De la conexión entre un diseñador nupcial y su clienta pueden surgir no solo grandes vestidos de novia, también maravillosos recuerdos. Y es que todo comienza con un vínculo, una sensación que puede resultar o no positiva cuando ambas partes se conocen. Por suerte para Cristina, una recién casada viral que vistió un diseño de inspiración medieval, con una levita, el día de su boda, su relación con la diseñadora de su look, Marcela Mansergas, fue viento en popa desde el primer momento, “un flechazo”, nos cuenta. Por recomendación de una amiga llamada Elena, a la que la creadora le había hecho un traje con anterioridad, nuestra protagonista se acercó a su atelier.
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“No se equivocaba: Marcela es una persona magnética y súper cariñosa en lo personal, perfeccionista, que cree en el valor del trabajo artesanal y en las cosas hechas con paciencia y mimo. Trabaja sin ruido, y estar con ella en las pruebas para mí era un planazo. Me fiaba ciegamente de su criterio y su gusto insuperable, además me podía quedar horas hablando con ella”, recuerda.
Cristina se enamoró del primer boceto que la diseñadora le mostró, que terminó por ser el definitivo. Porque para su enlace en Burgos, esta novia viral tenía claro que quería que en su traje nupcial tuviera su lugar una levita de inspiración ecuestre, con referencias a la sastrería inglesa y a las chaquetas de montar a caballo. “Con Marcela quisimos darle un giro con un toque casi medieval en la chaquetilla, cubierta de cuadrados deshilachados que evocan trajes de época, pero reinterpretados de forma contemporánea. Al mismo tiempo, queríamos darle mucha importancia a la artesanía, incorporando encajes antiguos bordados a mano, porque valoro muchísimo lo hecho a mano, el trabajo bien hecho, y en eso en España tenemos una tradición insuperable de la que hay que hablar”, señala.
Como tejidos, Marcela Mansergas le ofreció algunos de los más apreciados por Cristina. El lino rústico entre ellos, material del que estaba compuesto el vestido y que en la levita se fusionaba con los encajes antiguos bordados. “Aportaron un punto de minimalismo orgánico que se adaptaba al entorno, a los prados y robles centenarios que rodean la granja, con un paisaje muy campestre que pedía un diseño integrado con la naturaleza”, reconoce.
"Las mangas, de gasa arrugada con puños del mismo encaje, suavizaban el conjunto, mientras que la falda en capas caía con naturalidad y dejaba entrever bordados en tonos crudos que nacían del fajín de lino y se fundían con los detalles superiores”, explica.
A un vestido de novia con tintes históricos, unos accesorios muy especiales
Para nuestra protagonista tanto sumaba el diseño a medida como los complementos que lo acompañaran. Por ello confió en piezas que siempre le recordarían a este día, comenzando por las joyas. Cristina no solo lució el anillo de compromiso que Javier Gómez Zuloaga creó artesanalmente y que su marido Alberto le regaló —un diamante antiguo en el centro, rodeado de rubíes—, del mismo modo llevó unos pendientes prestados por su tía, muy sencillos y una tiara de creación exclusiva de Joyería Yanes: “con más de 140 años de tradición en alta joyería. Estaba formada por seis motivos florales calados, con un trabajo de filigrana muy cuidado, y cada flor rematada con una perla natural que aportaba muchísima luz al conjunto”.
Como zapatos, eligió unos Manolo Blahnik que contaban con margaritas bordadas y para los preparativos llevó un conjunto de bata y camisón de Dreaming Habits by T.ba.
"A la hora de elegir el traje, los complementos o el ramo, lo más importante es que cada detalle hable de ti, que cuente tu historia y lo que representas en tu día a día. Eso es lo que hace que todo tenga sentido y sea especial. Que alguien te mire y te diga: 'ibas muy tú', es, sin duda, el mejor piropo".
Buscando que todo tuviera cohesión y estuviera conectado con el entorno, el ramo de novia tenía que estar en sintonía con el ambiente y el estilo de la boda. El de Cristina era silvestre y algo salvaje, pero tenía un motivo: "la base era de esparraguera, que aportaba muchísimo movimiento y ligereza y estaba compuesto por flores blancas de temporada, como campánulas, verónicas, astrantias, orlaya y nigella, mezcladas con moras verdes y maduras que le daban textura y un toque inesperado. Las moras eran mi fruta favorita de pequeña. Recuerdo tardes enteras en el campo recogiéndolas con mi abuelo, y quise que estuvieran presentes en mi ramo como un homenaje silencioso a él, una manera de llevarlo conmigo en un día tan importante".
Ella nos desvela que este diseño floral llevaba una medalla de la virgen de Lourdes (en homenaje a su madre, un regalo de una íntima amiga) y que fue un trabajo de Teresa Zayas, de Las Flores de Tadea: "una gran profesional con un gusto y conocimiento de las flores impecable, que supo captar a la perfección la idea que tenía en mente".
