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Las joyas de la realeza que han hecho historia en 2025: tiaras olvidadas durante décadas y diamantes centenarios


Un recorrido por las joyas más relevantes del año que han llevado reinas y princesas europeas, de la tiara rusa del joyero español al collar de 37 perlas y el broche de plumas que solo pueden llevar heredas al trono


Máxima de Holanda
22 de diciembre de 2025 - 6:00 CET

En 2025, las joyas reales no han sido simples adornos, han funcionado como mensajes silenciosos, gestos políticos y puente entre generaciones. Tiaras que llevaban décadas sin salir de las cámaras acorazadas, broches reservados por tradición a una sola mujer por generación o collares usados, únicamente, en momentos de duelo han reaparecido en cenas de Estado, funerales y actos históricos. Este año, Kate Middleton ha recuperado piezas que conectan directamente con Diana de Gales, Isabel II y la reina Victoria -algunas con reglas de uso estrictísimas-, mientras que la reina Letizia ha vuelto a activar el joyero de pasar español, alternando diademas decimonónicas con guiños conscientes a la joyería contemporánea. Cada elección ha tenido una razón, y nada ha sido casual.

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Hay datos que explican por qué estas joyas siguen fascinando: la tiara que Diana evitaba por su peso y que hoy es fetiche de Kate; el broche que solo puede llevar la esposa del heredero al trono británico; la tiara española inspirada en los tocados rusos que sobrevivió al exilio de una reina; o collares de perlas que han acompañado funerales de Estado durante más de medio siglo. En paralelo, reinas como Máxima de Países Bajos o Mary de Dinamarca han rescatado piezas olvidadas durante 140 años o han reinterpretado joyas históricas para una nueva era. Este recorrido por las joyas más importantes de 2025 no habla solo de lujo: habla de poder, memoria, continuidad y de cómo, en las monarquías europeas, una joya puede albergar la historia de siglos.

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La tiara Cambridge Lover’s Knot: el icono que volvió a brillar en un banquete histórico

Cuando Kate Middleton apareció en el Castillo de Windsor durante la visita de Estado del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y la primera dama, Melania, una pieza eclipsó por completo el salón de gala: la tiara Cambridge Lover’s Knot, el emblema más romántico y reconocible del joyero real británico.

Creada en 1913 por Garrard, el primer joyero oficial de la Corona, la tiara fue un encargo de la reina Mary y está inspirada en una diadema del siglo XIX perteneciente a su abuela, la duquesa de Cambridge. Su diseño, formado por 19 arcos de diamantes coronados por lazos de “lover’s knot”, incorpora 19 perlas barrocas suspendidas, famosas por moverse al ritmo de quien las porta, aportando vida y dinamismo a la joya.

Tras pasar por la reina Isabel II, la pieza se convirtió en uno de los símbolos más íntimos de Lady Di, quien la transformó en parte esencial de su propia narrativa de estilo, aunque —como contaba su entorno— le provocaba fuertes dolores de cabeza por su peso. Después de la muerte de Diana en 1997, la tiara desapareció en las cámaras acorazadas de Buckingham Palace hasta que, en 2015, Kate Middleton la recuperó para una recepción diplomática. Desde entonces, ha sido su tiara fetiche en grandes banquetes -y en 2025 volvió a demostrarlo-, consolidando la continuidad entre las tres grandes princesas de Gales del último siglo.

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El broche de las Plumas del príncipe de Gales: 160 años de historia prendidos en un vestido burdeos

En los jardines del Castillo de Windsor, durante la recepción a Donald y Melania Trump, Kate Middleton añadió a su look burdeos una joya reservada exclusivamente para la esposa del heredero al trono: el Prince of Wales Feather Brooch, una pieza de más de 160 años convertida en un símbolo dinástico.

Diseñado en 1863 por Garrard como regalo para la princesa Alexandra de Dinamarca en su boda con el futuro Eduardo VII, este broche ovalado combina diamantes, rubíes y esmeraldas en torno al emblema heráldico de las tres plumas de avestruz, coronadas por una tiara y acompañadas del lema alemán Ich Dien (“Yo sirvo”). Su enganche permite llevarlo como broche o como colgante, una versatilidad que Diana de Gales explotó en su época transformándolo en gargantilla en actos como la Royal Opera House (1982) o la visita de Estado a Austria (1986).

