Venecia, con sus canales y su luz cinematográfica, fue el escenario elegido este 9 de octubre para un matrimonio discreto de la alta sociedad. El agua, el arte, el activismo y la intimidad confluyeron en una ceremonia de la que casi no han transcendido detalles. Francesca Thyssen-Bornemisza, de 67 años y figura reconocida del mecenazgo cultural, se unió al comisario y amante de los océanos Markus Reymann, 18 años menor, en un enlace donde cada detalle — en especial, de sus vestidos— captó la atención.
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En cada uno de sus tres looks, la aristócrata parece haberse permitido un capítulo distinto de su propia narrativa: el clasicismo reinventado, el show glamurosamente introspectivo y el estilo urbano con guiños a la modernidad. Y detrás de cada elección, un guiño sutil a su vida, su trayectoria y su nueva alianza con quien comparte sus inquietudes ecológicas y artísticas.
Sastrería blanca para la ceremonia
Fueron tres días de celebración. Para la ceremonia, Francesca escogió un traje blanco de dos piezas de claro ADN sartorial. La chaqueta de doble botonadura, con silueta ligeramente oversize, queda ceñida al cuerpo gracias a un cinturón que acentúa la cintura sin renunciar a una línea relajada. Los botones negros ofrecen un contraste elegante y moderno, que alude a un recurso clásico del esmoquin (normalmente negro sobre negro) llevado al día nupcial femenino.
Combinó este conjunto con zapatos de tacón negros y —según parece— un bolso Lady Dior, con detalles de piel negra y rafia. Y aquí entra uno de los detalles más poéticos: el ramo. En lugar de colgarlo de la muñeca o sostenerlo como fórmula tradicional, lo convierte en accesorio híbrido, casi bolso. El arreglo floral juega con las calas blancas y negras: un lirio de agua invertido, que habla de luz y sombra, de contraposiciones. La calidez del agua, la elegancia del blanco, la audacia del negro: todo cabe en esa elección.
Lentejuelas plata para la fiesta
Una vez caída la ceremonia formal y abierta la celebración nocturna, apareció un segundo vestido radiante, a contraluz de la solemnidad diurna. Un diseño largo de lentejuelas plateadas, de un solo hombro, con detalle casi escultórico, silueta sirena y una pequeña cola. Lo combinó con un bolso dorado de mano, pendientes largos y maquillaje con sombras metálicas y labios rojos. Las lentejuelas evocan escamas o gotas de agua: un tributo a su pasión oceánica.
Blanco contemporáneo con flecos
El tercer look, usado tal vez la noche anterior o en algún interludio de la celebración, revela otra faceta de Francesca: la de mujer que no teme zigzaguear entre lo clásico y lo contemporáneo. Se compone de una chaqueta oversize con flecos y cremallera asimétrica, con un pañuelo a modo de cuello, combinada con pantalones de seda largos, fluidos, y zapatos blancos. La chaqueta parece de piel —o efecto piel— y los flecos introducen movimiento y una audacia tan bohemia como rebelde.
Novia por segunda vez
Francesca Thyssen-Bornemisza se casó con el archiduque Carlos de Habsburgo-Lorena en 1993, con un vestido de Versace inspirado en la emperatriz Sissi. En esta ocasión, para su segunda boda, ha escogido Venecia, y todo apunta que la ceremonia se ha celebrado en la iglesia de San Lorenzo, hoy convertida en espacio artístico Ocean Space, vinculado a la fundación que ambos comparten. La recepción parece que tuvo lugar en ese entorno híbrido entre museo y templo.
En contraposición con las bodas ostentosas y mediáticas, esta destaca por su hermetismo y por su deseo de intimidad.