"Unos días después de prometernos, Alberto y yo viajamos a Biarritz, a ver a unos amigos y nos escapamos una mañana a un mercado de brocantes en Port-de-Lanne, un pueblo en el sur de Francia que, a mediados de agosto, se convierte en el mayor mercado de antigüedades de Europa. Entre vajillas de Limoges, cuberterías de plata, encajes y muebles con historia, encontré un abanico del siglo XVIII. Era delicado, único, y supe al instante que formaría parte de mi look. Fue lo primero que tuve claro, incluso antes del vestido. Marcela incorporó encajes antiguos bordados a mano en el abanico, integrándolo en el conjunto y con el traje de forma natural".
Consciente de lo favorecedor que era llevar un rostro luminoso, jugoso y despejado, Cristina se puso en manos de Rita Ruiz (quien también maquilló a su madre, su hermana, su suegra y su cuñada). Nuestra protagonista buscaba sentirse ella misma, pero en una versión relajada y con el rostro luminoso, potenciando sus rasgos sin excesivas capas de producto.
Para lograr un gran resultado, también aportó el hecho de apostar por el pelo recogido, un trabajo de Begoña, del grupo Yolanda Aberasturi, de Las Arenas (Bilbao): "fui a hacerme la prueba solo dos días antes de la boda porque quería algo sencillo y sin complicaciones. Optamos por una melena con ondas suaves recogida en un moño hecho con las manos, sin trabajarlo en exceso ni fijarlo con demasiada laca, para que se viera natural y con movimiento".
La historia de amor de Cristina y Alberto no es común, como tampoco lo fue su lugar escogido para casarse. Pero vayamos por partes. La pareja se conoció hace seis años, gracias a la intercesión de una amiga en común, en Londres. El novio acababa de llegar con un nuevo puesto de trabajo en banca y la novia llevaba un año y medio instalada en la capital británica. “Empezamos a hacer planes conjuntos y, poco a poco, nos hicimos muy amigos. Durante meses construimos esa amistad, hasta que un día inevitablemente empezamos a salir”, confiesa ella.
El tiempo y la posterior distancia no fueron un impedimento para ellos. Primero, residieron en Londres durante cuatro años y después estuvieron otros dos años a distancia entre la ciudad británica y Madrid. En el mes de julio de 2024 todo cambió: “Alberto me pidió matrimonio en un paseo en autobús londinense, un momento super cotidiano sin florituras, en la ciudad que nos presentó. Muy él. Un amor sencillo, de todos los días, ¡es un momento que recuerdo con mucha emoción!”.
La pareja escogió el 5 de julio de 2025 para pasar por el altar. El enclave por el que se decidieron fue todo un homenaje a sus raíces: la casa familiar de Alberto. “Fue construida por sus bisabuelos y ha reunido a su familia durante cinco generaciones y que, con el tiempo, se ha convertido en casi un pequeño pueblito de arquitectura tradicional restaurado”, dicen.
La ceremonia tuvo lugar dentro de la propia finca, que contaba con la ermita de San Juan de Lechedo en su interior. Este pequeño templo solo podía acoger a 40 personas, por lo que el resto de invitados tuvieron que seguir la misa desde un prado con vistas al campo. Afortunadamente un agradable día de sol acompañó la jornada. “La ermita tiene una gran carga emocional para su familia. Construida en el siglo XIII por las Madres Clarisas de Medina de Pomar, fue restaurada por sus bisabuelos en 1955 y desde entonces ha sido escenario de primeras comuniones y celebraciones familiares. Casarnos allí fue muy especial y muy íntimo”, apunta Cristina.
"La misa, oficiada por el Padre Fabio Pallotta, fue uno de los momentos más comentados por los invitados. Don Fabio no deja a nadie indiferente: tiene un sentido del humor único, un acento italiano inconfundible y una manera de llegar al alma de todo el que le escucha. Lo conocimos en nuestro primer año de noviazgo, durante una peregrinación a Santiago que fue clave para nuestra relación. En Arzúa, antes de llegar a Santiago, asistimos a una misa suya, nos confesamos con él y surgió una amistad que nos ha acompañado desde entonces.
Su conexión con el apóstol Santiago, por el que sentimos devoción, hacía que todo cobrara aún más significado. Nos ha tenido presentes en sus oraciones durante años y su presencia fue muy importante para nosotros. Don Fabio pasó a verme en el “momento peluquería”, y en medio de la vorágine de preparativos, tuvo una charla conmigo que me dio mucha paz antes del gran paso. Siempre se lo agradeceré".
En el proceso de organización de la boda, los novios se pusieron en manos de Bodas Colorín. Eva y María lograron aportar tranquilidad a Cristina, gracias a su trato cercano y su alegría. Por su buen hacer, admite nuestra protagonista, repetiría con los ojos cerrados. “Comparten con nosotros la visión de valorar lo verdaderamente importante, pero, a la vez, son exigentes con que todo salga perfecto. Creo que en una boda en casa es fundamental ponerse en manos de personas que saben reaccionar ante cualquier situación inesperada”, recomienda.