Tras ser llevado por varias generaciones —de la princesa Mary a la reina madre y después a Camilla—, el broche ha vuelto a su destinataria natural: la princesa de Gales, que en 2025 lo usó devolviéndole su sentido original y convirtiéndolo en una de las joyas del año.

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El collar japonés de cuatro filas: el homenaje silencioso de Kate en 2025

En el funeral de Katharine, duquesa de Kent, celebrado en la catedral católica de Westminster, Kate eligió una pieza cargada de memoria: el collar de cuatro hileras de perlas japonesas de la reina Isabel II, una creación de Garrard y regalo del gobierno de Japón a la monarca en los años 70.

La pieza, con su característico cierre de diamante, ha sido durante décadas uno de los símbolos del luto y la representación institucional. Isabel II lo llevó en actos solemnes y también en ocasiones festivas -como su visita a Bangladés en 1983-, demostrando su versatilidad. Diana también lo lució en momentos de duelo global, como los funerales de Grace Kelly (1982) o Gianni Versace (1997).

Kate ya lo había usado en los funerales del príncipe Felipe (2021) y la reina Isabel II (2022). En 2025, su aparición con este collar fue interpretada como un homenaje directo a la tradición femenina de la Casa Windsor y a los códigos de respeto instaurados desde la época de la reina Victoria.

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Los pendientes Collingwood: el legado más icónico de Diana que Kate rescató este año

Entre todas las piezas que Kate ha recuperado de Lady Di, ninguna tiene un vínculo tan evidente con ella como los pendientes Collingwood, la joya que Diana recibió como regalo de boda del joyero preferido de la familia Spencer.

Cada pendiente presenta un diamante redondo del que cuelga una montura en forma de campana cubierta de diamantes que sostiene una gran lágrima de perla. Diana los estrenó en 1981 y los convirtió en indispensables en su joyero, combinándolos con la tiara Lover’s Knot para crear su binomio más icónico.

Kate los ha llevado en 2025 en varios actos relevantes -incluido un homenaje por el Día de la Victoria (VE Day) y la visita de Estado de Francia-, consolidando su papel como guardiana del legado de Diana. Es, probablemente, la pieza que más continuidad intergeneracional representa dentro del joyero de los Gales.

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La tiara Oriental de la reina Victoria: la joya histórica con la que hizo su debut más solemne

Cuando Kate Middleton apareció en el banquete de Estado en honor al presidente alemán Frank-Walter Steinmeier en el Castillo de Windsor, en diciembre, lo hizo con una de las piezas más imponentes —y menos vistas— del joyero real británico: la tiara Oriental Circlet, una joya cargada de historia, simbolismo y reglas no escritas. 

Diseñada en 1853 por Garrard bajo la supervisión directa del príncipe Alberto, marido de la reina Victoria, la tiara destaca por su silueta inspirada en la arquitectura india: flores de loto, arcos de influencia mogol y una estructura que recuerda a una corona ceremonial más que a una diadema tradicional. Originalmente estaba engastada con ópalos —una de las gemas favoritas de Alberto— y más de 2.600 diamantes, pero su aspecto actual es fruto de una larga evolución. En 1902, la reina Alexandra, profundamente supersticiosa, ordenó sustituir los ópalos por rubíes birmanos, considerados piedras protectoras, muchos de ellos procedentes de un regalo que el gobernante de Nepal había hecho a Victoria décadas antes.

La propia reina Victoria dejó estipulado que solo futuras reinas y reinas consortes podrían llevarla. Paradójicamente, Victoria apenas tuvo ocasión de disfrutarla: poco después de que la tiara fuera modificada para abrirla ligeramente por detrás, el príncipe Alberto falleció de forma repentina en 1861. Sumida en un luto que duraría cuarenta años, la reina abandonó las joyas de color, y la tiara Oriental Circlet quedó relegada al silencio de las cámaras acorazadas. No reapareció hasta que pasó a manos de la reina Isabel, la Reina Madre, quien la convirtió en una de sus tiaras predilectas durante el reinado de Jorge VI y su posterior viudedad. Fue inmortalizada con ella por Cecil Beaton en algunos de los retratos más icónicos del siglo XX. Isabel II, en cambio, apenas la llevó una vez, en Malta en 2005, lo que refuerza la idea de que no es una joya de rotación habitual, sino una pieza reservada para momentos de alto simbolismo institucional.

