En ocasiones, cuando un look de novia se hace viral, terminan triunfando otros detalles de su boda, como la decoración, las imágenes de la ceremonia, los looks de las invitadas y, especialmente, el vestido de la madrina. Justo esto es lo que sucedió en el ‘sí, quiero’ de Lola, que tuvo lugar en Jerez de la Frontera. Tan exitosa fue la elección de estilo de esta recién casada como la de su suegra.
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Y es que la madre del novio, llamada María, causó sensación huyendo de las líneas más clásicas, sin mantilla y con un color, cercano al verde agua, poco habitual entre las otras protagonistas del gran día. “En cuanto mi hijo mayor y mi nuera nos dijeron que se casaban, recuerdo que empecé a buscar como una loca y a fijarme en redes sociales en los estilismos de las madrinas de boda para buscar inspiración”, nos explica ella misma.
Encontrar las palabras para definir su estilo
En esa investigación alrededor de todas las opciones de estilo disponibles, María llegó a una conclusión: “vi que había tantos estilos de madrina como madrinas”. Esto, más que ayudarle, le hizo introducirse en un nuevo reto: tratar de entender qué quería y qué no. “Estaba absolutamente perdida”, confiesa. No sabía por dónde comenzar su estilismo, tal y como ella misma añade.
No obstante, esta madrina sí sabía lo imprescindible: “la única idea clara era que ese día quería sentirme cómoda y disfrutar, llevar algo que se ajustara a mi estilo y que, al mirarme al espejo, me viera a mí sin sentirme disfrazada o intentando dar una imagen de alguien que no soy”.
Quiso entonces dar con las palabras que definieran su estética favorita, que calificó como sobria y minimalista, “la personalización siempre la busco a través de pequeños detalles en los complementos”. El siguiente paso, para ella, fue descartar detalles que no la representaban, desde los volantes hasta los volúmenes, pasando por los encajes y los colores vivos. Además, desde el primer momento supo que el estilismo resultante debía ser fresco, al tratarse de una celebración un 30 de agosto en Jerez de la Frontera.
“La mantilla es una pieza muy elegante y me gusta mucho, pero sabía que no era para mí porque no se corresponde con mi estilo ni con mi forma de ser: creo que está asociada a un protocolo concreto en el resto del estilismo, más formal y serio que el que yo quería”, puntualiza sobre un accesorio al que se recurre habitualmente en esta tierra.
Un diseño hecho en Sevilla
Con todos esos requisitos sobre la mesa, María se dispuso a buscar un atelier en el que pudieran lograr unificar todas las cuestiones que tenía en mente. Y lo encontró en Anaika, la firma sevillana capitaneada por Piluca Cobreros. “Me habían hablado de ella, y me gustó lo que vi en su cuenta de Instagram. Hablamos por teléfono, únicamente le conté lo que no quería, me pidió unas cuantas fotografías para conocer mi estilo y eso le bastó para captar mi idea”, apunta nuestra protagonista.
En su primera visita al taller, esta madrina con estilo descubrió dos bocetos. Ambas opciones le encantaron, pero para bailar y gesticular con comodidad, decidió quedarse con el que le iba a dar mayor facilidad de movimiento. “Un vestido recto, de escote asimétrico y con una capa de gasa pensada para la ceremonia y la cena, pero que después me pudiera quitar para la fiesta”, recuerda.
La confianza fue plena y la diseñadora escogió para su clienta un color verde cercano al verde agua, una capa que confeccionó en gasa y un tejido que era un guiño a Balenciaga, el tussord Balenciaga, realizado con seda (una versión de las telas que el modisto vasco solicitaba a la casa Abraham). “Reconozco que, en algún momento del proceso – deduzco que por la inseguridad propia de quien se enfrenta por primera vez a un momento como este - yo tuve mis dudas con la tela y con el color, pero Piluca me decía: ‘tranquila, fíate de mí’ y me alegro mucho de haberle hecho caso porque ha sido todo un acierto”, admite.
Las anécdotas de las visitas al atelier
Los siguientes pasos para la creación del look, relata María, implicaban ir haciendo ligeros ajustes sobre su cuerpo y explorar las posibilidades de la gasa, que hacía las veces de ligera capa. “En cada una de las pruebas, las manos y la aguja de Herminia hicieron magia (da gusto ver trabajar juntas a Piluca y a Herminia: entre ellas se entienden perfectamente y hacen que te sientas muy cómoda y tranquila durante todo el proceso)”, reconoce.
