HISTORIA DE MI VESTIDO

Un vestido creado a partir de la torera de su madre y una mantilla antigua: la elección de Julia para su boda en Málaga


Inés Martín Alcalde recuperó estas piezas con historia para diseñar un look nupcial muy diferente y cargado de simbolismo


Julia con vestido de novia de Inés Martín Alcalde© Gayonso
18 de septiembre de 2025 - 18:20 CEST

Tradicionalmente, el ajuar de una novia no era solo un conjunto de telas o piezas, sino un legado que se iba traspasando de generación en generación. Y no se guardaba en un armario, sino en la memoria colectiva de las mujeres de la familia. Son prendas antiguas, hilos de una misma historia, y la de Julia comenzó a tejerse así. Su vestido de novia resultó ser parte de otras historias; de historias pasadas, familiares y emotivas. Y todo, gracias a Inés Martín Alcalde, una diseñadora que tiene el ojo especialmente entrenado para encontrar tesoros antiguos y darles una nueva vida. Porque seguir las tendencias nupciales está muy bien, pero llevar tu propio relato familiar cosido a mano siempre será mucho más especial.

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© Gayonso

Joyas que ya no se hacen

Julia conoció de primera mano el trabajo de Inés a través de su prima, que se casó unos años antes. “Aquel vestido no dejó indiferente a nadie. Se me quedó grabado”. Cuando le tocó su turno, resultó inevitable pensar en la diseñadora. “Fue el segundo atelier que visité. Automáticamente, cancelé todas las demás citas”, confiesa. Un primer flechazo transformado en certeza desde el momento en el que entró en esa icónica habitación llena de telas, patrones y encajes.

Antes, incluso, de pisar este taller de la madrileña calle Claudio Coello, hicieron una videollamada. Inés quería conocerla a fondo, comprenderla. “Me sorprendió lo mucho que quería entenderme: me preguntó cómo imaginaba mi vestido, qué tipo de corte, mangas y escote quería… incluso si alguna vez había soñado con él”.

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Julia tenía algunas pinceladas claras, pero no acababa de darle forma. Su primera visita, sin embargo, fue un punto de inflexión. Llegó acompañada de su madre, que llevó consigo una caja muy especial: en ella guardaba su propio vestido de novia con la torera bordada que se puso por encima. Al examinar aquella pieza, Inés lo supo al instante. “Estas joyas ya no se hacen”, dijo convencida, y con ese punto de partida, comenzaron a crear.

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“Solo tengo palabras de agradecimiento para ella y todo su equipo. No solo por su profesionalidad y exquisito gusto, sino por la pasión y la entrega absoluta que ponen en cada vestido”, reconoce Julia.

Un vestido de novia y un cuerpo bordado con historia

La clave de este look nupcial fue la torera de su madre, cuidadosamente reinterpretada por Inés. Como Penélope, que tejía y destejía su tapiz, la diseñadora convirtió esta pieza antigua en un nuevo comienzo. “Decidimos retirarle las mangas originales y aprovechar parte del tejido para crear unos puños, colocados a media altura del antebrazo”, explica la novia. Para las nuevas mangas, optaron por una tela vaporosa que dialogaba con el resto del diseño y potenciaba el efecto etéreo y ligero.

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Uno de los gestos más sorprendentes fue la forma en la que Inés transformó la prenda original. “Colocó la torera del revés, de modo que la espalda se convirtió en la parte frontal del look. Rediseñó el escote en pico para que encajara con la línea del vestido base. El cierre trasero, con botones escondidos de arriba a abajo, permitía conservar intacto el bordado, que era realmente bonito”, nos explica.

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Por debajo, diseñó un vestido en blanco roto, con escote en pico, espalda cuadrada y tirantes rectos. El cuerpo ceñido se abría en una falda con vuelo, pensada para acompañar cada gesto con naturalidad. “Quería movimiento. Un vestido con caída, con vuelo, que acompañara mis pasos al bailar”, reconoce la novia, por eso, Inés incorporó bambula desde la cintura hasta los pies, logrando una sensación ligera y elegante.

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En una de las pruebas, además, apareció un nuevo detalle que marcaría una sutil diferencia: un fajín bajo el cuerpo bordado. Ese gesto, aparentemente sencillo, equilibró el diseño y realzó la figura de Julia.

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“En un principio pensé en quitarme el cuerpo durante el baile con mi padre, pero finalmente lo hice en mitad de la cena, justo antes de entregar los ramos. Así, los invitados pudieron apreciar mejor todos los detalles del vestido”, recuerda. “Para mí fue un acierto total. Me sentí más cómoda, más libre para moverme… y el diseño seguía teniendo toda la esencia del vestido original”, recuerda.

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Cada accesorio, una nueva historia

En otra de las pruebas, Julia recibió una sorpresa que marcaría el desenlace de su look. “Mi madre apareció con una mantilla antigua que había pertenecido a mi bisabuela”. Llevaba décadas guardada. Inés la desplegó con delicadeza y, de nuevo, lo vio claro: semejante tesoro había que incorporarlo al look. “Fue un regalo inesperado. Poder añadir elementos con tanta carga emocional y familiar al vestido fue un enorme privilegio”.