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La tiara rusa: la joya monumental que Letizia recuperó para una visita de Estado decisiva

En la cena de gala en honor al sultán de Omán, Haitham Bin Tarik, celebrada en el Palacio Real tras dos años sin visitas de Estado, la reina Letizia rescató una de las piezas más espectaculares del joyero español: la tiara rusa, una creación de 1886 encargada por la regente María Cristina de Habsburgo-Lorena, segunda esposa de Alfonso XII y madre del rey Alfonso XIII.

La tiara está inspirada en los tocados tradicionales rusos kokoshnik y es obra del español Francisco Marzo. Fue diseñada en platino, diamantes y perlas, siguiendo un estilo inconfundible que estuvo de moda en las cortes europeas de finales del siglo XIX. Representa el estilo monumental de la última gran época joyera de la monarquía española. Ha pasado por manos de Victoria Eugenia, María de las Mercedes y Sofía, que la lució en eventos históricos como el fastuoso banquete del Sha en Persépolis. Letizia la recuperó por primera vez en 2018 y la ha vuelto a llevar en 2025, reafirmando su papel como depositaria de algunas de las joyas más antiguas y exclusivas de Europa.

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La tiara Cartier: la diadema Art Déco que volvió a reinar después de siete años

En la visita de Estado del presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, Letizia sorprendió recuperando una tiara que llevaba siete años sin aparecer: la tiara Cartier; una joya Art Déco diseñada en 1907 por Cartier para la reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, un legado dinástico que pasó por varias reinas, destacando la flor de lis central con siete perlas que reemplazaron las esmeraldas originales de la emperatriz Eugenia de Montijo y fue rescatada recientemente por la reina española.

Es una de las piezas más cinematográficas del joyero español. Letizia la llevó con un elegante vestido negro de escote cuadrado, devolviendo a la tiara su brillo tras años en los archivos reales. La pieza pasó de Victoria Eugenia a su hija Cristina, luego al conde de Barcelona y, finalmente, a don Juan Carlos, que la entregó a doña Sofía. Letizia se convierte así en la tercera reina contemporánea en usarla. Es un emblema de la continuidad de la monarquía española.

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El collar de perlas rusas: la joya de pasar que volvió a ser protagonista 

Tanto para la Pascua Militar de inicio de año como para la 105ª edición de los Premios Cavia, Letizia recuperó una de las piezas más especiales del joyero de pasar: el collar de perlas rusas, una gargantilla creada con 37 perlas naturales de gran tamaño que en 1846 el rey Francisco de Asís de Borbón regaló a su prometida, la reina Isabel II de España. Al fallecer la reina, esta pieza junto con otras joyas fueron subastadas y fue Alfonso XIII quien la adquirió para regalárselo a la reina Victoria Eugenia. Desde entonces forma parte de las joyas de pasar, una colección que está reservada a las reinas de España. Probablemente, se trate de la joya más antigua de las que tiene la Familia Real.

Desde entonces, el collar ha pasado de reina en reina: Sofía lo lució en la boda de la infanta Elena (1995), y Letizia volvió a recuperarlo en 2025, tras haberlo llevado en 2018 en una recepción en honor al presidente alemán Frank-Walter Steinmeier. Es una pieza cargada de historia, asociada al linaje directo de las reinas de España desde el siglo XIX.

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Los pendientes de firma española: el guiño contemporáneo de Letizia 

En la clausura de la XVII edición de Euros de tu Nómina del Banco Santander, Letizia apostó por un look minimalista y dejó que una pieza se llevara todo el protagonismo: unos pendientes de la firma española PDPAOLA, valorados en 350 euros. No tienen un peso histórico comparable al de sus tiaras o collares, pero simbolizan una de las claves del estilo de Letizia en 2025: su apuesta por la joyería española contemporánea, accesible y con diseño actual, capaz de convivir con piezas reales de más de un siglo.

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La tiara Aquamarine Kokoshnik: el resplandor olvidado que Magdalena de Suecia devolvió en los Nobel

En la ceremonia de los Premios Nobel de 2025, la princesa Magdalena de Suecia firmó uno de los momentos joyeros más comentados de la noche al rescatar una de las piezas más misteriosas del joyero Bernadotte: la tiara Aquamarine Kokoshnik, una joya monumental que llevaba décadas envuelta en rumores, silencios y apariciones fugaces.