No obstante, los nervios impedían que nuestra protagonista disfrutara al completo del proceso y eso preocupaba a la creadora sevillana. "En las pruebas yo me dedicaba a mirarme al espejo muy seria, intentando visualizar qué complementos –que se ajustaran a mí– deberían acompañar al vestido y esa seriedad preocupaba mucho a Piluca. Yo le decía: ‘no te preocupes Piluca, que el vestido me encanta, pero aún tengo que pensar cómo hacerlo mío con los complementos y necesito verlo como un todo’”.
Accesorios con mucho significado
Pronto, se dio cuenta de que había dado con las joyas perfectas para completar su look, las encontró buscando entre las piezas de su madre y su tía. Halló “unos pendientes pequeños de brillantes, un broche para colocar en el hombro y un collar de perlas para ponérmelo a modo de pulsera. Las dos han fallecido ya y fue una manera de tenerlas conmigo en un día tan importante”. Y tan solo faltaba la otra creación estrella, su tocado. Al principio, esta madrina no tenía intención de llevar nada en la cabeza, pero en las últimas citas, cambió de opinión. “Como no iba a llevar ninguna joya grande ni llamativa y las líneas del vestido eran muy sencillas, pensé que un tocado le aportaría el toque final. Era una posibilidad que me rondaba por la cabeza, pero sin una idea específica de lo que quería”, señala.
Gracias a una amiga conoció el trabajo de El Armario de Pi, que, nos introduce la propia María, había trabajado con Juana Martín, Matilde Cano y Roberto Diz. “Les llamé por teléfono y les hablé de mi vestido. Me dieron cita y me fui a verlas con una muestra de la tela, los pendientes, el broche, el collar de mi madre y con la mente totalmente abierta a cualquier sugerencia. Fue amor a primera vista, conectamos inmediatamente”, revela. Tras ver varias propuestas, en cuestión de 15 minutos se decidió por una diadema que le permitía llevar su melena semirrecogida: “elaborada artesanalmente por ellas en su taller, en rafia de seda y del mismo color que el vestido (tintado a mano, también por ellas mismas)”.
Aparte, decidió llevar unos zapatos de color verde de Flordesoka, que ella misma describe como muy cómodos; un bolso de Natalia Gómez Studio en color marrón; un abanico pequeño de Capellina y unas ondas y un rostro favorecido gracias al trabajo de su peluquera, Ana, de Woman Zone y de su maquilladora, María Virues de Segovia.
En una última reflexión sobre su estilismo, María nos dice que nunca antes, en otras bodas, se fijó en la madrina. “Me agobié un poco cuando empecé a ser consciente del papel que les corresponde”, cuenta. Ella buscaba estar a la altura de las circunstancias: “me tocaba acompañar a mi hijo en el día más importante de su vida, relajada, feliz, cómoda, que la gente al verme dijera: ‘eres tú’”.
María fue una madrina muy elegante en una de las bodas virales de la temporada, la de Lola y Edu, su hijo, que tuvo lugar a finales del pasado mes de agosto en la Real Iglesia de San Dionisio Areopagita y las bodegas González Byass. Este enlace en Jerez de la Frontera, nuestra protagonista lo guarda en su corazón, por momentos muy especiales: “por la mañana temprano le envié un mensaje de audio por WhatsApp a Lola para desearle los buenos días, decirle que la queríamos mucho, que éramos muy afortunados de tenerla en la familia y que mi hijo Eduardo no podría haber encontrado una mujer mejor que ella para compartir su vida. Que disfrutara de su día porque iba a pasar todo muy rápido. Por otra parte, me acordé especialmente de personas muy queridas que ya no están y que sé que hubieran disfrutado mucho de este día".
Y es que la jornada estuvo marcada por anécdotas, como la cantidad de amigos del novio que acudieron a verle en casa, antes de partir hacia la ceremonia. “Resultaron ser casi veinte, quince minutos antes de salir para la iglesia. El fotógrafo tuvo que ir a buscar un gran angular porque no salían todos en la foto. Fue un momento un poco caótico y muy divertido. Me resultó muy entrañable también verlos a todos juntos y tan felices en un momento tan especial (algunos de ellos, amigos desde los tres años)”, confiesa María. Y, con esta alegría contagiosa y un recuerdo para siempre, recomienda a las madrinas de boda disfrutar del principio al final: “y para ello es importante ir con un look que se ajuste a tu estilo, con el que te sientas identificada y que te resulte cómodo de llevar durante muchas horas".
