su postura, manifiesta estar incómodo. Una madre dice 'lo hago por tu bien' y, con el tono, transmite agresividad. Un padre corrige a su hijo 'para educarlo', pero con su expresión facial y vocal transmite una fuerte crítica. Etcétera. Estas incongruencias intermodales (es decir, entre diferentes modalidades de la comunicación) se producen en todas las relaciones, pero quizás sean especialmente detectables para los niños que, por su marcada vulnerabilidad y dependencia, son muy sensibles a las señales y las actitudes afectivas de sus progenitores.

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