Compuesta por siete imponentes aguamarinas montadas sobre una delicada celosía de diamantes en forma de kokóshnik, la tiara destaca por su equilibrio entre contundencia y ligereza visual. Aunque su diseño evoca inevitablemente las diademas de la corte imperial rusa, no existen pruebas documentadas de un origen ruso directo. Más bien, su estética conecta con otras piezas geométricas de principios del siglo XX, como la tiara Prussian Meander, tan características de la joyería europea de la época.

La historia de la tiara se remonta a la primera década del siglo XX y se asocia a la princesa Margarita de Connaught, primera esposa del futuro rey Gustavo VI Adolfo. Curiosamente, no aparece entre los regalos documentados de su boda en 1905, lo que sugiere que pudo ser adquirida o heredada posteriormente. Tras la muerte prematura de Margarita en 1920, la tiara pasó a su hijo mayor, el príncipe Gustaf Adolf, y permaneció prácticamente en la sombra hasta 1932, cuando su esposa, la princesa Sibylla de Sajonia-Coburgo-Gotha, la lució por primera vez en la gala de su boda en Alemania.

Durante décadas, la Aquamarine Kokoshnik desapareció de la escena pública, alimentando incluso la teoría de que había sido vendida. No fue hasta 2010 cuando resurgió, cuando la princesa Margarita la llevó a la boda de la princesa heredera Victoria. Magdalena la convirtió en “su” tiara en 2015, debutándola en los Nobel, y desde entonces la ha llevado en citas clave, incluido un viaje de Estado a Canadá y varias ceremonias Nobel más. 

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La tiara 'Baden Fringe': la joya destinada a las herederas que Victoria convirtió en su emblema

Si hay una tiara que simboliza continuidad, deber y legado dinástico en Suecia, esa es la Baden Fringe, la elección de la princesa heredera Victoria para los Premios Nobel 2025. Esta diadema está íntimamente ligada al papel de las futuras Reinas del país. La tiara ingresó en el joyero real sueco en 1881, cuando la reina Victoria de Baden la llevó consigo al casarse con el futuro rey Gustavo V. Inspirada en los kokóshniks rusos —con su característica estructura de flecos verticales de diamantes—, la pieza destaca por su versatilidad: puede llevarse como tiara o desmontarse para convertirse en collar, tal y como hizo la propia reina Victoria el día de su boda.

A lo largo del siglo XX, la Baden Fringe fue utilizada por numerosas mujeres de la familia real, entre ellas la reina Luisa, varias princesas Bernadotte y, de forma más puntual, la reina Silvia. Sin embargo, fue la princesa Lilian, duquesa de Halland, quien la convirtió en una habitual de las noches Nobel, dotándola de una elegancia moderna que marcaría el camino. 

El destino definitivo de la tiara quedó sellado cuando la reina Victoria expresó su deseo de que la pieza estuviera reservada a las princesas herederas. Así, Victoria de Suecia debutó con ella en 2001, en la boda de los príncipes herederos de Noruega, y desde entonces la ha llevado en más de 35 ocasiones, incluidos enlaces reales, ceremonias de entronización y numerosos Premios Nobel. Su vínculo es tan estrecho que la Baden Fringe forma parte incluso de la muñeca Barbie creada en su honor, consolidando su estatus como icono contemporáneo del joyero real sueco.

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La tiara 'Nine Prong': la corona de diamantes que define el reinado joyero de la reina Silvia

Para los Premios Nobel 2025, la reina Silvia apostó por una de las piezas más históricas -y exigentes- de su colección: la tiara Nine Prong, una joya tan deslumbrante como inflexible, literalmente. Formada por 580 diamantes, dispuestos en motivos de follaje, arabescos y volutas coronadas por nueve pináculos verticales, la tiara tiene su origen en un antiguo peine de diamantes que perteneció a la reina Luisa en el siglo XIX. Fue la reina Sofía quien, en la década de 1870, ordenó su transformación en la espectacular diadema que conocemos hoy, una pieza que destaca por su base rígida, famosa por resultar incómoda si no está perfectamente ajustada.