En ese paso a paso midieron al milímetro qué tipo de invitaciones (la carta de presentación) querían de cara a su gran día. Cristina buscaba unas que se convirtieran en un recuerdo para conservar y enmarcar. Habló con la ilustradora Brianda Fitz-James Stuart y ella lo hizo realidad. “Optamos por un formato cuadrado y Brianda incorporó elementos de la casa donde nos casamos: las flores rojas, el pozo y otros detalles, todos estudiados desde su simbología”. De la impresión de las mismas se encargó Marta Papier.
En clave musical, para el momento de la ceremonia, los novios eligieron a ocho componentes del Orfeón Donostiarra, que hicieron posible que sonara Aprite le porte a Cristo, de Frisina y Edelweiss en las entradas de los novios. Para el baile nupcial se decantaron por un vals primero y para después dejaron: “Sultans of Swing de Dire Straits, nuestro primer baile, interpretado por Naked Family, que bailamos con pasos de rock’n’roll rodeados de nuestros amigos”. Para ello contaron con Eva Muñoz como profesora de baile, los meses previos al enlace. La fiesta corrió a cargo de Xite y Clara.
Tras la ceremonia, llegó el banquete, para el que los invitados se trasladaron a la plaza de la finca. Era una noche de verano y las velas creaban un clima mágico en los diferentes ambientes. Para decorar los espacios, la pareja invirtió en iluminación, buscando crear un entorno cálido. “Los números del seating plan los bordamos en papel de algodón a juego con los meseros, entre mi padre, mi madre, mi hermana y yo, durante el famoso día del apagón. Estuvimos toda la tarde bordando, hasta con luz de velas, y bastante entretenidos con la tarea. Los combinamos con una colección de postales de hoteles emblemáticos del mundo, un guiño a mi pasión por los hoteles, que hizo que cada mesa tuviera un toque muy personal”, dice Cristina.
Dos días antes de la boda, Alberto, Cristina y su suegra se pusieron manos a la obra para colocar macetas de geranios en la entrada y en el pozo. "Todas las ventanas, puertas y balcones estaban llenos de geranios. La fuente en el centro de la plaza la llenamos con verde del campo, desbordante, mezclado con velones y botijos de cerámica antiguos con formas de verduras, animales y otros motivos, creando un efecto de bodegón rústico”, comparte.
El menú fue un trabajo del catering Lhardy junto a Pescaderías Coruñesas, con el que los invitados quedaron verdaderamente impresionados. “Fue una apuesta traerles desde Madrid, pero sabíamos que era una apuesta segura. Optamos por salpicón de bogavante, solomillo de buey y el soufflé de Lhardy flambeado en mesa. Ángel y su equipo hicieron un trabajo increíble”, concede.
"Para nosotros, el momento de las fotos juntos fue genial. La luz era increíble y recuerdo partirme de risa con Claudio, Clara y David, de Dos Más en la Mesa. Iban subidos en un carrito de golf mientras nos hacían las fotos, y la escena parecía sacada de una película de Woody Allen. Tienen una forma distinta de mirar, captando detalles, gestos y momentos que nadie más ve. Son súper sensibles y cercanos, y eso se refleja en cada imagen", defiende.
"Elegí Acqua di Regina de Santa Maria Novella, un perfume fresco y con historia, que acompañó todos los momentos importantes. Además, quise que mis testigos tuvieran un recuerdo especial vinculado a ese olor. Cada uno recibió una cajita con tabletas de cera artesanales elaboradas con la misma fragancia, decoradas con naranjas deshidratadas. Un detalle sencillo, pero muy personal, que los conectaba con el ambiente y los recuerdos de ese día", rememora nuestra protagonista.
"Después de la ceremonia nos fuimos en un Fiat Panda antiguo, un guiño a la pasión de Alberto por los coches clásicos. Decorado con flores, el trayecto hasta el campo de golf fue divertidísimo", recuerda.
Si tuviera que quedarse con un momento de la jornada, dice Cristina, escogería la ceremonia, su parte favorita. Para estos recién casados, la boda por la iglesia tiene mucha importancia. “Cuando entré del brazo de mi padre y vi a Alberto esperándome en la puerta de la ermita, sentí paz y una emoción enorme. Ese abrazo no se me olvidará jamás”, revela.
Como balance final, Cristina quiere hacer hincapié en la importancia de darle relevancia a lo verdaderamente relevante. Para ella, aquello que hiciera la boda más cómoda a los invitados y que hablara de los novios, sin caer en los excesos. Durante la organización del enlace se centraron en la misa, en la música y en el catering, siempre pensando en los mejores proveedores. “Una lección muy importante que me llevo de todo este proceso es que menos, es más. En los últimos años hemos estado expuestos a bodas donde pasan demasiadas cosas a la vez y no siempre se disfruta de lo esencial: el momento, las conversaciones, el entorno. Al final, las bodas sencillas, las que se viven de verdad, son las que se recuerdan”, concluye.