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La mantilla de su bisabuela se convirtió así en su velo de novia, cargando de simbolismo cada paso hacia el altar. “Siendo la boda en Andalucía, aún tenía más sentido utilizarla. Una auténtica joya”, recuerda Julia. El broche que la sujetaba, también de herencia familiar, cerró el círculo.

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Este tipo de accesorios llevan implícitos recogidos pulidos y sencillos, como el moño de bailarina que le hizo Viki, su peluquera y maquilladora. “Al terminar la boda, el moño seguía intacto, ni un solo pelo fuera de lugar. Le insistí mucho en ese punto, ya que mi baile nupcial fue un baile flamenco con mi marido y no quería que los giros me despeinaran”.

El maquillaje siguió la misma línea: sombras suaves en tonos dorados y rosados, una piel luminosa y un pintalabios que apenas necesitó retoques. “Solo tengo palabras de agradecimiento para Viki: fue una profesional impecable, pero también un apoyo emocional en esos minutos previos a salir hacia el altar. Supo tranquilizarme con su cercanía y calidez. Es un recuerdo que guardaré siempre con mucho cariño”.

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El recogido también permitió dar protagonismo a unos pendientes de brillantes en cascada, también de herencia familiar, discretos y elegantes. Los zapatos, de Michael Kors, fueron un acierto. “Pude aguantar con ellos toda la noche, aunque llevaba unas alpargatas de Castañer reservadas ‘por si acaso’”.

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Cada accesorio contaba su propia historia. “No puedo estar más feliz con el resultado. Lo más bonito de muchas de estas piezas es que han ido pasando de generación en generación, y llevarlas fue una forma preciosa de sentirlos cerca en un día tan especial”.

Incluso el ramo guardaba un detalle íntimo. Julia lo encargó en Mimosa Blossom, una pequeña floristería de Málaga. “Fue amor a primera vista. Una tienda repleta de flores, con un aroma que te atrapaba nada más entrar. Sandra, su dueña, fue la clave de todo el proceso creativo, tanto del ramo como de las columnas florales a la salida de la iglesia”.

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El ramo siguió la tendencia del tallo largo, con predominio del verde, que equilibraba la fuerza del vestido sin restarle protagonismo. Además, escondía un guiño muy personal. “Incorporé una medalla de la Virgen del Pilar, patrona de Zaragoza, ciudad de origen de mi madre. Me la regaló mi prima Ana y la llevé con muchísimo cariño”.

Su historia de amor

Julia y Pablo se conocieron un noviembre otoñal en Praga. Ella cursaba quinto de Medicina; él estaba terminando Ingeniería Informática. La postal era idílica, como idílica es la idea de que aquel encuentro que comenzó de Erasmus en un piso de estudiantes y por casualidad, acabara en boda siete años después. “Recuerdo que fue un día entre semana, cuando un amigo en común me animó a ir por la noche a casa de Pablo, que organizaba una pequeña reunión. Al principio me resistí - era tarde y al día siguiente tenía clase -, pero finalmente accedí a ir. Fue, sin duda, una de las mejores decisiones que he tomado”.

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Desde aquel día, no se han vuelto a separar, aunque el camino no ha sido fácil: cinco años de relación a distancia entre Málaga y Madrid, una pandemia de por medio, una preparación al MIR… pero todo mereció la pena cuando se dieron el “sí, quiero” el pasado 7 de junio, en la Iglesia de Santiago Apóstol de Málaga y rodeados de todos sus seres queridos.

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La celebración

La celebración se hizo en la Hacienda Nadales y fue amor a primera vista. “Su jardín botánico, el palacete renacentista, el gran invernadero de hierro y cristal… Todo tenía una presencia imponente”. 

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No contaron con wedding planner, pero sí con proveedores que les hicieron el camino más fácil, sobre todo porque prepararon la boda a distancia desde Zaragoza, donde la pareja reside actualmente. “Fue todo un reto… pero también una aventura preciosa. Decidí fluir, dejarme aconsejar por quienes organizan bodas cada día y saben, por experiencia, qué es lo que mejor funciona. Nadie mejor que ellos para guiarte”, explica.

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Dos de esas hadas madrinas que contribuyeron al éxito de la boda fue Sandra, su florista, y Eugenia, la organizadora de eventos de Hacienda Nadales.

Sandra se encargó de las columnas florales a la salida de la iglesia, en tonos muy vivos y veraniegos, y de las flores del altar, blancas y delicadas, que dejaban protagonismo al retrablo.

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Eugenia, por su parte, se ocupó de toda la decoración de la hacienda. “Elegimos unos manteles con un diseño floral precioso, muy en sintonía con el jardín botánico que teníamos justo enfrente. Las flores estaban cuidadosamente seleccionadas. En las escaleras y la balaustrada optamos por velas y mucho verde”.

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Una decoración impactante, guirnaldas de luces al caer la noche, un grupo de flamenco - Al Son, que animó a todos los invitados – y mucho, mucho baile, pusieron el broche final a un día que recordarán para siempre. “La celebración fue preciosa, pero lo que realmente me hizo feliz fue el acto en sí: sellar nuestro compromiso, con todo su significado, y disfrutarlo rodeados de tanto amor”.

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