A lo largo de más de un siglo, la Nine Prong ha pasado por las manos de reinas y princesas clave de la historia sueca: Sofía, Luisa Mountbatten, Sibylla y, finalmente, Silvia, quien la estrenó en 1976 durante una visita de Estado a los Países Bajos. Ese mismo año la llevó por primera vez a los Nobel —aunque confesó después las dificultades de soportar su peso durante toda la velada—, lo que la llevó a mandarla ajustar para poder seguir luciéndola. Desde entonces, la reina Silvia la ha llevado en más de 100 ocasiones, incluyendo casi veinte ceremonias Nobel, celebraciones históricas de la reina Margarita de Dinamarca y aniversarios de Estado. 

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La tiara de zafiros de Máxima: la joya que marcó su coronación

Aunque la velada estaba pensada para celebrar la llegada de los nuevos grandes duques de Luxemburgo al trono, Máxima de Países Bajos volvió a acaparar flashes en la cena de gala celebrada en el Palacio Gran Ducal. La reina, de 54 años, deslumbró con un vestido azul noche de auténtica alfombra roja, pero el foco recayó inmediatamente en la pieza que coronaba su look: la majestuosa tiara Dutch Sapphire Parure.

Adquirida en 1881 por el rey Guillermo III para su esposa, la reina Emma, esta imponente diadema reúne 33 zafiros de Ceilán y 655 diamantes —algunos montados en tremblant para aumentar el brillo al movimiento—, y fue elaborada por la joyería holandesa Maison van der Stichel, pese a que durante años se atribuyó erróneamente a Mellerio. De estilo claramente gótico, su base recuerda a las vidrieras de una catedral y su zafiro central —un cojín de 44 quilates— es una de las gemas más reconocibles de la colección Orange-Nassau.

La tiara pasó de Emma a su nieta Juliana, quien la lució en la coronación de Jorge VI. Más tarde, la reina Beatriz la convirtió en una de sus favoritas. Pero su momento más icónico llegó en 2013, cuando Máxima la llevó para la investidura de su marido, Guillermo Alejandro. Para aquella histórica jornada, la tiara fue modificada discretamente por el joyero Steltman, quien suavizó el característico penacho central y ajustó la estructura para hacerla más ligera y equilibrada. Aun así, la versión original sigue disponible: Máxima la rescató en 2015 durante una visita a la reina Margarita de Dinamarca.

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La tiara Wurtemberg de perlas: la favorita de la reina Beatriz

En la cena de gala ofrecida en honor del sultán de Omán durante su visita oficial a los Países Bajos, Máxima volvió a rendir homenaje a la tradición joyera holandesa escogiendo la tiara Wurtemberg de perlas, una de las piezas más queridas por la familia Orange. Este diseño, de volutas, flores de lis y 35 perlas naturales, puede lucirse en tres versiones: desnuda, con cinco perlas en forma de gota o con las seis perlas completas.

Su origen se remonta a 1839, cuando el rey Guillermo I de Wurtemberg encargó una primera tiara de perlas para su hija Sofía con motivo de su boda con el rey Guillermo III. Sin embargo, la versión actual fue rediseñada en 1897 por Joh. Eduard Schurmann & Co., dando lugar a la joya que hoy conocemos.

La tiara es especialmente significativa para la reina emérita Beatriz, que la eligió para su boda en 1966 y la convirtió en uno de sus emblemas. La lució incluso en el banquete previo a su abdicación. Desde entonces la comparte con Máxima, quien continúa dándole presencia en grandes ocasiones. Su silueta es tan icónica que incluso fue bordada sobre el vestido de novia de Beatriz, demostrando la profunda conexión de la familia con esta pieza.

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La tiara combinada de zafiros: la creación híbrida que conquistó a Máxima

En su viaje de Estado a Kenia en 2025, para la cena de gala ofrecida por el presidente William Ruto, la reina Máxima se decantó por una tiara híbrida compuesta a partir de dos joyas históricas: un collar de zafiros y diamantes creado por Mellerio en 1880 para la reina Emma y una antigua tiara desmontada, también de zafiros.

La unión de ambos elementos —y la incorporación de seis motivos procedentes de la parure de la reina Guillermina— dio origen a una diadema espectacular que combina estética imperial decimonónica con líneas modernas. La pieza puede usarse también como collar en su configuración original, como hacía la reina Juliana.

Máxima la estrenó en 2013, durante la celebración del 70º cumpleaños de la reina Margarita de Dinamarca, y desde entonces la ha lucido en varias ocasiones emblemáticas. Esta tiara, además, forma parte del conjunto de joyas de zafiros que la consorte holandesa utilizó en el día de la investidura del rey Guillermo Alejandro, lo que la sitúa entre las más significativas de su colección personal. Junto a ella suele lucir pendientes de época y un broche de lazo con un gran zafiro de Ceilán que la reina Guillermina llevaba siempre sobre el escote.

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La tiara antigua de perlas: el legado más antiguo de la casa Orange

Durante la recepción al Cuerpo Diplomático celebrada en Ámsterdam en la primavera de 2025, Máxima recurrió a una de las joyas más venerables de la realeza neerlandesa: la tiara antigua de perlas. Encargada entre 1900 y 1910 por la reina Guillermina y diseñada basándose en la tiara que llevó su abuela, la reina Anna Pavlovna, esta pieza combina diamantes con siete grandes perlas en forma de gota, cuatro de las cuales pertenecieron a la princesa Amalia de Solms-Braunfels, figura clave del siglo XVII.

La tiara entró en la Fundación Orange-Nassau para garantizar su preservación y ha sido llevada por todas las reinas desde Wilhelmina. Beatriz la convirtió en una de sus favoritas y la lució en su boda en 1966, además de en numerosos viajes de Estado. Desde su ascenso al trono, Máxima la ha llevado con regularidad —tanto con perlas como sin ellas— en banquetes de Estado en China, Austria o Francia. Como detalle curioso, sus perlas homenajean a la princesa Amalia, cuyo nombre la reina eligió también para su primogénita, la heredera del trono.

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Los pendientes artesanos: la joyería española que conquista a Máxima

Durante su viaje oficial a Kenia, Máxima no solo destacó por su imponente pamela y su vestido: también llamó la atención por lucir unos pendientes de plata con forma de tulipán decorados con rubíes, obra de la joyera española Luz Camino. La diseñadora, reconocida internacionalmente y especialmente admirada en Nueva York, trabaja con una sensibilidad única hacia la naturaleza y lo cotidiano: flores, insectos, virutas de lápiz o incluso palomitas han inspirado algunas de sus piezas.

Máxima es una de sus mejores embajadoras: recurre a sus diseños desde hace años y también ha lucido broches de esta firma en ocasiones recientes, al igual que la reina Sofía. La elección de estos pendientes demuestra el interés de la consorte holandesa por apoyar la artesanía europea contemporánea, incluso en el contexto de un Estado africano.

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La tiara Mellerio de rubíes: el look regio de la princesa Amalia

La princesa heredera continúa consolidando su imagen institucional y su papel como futura monarca. En el banquete ofrecido en honor del sultán de Omán, la princesa escogió la tiara Mellerio de rubíes, un diseño de 1888 encargado por el rey Guillermo III para su esposa, la reina Emma. La pieza forma parte de un parure completo con rubíes de gran tamaño rodeados de diamantes.

Cada reina neerlandesa ha llevado esta joya en algún momento, pero Máxima la dotó de especial significado al lucirla en la entronización de su marido en 2013. La princesa Amalia la ha llevado ahora con el vestido Ginkgo de Safiyaa, en un tono lavanda que contrasta delicadamente con los tonos rojos de la tiara. Es su tercer banquete de Estado, tras su debut con los reyes de España en 2024 y su aparición en la visita oficial a Portugal.

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Elisabeth de Bélgica y su tiara floral: un guiño a la tradición europea

La princesa Elisabeth de Bélgica, heredera del trono, deslumbró en Luxemburgo durante la cena de gala por la proclamación del gran duque Guillermo luciendo una tiara floral de diamantes, la misma que estrenó en la celebración del 18º cumpleaños de la princesa Ingrid Alexandra de Noruega. Se trata de una pieza adquirida en 2019 por sus padres, los reyes Felipe y Matilde, como regalo por su mayoría de edad.

De diseño típicamente decimonónico, esta diadema de flores de diamantes podría ser —según apuntan expertos— la histórica tiara Vestey, aunque no existe confirmación oficial por parte de palacio. Elisabeth también la llevó en la boda del príncipe Hussein de Jordania, consolidando esta joya como la primera de su colección personal y un símbolo de su transición hacia un papel público más destacado.

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Mary de Dinamarca: la tiara de camafeos y oro redescubierta tras 140 años

A Mary de Dinamarca le bastó una noche en Helsinki para dejar claro que está construyendo su propio legado dentro de la joyería real. En la cena de Estado ofrecida por el presidente Alexander Stubb, la reina rescató una pieza que llevaba más de 140 años sin ver la luz: la tiara de oro y camafeos de la reina Carolina Amalia, un tesoro clásico de principios del siglo XIX que, hasta hace muy poco, descansaba silenciosamente en una vitrina del Museo Amalienborg, casi inadvertida para los visitantes.

La historia de esta joya parece escrita para un documental: fue creada hacia 1820 con once gemas recolectadas por el futuro rey Christian VIII durante el viaje de novios que él y Carolina Amalia realizaron por Italia. Recorrieron Roma, Nápoles y las excavaciones de Pompeya mientras el príncipe, apasionado de la mineralogía, compraba y encargaba pequeñas obras talladas por artesanos italianos. Esas once piezas terminadas se montaron en una diadema que, lejos de ser un símbolo de ostentación, estaba pensada para uso cotidiano, reflejo del gusto clásico de la época.

Curiosamente, nadie llegó a retratar a Carolina Amalia luciéndola, pero su legado en la joyería danesa es inmenso: a ella se deben algunos de los parures más importantes de la corona. Tras su muerte en 1881, la tiara pasó a la reina Luisa, y después quedó expuesta en el museo, donde fue prácticamente ignorada durante décadas. 

A esta tiara añadió otra pieza histórica: el brazalete de 1828 que el futuro Federico VII compró en Italia para su prometida, la princesa Guillermina María. El brazalete tiene una inscripción romántica que parece salida de una novela del Romanticismo: “Desde la cima del ardiente Vesubio mi corazón vuela hacia ti. 24 de abril de 1828”. Paradójicamente, el matrimonio terminó en divorcio, pero la joya sobrevivió y hoy forma parte de la colección nacional. El broche y los pendientes que completaban el look también salieron del cofre danés: pertenecen al conjunto de citrinos de la condesa Danner, tercera esposa de Federico VII. Mary ya había rescatado el broche unas semanas antes, pero los pendientes debutaron en Helsinki.

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La tiara de esmeraldas: una joya reservada para Reinas

El 1 de enero, en su primera cena de Año Nuevo como reina, Mary eligió la tiara de esmeraldas perteneciente al parure creado en 1840 por encargo de la reina Carolina Amalia para la coronación de Christian VIII. Una joya reservada exclusivamente para reinas y que durante décadas solo había llevado Margarita II. Fue precisamente ella quien, según contó en un documental, rescató este conjunto "porque era una lástima que estuviera tirado". Mary lució además el collar, los pendientes y el broche, un set de plata y oro adornado con lazos de diamantes que abrazan piedras regaladas por reyes en el siglo XVIII. En su pecho, como dicta la tradición, llevó el retrato en miniatura del rey Federico X, obra del artista británico Tom Mulliner y engastado en un marco de diamantes que perteneció a la emperatriz Amelia de Brasil.

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El broche Poiré de perlas y diamantes: un guiño a la reina Margarita

En la conmemoración del 80º aniversario de la liberación de Dinamarca, la reina Mary de Dinamarca escogió el broche de perlas Poiré, parte del conjunto al que pertenece una de las tiaras más impresionantes de la colección danesa. Un regalo de bodas para la reina Luisa de los Países Bajos en 1869 del futuro zar Alexander III y Marija Fjodorovna, princesa Dagmar de Dinamarca. Este pasó a su hija, Luisa de Dinamarca, y solo ha sido llevado por reinas. Mary ya lo había lucido en 2024 en Noruega, pero esta vez decidió prescindir del racimo de cinco perlas colgantes, siguiendo el gusto de Margarita II. Combinó esta pieza histórica con un elegante traje de chaqueta azul y gris perfectamente coordinado con su tocado.

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El brazalete de compromiso de 1850: una joya que une tres reinos

En París, durante la cena de regreso de la visita de Estado, Mary escogió una joya cargada de simbolismo: el brazalete de compromiso que Karl XV de Suecia regaló en 1850 a su prometida, la futura reina Louise. Una pieza articulada en oro con eslabones planos que se entrelazan como ondas, acompañada de un colgante ovalado con diamantes que también puede llevarse como broche. 

Tras la muerte temprana de la reina Luisa en 1872, la pieza pasó a su hija, la reina Lovisa de Dinamarca, cuyo matrimonio con el futuro Federico VIII selló uno de los lazos dinásticos más importantes entre Suecia, Noruega y Dinamarca. En 1910, Lovisa incluyó el brazalete en el fondo patrimonial real, asegurando que formara parte del legado histórico. Mary recuperó la joya con maestría. La reina Margarita la había usado en contadas ocasiones -como en su visita de Estado a Francia en 1978-, pero nunca con tanta carga evocadora como en París: un viaje diplomático que, simbólicamente, celebraba los vínculos europeos que los monarcas daneses quieren mantener vivos.

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La tiara personal de Mary: la pieza que compró en una subasta

Ninguna otra joya describe mejor la personalidad de Mary que la tiara que lució en octubre en Riga. No pertenece a la colección estatal, ni a la corona, ni a la tradición familiar: la compró ella misma, en 2012, en una subasta de Bruun Rasmussen por algo más de 8.000 euros. Se trata de una pieza eduardiana, de alrededor de 1900, engastada con diamantes talla antigua, rubíes circulares y espinelas engastados en oro de 14 quilates y plata, con una estructura ligera que permite transformarla en collar o tiara.

Su primer uso fue en el 75º cumpleaños de la reina Margarita, pero en forma de gargantilla. Después descubriría que podía montarse como tiara. La llevó como tal en varios eventos, incluida la cena del Estado Mexicano en 2016 y la portada de una revista de moda, fotografiada por Mario Testino. En Riga completó el conjunto con los pendientes gemelos adquiridos en la misma subasta y condecoraciones letonas y danesas. 

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Charlene de Mónaco y la “Espuma de Diamantes”: la tiara que solo ha usado dos veces

Si hay un regreso que nadie esperaba en 2025, era este. En el Día Nacional de Mónaco, Charlene recuperó la tiara Espuma de Diamantes, la misma que lució en la recepción de su boda en 2011. Diseñada por Lorenz Bäumer tras un proceso en el que la propia Charlene participó activamente, esta pieza representa una ola rompiendo: un homenaje cristalino a su pasado como nadadora olímpica.

Con 60 quilates de diamantes en oro blanco y un diamante central de 8 quilates, la tiara es una obra maestra contemporánea que puede desmontarse en broches y adornos más pequeños. Charlene la llevó integrada en un moño pulido, igual que en su noche de bodas. Y, como entonces, eclipsó cualquier otro accesorio, incluidos los bordados de Armani Privé de su vestido. Desde 2011 no la había usado en público; su reaparición fue, literalmente, histórica.

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Alejandra de Hannover: el collar de 492 diamantes

En el Baile de la Rosa de 2025, Alejandra de Hannover protagonizó uno de los momentos joyeros más elegantes del año gracias a un collar Pluie de Cartier, una cascada de 492 diamantes talla brillante montados en oro blanco con un precio de 354.000 euros. Un diseño muy vinculado al universo Grimaldi -era una de las casas favoritas de Grace Kelly- y que encajaba a la perfección con el ambiente tropical y cinematográfico creado por Christian Louboutin para la gala.

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Carlota Casiraghi: el choker de perlas de su firma predilecta

En el Grand Dîner du Louvre, considerada la 'Met Gala francésa' y celebrada en el marco de la exposición Louvre Couture, Carlota Casiraghi volvió a demostrar por qué es una de las musas eternas de Chanel. Eligió un choker de perlas con una golondrina de diamantes, pieza que mezcla dos de los símbolos históricos de la maison: la feminidad clásica y la iconografía animal que Gabrielle Chanel convirtió en sello propio.

La cena reunió a filántropos, diseñadores y grandes casas de lujo para recaudar fondos para el museo. Carlota, embajadora de Chanel y heredera del estilo de Grace Kelly, encarnó a la perfección el espíritu del evento: arte, moda y joyas que funcionan no solo como accesorios, sino como declaraciones culturales.

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